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Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

El Reino de los Muertos (38 page)

BOOK: El Reino de los Muertos
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—Has dicho que podía ayudarte. ¿A qué te referías? —preguntó por fin.

—Me explicaré, pero antes dime algo. ¿Esta sociedad secreta tiene un símbolo?

Vaciló de nuevo.

—Nuestro símbolo es un círculo negro. Es el símbolo de lo que nosotros llamamos el sol nocturno.

Por fin había encontrado la respuesta a aquel enigma. Le cité sus propias palabras: «El sol descansa en Osiris, Osiris descansa en el sol».

Me miró de reojo.

—Amigo mío, he de preguntarte esto: cuando describí la talla con el disco solar destruido, y cuando te pregunté por el eclipse, y fuimos a los archivos astronómicos, tuviste que reconocer la relación. ¿No es eso cierto?

Asintió compungido.

Lo dejé colgando unos instantes en el gancho afilado de su culpa.

—¿Qué significa? —pregunté por fin.

—En su forma más sencilla, significa que, en la hora más oscura de la noche, el alma de Ra se reúne con el cuerpo y el alma de Osiris. Esto permite a Osiris, y a todos los muertos de las Dos Tierras, renacer. Es el momento más sagrado y profundo de toda la creación. Pero nunca ha sido presenciado por ningún mortal. Es el mayor de todos los misterios.

Guardó silencio un momento, sin querer mirarme a los ojos.

—Te lo había preguntado ya, y no me contaste este detalle crucial. Podría haber identificado a Sobek mucho antes. Podría haber salvado vidas.

Mi amigo se sintió frustrado de nuevo.

—¡Somos una sociedad secreta! ¡La palabra clave es «secreta»! En aquel momento, no se me ocurrió ningún motivo de peso para traicionar los sagrados juramentos que presté.

—Pues resulta que te equivocaste —repliqué.

Debo reconocer que parecía consternado.

—Da la impresión de que no podemos controlar ni las consecuencias de nuestros actos más ínfimos. Yo intento controlar mi vida, pero ahora veo que la vida me controla a mí. En momentos como este, experimento la sensación de que mi conciencia está manchada con la sangre de gente inocente.

—No es verdad, pero si lo que necesitas es redención moral, ayúdame ahora. Por favor.

Asintió.

—Supongo que, por pura lógica, Sobek está trabajando para Ay o para Horemheb, lo más probable para este último, porque sale muy beneficiado de la muerte del rey.

—En tal caso, es fundamental atraparlo antes de que siembre más caos. La nave capitana de Horemheb está amarrada junto al palacio de Malkata. Ha propuesto matrimonio a Anjesenamón. Ella está meditando su decisión.

—Que los dioses nos salven de tal destino. Cuéntame tu plan —pidió en voz baja.

—Creo que Sobek está obsesionado con visiones. También creo que está fascinado por los misterios y las sustancias alucinógenas. Da la impresión de que también está intrigado por lo que ocurre en el momento que separa la vida de la muerte. Creo que ese es el motivo de que drogue a sus víctimas y las observe mientras mueren. Está buscando algo en ese momento. Podría compararse con los intereses de tu sociedad secreta: el momento de la oscuridad y la renovación.

Najt asintió.

—Pentu, el médico del rey, me habló de que existe otro hongo, muy raro, que según dicen concede el poder de la visión inmortal. Dijo que solo se sabe de él que crece en las lejanas regiones boreales del mundo. ¿Sabes algo de esto?

Najt asintió.

—Desde luego. Se menciona en los libros secretos. Puedo proporcionarte información mucho más detallada. Dicen que se trata de un hongo de sombrero rojo, que solo florece en bosques lejanos de árboles plateados de hojas doradas. Su existencia es muy controvertida. Nadie ha sostenido algo semejante en la mano. En cualquier caso, dicen que es el medio utilizado por sus sacerdotes para morir al mundo, experimentar una visión de los dioses y volver a la vida. También dicen que, utilizado de manera incorrecta, es un poderoso veneno que provoca locura. Siempre lo he considerado una especie de fábula esotérica de esclarecimiento espiritual, antes que algo existente en el mundo real.

—Lo que importa ahora es que podría existir, y que si alguien poseyera dicho hongo, sería un objeto de fascinación obsesiva para un hombre como Sobek. A veces, una visión es más poderosa que la propia realidad… —dije.

Najt meneó la cabeza con escepticismo.

—Tu plan depende de algo que no existe.

—Sobek ha utilizado el poder de la imaginación contra nosotros. Por lo tanto, es una especie de justicia poética utilizarlo contra él, ¿no crees?

—Vivimos en un mundo muy extraño —contestó—. Detectives medjay que describen su trabajo en términos de poesía y justicia.

Hice caso omiso de su ocurrencia.

—En cualquier caso, la persona que fingirá haber obtenido el misterioso hongo mágico serás tú —repliqué al punto.

Me miró estupefacto.

—¿Yo?

—¿Quién si no? Yo no puedo presentarme en tu sociedad secreta, ¿verdad?

Se encogió de hombros, al darse cuenta de que estaba atrapado.

—Tendremos que inventar una buena historia acerca de cómo lo obtuviste —continué—. ¿De dónde sacas las semillas raras de los jardines?

—Me las envían comerciantes de todo el reino. Déjame pensar. ¡Ah! Hay uno en la ciudad de Karkemish, en la frontera mitana. Me consigue semillas muy raras e interesantes, así como bulbos procedentes del norte.

—Excelente. Una relación como esa soportará cualquier investigación. Podrías decir que has obtenido el alucinógeno de un intermediario con contactos en una nueva ruta comercial —propuse.

—Es bastante coherente. Al este del gran mar interior que se extiende al otro lado de las fronteras situadas al norte del reino hitita existe una cordillera legendaria e infranqueable donde reinan las nieves perpetuas, y ningún viajero puede sobrevivir. Pero también dicen que existe una ruta secreta que atraviesa las montañas y conduce a otro reino que hay al otro lado, de bosques interminables y llanuras desoladas, cubierto de hielo, blanco como la piedra caliza más pura, en que pueblos primitivos, de piel pálida, pelo pajizo y ojos azules, vestidos con pieles de animales y plumas de pájaros dorados, viven en palacios de hielo.

—Suena horrible —dije.

Había colocado a Najt en una situación peligrosa, pero sabía que no me quedaba otra alternativa. Si, como yo creía, nuestro hombre estaba obsesionado con sueños y visiones, y sabiendo que era miembro de la sociedad secreta, este era el mejor señuelo.

—Por lo tanto, lo único que necesitas es enviar un discreto mensaje, en vuestro sin duda secreto lenguaje, anunciando a tus colegas pletóricos de secretos que llevarás el alucinógeno a una reunión a celebrar mañana por la noche, con el fin de que puedan examinar y experimentar con esta misteriosa maravilla de visiones. Tal vez hasta podrías ofrecerles la tentación de un experimento en vivo.

—¿Puedo preguntar quién será el sujeto? —preguntó nervioso.

—Estoy seguro de que Jety se presentará voluntario como víctima, teniendo en cuenta lo que hay en juego.

—Bien, un mensaje no es necesario. Mañana por la noche celebraremos la última noche de los Misterios de Osiris. Supongo que desconoces que el último mes de la inundación es la época de su fiesta. Cuando las aguas de la inundación se retiran, celebramos los ritos de la resurrección. Tras los días y noches de lamentaciones, celebramos el triunfo del dios. Mañana por la noche, de hecho.

44

Estaba desesperado por regresar a casa, comprobar que todo iba bien y que la guardia que había ordenado organizar a Jety estaba en su sitio. No podía correr riesgos en lo tocante a mi familia. Pero cuando doblé una esquina en el laberinto de callejuelas de la parte más antigua de la ciudad, vi una forma que giraba en el aire y sentí un golpe, que esparció algo similar a una tibieza dolorosa sobre mi sien, y después se hizo la oscuridad.

Recobré el sentido en el suelo sucio de la callejuela. Tot me acariciaba la cara con su húmedo hocico. Las sombras de cuatro hombres se cernían sobre mí. Vestían la falda del ejército. Uno de ellos intentó dar una patada a Tot, pero el animal se revolvió contra él con los dientes al descubierto.

—Dile a tu animal que se esté quieto —dijo uno.

Reprimí la bilis que ascendía a mi garganta, y me puse de pie poco a poco.

—¡Tot!

Obediente, se puso al punto firmes a mi lado y miró a los soldados. Dejé que me esposaran, y después, formando a mi alrededor una guardia de deshonor, me condujeron a los muelles. Me subieron a una barca, y con Tot nervioso a mi lado, cruzamos el Gran Río. Amarramos en la orilla opuesta, más al norte. Me empujaron hacia un carro que aguardaba, donde me senté con Tot a mis pies, y partimos a toda velocidad por los caminos de piedra que conducían a las colinas desiertas y los templos funerarios. Después, nos desviamos al nordeste, hacia el valle escondido. A continuación, me bajaron del carro y ascendimos las pendientes calcinadas por el sol de las colinas rocosas grises y anaranjadas. Nuestra respiración resonaba en el silencio, seco como la yesca. De pronto, me pregunté si me llevaban a una tumba del desierto, pero me pareció una forma absurda de acabar conmigo. Podrían haberme hundido el cráneo, para luego arrojarme a los cocodrilos, si su intención era asesinarme. No, me llevaban a ver a alguien.

Cuando llegamos a la cumbre de la colina, con la gran llanura verde que rodeaba la ciudad de Tebas extendiéndose a mi espalda hacia el este, brumosa en el calor de la tarde, no me sorprendió ver en la neblina rielante una figura que me esperaba bajo una sombrilla, con un caballo cerca. Me miró, sudoroso y sin aliento, con desprecio. Me hizo esperar bajo el sol, mientras él continuaba en el círculo de sombra. Esperé a que me dirigiera la palabra.

—Estoy desconcertado. ¿Por qué confía en ti la reina? —me preguntó de repente.

—Si querías sostener una conversación, ¿por qué me has traído hasta aquí? —pregunté a mi vez.

—Contesta a la pregunta.

—Soy el guardia personal de la reina. Tendrías que preguntarle a ella por qué confía en mí.

Se acercó más.

—Entiéndeme bien. Si no recibo respuestas satisfactorias a mis preguntas, no vacilaré en rebanarle el pescuezo a tu mandril. Veo que sientes estima por el animal. No me gustó que escucharas mi conversación con la reina, y eso me inclina cada vez más hacia la necesidad de la violencia —dijo.

Consideré mis escasas opciones.

—Soy un detective de los medjay de la ciudad. La reina me llamó para investigar un misterio.

—¿Cuál era la naturaleza de dicho misterio?

Vacilé. Cabeceó en dirección a uno de sus hombres, quien desenvainó un cuchillo.

—Fueron encontrados objetos sospechosos en los aposentos reales —dije.

—Ahorrará tiempo que contestes con el mayor detalle posible.

—Dichos objetos significaban una importante amenaza a la vida del rey.

—Ahora sí que vamos al grano. ¿Cuál fue el resultado de tu investigación?

—Ningún culpable ha sido identificado con precisión.

Me miró escéptico.

—En ese caso no puedes ser muy bueno.

Me indicó que le siguiera hacia el otro lado, el del valle escondido que se extendía hacia las colinas del oeste. En el lecho grisáceo del valle vi diminutas figuras que se movían: obreros.

—¿Sabes qué es eso? —preguntó.

Asentí.

—Están preparando la tumba del rey —dijo—. Mejor dicho, están adaptando la tumba de Ay para recibir al rey.

Creí prudente no decir nada.

—Te estarás preguntando qué quiero de ti.

—Supongo que algo será —contesté—. Aunque no está claro qué podría ofrecerte un detective de los medjay.

—Tienes influencia sobre la reina. Deseo que hagas dos cosas. Una, animar a la reina a dar una respuesta favorable a mi oferta de matrimonio. La otra es informarme de las conversaciones de Ay con ella. ¿Está claro? Por supuesto, eso significará grandes ventajas para ti en el futuro. Eres un hombre ambicioso, cosa muy respetable, de modo que tus ambiciones deberían ser satisfechas.

—Supongo que, si no accedo a lo que pides, ejecutarás a mi mandril.

—No, Rahotep. Si no accedes a mis deseos, y si no logras persuadir a la reina de las ventajas de casarse conmigo, ejecutaré a tu familia. Sé más sobre ti de lo que imaginas. Tus tres hijas. Tu hijo pequeño. Tu hermosa esposa y tu padre anciano. Piensa en lo que podría hacerles, si me diera la gana. Y por supuesto, te obligaría a presenciar y soportar cada momento de su sufrimiento. Después, te condenaría a las minas de oro de Nubia, donde podrías lamentar sus muertes en tus ratos libres.

Intenté seguir respirando, sin rendirme. Estuve tentado de revelar lo que sabía sobre la identidad de Sobek, y sus relaciones con la esposa de Horemheb. Estuve tentado de preguntarle sobre las bolas de sangre que habían arrojado a los reyes durante la fiesta. Pero en aquel momento, cuando daba la impresión de que el general lo controlaba todo, retuve mi información. Era todo cuanto tenía. La guardaría.

Estaba a punto de aceptar su propuesta cuando, por imposible que parezca (aún faltaban unas cuantas horas para la noche), el brillo de la luz diurna disminuyó de forma notable. Fue como si el aire y la luz estuvieran menguando. Todo el mundo se dio cuenta. Por un momento, Horemheb y sus guardias parecieron confusos. Tot empezó a correr en círculos, mientras farfullaba angustiado con las orejas aplastadas contra el cráneo. Gritos inhumanos y aullidos animales se elevaron de todos los rincones del valle, y desde las poblaciones más distantes. Todos miramos al sol, y nos protegimos los ojos para intentar comprender lo que estaba sucediendo. Daba la impresión de que una gran catástrofe estaba teniendo lugar en el reino del sol. De repente, inmensas sombras se acumularon y atravesaron las pendientes, hondonadas y depresiones ocultas de la ladera montañosa y, por lo visto, de la propia roca rojiza, como si los fantasmas y espíritus del otro mundo se estuvieran alzando para conquistar la luz de los vivos.

A lo lejos oí una música aguda que retumbaba en el aire. Debían de ser las trompetas ceremoniales que señalaban la emergencia desde los muros de los templos. Las grandes puertas de la torre se estarían cerrando con firmeza ante las narices de la gente. Dentro, sacerdotes con túnicas blancas se apresurarían a ofrecer sacrificios para proteger a Ra de la amenaza sin precedentes de la oscuridad, que de repente lo estaba barriendo todo.

Parecía el fin del mundo. Pensé en los niños y en Tanefert. Confié en que estarían en casa juntos, donde al menos podrían refugiarse detrás de la sólida puerta de madera. Confié en que no tendrían miedo. Las inmensas sombras adquirieron más energía y se acumularon en el extraño crepúsculo. Y entonces se hizo un enorme silencio. Hasta el viento del norte, que siempre empezaba a soplar al atardecer, murió por completo. Era como si el mundo estuviera abandonado. En los campos lejanos, solo distinguí algunas mulas vacilantes, sin nadie que se ocupara de ellas, mientras los últimos obreros corrían como si les fuera la vida en ello entre las pulcras filas de cultivos. Oí los chillidos de un niño abandonado, pero no pude verlo, y de todos modos se perdió enseguida en las espesas tinieblas.

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