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Authors: Ascensión Fumero Carlos Santamaría

Tags: #Ciencia, Ensayo, Psicología

El psicoanálisis ¡vaya timo! (5 page)

BOOK: El psicoanálisis ¡vaya timo!
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La investigación de los sueños es compleja. Para realizarla en situaciones controladas es necesario disponer de laboratorios en los que las personas puedan dormir. Además, los sueños son relativamente espontáneos y los investigadores pueden tener dificultades para establecer el momento de su aparición. Sin embargo, algo se ha avanzado. Parece que durante el sueño existe cierta desconexión entre distintas zonas del cerebro. En concreto, las que almacenan los recuerdos de los hechos vividos durante el día, las imágenes observadas, etc., quedan aisladas hasta cierto punto de las áreas de la corteza cerebral relacionadas con la planificación y la interpretación. Una hipótesis sobre la experiencia onírica es que en nuestro cerebro se activan imágenes y experiencias de una manera bastante descontrolada y casi azarosa. Nuestra mente, privada en gran parte de la estimulación sensorial externa y de los parámetros temporales y espaciales, recibe una serie de datos inconexos a los que trata de dar sentido de alguna manera. Desde luego, esta visión del mundo de los sueños es menos atractiva que la que proponía que durante ellos las personas tratan de satisfacer sus más oscuros deseos. Sin embargo, esta atractiva hipótesis —la psicoanalítica— es una pura elucubración sin fundamento científico alguno. Además, tampoco queda claro cuál es el propósito de que en los sueños nuestro cerebro represente simbólicamente realizaciones de deseos. Deberíamos pensar entonces que durante miles de años, en las frías noches de la sabana africana, los seres humanos han estado produciendo una serie de mensajes en clave que habían de esperar al feliz descubrimiento del psicoanálisis para ser descifrados.

Desde el punto de vista del psicoanálisis no queda claro el objetivo de los sueños: ¿por qué soñamos? En principio, cabría plantear dos posibilidades: o bien la mente obtiene algún beneficio de la realización de los deseos no satisfechos durante la vigilia, o bien no lo obtiene. En caso de obtenerlo, tales realizaciones se harían de forma inteligible para el sujeto. Es decir, si una persona saca algún provecho de soñar con los genitales masculinos, no soñaría con una lámpara de araña. Si no obtuviera un beneficio, ¿qué objeto tendría soñar con elementos en clave que habrían de esperar hasta finales del siglo XIX para cobrar sentido?

Nada es lo que parece: el inconsciente

Con cierta frecuencia, en realidad casi todos los días, María pasa un rato dedicada a una curiosa actividad. Ella no lo recuerda pero cuando tenía cinco años la realizó por primera vez junto a su padre. María ni siquiera sabe cómo es capaz de hacerlo. Podría decirse que algunas de las cosas que hace durante ese rato son totalmente inaccesibles a su conciencia. Si le preguntamos el procedimiento que sigue, le costará bastante darnos una explicación. Es más, según los hallazgos de la neuropsicología moderna, si María tuviese una lesión en ciertas zonas del cerebro, ni siquiera sería capaz de nombrar esa actividad ni de recordar haberla realizado alguna vez en su vida, pero sería capaz de seguir haciéndola exactamente de la misma forma. Tal vez usted se sienta defraudado al saber que la actividad a la que nos referimos es la de montar en bicicleta.

Todos realizamos diariamente actividades de las que no recordamos el momento en que las aprendimos y que realizamos de forma automática y sin conciencia expresa del procedimiento. Tal vez por ser evidente, este hecho no ha recibido una especial atención en la historia del pensamiento, aunque muchos autores se han referido a él. Spinoza, por ejemplo, decía que «los hombres creen ser libres simplemente porque son conscientes de sus acciones e inconscientes de las causas por las cuales están determinadas estas acciones». Pero todo el mundo asocia el descubrimiento del inconsciente con la figura de Sigmund Freud. Quizá la principal razón sea que nunca empleó ejemplos tan triviales como montar en bicicleta.

La actual psicología cognitiva ha estudiado muy extensamente gran cantidad de procesos inconscientes, pero nunca ha especulado con la existencia de una entidad casi con vida propia, como una especie de hombrecillo que vive dentro de nosotros, como hace el psicoanálisis, un hombrecillo pícaro y egoísta que busca el placer por encima de todo y que a menudo nos juega malas pasadas, como en lapsus lingüísticos como éste:

—¿Estado civil?

—Cansado.

Freud trató de explicar errores de este tipo al suponer que en ellos emergen elementos reprimidos de nuestra conciencia. Cuando alguien comete un lapsus como el anterior estaría abriéndonos una ventana a su inconsciente, es decir, a sus verdaderos deseos ocultos. Por ejemplo, la persona que responde «cansado» a la pregunta por su estado civil estaría expresando en realidad algo que es incapaz de reconocer conscientemente: que se encuentra harta de su matrimonio. En este sentido, el lapsus freudiano es un acto impúdico: nudismo mental. Quien comete uno de estos lapsus está mostrando algo que le gustaría ocultar o incluso que él mismo desconoce. La explicación de los lapsus lingüísticos es un buen ejemplo de la concepción del psicoanálisis de la estructura de la mente como una especie de campo de batalla con tres bandos: el Yo trataría de expresarse de una forma más o menos razonable, el Superyó procuraría evitar que se dijesen cosas inapropiadas o contrarias a las convenciones sociales, y el Ello, el hombrecillo malicioso, se colaría por las rendijas para hacer ver a todo el mundo sus verdaderas intenciones. Como un exhibicionista, aprovecharía cualquier descuido del hablante para proclamar: «No soporto a mi mujer», y salir corriendo.

El estudio de los errores es una buena fuente de información sobre el funcionamiento de cualquier proceso. La forma como se producen los olvidos nos dice mucho sobre el funcionamiento de la memoria y las falacias en que incurren las personas nos hablan de cómo hacen para razonar cotidianamente. En el estudio de la producción del lenguaje, una de las fuentes de información más utilizada ha sido tradicionalmente la de los lapsus lingüísticos. Las explicaciones de la psicología científica no son aquí tampoco tan llamativas como las del psicoanálisis, pero son la base de algunos de los principales modelos teóricos sobre producción del lenguaje, es decir, sobre cómo hacemos para hablar. En estos modelos se contemplan varios niveles o subprocesos que operan de modo más o menos independiente y dan lugar a interesantes influencias mutuas. Por ejemplo, en la producción errónea de la palabra «cansado» influiría especialmente el nivel fonológico, puesto que esta palabra se parece mucho a «casado», que sería la producción correcta. Evidentemente, una persona soltera, por más harta que esté de su soltería, no dirá que su estado civil es «cansado» en lugar de «soltero». El parecido entre el sonido de las palabras tiene una gran relevancia en los lapsus lingüísticos y así se ha demostrado en numerosos estudios (eso sí, estudios que emplean un adecuado control experimental y que no se basan en meras intuiciones realizadas en un despacho o junto a un diván).

Esto no quiere decir que el nivel fonológico sea el único que interviene en los errores lingüísticos. También lo hace en gran medida el nivel semántico o del significado. Por ejemplo, si manipulamos adecuadamente el contexto de una frase, puede suceder que cualquier palabra introducida en dicho contexto adquiera el significado que propicia la frase. Si decimos: «Entre los milagros de Jesucristo se encuentra hacer hablar a los ciegos», usted se dará cuenta de que es necesario pensar dos veces esta frase para advertir que el hecho de que hablen los ciegos no es un fenómeno particularmente milagroso. En los errores de comprensión y producción del lenguaje participan, por tanto, elementos relacionados con el contexto y éste se ve influido por las intenciones del hablante, pero esto no significa que los lapsus sean manifestaciones de una voz oculta dentro de nosotros. Muy recientemente, la ministra de Agricultura y Pesca del gobierno de España tuvo la triste misión de decir unas palabras sobre unos pescadores desaparecidos en el mar. En tal circunstancia cometió un lapsus al decir que aún se albergaban esperanzas de «encontrar con vida a los cinco cadáveres» de los marineros desaparecidos. Evidentemente, en este lapsus influye su propio pensamiento sobre la dureza de la situación (factores semánticos y de expectativas), pero en ningún modo se le puede atribuir algún tipo de intención oculta y maligna sobre el destino de los pescadores.

Como hemos dicho, múltiples actividades cotidianas se realizan de forma inconsciente. Entre ellas, casi todas las que tienen que ver con la comprensión y producción del lenguaje. Nadie busca el significado de las palabras en su mente de una forma consciente e intencional como lo haría en un diccionario. En realidad, no sabemos cómo lo hacemos y tampoco cómo somos capaces de darnos cuenta inmediatamente si en una oración aparece un error de sintaxis. Por ejemplo, si una frase empieza diciendo: «Pedro venía por…» el oyente espera una designación de lugar o de tiempo (como «la calle» o «la tarde») porque la frase demanda un complemento circunstancial y resultaría muy extraño que apareciera cualquier otra cosa (como «Pedro venía por favor»). Pero para hacer esto no es necesario llevar a cabo un análisis sintáctico consciente de la estructura de la frase. Cualquier persona es capaz de asimilar la sintaxis de su lengua nativa sin esfuerzo y mientras realiza cualquier otra tarea. Podemos hablar mientras caminamos, conducimos o vemos la tele. Este proceso es lo bastante llamativo, cuando pensamos detenidamente en él, como para no tener que recurrir a la existencia de un inconsciente intencionalmente malicioso para que el estudio de la mente nos resulte estimulante.

Es inexacta la afirmación por parte del psicoanálisis de que la psicología científica ha excluido lo inconsciente de su objeto de estudio. Tal vez el error provenga de que durante mucho tiempo la psicología científica ha estado dominada por la corriente conductista, la cual consideraba que sólo la conducta observable podía ser un riguroso objeto de estudio. Sin embargo, ni siquiera los conductistas más radicales como Skinner negaron la existencia de variables inconscientes. En sus propias palabras, «todo comportamiento es fundamentalmente inconsciente, en el sentido de que se elabora y se mantiene aprovechando unas contingencias eficaces incluso cuando no son objeto de ninguna observación ni de ningún análisis». Es cierto que la psicología científica ha recurrido esencialmente al comportamiento observable como principal resultado medible de la actividad mental: no podía ser de otra forma si se querían obtener resultados objetivos. Pero a partir de estos datos se han desarrollado, sobre todo en los últimos años, interesantes conjeturas y teorías sobre el funcionamiento, tanto consciente como inconsciente, de la mente.

La diferencia esencial entre la concepción psicoanalítica del inconsciente y el punto de vista científico sobre los procesos no conscientes es que el psicoanálisis dota al inconsciente de una especie de vida propia, mientras que la psicología científica no lo trata como una entidad independiente sino como una característica de ciertas actividades, por lo demás bastante frecuentes. Sin embargo, aquello de lo que no tenemos conciencia parece gozar popularmente de un estatus especial, casi fantasmagórico, lo que hace que a veces se propaguen ideas inexactas sobre el poder real de lo inconsciente.

A finales de la década de 1950 se hicieron muy populares los resultados de un trabajo realmente novedoso en el campo de la publicidad llevado a cabo por James Vicary, que no era psicólogo sino un investigador de mercados. Durante la proyección de una película se proyectaron, supuestamente, anuncios de una famosa bebida carbónica («Beba Coca-Cola»). Lo novedoso era que los anuncios eran proyectados durante menos de una décima de segundo y a intervalos de cinco segundos. En una proyección tan rápida, los espectadores no llegaban a tener conciencia de haber visto el mensaje publicitario; sin embargo, al parecer, el consumo de esta bebida aumentó notablemente después de la proyección. La mayor parte de los experimentos psicológicos no adquiere relevancia social alguna; sin embargo, hay experimentos como éste que acabamos de citar que ejercen un notable impacto popular e incluso consiguen cambiar las leyes de algunos países, a pesar de que no se han realizado nunca o sus resultados han sido claramente tergiversados. En efecto, varios países se apresuraron a desarrollar una legislación sobre publicidad subliminal. No podía consentirse que los consumidores fueran marionetas en manos de aquellos publicistas capaces de hurgar directamente en su inconsciente. Los resultados no pudieron reproducirse nunca y el propio autor del estudio afirmó que la difusión de aquellos resultados no era sino una campaña publicitaria de la propia bebida que se anunciaba, pero no por esto se detuvieron los planteamientos
conspiranoicos
sobre cómo podíamos ser manipulados por gobiernos, sectas y multinacionales mediante la publicidad subliminal.

Esto no quiere decir que la información subliminal no pueda tener algún efecto sobre la conducta, pero tal efecto no tiene un carácter demasiado especial respecto a la información conscientemente percibida. Numerosos estudios (probablemente miles) indican que la lectura o audición de palabras, así como la visión de rostros u otros objetos, puede afectar a una tarea posterior por un efecto de anticipación. Es decir, si nos presentan, por ejemplo, una palabra durante un período de tiempo tan corto que no fuésemos conscientes de haberla percibido, esta palabra no por ello dejará de influir en el tiempo de lectura de la siguiente palabra presentada en una serie (por ejemplo, leeremos «blanca» más rápido después de leer «nieve» que después de leer «noche»). Pero en ningún modo lo hará en mayor medida de lo que lo haría la misma palabra presentada durante un intervalo lo bastante largo como para ser percibida conscientemente.

En un estudio reciente dirigido por el profesor Winkielman, de la Universidad de California en San Diego, se presentó a un grupo de personas fotografías de caras, sonrientes una veces y enfadadas otras, y se midió la cantidad de refresco que esas personas se servían después de cada presentación. Parece ser que las caras sonrientes inducían un estado de ánimo más afable y que esto afectaba al comportamiento aumentando la cantidad de bebida ingerida. Sin embargo, sólo sucedió cuando los participantes en aquella investigación tenían sed. Nadie pudo ser sugestionado sin sed mediante información subliminal. Además, la percepción consciente de rostros alegres influye también de igual manera (como saben todos los anunciantes, que no suelen utilizar caras depresivas en sus anuncios). En la información inconsciente no parece haber nada tan extraordinario que pueda anular nuestra voluntad.

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