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Authors: Ascensión Fumero Carlos Santamaría

Tags: #Ciencia, Ensayo, Psicología

El psicoanálisis ¡vaya timo! (2 page)

BOOK: El psicoanálisis ¡vaya timo!
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En la teoría de Freud casi no queda lugar para la casualidad. Si olvidamos un objeto, tal vez nos queríamos desprender de él o que llegase a manos de otra persona. Entre estos actos fallidos los más relevantes son los lapsus lingüísticos, esos errores que nos comprometen a veces y que con cierta frecuencia ponen en evidencia a los políticos ante los medios de comunicación. Un político conocido por su tendencia a cometer este tipo de errores es George W Bush. Preguntado, por ejemplo, por la aplicación de la pena capital como gobernador de Texas, dijo: «Creo que no condenamos a muerte a ningún culpable… quiero decir, inocente». En otra ocasión, Bush afirmó que su gobierno no dejaba de pensar en cómo causar «daño a nuestro país y a nuestro pueblo». Estos comentarios provocan la risa de los asistentes a sus conferencias, pero si a ellas acudiese algún psicoanalista sacaría además una conclusión adicional: en sus errores George W. Bush estaría comunicando sus verdaderas intenciones, tal como están registradas en su inconsciente. Es decir, en las adecuadas circunstancias, podría inferirse que Bush pensaba en el fondo que ningún condenado merecía serlo y que su gobierno era dañino para el pueblo americano.

El método propuesto por Freud consistía, por tanto, en analizar los contenidos del inconsciente en cada persona. Junto con la asociación libre y la observación de los lapsus y actos fallidos, otra vía de acceso al inconsciente es la interpretación de los sueños. Durante el sueño, el inconsciente se expresa sin las restricciones impuestas por la voluntad durante la vigilia. Por tanto, en los sueños cumplimos simbólicamente los deseos que no podemos satisfacer cuando estamos despiertos. Todos los sueños serían, según Freud, realizaciones de deseos. Si nos acostamos con hambre, tal vez soñemos que comemos; si por la mañana deseamos seguir durmiendo, es posible que soñemos que nos levantamos y vamos al trabajo o al centro de estudio mientras permanecemos en la cama. Por supuesto, otras necesidades fisiológicas nos harán soñar en consecuencia.

Freud planteaba que no sólo este tipo de sueños consisten en la satisfacción de nuestros deseos, sino que todos los sueños tendrían esa finalidad. La clave es que los deseos que se satisfacen no son habitualmente conscientes sino inconscientes. Por tanto, alguien puede soñar con el fallecimiento de un ser querido y verse en el sueño sumido en una profunda tristeza. Esto podría significar, sencillamente, que para esta persona dicho familiar está suponiendo un obstáculo para sus intereses y en cierto modo le gustaría que desapareciese de su vida. Así, en la teoría de Freud, los contenidos inconscientes son los que tienen mayor interés para el analista.

En un principio Freud propuso que la mente se compone de tres niveles:
consciente, preconsciente
e
inconsciente.
La conciencia está relacionada con la percepción del mundo exterior. Si alguien nos pregunta en qué estamos pensando podemos informarle de ello sin dificultad. El preconsciente es aquello que no se encuentra directamente en la conciencia pero que puede llegar a ella en cualquier momento por mediación de la voluntad de la persona. La información inconsciente, por el contrario, tiene vedado el acceso a la conciencia porque ha sido relegada por efecto de la represión.

Para Freud, el inconsciente es la instancia más relevante del aparato psíquico. El hecho de que cualquiera de nosotros demos cotidianamente mayor importancia a los contenidos de la conciencia que a los inconscientes se debe simplemente a la dificultad de acceder a éstos. Es frecuente utilizar la metáfora de un iceberg para expresar la organización del aparato psíquico. La conciencia sería sólo la punta de ese iceberg que sobresale por encima del nivel del mar. Como todos podemos verla, es probable que le atribuyamos gran importancia, a pesar de que la masa oculta del iceberg que se halla bajo el nivel del mar —el inconsciente— sea mucho mayor.

Posteriormente, Freud estableció una nueva distribución u organización del aparato psíquico en tres instancias: el Ello
(Id),
el Yo
(Ego)
y el Superyó
(Superego).
El Ello es el componente original de nuestra mente, lo único que se encuentra ya allí cuando nacemos. Está orientado a satisfacer las necesidades propias y se rige por el principio del placer. Así, el recién nacido se preocupa exclusivamente por sí mismo. Llora cuando tiene hambre o cuando tiene sed y no le importa si hay comida o agua a mano o si sus padres tienen algo mejor que hacer en ese momento. Es decir, el Ello no participa del principio de realidad (es decir, no admite que el mundo exterior limite, ni siquiera momentáneamente, sus deseos). El Yo se conforma en los tres primeros años de edad. En ese momento el niño empieza a establecer un compromiso con la realidad: una especie de pugna con el exterior. Se da cuenta de que no siempre puede satisfacer sus necesidades y deseos, y de que otros también pueden tener deseos e necesidades.

La más tardía de las instancias psíquicas, según Freud, es el Superyó, que empieza a desarrollarse a partir de los cinco años. El Superyó es la interiorización de las normas de nuestra sociedad tal como nos las transmiten nuestros padres o cuidadores. En cierta forma, el Superyó sustituye el papel de estas personas dentro de nuestra mente y es lo que hace que podamos sentir que está mal hacer ciertas cosas aunque nadie nos observe. Si los niños empiezan a cumplir las normas cuando nadie los mira, es por la presencia del Superyó dentro de ellos.

La labor del Yo es bastante complicada: tiene que satisfacer, en la medida de lo posible, los impulsos y deseos del Ello sin caer en la reprobación del Superyó. Desde luego, el Yo pasará por muchas dificultades en esta tarea. Para resolverla, desarrollará una serie de mecanismos de defensa que le permitan enfrentarse a los conflictos más comunes de la vida. Supongamos, por ejemplo, que una persona tiene problemas con su jefe. Evidentemente, no buscará soluciones que tal vez le lleven a perder el trabajo y tratará de salir de la situación de la forma menos dolorosa recurriendo a diversos mecanismos de defensa. Por ejemplo, negar que exista algún problema con su jefe o desplazar la ira que le produce la situación y pegarle a su perro cuando llegue a casa. También podrá intelectualizar la situación hablando continuamente de la complejidad de las relaciones laborales, como si fuese algo abstracto que a él no le afecta. También podrá proyectar sus propios impulsos en otra persona, explicando lo mal que se llevan algunos compañeros de trabajo con su jefe, o racionalizar el conflicto buscando una causa lógica de su disconformidad en el trabajo que sustituya a la real (por ejemplo, que es una persona que merece un trabajo mejor y que por esta razón no está satisfecha en el suyo). Utilizará la formación reactiva si, por ejemplo, llega un día diciendo que su jefe es una persona magnífica y un verdadero amigo, es decir, adoptando la creencia contraria a la que le produce ansiedad. Tal vez vuelva a estadios más elementales de su desarrollo vital y se comporte en la oficina como un niño de parvulario (lanzando papeles, etc.); en este caso se dirá que ha utilizado el mecanismo de regresión. También puede reprimir algunos de sus recuerdos trasladándolos así al inconsciente (si esto se hiciera de forma voluntaria, se habla de supresión), o sublimar esos recuerdos apuntándose a un gimnasio para sudar su agresividad al salir del trabajo.

Una de las ideas más famosas de Freud es que el desarrollo de la personalidad humana pasa por distintos estadios. El primero de ellos es la
etapa oral,
que cubre aproximadamente el primer año y medio de vida del niño. Como hemos visto, a esa edad el niño se rige por el principio del placer y lo busca especialmente a través de la boca, mediante la succión nutritiva y otras actividades orales. La resolución inadecuada de esta etapa puede llevar a una fijación o a que presente una personalidad oral en su edad adulta. Las fijaciones orales se manifiestan en costumbres como morderse las uñas, fumar o comer compulsivamente. La personalidad oral se caracteriza, según Freud, por una extremada dependencia de los otros o, por el contrario, por una notable agresividad.

Durante el siguiente año y medio, es decir, hasta los tres años de edad, el niño focaliza su búsqueda del placer en la retención y expulsión de sus heces: es la
etapa anal.
Dado que el asunto de las heces cae muy directamente bajo el control paterno (los padres procuran que a partir de cierta edad los niños hagan sus necesidades como es debido), no es infrecuente que las fijaciones de esta etapa den lugar a personalidades perfeccionistas y obsesionadas con la limpieza: son los anales retentivos. Sin embargo, también es posible que aparezcan sujetos con fijaciones anales expulsivas, los cuales son desorganizados y, tal vez, poco limpios.

La etapa más importante es, quizá, la que transcurre aproximadamente entre los tres y seis años: la
etapa fálica.
En esta etapa, la zona erógena (principal fuente del placer sexual) se traslada a los genitales. Como es sabido, Freud defendió que durante esa etapa los niños desarrollan un importante impulso sexual hacia sus madres conocido como
complejo de Edipo.
La resolución de este complejo es, según Freud, un momento crucial en el desarrollo infantil. El niño varón se enfrenta a una batalla necesariamente perdida, en la que el padre saldrá vencedor debido a su superioridad física. El deseo de matar al padre para eliminar a un rival incomodísimo habrá de ocultarse necesariamente mediante la represión, y el niño albergará un persistente temor a que descubran sus deseos y se venguen de él mediante la castración. De la adecuada resolución de este conflicto depende en gran medida que la vida adulta sea la de una persona equilibrada. Normalmente, los niños reconocen su derrota frente a sus padres y tratan de identificarse con ellos, desarrollando comportamientos masculinos. La resolución inadecuada del conflicto puede llevar a todo tipo de perversiones sexuales, desde la erotomanía (u obsesión por el sexo) a la inapetencia y la homosexualidad. Algunos psicoanalistas consideraron que un proceso semejante podría producirse en las niñas hacia sus padres y llamaron a este proceso complementario
complejo de Electra.
Sin embargo, Freud rechazó siempre esta idea. Según él, las niñas también se sienten inicialmente atraídas por sus madres y sólo posteriormente por sus padres; y aun entonces, de una forma mucho más recatada que los varones.

Después de esta etapa tan agitada aparece lo que se conoce como
período de latencia,
en que el deseo sexual está claramente reprimido. Es esa época, justo hasta la pubertad, en que los niños y niñas prefieren pasar la mayor parte del tiempo con miembros de su propio sexo.

La última etapa, a partir de la pubertad, es la que se conoce como
etapa genital.
En ella, el adolescente dirige su deseo generalmente hacia miembros del sexo opuesto y elige los genitales como zona erógena principal.

Tanto la práctica como la investigación psicoanalítica surgen de la situación clínica, es decir, del encuentro entre el paciente y el analista, relación que es uno de los fenómenos más estudiados dentro del psicoanálisis. Se supone que durante el análisis el paciente proyecta inconscientemente sobre su analista gran cantidad de sentimientos, deseos y pensamientos, que en ocasiones pueden haber permanecido ocultos desde la infancia: se trata del fenómeno de la
transferencia.
En el mejor de los casos, el paciente transfiere al analista el papel de la figura paterna, es decir, aquello que posteriormente se integrará en su Superyó. A través del análisis, el terapeuta puede utilizar esta posición para reconducir adecuadamente el Superyó del paciente y tratar de librarlo de las neurosis producidas por la inadecuada resolución previa de sus conflictos. En otros casos se producirá un fenómeno de
contratransferencia,
donde es el terapeuta quien transfiere sus sentimientos hacia el paciente. La obligación de que el propio analista se haya sometido previamente a un riguroso psicoanálisis tiene como objeto controlar este tipo de fenómenos.

Lo que dijeron después de Freud

Al fundar el psicoanálisis, Freud rompió con todos sus maestros y con los compañeros de su primera época. Particularmente, rechazó los métodos de Charcot y se enfrentó violentamente a Breuer. En su última época volvió a romper con sus más importantes discípulos. Freud no admitió nunca las críticas que algunos de sus seguidores vertieron sobre su teoría. Así surgieron las principales escuelas psicoanalíticas de la primera época. Más que un proceso de evolución científica fue una especie de cisma entre distintas sectas. Alfred Adler y Cari Jung fueron los principales discípulos directos. Muchos habían pensado que uno de los dos, tal vez especialmente el segundo, debía heredar el trono del imperio psicoanalítico, pero los dos se enfrentaron a Freud al tratar de introducir matices teóricos más o menos amplios en el psicoanálisis.

Adler siguió a Freud en la idea de que las experiencias de la primera infancia marcan el desarrollo de la personalidad. Al igual que Freud, Adler concedía gran importancia a las motivaciones inconscientes y se valía de la interpretación de los sueños. Sin embargo, quitó importancia a la sexualidad, y la libido dejó de ser la principal fuente de energía del cambio evolutivo. De este modo, rechazó las etapas del desarrollo psicosexual propuestas por Freud y negó la universalidad del complejo de Edipo. A cambio, el principal motor del desarrollo humano pasó a ser social más que biológico. Desde la infancia, según Adler, todos estamos dominados por sentimientos de inferioridad que tratamos de compensar a veces con demostraciones de superioridad. Lo que en Freud era un impulso biológico que surge del interior del individuo, la energía sexual, en Adler adquiere un carácter sociocultural: el niño se siente inferior a los demás y esto le marcará para siempre. La lucha contra este complejo de inferioridad lleva, según Adler, a la paradójica consecuencia de que las personas con defectos visuales pueden llegar a ser grandes pintores, los sordos grandes músicos y los tartamudos excelentes oradores.

En 1910 Freud fundó la Asociación Psicoanalítica Internacional y puso como presidente a Cari Gustav Jung. Cuatro años después, éste abandonó la presidencia y se dio de baja como miembro de la sociedad, pues había roto definitivamente con Freud. Como Adler, Jung restaba importancia a la libido como energía sexual. Por el contrario, abogaba por la existencia de una «energía de los procesos de la vida» que podía manifestarse tanto sexualmente, como planteaba Freud, como a través del complejo de inferioridad, como proponía Adler, o de otras formas. Curiosamente, una de las principales críticas de Jung hacia Freud es que éste daba escasa importancia al inconsciente. Para Jung, el inconsciente es el verdadero objeto de estudio de la psicología, y en su análisis debe evitarse en la medida de lo posible la participación de la conciencia. Toda la cultura y hasta la historia de la humanidad penetra en nosotros a través del inconsciente, un
inconsciente colectivo
donde residen los arquetipos. Estos son ideas globales, comunes a toda la sociedad y que nos sirven para entender el mundo, similares a las pautas de comportamiento que, según la etología, comparten los miembros de una misma especie. Aunque son inconscientes, pueden fundamentar conceptos generales, como la asociación entre vejez y sabiduría. Las imágenes arquetípicas, según Jung, afloran a veces en los sueños y otras manifestaciones del inconsciente. Por una parte, Jung es, quizá, entre los psicoanalistas de los primeros tiempos, el más cercano a la psicología científica de la personalidad, para la cual acuñó conceptos como
introversión y extraversión.
Por otra, fue un claro defensor de las interpretaciones místicas obtenidas de fuentes tan diversas como las filosofías orientales o la alquimia.

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