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Authors: Ascensión Fumero Carlos Santamaría

Tags: #Ciencia, Ensayo, Psicología

El psicoanálisis ¡vaya timo! (4 page)

BOOK: El psicoanálisis ¡vaya timo!
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Por el contrario, la teoría psicoanalítica parece especialmente diseñada para fomentar la tendencia natural a la confirmación más que para intentar prevenirla. En el capítulo anterior nos hemos referido a los mecanismos de defensa del Yo, que le permiten a éste enfrentarse a los conflictos cotidianos. Podríamos decir que estos mecanismos son también defensores de la propia teoría psicoanalítica y permiten a los analistas enfrentarse a los conflictos teóricos que les pueden surgir en su práctica clínica.

Supongamos que un analista tiene la hipótesis de que un paciente suyo sufre precisamente de un trastorno anal retentivo de la personalidad. Dada esta situación, puede tratar de confirmar su diagnóstico preguntando al paciente, por ejemplo, si se considera una persona extremadamente ordenada. Desde luego, si el paciente responde afirmativamente, el analista dará por confirmado el diagnóstico pero, contra lo que dictaría el sentido común a la mayor parte de las personas (al menos a las que no han recibido instrucción psicoanalítica), si el paciente lo negase es posible que el analista diese también por confirmado el diagnóstico. Esto se debe a que la negación del síntoma puede haber sido motivada por la represión, uno de los mecanismos de defensa del Yo —y del psicoanálisis—. Podría suceder también que el paciente dijese: «Yo no, pero mi mujer sí es extremadamente ordenada», en cuyo caso el analista podría recurrir al mecanismo de defensa de proyección para salvaguardar su diagnóstico, y así puede actuar ante casi cualquier respuesta que reciba por parte del paciente. Si el método científico ha surgido especialmente para evitar la propensión humana a dejarse llevar por ciertos engaños e ideas previas, el método psicoanalítico parece haber surgido para fomentar dicha tendencia.

Una consecuencia de esta manera de proceder es que las hipótesis psicoanalíticas tienen un ámbito de comprobación muy amplio: no es infrecuente que una observación y su contraria vengan a
confirmar
incluso la misma hipótesis. Además, el propio afán confirmatorio que todos padecemos nos lleva a interpretar las afirmaciones amplias y generales como si fuesen muy específicas. En psicología se conoce este fenómeno como
efecto Barnum
y es el que explica, por ejemplo, que las descripciones vagas y ambiguas que suele hacer la astrología nos parezcan, a veces, descripciones exactas de nuestra personalidad. Para darnos cuenta de que no se nos está diciendo nada si alguien nos dice: «Es usted una persona sensible que unas veces se encuentra de mejor humor que otras», tenemos que pensarlo dos veces. De igual forma, un psicoanalista podrá encontrar indicios de complejo de Edipo en un hombre que manifiesta querer mucho a su madre u odiarla, haber sentido atracción por ella o repugnancia, etc. Es decir, prácticamente cualquier información confirma la existencia del complejo y ninguna demuestra su inexistencia.

Desde luego, no es así como se forma el conocimiento científico. Tal vez Freud tuvo buenas intuiciones que dieron lugar a párrafos coherentes, e incluso brillantes, pero eso no las convierte en teorías científicas. La ciencia se caracteriza por la provisionalidad de las teorías. Cualquier científico tiene en su mano elementos para refutar una teoría en su campo de especialización. Por el contrario, la intención de los psicoanalistas parece ser que nadie pueda refutar sus teorías, ni como un todo ni en alguna de sus partes. A pesar de ello, algunas propuestas del psicoanálisis parecen susceptibles de contrastación empírica y muchas han sido, efectivamente, sometidas a prueba. En este libro veremos varias de esas comprobaciones. Sin embargo, la respuesta del psicoanálisis ha sido generalmente recurrir a sus propios mecanismos de defensa; respuestas del tipo: «Pero eso no es verdadero psicoanálisis». Este tipo de respuestas recuerdan el «argumento del verdadero escocés» que podemos ejemplificar en este diálogo:

—El whisky no se debe tomar con hielo porque los escoceses no lo toman con hielo.

—Pues yo tengo un amigo escocés que siempre bebe el whisky con hielo.

—Bueno, pero un «verdadero escocés» nunca tomaría el whisky con hielo.

En este argumento, el «verdadero escocés» se define por su tendencia a beber el whisky sin hielo, y esta tendencia se ve corroborada por la existencia de esos «verdaderos escoceses» definidos por ella: es decir, el argumento es claramente circular. Este tipo de argumentos es muy frecuente en el psicoanálisis; es consecuencia, normalmente, de que tanto los datos como sus explicaciones provienen de la misma situación: la situación clínica analítica. Si un psicólogo científico pretende investigar, por ejemplo, el efecto del autoritarismo paterno sobre el comportamiento de los hijos, tratará de medir, por una parte, dicho autoritarismo en los padres y, por otra, el estilo del comportamiento de los hijos. Una vez medidas independientemente ambas cosas podrá determinar si existe o no la relación predicha. Pero un psicoanalista enfrentado al mismo problema analizará generalmente sólo a una de las partes (por ejemplo, al hijo) e inferirá del mismo conjunto de observaciones tanto los problemas del hijo como el presunto autoritarismo paterno. Esta forma de proceder conduce continuamente a la circularidad: el propio Freud explicó a veces sus fracasos terapéuticos por una necesidad del paciente de estar enfermo. Dicha necesidad, desde luego, la había identificado él mismo a partir de su fracaso terapéutico.

El filósofo Mario Bunge no duda en incluir el psicoanálisis entre sus ejemplos favoritos de pseudociencias —es decir, falsas ciencias— junto a la astrología, el creacionismo, la urología, etc. Como esas otras pseudociencias, el psicoanálisis reúne las características de ser, en sus palabras, «un montón de macanas que se vende como ciencia». Entre esas características incluye las siguientes: invocar entes inaccesibles como el Superyó; no poner a prueba sus especulaciones (no existen laboratorios psicoanalíticos); ser dogmático (es decir, no cambia sus planteamientos teóricos a partir de datos adversos); rechazar la crítica; mantener ideas incompatibles con algunos de los principios más seguros de la ciencia (por ejemplo, según el psicoanálisis, la forma en que se adquieren las neurosis viola las leyes de aprendizaje más claramente constatadas, no sólo en la especie humana sino en muchas otras); no interactuar con las ciencias realmente existentes (no muestra interés por los resultados de la psicología experimental, y sus supuestos hallazgos no se publican en revistas científicas que sigan criterios estrictos); y no requerir un largo aprendizaje (para decir que la búsqueda del placer obedece al «principio del placer» no son necesarios largos estudios psicobiológicos).

Algunos eminentes psicoanalistas han respondido a argumentos como los anteriores afirmando que el psicoanálisis posee una naturaleza distinta de las disciplinas científicas
y
no tiene por qué someterse a sus reglas y métodos. A pesar de haber tenido una formación científica, el propio Freud desdeñó en ocasiones los trabajos experimentales sobre conceptos psicoanalíticos que llegaron a sus manos. Su planteamiento era que poco podía aportar ese tipo de trabajo al conocimiento del psicoanálisis ya que, en sus propias palabras, «la riqueza de las observaciones sólidas sobre las cuales descansan mis afirmaciones las hacen independientes de la verificación experimental». Es como si alguien nos dijese que sus sólidas observaciones le hacen concluir que un kilo de madera pesa menos que un kilo de hierro, lo que hace su afirmación independiente de la báscula.

Si Freud hubiese pretendido que las aportaciones de su trabajo se valorasen exclusivamente en el ámbito de la literatura, nada tendría la ciencia que objetar. De hecho, en dicho campo literario su obra fue galardonada con la concesión del prestigioso premio Goethe. Pero Freud pretendió desarrollar, y así lo han hecho los psicoanalistas posteriores a él, una teoría sobre la personalidad y la mente, y en este campo existen otras teorías que sí se someten a las restricciones del método científico. No hay por qué tratar al psicoanálisis con mayor benevolencia, y en este libro no pretendemos otra cosa que aplicar los criterios científicos a los conceptos psicoanalíticos en la misma medida que a cualquier otra propuesta psicológica.

El sueño de la interpretación

Una tarde, una chica adolescente le contó a un señor de edad avanzada varias historias. La chica se había golpeado con la araña del techo de su casa haciéndose sangre. Además, había tenido una conversación con su madre sobre cómo se le estaba cayendo el pelo. Su madre decía que a ese paso la cabeza se le quedaría monda como un trasero. También dijo haber observado, mientras paseaba por el campo, el hueco de un árbol arrancado. Por último, la chica se había fijado en el cajón de su escritorio, tan familiar para ella que hubiese advertido cualquier cambio en su contenido.

Por su parte, el señor de edad avanzada dijo que la araña del techo era un inequívoco símbolo del pene, que produce el sangrado de la menstruación precisamente en una zona cercana al trasero mencionado por la madre. El árbol arrancado es una clara representación de la nostalgia por la pérdida de los genitales masculinos, de los que la chica podría haber gozado si fuese varón. El cajón, como cualquier recipiente, no es sino la vagina de la propia chica, en la que alguien podría advertir de algún modo la intervención ajena.

Tal vez encuentre la narración primera un tanto extraña. Las historias referidas por la adolescente son algo peculiares pues no se trata de sucesos reales sino de sueños. Mucho más llamativos son, sin duda, los comentarios del señor de edad avanzada, que no era otro que Sigmund Freud.

Uno de los aspectos más conocidos del psicoanálisis es la interpretación de los sueños. Su fama no es injusta pues Freud le dio siempre bastante importancia: los sueños eran para él una ventana abierta al inconsciente. Aunque los sueños están hechos generalmente de recuerdos del día anterior, en ellos las personas satisfacemos nuestros deseos sin que la realidad o nuestra propia conciencia nos lo impida. Además, para el analista resulta muy útil que el paciente cuente sus sueños ya que al contarlos lleva a cabo una segunda elaboración de su contenido, es decir, no los cuenta tal como sucedieron sino como son elaborados en la sesión de análisis.

Los sueños han sorprendido seguramente a las personas desde tiempos remotos y no han sido pocos quienes se han visto tentados a buscarles alguna interpretación, a menudo como premoniciones de lo que podría suceder o incluso como vía de comunicación con la divinidad o con entes de otro mundo. Freud no atribuyó a los sueños estas propiedades, pero no por ello los abordó de manera menos mitológica. La razón para ello es que el inconsciente no se expresa en el sueño de una manera directa y simple sino a través de un lenguaje metafórico. Estudios recientes indican que menos del 10% de los sueños tiene contenido sexual; sin embargo, el psicoanálisis interpreta la mayor parte de los sueños como relacionados íntimamente con el deseo sexual. Esto no es una contradicción para el psicoanálisis, precisamente porque los sueños no hablan claro. En ninguno de los sueños que aquella adolescente contó a Freud hay referencia directa al sexo; sin embargo, todos ellos fueron interpretados por él como expresiones de clara referencia sexual. El problema con este tipo de interpretaciones es que cuesta establecer si la orientación hacia la sexualidad está en la mente de la paciente o en la del analista.

No existen pautas generales para la interpretación de los símbolos que aparecen en los sueños, pero algunos resultan inequívocos para un psicoanalista. Por ejemplo, los objetos alargados suelen representar el órgano sexual masculino, mientras que los redondeados y huecos representan el femenino. Esta interpretación metafórica no es, desde luego, exclusiva del trabajo de Freud. El lenguaje cotidiano suele emplear metáforas de este tipo para referirse, indirectamente, a los genitales o para evitar palabras malsonantes. Incluso algunos estudios lingüísticos recientes indican que el género gramatical masculino se aplica en castellano, por regla general, más bien a objetos puntiagudos y angulosos, mientras que el femenino tiende a aplicarse a objetos redondeados (por ejemplo: el tenedor y la cuchara).

Pero las metáforas son amigas desleales para los científicos. Cualquier sueño puede incluir objetos alargados o redondeados, sobre todo si el criterio es tan amplio que incluye una lámpara de araña entre las posibles representaciones del pene. Usted puede hacer el ejercicio de mirar a su alrededor y pensar cuántos de los objetos que ve podrían interpretarse como símbolos sexuales en caso de que soñara con ellos… ¡y con algo hay que soñar! Además, el sueño pasa por varias reinterpretaciones entre la cama del paciente y el informe del psicoanalista. En primer lugar, Freud, a diferencia de otros investigadores anteriores que habían trabajado en la interpretación de los sueños —y, desde luego, todos los científicos posteriores—, nunca se preocupó por recoger la información del sueño tan pronto como tenía lugar. El paciente no tiene una libretita en la mesilla de noche para anotar sus sueños nada más despertarse, sino que se los cuenta al analista durante la sesión, días, meses o años después. La memoria humana no es una cinta de grabación. Cada vez que traemos un suceso a la conciencia lo reinterpretamos de alguna manera, especialmente cuando el suceso recordado no es especialmente coherente, y ése es el caso de los sueños. Al recordarlos, les aportamos una coherencia de la que probablemente carecían en origen. Y al referirlos al analista, volvemos sobre este proceso de elaboración. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que la mayoría de los pacientes que acuden a las sesiones de psicoanálisis ha leído algo sobre teoría freudiana, lo que les llevará a seleccionar unos materiales oníricos y no otros en función de las expectativas atribuidas al analista.

El estudio de los sueños es un buen ejemplo de la diferencia de ritmo entre la investigación científica y la pseudocientífica. En su extensa obra del año 1900,
La interpretación de los sueños,
Freud tuvo oportunidad de elaborar una explicación bastante completa sobre los sueños. Por el contrario, la ciencia sigue actualmente sin tener demasiado clara la función de los sueños y el origen de su contenido. Eso sí, desde aquella obra de Freud el psicoanálisis apenas ha añadido otras aportaciones que notas a pie de página. A partir del descubrimiento de las fases del sueño REM y no REM, en la década de 1950, se han producido numerosos avances tanto en el campo de la neurociencia como de la psicología. Pero como la ciencia no es dogmática, a diferencia de la pseudociencia, aún no existe acuerdo sobre algunos puntos.

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