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Authors: Ascensión Fumero Carlos Santamaría

Tags: #Ciencia, Ensayo, Psicología

El psicoanálisis ¡vaya timo! (3 page)

BOOK: El psicoanálisis ¡vaya timo!
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Otros de los primeros discípulos de Freud también se le enfrentaron por asuntos diversos. Por ejemplo, Melanie Klein, quien había empezado a realizar investigaciones con niños, planteó algunos cambios en el desarrollo psicosexual infantil. Afirmaba principalmente que el Superyó no es una consecuencia de la resolución del complejo de Edipo, sino que está presente en los niños con anterioridad a esa etapa. Sus ideas recibieron una clara reprobación por parte de Freud y originaron una larga polémica con la hija de éste, la también psicoanalista infantil Anna Freud.

Para Otto Rank, el complejo de Edipo fue también motivo de polémica. Según este peculiar autor, el momento más relevante de la formación de la personalidad no es dicho complejo sino el
trauma del nacimiento.
Por su parte, Karen Horney rechazó la idea freudiana de que la envidia del pene constituía el principal motor de la personalidad femenina. Por el contrario, lo que las mujeres envidian es, según ella, el poder que nuestra sociedad otorga al varón.

Entre los psicoanalistas posteriores, el más influyente ha sido, sin duda, Jacques Lacan, quien, a diferencia de discípulos directos de Freud, reivindica la figura de éste. Lacan consideraba que los psicoanalistas debían volver a la lectura de la obra de Freud, a la que él hace simplemente algunos añadidos. Lacan se vale de la lingüística estructural de Saussure para analizar el inconsciente. En este sentido, el psicoanálisis debía entregarse a la prospección de los significados ocultos en los significantes que pueblan los sueños y el mundo. Durante el análisis, el paciente utiliza cadenas de sonidos (las palabras tal como las oímos) y les atribuye un cierto significado, pero el analista deberá revelar los significados desconocidos para el paciente. Lacan añade también a la explicación psicoanalítica conceptos de la topología y otras áreas de la ciencia. El principal añadido de Lacan a la teoría de Freud es la inclusión del
estadio del espejo,
durante el cual (entre los seis y los dieciocho meses de edad) el niño reconoce su propia imagen en el espejo, por lo que empieza a identificarse a sí mismo (su Yo). La experiencia del Yo nos vendría, por tanto, del exterior; por esto dice Lacan que todo Yo es un «Otro».

A pesar de las diferencias entre los distintos enfoques o escuelas psicoanalíticas, el cuerpo de la doctrina puede tomarse como un todo y así lo haremos en este libro para someterlo a prueba. En general, podemos decir que los principales conceptos de Freud y las características esenciales de su metodología son respetados por cualquiera que se considere psicoanalista. La propia forma de discrepar, basada más en credos o ideologías que en los datos de una investigación, nos hará ver, como comprobaremos a lo largo del libro, que hablamos de psicoanalistas genuinos.

2. El psicoanálisis no es una teoría científica de la mente

Supongamos que usted se encuentra con una amiga a la que no ha visto desde hace algún tiempo y que le dice estar muy contenta porque ha encontrado trabajo como cajera en un supermercado. El sueldo es bueno y el primer mes se ha comprado un reproductor de música portátil (por ejemplo, un iPod). Seguramente usted se alegrará de esa información y no la pondrá en duda. Pero imaginemos que su amiga le dice que con su primer sueldo como cajera se ha comprado no un iPod sino un piso de lujo en la zona más cara de la ciudad. Esta afirmación, sin duda, le dejará perplejo, aunque no tuviese ningún interés en dudar de la palabra de su amiga. Al menos le pedirá más información, o incluso dudará de haber entendido bien lo que quería decirle… Simplemente, solemos creer las afirmaciones que no contradicen nuestro conocimiento general del mundo. No requerimos pruebas especiales para creerlas. Pero el sentido común nos dicta que, si alguien hace una afirmación extraordinaria, algo que realmente cambia nuestra concepción del mundo, debemos solicitar pruebas tan extraordinarias como la propia afirmación. Por ejemplo, si alguien nos dice que el sueldo mensual de una cajera de supermercado puede pagar el valor total de un piso de lujo nos costará creerlo, a menos que nos lo demuestre de forma muy palpable.

Hemos visto que el psicoanálisis está repleto de afirmaciones extraordinarias. Freud nos dice cosas como que los bebés tienen una vida sexual muy activa, o que la mayor parte de los niños a la edad en que empiezan a acudir al colegio están enamorados de sus madres y desean matar a sus padres, o que las niñas envidian el pene y los niños temen ser castrados. Se trata de afirmaciones realmente extraordinarias. Y desde luego, las cosas extraordinarias son más interesantes que los descubrimientos cotidianos: por esta razón Freud se convirtió en el psiquiatra más famoso de todos los tiempos (a pesar de que su especialidad era la neurología). Así, decir que la Tierra gira alrededor del Sol y no a la inversa debió de ser en algún momento una afirmación extraordinaria, y los científicos que la demostraron y lo hicieron de forma inequívoca han pasado a la historia.

Muchas personas creen que las afirmaciones del psicoanálisis pertenecen al campo de la ciencia y que debemos creerlas, por extraordinarias que nos resulten, porque han sido científicamente demostradas. Sin embargo, ni Freud ni sus seguidores demostraron jamás ese tipo de afirmaciones, ni con pruebas extraordinarias ni con indicios relativamente razonables. El psicoanálisis ha lanzado al mundo las ideas tal vez más sorprendentes sobre la psicología humana, pero no lo ha hecho tras considerarlas probadas.

En este capítulo daremos argumentos al lector para mostrar que no hay razones para creer que las afirmaciones del psicoanálisis sean ciertas. Estas afirmaciones son a veces simplemente falsas y otras simplemente indemostrables.

Breve historia de lo que no es ciencia

Probablemente usted ha oído alguna vez el enunciado de algún principio científico o ley. Por ejemplo, el principio de Arquímedes es uno de los más conocidos y puede enunciarse, más o menos, en estos términos: un cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso del fluido que desaloja. Los principios científicos acotan el número de explicaciones posibles para un fenómeno determinado y eligen una de ellas. Por ejemplo, Arquímedes podría haber enunciado su famoso principio de la siguiente manera: un cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical u horizontal, hacia arriba o hacia abajo, o puede ser que no experimente empuje alguno y también que dicho empuje tenga relación con la cantidad de fluido desalojado o no. Nadie podrá decir que este segundo enunciado del principio de Arquímedes sea falso. Al menos, no podrá serlo si es verdadero el principio original, puesto que este segundo principio se cumple en todas las situaciones en que lo hace el original y en muchas otras. Es decir, lo que podríamos llamar el «principio ambiguo de Arquímedes» podría explicar más situaciones o más estados del mundo que el principio original. ¿Por qué debemos preferir entonces la formulación de Arquímedes? Precisamente porque no todos los fenómenos concuerdan con la explicación, sino que el principio establece cuáles deberían satisfacerlo y cuáles no.

Una de las críticas realizadas más frecuentemente al psicoanálisis es precisamente que dicha disciplina no hace lo que el principio original de Arquímedes, sino lo que el «principio ambiguo». El psicoanálisis no exhibe la valentía que debe caracterizar a las teorías científicas, que deben estar dispuestas siempre a que los datos las contradigan. El psicoanálisis se escuda, por el contrario, en tal cantidad de principios que evita la posibilidad de definir el conjunto de observaciones que demostraría su falsedad. Nos hemos referido en el capítulo anterior a la presunta existencia de personalidades anales retentivas. Según el psicoanálisis, hay personas que en cierto momento de su infancia mantuvieron una curiosa relación con el cuarto de baño, el cual usaban para buscar el placer mediante la retención y expulsión de las heces. Dicha práctica anómala era causa, y tal vez consecuencia, de ciertos desarreglos psicológicos que han de pagar el resto de su vida. Estos trastornos se advierten en el adulto por una excesiva propensión al orden, la minuciosidad, la limpieza… Los anales retentivos son esas personas que alinean cuidadosamente los bolígrafos en el escritorio, ordenan sus libros por colores y tamaños y no soportan el más mínimo desorden en sus costumbres. Si usted ha quedado con un anal retentivo a las cinco en punto, no ha de preocuparse porque pueda hacerle esperar.

Algunas investigaciones han demostrado cierta relación entre diversas características que acabamos de mencionar. Las personas ordenadas suelen ser puntuales, minuciosas, etc., pero nadie ha demostrado jamás que en ciertos momentos de su más remota infancia tuvieran una relación estrambótica con el cuarto de baño. Usted podrá preguntarse entonces cómo hace el psicoanálisis para llegar a tan extraordinaria conclusión.

Podríamos plantear, tal vez, el siguiente tipo de investigación: estudiemos minuciosamente el control de esfínteres efectuado por niños de la edad prevista. En nuestra muestra habrá algunos que retengan los esfínteres más tiempo que otros (estas mediciones habrán de realizarse con los instrumentos adecuados y, en cualquier caso, el investigador no estará recién comido). Deberemos esperar unos años para comprobar si verdaderamente los niños identificados de aquella forma tienen unas características de personalidad más cercanas a la descripción propuesta por Freud que el resto de los niños de la muestra. Tras un trabajo de este tipo, y si encontrásemos la esperada relación, podríamos plantearnos sostener las afirmaciones de Freud. Pero Freud no hizo nada de esto. Para ello hubiese tenido que dedicar una considerable cantidad de esfuerzo y recursos (y también estómago) y esperar unos años a que los niños crecieran antes de publicar sus conclusiones. Pero lo más importante es que se habría arriesgado a encontrarse con que no tenía razón, es decir, tal vez no hubiese hallado relación alguna entre el control de esfínteres durante la infancia y la personalidad adulta. La vía elegida por Freud fue mucho más rápida y efectiva para sus intereses. Bastaba con enunciar sus ideas tal como se le ocurrían o, en el mejor de los casos, fundamentarlas en observaciones clínicas de adultos. Freud jamás observó la retención anal o el complejo de Edipo: los infirió del análisis de los pacientes que acudían ya crecidos a su consulta.

Hay varios problemas para considerar las observaciones clínicas realizadas por Freud como el fundamento de una teoría de la personalidad o de la mente. En primer lugar, es evidente que los pacientes que acuden voluntariamente
—y
pagando— a la consulta de un analista no son una muestra representativa de la población.

De entrada, con seguridad tendrán algún tipo de preocupación que les lleva a acudir a la consulta. Una teoría aplicable a toda la población no puede surgir de observaciones realizadas exclusivamente sobre estas personas. En segundo lugar, las observaciones clínicas no son más que colecciones de anécdotas sobre casos particulares. En el mejor de los casos, algún paciente en el que hayamos observado un comportamiento excesivamente minucioso y ordenado nos informará sobre ciertos problemas tenidos en su infancia en relación con sus propios excrementos. Aunque éste fuera el caso, tendríamos que calcular cuántas personas exhiben ese comportamiento adulto sin tales problemas infantiles o viceversa, y cuántas otras no presentan ninguna de las dos características. Decimos que éste sería el mejor de los casos, pero ni siquiera la prueba completa así hallada podría convencernos inequívocamente de la efectividad de la teoría. Sencillamente, estaríamos pidiendo a un grupo de adultos que recuerde hechos sucedidos en etapas muy tempranas de su infancia. Además, el psicoanálisis lo hace en una situación calificable, cuando menos, de atípica para la investigación, pues una figura con poder, como el analista, puede sugerir al paciente ciertas formas de comportamiento y ciertos recuerdos (volveremos sobre este asunto en el capítulo 4).

Tal vez se pregunte si los datos clínicos han de estudiarse con igual atención en el campo del psicoanálisis que en otros ámbitos de investigación. Desde luego, los ensayos clínicos se utilizan con frecuencia en medicina. Por ejemplo, cuando va a introducirse un nuevo medicamento en el mercado se requiere la aportación de ensayos clínicos que demuestren su eficacia. Pero estos ensayos se realizan de manera muy diferente a lo que se observa en la práctica psicoanalítica. Si un laboratorio quiere comercializar el compuesto químico X en forma de pastillas para el dolor de cabeza, deberá aportar ensayos clínicos en los que la eficacia de dicho compuesto se compare, al menos, con otras pastillas que tengan el mismo aspecto pero que carezcan del principio activo X (lo que se llama un
control placebo).
En algunos casos, se puede incluir en la comparación otros medicamentos que ya están comercializados para curar el mismo problema. Pero, además, es muy importante que se lleve a cabo un procedimiento en el que ni el paciente sometido al tratamiento o al placebo, ni el propio médico que administra el medicamento sepan si lo que está tomando y administrando contiene o no el principio activo (lo que se conoce como
procedimiento
de doble ciego).

Nada parecido a esto se da en el psicoanálisis. El psicoanalista carece de grupo de control sin tratamiento y, por supuesto, conoce perfectamente las hipótesis que desea comprobar antes de someterlas a prueba. Este conocimiento previo puede llevar con frecuencia al analista a buscar pruebas que confirmen las propias hipótesis. Numerosos estudios realizados en psicología han demostrado esta tendencia humana a la confirmación. Si un analista encuentra en un paciente ciertos rasgos relacionados con la personalidad anal retentiva tenderá a buscar otros que le confirmen su diagnóstico más que a fijarse en aspectos que podrían hacerle desechar su primera impresión. En este sentido, el psicoanalista tiene un comportamiento más parecido al de un curandero o un echador de cartas que al de un científico.

La tendencia a la confirmación parece ser una inclinación natural en el ser humano. No debemos suponer que los psicoanalistas están exentos de ella; no los criticamos por eso. Es natural que, a la hora de contrastar hipótesis, las personas empecemos dándolas por ciertas y buscando pruebas que las confirmen, en lugar de fijarnos en los casos que van en contra de tales hipótesis o demuestran su falsedad. Si las personas tuviéramos siempre una racionalidad impecable, tal vez el método científico no fuese necesario porque, al fin y al cabo, equivaldría al sentido común. Sin embargo, al no ser así, el método sirve para establecer las condiciones en que debemos comprobar los enunciados antes de sacar las conclusiones. Por ejemplo, si alguien piensa que una determinada marca de champú es buena para su cabello basándose, por ejemplo, en la publicidad o el prestigio de una marca, acudirá a comprar ese champú. Si le va bien, es muy probable que lo siga comprando y que piense que es el champú más adecuado para su cabello. No es probable que esta persona busque lo contrario probando las demás marcas de champú, y tampoco debemos esperar que lo haga. Sin embargo, su conclusión sobre la calidad del champú no puede considerarse científica. Es posible que otras marcas que no ha probado sean mejores, e incluso más baratas. No podemos ser perfectamente racionales en todas nuestras decisiones y, por lo mismo, nadie se considera un científico en todos los campos del saber y en todos sus comportamientos cotidianos. Precisamente por ello, el método científico sirve para evitar que en el campo de la ciencia se produzcan los mismos errores que cualquier persona comete en su vida cotidiana.

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