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Authors: Ascensión Fumero Carlos Santamaría

Tags: #Ciencia, Ensayo, Psicología

El psicoanálisis ¡vaya timo! (6 page)

BOOK: El psicoanálisis ¡vaya timo!
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En otro estudio se sometió a un grupo de personas a una tarea que consistía en apretar un dispositivo capaz de medir la presión sobre él y obtener una recompensa, que podía ser de una libra esterlina o un penique. En algunos ensayos se proyectaba subliminalmente la imagen de una libra o de un penique antes de que la persona apretara el dispositivo. Los participantes apretaron más fuerte cuando se les presentó la imagen de la moneda de mayor valor, a pesar de que no eran capaces de informar sobre qué tipo de imagen se les había proyectado. Este efecto de la información inconsciente es realmente interesante para entender el funcionamiento de la mente, pero un dato importante a tener en cuenta es que no es un efecto exclusivo de la información inconsciente. De hecho, en este mismo estudio, cuando los estímulos se presentaban durante el tiempo suficiente para ser conscientemente registrados por los sujetos, la influencia de la cuantía del premio (una libra o un penique) fue aún mayor.

Es resumen, hay pruebas de que la información inconsciente puede influir en nuestro comportamiento. Sin embargo, no lo hace de una manera misteriosa o revelando la mano oculta de nuestros más inconfesables deseos, sino de una manera muy similar a como opera la información consciente, aunque frecuentemente más atenuada.

3. El psicoanálisis no es útil como conocimiento psicológico

El siglo XVIII fue, tal vez, el más relevante en la historia de la electricidad. Franklin comprobó que los relámpagos se debían a la actividad eléctrica; Galvani, que los impulsos nerviosos eran de la misma naturaleza que los relámpagos;
y
Volta, que la electricidad podía derivar de reacciones químicas. Algunos de los mayores descubrimientos sobre la electricidad se llevaron a cabo, efectivamente, en ese siglo: lo más curioso es que en esa época nadie sabía qué era la electricidad.

Hemos visto que el psicoanálisis resulta absolutamente insatisfactorio como teoría de la mente. Sus presupuestos no han podido demostrar su exactitud, porque en la mayoría de los casos no eran directamente comprobables y porque cuando lo eran la realidad se ha empeñado en chocar contra ellos. Aunque el criterio utilizado quizá se considere demasiado riguroso. Alguien podría decir que Freud no sabía lo que decía pero fundó una disciplina que ha ayudado a muchas personas a librarse de sus problemas neuróticos, ha dado una explicación completa del desarrollo humano y ha inaugurado un fructífero movimiento cultural. Es decir, las propuestas del psicoanálisis pueden ser erróneas, pero las consecuencias prácticas de su aplicación pueden fundamentar que se mantenga como profesión. Benjamín Franklin no tenía claro en qué consistía la electricidad, pero el pararrayos sirvió para salvar vidas. Tal vez Freud no acertó a desarrollar una teoría científica sobre la mente humana, pero… ¿el psicoanálisis sirve para algo?

En este capítulo exploraremos la posibilidad de que el psicoanálisis resulte útil en algún sentido. Por ejemplo, podría darse el caso de que las personas mejorasen de sus problemas psicológicos al ser sometidos a la psicoterapia analítica. También pudiera suceder que el psicoanálisis llegara a conformar una explicación completa del desarrollo humano como fuente de los problemas psicológicos adultos y origen de la personalidad. Incluso hay quienes consideran que el psicoanálisis puso sobre la mesa algunos problemas que no se habían planteado previamente y diseñó ciertas estrategias para su abordaje, es decir, que la psicología clínica actual es deudora del enfoque psicoanalítico en diversos aspectos. Una respuesta afirmativa a cualquiera de estas cuestiones nos llevaría a pensar que, si el psicoanálisis no se ha demostrado como teoría psicológica razonable, al menos ha sido útil en algunos campos. En palabras del psicoanalista Jacques Lacan, «un analista no sabe lo que dice pero sí debe saber lo que hace».

¿Qué es la psicoterapia?

La imagen prototípica del psicoanálisis es la de una persona recostada en un diván que habla largamente mientras un terapeuta con rostro pensativo toma notas a sus espaldas. Ya dijimos en el primer capítulo que el psicoanálisis surge de una tradición clínica y se aplica inicialmente al tratamiento de las neurosis, aunque con posterioridad se planteó como una teoría general de la mente. No es inadecuada, por tanto, la idea popular del psicoanálisis como algo esencialmente centrado en el tratamiento. Para Freud, el psicoanálisis debía realizarse ajustándose exactamente al prototipo: es decir, la persona está tumbada en el diván y lleva a cabo una asociación libre interrumpida sólo esporádicamente por el analista para realizar alguna interpretación. Las sesiones se desarrollan diariamente y durante varios años, por lo que el coste es realmente elevado. Además, si el paciente falta a alguna sesión es importante que la pague igualmente (esto, evidentemente, por razones terapéuticas). El síntoma más claro de resistencia al tratamiento es eludir las sesiones. Si de este hecho se deriva algún beneficio económico para el analista, ello no es especialmente relevante. Es importante, según Freud, evitar el contacto ocular entre analista y paciente: por esta razón el terapeuta se sienta detrás del diván. Alguien puede pensar maliciosamente que esto a su vez le permite dar alguna cabezada con pacientes de vida particularmente aburrida. En la actualidad hay multitud de variantes de terapias analíticas o psicodinámicas que han cambiado algunos de estos planteamientos. Concretamente, muchas de ellas se han centrado en la reducción del tratamiento, de modo que se aplica a personas sin tantos recursos económicos ni disponibilidad de tiempo. Pero todas esas terapias mantienen algunos de los elementos citados y, en cualquier caso, el espíritu de la idea de Freud de la curación por la palabra.

En este capítulo queremos someter a prueba la utilidad del psicoanálisis como tratamiento de las dolencias de los enfermos mentales. Ya hemos cuestionado la validez científica y teórica de los postulados principales del psicoanálisis, pero es posible que, aun partiendo de premisas erróneas, el tratamiento psicoanalítico tenga alguna utilidad. Es posible que algo funcione sin que conozcamos la causa que está actuando. En tal caso, podríamos basarnos en razones pragmáticas para defender su uso.

Usted tal vez se pregunte si la utilidad terapéutica atribuida desde el principio al psicoanálisis se debe a que Freud obtuvo resultados espectaculares con sus pacientes. Lamentablemente, éste no parece ser el caso. Como hemos dicho, el criterio de éxito de la terapia psicoanalítica es difícil de contrastar con la realidad. Al fin y al cabo, el analista es quien decide cuándo está curado el paciente, y esto lo hace incluso por encima de la opinión del propio paciente. El caso que dio carta de nacimiento al psicoanálisis, el de Anna O., es un buen ejemplo. Después de que Freud proclamara su curación por la palabra en una carta, Breuer, el médico que realmente la trató, comunicó a Freud que la paciente estaba muy mal y que lo único que podría librarla de sus sufrimientos era la muerte. Anna O. fue ingresada posteriormente en un sanatorio para enfermos mentales. El éxito del psicoanálisis no fue, al parecer, demasiado espectacular.

En la época de Freud la neurología se encontraba aún en un estadio muy precario de su desarrollo. Los métodos de diagnóstico más habituales en la actualidad, como el electroencefalograma, ni siquiera existían (los estudios en seres humanos comenzaron en 1920). Esto llevaba a que la mayor parte de las lesiones neurológicas internas, es decir, las que no provienen de heridas abiertas en la cabeza, más ciertos tipos de epilepsia, no fuesen diagnosticadas. Respecto al caso de Anna O., a partir de las descripciones de Breuer y Freud y de alguna información adicional de que se dispone, algunos autores consideran que probablemente padecía epilepsia del lóbulo temporal, lo que explicaría sus problemas de visión doble o borrosa, su dificultad para reconocer caras y la orientación espacial de objetos, etc. Además, sus dificultades para hablar, que podrían estar relacionadas con una afección del área de Broca, corresponderían precisamente con las parálisis que se producían en su mano derecha (las áreas cerebrales circundantes de esta zona del lenguaje corresponden precisamente al control del movimiento del lado derecho del cuerpo). Otros casos de Freud han sido rediagnosticados como ejemplos de enfermedades neurológicas como el síndrome de Tourette.

Otra de las pacientes más famosas de Freud, Dora, fue diagnosticada inmediatamente de neurosis histérica, a consecuencia de la cual, al parecer, sufría dolores abdominales y cojeaba del pie derecho; además, tenía dificultades para respirar. Freud atribuyó esos dolores a un presunto embarazo psicológico, la cojera al pensamiento reprimido de haber dado «un paso en falso» que tuviera como consecuencia dicho embarazo, y las dificultades de respiración al trauma producido por haber asistido al jadeo de su padre mientras realizaba el acto sexual. Lo cierto es que Dora había sido diagnosticada de apendicitis y asma antes de acudir a la consulta de Freud, pero éste rechazó el diagnóstico. No es extraño que una persona que sufra de apendicitis manifieste dolores en la pierna derecha. Desde luego, la interpretación de Freud resultaba mucho más llamativa que la historia de una chica con asma y apendicitis; mucho más dramático es el caso de una chica de 14 años que, según Freud, sufría de una «inconfundible histeria». Dicha histeria parece que remitió con el tratamiento a que fue sometida por parte de Freud. A pesar de ello, la chica siguió quejándose de dolores abdominales, lo que Freud atribuyó a cierta resistencia a la curación, típica en la histeria. Lamentablemente, Freud estaba, al menos en parte, equivocado: la chica murió dos meses después de un sarcoma abdominal. Ante ello, Freud argumentó que la histeria había hecho uso del tumor para manifestarse de esa manera y no de otra. Como puede apreciarse, no era fácil que Freud reconociera sus errores. Parece ser que cualquier paciente que acudiera a su consulta debía corroborar de algún modo sus presupuestos teóricos, lo que no es más que un ejemplo de la búsqueda de verificación de hipótesis a que nos referimos anteriormente.

A pesar de lo limitado de sus logros, la apuesta de Freud era bastante fuerte: el psicoanálisis es no sólo un tratamiento eficaz para las enfermedades mentales sino, además, el único adecuado. La razón es que el psicoanálisis entra a modificar las causas originales del trastorno y no simplemente a disimular los síntomas. Veamos un ejemplo: un paciente acude a la consulta de un psicoanalista con la intención de dejar de fumar. Existen numerosos tratamientos para dicha adicción. Algunos se basan en la modificación de un comportamiento que resulta inadecuado por sus consecuencias y que el sujeto realiza en cierta forma contra su voluntad. Otros hacen énfasis en variables fisiológicas y suministran, por ejemplo, dosis sustitutorias de nicotina. Otros tratamientos pretenden convencer al paciente mediante técnicas persuasivas para que deje «el vicio». Por último, otros tratamientos pueden utilizar una combinación de los presupuestos anteriores. Para el psicoanálisis, ninguno de ellos va a la raíz del problema. El analista tal vez encuentre que la conducta de fumar de su paciente es el resultado de ciertas fijaciones producidas durante la etapa oral. El paciente fuma porque busca inconscientemente el placer a través de su boca. Si unos parches de nicotina o un tratamiento psicológico de otro tipo consiguen eliminar la conducta de fumar, desde la perspectiva del psicoanálisis estarán únicamente tapando el síntoma. La persona seguirá con su fijación oral y tratará de canalizarla de otra manera. Es decir, el psicoanálisis no pretende ser un tratamiento más sino algo único como vía de curación de los trastornos mentales. Otros procedimientos serían meros parches (de nicotina o no).

Esta pretensión de hegemonía tiene las mismas consecuencias para el tratamiento que otras pretensiones del psicoanálisis para otros aspectos de la doctrina: resulta particularmente difícil comparar la terapia analítica con cualquier otra puesto que sus intenciones son supuestamente distintas. Dicho de otra forma, no está claro cuál puede ser el criterio de éxito de la terapia analítica. Tengamos en cuenta que, según el psicoanálisis, debemos suponer que una persona que acude a un profesional para dejar de fumar y lo consigue no se ha curado (puesto que simplemente se ha librado de uno de sus síntomas), mientras que otro que sigue fumando tras dos años de análisis está, tal vez, en vías de resolver sus conflictos. Parece a veces que todo el edificio del psicoanálisis está construido para evitar que alguien pueda poner a prueba sus afirmaciones de forma objetiva.

A pesar de que no existen criterios claros de comprobación para el éxito terapéutico del psicoanálisis, puesto que parece ser parte de la propia esencia de esta disciplina no proporcionarlos, algunas asociaciones independientes se han prestado a comparar la eficacia de distintos tipos de tratamiento. En 1993 una comisión puesta en marcha por el departamento de psicología clínica de la Asociación Americana de Psicología evaluó la eficacia de distintos tipos de tratamiento psicológico. Basándose en estudios empíricos, algunos de estos tratamientos recibieron la etiqueta de «tratamientos eficaces». Eran los que habían mostrado mejores resultados que la ausencia de tratamiento, o al menos equivalentes a otros tratamientos ya establecidos. Tales resultados debían haberse demostrado al menos por parte de dos grupos de investigación independientes y las investigaciones debían contar con un número adecuado de pacientes. Es interesante hacer notar que no hubo un tratamiento psicoanalítico que entrara en esa categoría, en la que sí aparecen diversos tratamientos de naturaleza cognitivo-conductual. Cuando se relajan los criterios se demuestra la eficacia ocasional de algunos tratamientos psicoanalíticos (es decir, para ciertos trastornos pueden resultar preferibles a la ausencia total de tratamiento). Dicho de otra forma, no se ha demostrado con rigor la eficacia del psicoanálisis.

Desde luego, el tratamiento psicológico es en cierta manera diferente a otras intervenciones que pueden someterse a criterios de eficacia. Podemos decir que es como si, para arreglar el motor de un coche, la primera condición fuese que el motor deseara ser arreglado. A la hora de cuantificar la eficacia de un tratamiento psicológico es necesario tener en cuenta multitud de variables que tienen que ver con la predisposición del paciente y que no han de atribuirse exclusivamente al tipo de terapia aplicada. Si una persona acude a un terapeuta de cualquier tipo para resolver un problema, debemos suponer de antemano que tiene cierto interés por el cambio. En el ejemplo anterior, si alguien acude a una consulta para dejar de fumar, es probable que tenga cierta motivación para hacerlo. Por tanto, si un tratamiento es solamente mejor que la ausencia de tratamiento, no hay por qué atribuirle ninguna efectividad intrínseca. Diversos estudios han demostrado que el efecto placebo, es decir, la simulación de un tratamiento farmacológico, suele ser preferible a la ausencia de tratamiento en enfermedades de muy diversa índole. Es de suponer que en los trastornos psicológicos este efecto será mucho mayor.

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