Read El Reino de los Muertos Online

Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

El Reino de los Muertos (40 page)

BOOK: El Reino de los Muertos
12.76Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Odio las judías —contestó Jety—. Mi mujer las prepara, pero obran en mí un efecto horrible…

—No tendrás que consumir más de un bocado, de manera que los efectos nocivos deberían ser mínimos —replicó Najt—. Lo cual supondrá un gran alivio para todos nosotros —añadió.

—Pero ¿de qué debería hablar cuando haya tomado el polvo? —preguntó Jety.

—Al principio, de nada. Y después, poco a poco, imagina que se te ha revelado la luz de los cielos. Deja que tu mente acepte el esclarecimiento de los dioses.

—¿Qué aspecto tiene eso? —preguntó Jety.

Najt me miró con escepticismo.

—Piensa en la luz. Describe su belleza, di que ves a los dioses moverse en ella, como si la luz fuera pensamiento y el pensamiento luz.

—Lo intentaré —dijo Jety, vacilante.

Najt había ordenado que nos trasladaran desde su casa en carros, siguiendo la avenida de las Esfinges hasta el gran templo de Karnak. Las calles estaban a oscuras. Observé escaparates de tiendas atrancados y algunos interiores ennegrecidos, los daños producidos durante los disturbios. Pero la ciudad parecía tranquila de nuevo. Llegamos a las puertas y Najt habló a los guardias del templo, quienes nos examinaron a Jety y a mí a la luz de sus lámparas. La fama de Najt en el templo era grande, y recé para que hicieran pocas preguntas. Habló con ellos animadamente un momento, y después, con una última mirada inquisitiva, nos dejaron entrar. Pasamos bajo el portalón y nos internamos una vez más en el inmenso recinto en sombras que cobijaban los muros del templo. Al otro lado de los grandes cuencos de aceite que estaban encendidos en todo el recinto, como una constelación de pequeños soles, todo desaparecía en una oscura penumbra.

Najt encendió su lámpara de aceite y atravesamos la explanada en dirección a la Casa de la Vida, pero en lugar de entrar en ella, nos guió hacia la derecha del edificio. Seguimos por varios pasillos lóbregos entre edificios diferentes, talleres y oficinas, todos desiertos a aquella hora. Los pasillos se estrecharon y los edificios dieron paso a trasteros y almacenes, hasta que llegamos al alto muro posterior del Gran Recinto. Allí se alzaba un diminuto edificio. Cuando nos acercamos vi la figura de Osiris, dios de los Muertos, tallada en todas las paredes, con su corona blanca flanqueada por dos plumas, rodeada por columna tras columna de apretadas inscripciones.

—Esta capilla está dedicada a Osiris —susurró Jety.

—Exacto. El dios del Otro Mundo, de la noche y la oscuridad, y de la muerte antes de la vida…, pero es en verdad el dios de la luz más allá de la luz, como decimos nosotros. De la iluminación y el conocimiento secreto —contestó Najt.

Jety asintió como si le hubiera entendido, y después me miró con las cejas enarcadas.

Atravesamos la cámara exterior y entramos en la pequeña y oscura cámara interior del templo. Najt procedió a encender lámparas de aceite en los nichos de las paredes. Intensos efluvios de incienso flotaron en el aire. Me instaló detrás de una columna, cerca de la entrada, desde la cual podía observar todo cuanto sucediera y a cualquiera que se acercara. Después, nos dispusimos a esperar. Por fin, uno a uno, llegaron doce hombres con túnicas blancas. Reconocí a algunos de la fiesta en casa de Najt.

Estaban el poeta de ojos azules y el arquitecto. Cada hombre llevaba un colgante de oro con una cadena también de oro alrededor del cuello. En cada uno había un círculo de obsidiana: el disco oscuro. Saludaron a Najt con gran entusiasmo, y después examinaron a Jety como si fuera un criado en venta. Por fin, el único que no apareció fue Sobek. Sentí que mi plan se desmenuzaba entre mis dedos. No había mordido el anzuelo. Najt intentó ganar tiempo.

—Falta uno de los nuestros —anunció al final, en voz lo bastante alta para que yo le oyera—. Deberíamos esperar a Sobek.

—No estoy de acuerdo, el tiempo vuela y deberíamos empezar la ceremonia sin él. ¿Por qué ha de esperar el dios a Sobek? —dijo uno de los hombres, seguido por un coro de aprobación. Najt no tuvo más remedio que empezar. Desde mi sitio vi que vendaban los ojos de Jety con una tela negra, para que no pudiera ver nada. Después, entraron un pequeño cofre, del que extrajeron una arqueta de oro. Al abrirla quedó al descubierto un plato de cerámica con forma humana, el cual contenía algo que semejaba una hogaza de trigo o una tarta, horneada con forma de ser humano.

Najt entonó un himno sobre la tarta.

—Te rendimos homenaje, Osiris, señor de la eternidad, Rey de los Dioses, tú que posees muchos nombres, cuyas formas de aparecer son sagradas, cuyos atributos están ocultos…

Y así sucesivamente. Por fin, terminó el encantamiento, alzaron la tarta y la dividieron en catorce partes, y cada hombre comió una de las porciones. Supuse que eran las catorce partes en que Seth, el hermano celoso, dividió el cuerpo de Osiris después de asesinarlo. Ahora, en el rito, el dios renacía en cada hombre. Dejaron una porción de la tarta para Sobek.

Concluido el ritual (y debo confesar que me decepcionó el hecho de que solo se tratara de una comida simbólica), los doce hombres se reunieron alrededor de Najt para el experimento de la noche. Extrajo de su túnica una bolsa de piel, y después habló un buen rato, en parte para ganar tiempo, y repitió lo que sabía acerca de los poderes y naturaleza de aquel manjar de dioses, y manifestó su esperanza de poder ofrecer visiones de los dioses. Ni rastro de Sobek todavía.

Por fin, al darse cuenta de que ya no quedaba más tiempo, Najt abrió la bolsa y recogió una muestra de polvo con una cucharilla para afeites. Los iniciados la observaron con atención, fascinados por su legendaria potencia. A estas alturas, el vendado Jety debía de estar muy preocupado, pues se estaba acercando el momento del experimento.

—No perdamos tiempo con esta maravilla en un criado —dijo de repente Najt—. Yo mismo consumiré el manjar de los dioses.

Todos los hombres asintieron con entusiasmo. Imaginé el alivio de Jety. Najt habría decidido que las aptitudes interpretativas de Jety no serían las adecuadas, y quizá que podría ganar más tiempo con su interpretación, por si acaso Sobek aparecía al fin.

—Podrás describirnos tus visiones con precisión intelectual, cosa que el criado sería incapaz de hacer —dijo el poeta de los ojos azules en tono condescendiente.

—Y nosotros podremos documentar todo cuanto digas cuando la visión te haya poseído.

—Es posible que te conviertas en un oráculo viviente —dijo otro, muy animado.

Con grandes aspavientos, Najt mezcló una cucharada de polvo con agua potable en una copa, y después bebió a sorbos lentos y cautelosos. Reinaba un silencio absoluto en la cámara, y todos los hombres contemplaban con impaciencia el rostro serio de Najt. Al principio, no pasó nada. Sonrió y se encogió de hombros, como decepcionado. Pero después, una expresión seria se apoderó de su rostro, para luego transformarse en una de intensa concentración. De no haber sabido que estaba actuando, casi me habría convencido de la autenticidad de su visión. Levantó las manos poco a poco, con las palmas hacia arriba, y sus ojos las siguieron. Daba la impresión de que había entrado en trance, con los ojos abiertos como platos, sin parpadear, contemplando un espejismo que no existía.

Y después, la actuación se convirtió en algo real. Entre las tenues luces de las lámparas de aceite y la penumbra más extensa de la cámara, entró una sombra. La figura que arrojaba la sombra era oscuridad total. Pequeña, casi como un animal, de forma y facciones ocultas en los pliegues de la capa negra que la cubría de pies a cabeza. Sentí que el miedo, como una capa de hielo, descendía sobre mí. Desenvainé mi cuchillo, agarré a la figura por detrás y apoyé la hoja contra su garganta.

—Avanza tres pasos.

La figura obedeció arrastrando los pies, como un animal en el mercado, bajo la luz de las lámparas. Los rostros de los iniciados contemplaron con incredulidad aquella inesperada e inaceptable intromisión.

—Date la vuelta —ordené.

Obedeció.

—Quítate la capucha.

Poco a poco, la tela resbaló de su cabeza.

La chica no sería mucho mayor que mi hija Sejmet. Nunca la había visto. Si pasara por la calle, nadie se volvería a mirarla. Se sentó en un banco bajo, con una copa de agua entre las manos, temblorosa y jadeante. Najt colocó con delicadeza un chal de lino alrededor de sus hombros y se alejó con el fin de permitirnos cierta privacidad, y de intentar calmar las protestas que se habían elevado de sus compañeros.

Levanté su barbilla y traté de convencerla con dulzura de que me mirara.

—¿Qué ha pasado? ¿Quién eres?

Brotaron lágrimas de sus ojos.

—¡Rahotep! —consiguió articular, antes de que sus dientes volvieran a castañetear.

—Yo soy Rahotep. ¿Para qué has venido? ¿Quién te ha enviado?

—No sé su nombre. Dijo que debía decir: «Soy el demonio que envía mensajeros para atraer a los vivos al reino de los muertos».

Nos miró. Jety y yo intercambiamos una mirada.

—¿Cómo te encontró?

—Me secuestró en la calle. Dijo que mataría a mi familia si no entregaba el mensaje a Rahotep.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, y su rostro se contorsionó de nuevo.

—¿Cuál es el mensaje?

Apenas pudo pronunciar las palabras.

—Has de ir a las catacumbas. Solo…

—¿Por qué?

—Tienes algo que él quiere. Y él tiene algo que tú quieres —contestó la muchacha.

—¿Qué tiene él que yo quiero? —pregunté poco a poco.

No pudo mirarme a los ojos. Grandes convulsiones la sacudieron.

—Tu hijo —susurró.

47

Corrí entre las sombras de la noche. Tot me seguía, y quizá Jety también. No miré atrás. Como de muy lejos, oí el repiquetear de mis sandalias sobre el suelo polvoriento, y el zumbido grave de la sangre en mi cráneo, así como el martilleo del corazón en mi caja torácica.

Habían apostado un guardia. Jety había ordenado a Tanefert que no dejara salir a los niños. La casa debía parecer abandonada. ¿Cómo había logrado secuestrarlo Sobek? Imaginé el dolor de Tanefert y el terror de los niños. Yo no estaba presente para salvarlos. ¿Y si es un farol? ¿Y si no? Corrí más deprisa.

Se reuniría conmigo en las catacumbas. Debía ir solo. Si alguien me acompañaba, el niño moriría. Debía llevar el alucinógeno. Si fracasaba, el niño moriría. Si hablaba con alguien de esto, el niño moriría. Debía ir solo.

Llegué al puerto, corté las amarras de un esquife y empecé a remar como un demente a través del Gran Río. Esta vez, no pensé en los cocodrilos. La luna era una piedra blanca. El agua era mármol negro. Navegué sobre la superficie de las sombras como una diminuta estatua de mí mismo en un barco a escala, acompañado de Tot, surcando las aguas de la muerte para reunirme con Osiris, dios de las Sombras.

Seguí corriendo desde la orilla occidental, y el aire refrescó cuando crucé el límite occidental de los cultivos. Ahora era un animal, los sentidos alerta, ávido de venganza. Tenía una piel nueva, del color de la rabia. Sentía los dientes afilados como joyas en mis mandíbulas. Pero el tiempo pasaba con demasiada celeridad, y las distancias eran demasiado grandes, y temía llegar demasiado tarde.

Solo dejé de correr cuando llegué a la entrada de las catacumbas. Miré a Tot, quien me había seguido sin desfallecer. Alzó la vista, jadeante. Sus ojos eran transparentes y brillantes. Le puse el bozal para impedir que chillara. Lo comprendió. No había ido solo, pero el animal guardaría silencio. Después, tomé mi última bocanada de aire nocturno, pasamos bajo el antiguo dintel tallado y descendimos los peldaños que conducían a la oscuridad al otro lado de la oscuridad.

Salimos a un largo pasillo de vigas bajas. Presté oídos al monumental silencio. Parecía posible, en un silencio tan sagrado, oír los jadeos de los muertos cuando se convertían en polvo, o sus suspiros cuando intentaban convencernos de que nos sumáramos a ellos en los placeres del Otro Mundo. Alguien había dejado una lámpara encendida en un candelabro de pared para mí. Ardía sin movimiento ni sonido, sin ser alterada por las corrientes de aire o tiempo. La cogí y seguí adelante. Los túneles desaparecían en todas las direcciones, y al lado de cada uno, en cámaras de techo bajo, había apilados cacharros de arcilla de todas las formas y tamaños. Debía de haber millones y millones, que contenían los restos embalsamados de ibis, halcones y mandriles… Tot, rodeado por los restos de su especie, olfateó el aire sepulcral, con los oídos alerta para captar el más mínimo sonido revelador (una sandalia que pisara el polvo, el susurro del lino sobre la piel viva), cosas inaudibles para mí, pero que quizá revelarían la presencia de Sobek y mi hijo a su agudo oído.

Entonces, los dos lo oímos: el llanto de un niño, perdido y afligido, que emitía su lamento desde las profundidades de las catacumbas. La voz de mi hijo…, pero ¿de dónde procedía? De pronto, Tot tiró de la correa y nos desviamos por el pasadizo de nuestra izquierda. Nuestras sombras nos siguieron sobre las paredes en la esfera de luz arrojada por la lámpara. El pasadizo se inclinaba hacia abajo. Más pasadizos se desviaban en direcciones diferentes, hasta formar infinitas ramificaciones de tinieblas. ¿Dónde estaba el niño? ¿Cómo iba a salvarlo?

Entonces, oímos otro grito agudo y resonante, esta vez desde otra dirección. Tot se volvió y tiró de la correa, animándome a seguirlo. Escuchamos con atención, cada nervio alerta, todos los músculos tensos. Oímos otro grito, esta vez a la derecha. Recorrimos a toda prisa el pasadizo, dejamos atrás más cámaras atestadas de cacharros, la mayoría rotos, con huesecillos y fragmentos de cráneo sobresaliendo en ángulos extraños, como si llevaran allí muchísimo tiempo.

Cada vez que oíamos el llanto, nos adentraba más y más en las catacumbas. Se me ocurrió que, aunque pudiera salvar a mi hijo, me resultaría imposible encontrar el camino de salida. Y se me ocurrió otra idea: se trataba de un juego. Me estaba conduciendo a una trampa. Me detuve. Cuando oí el siguiente sollozo, grité:

—No seguiré adelante. Acércate a mí. Muéstrate.

Mi voz retumbó en los pasillos, resonó y se repitió en todo el laberinto, antes de desvanecerse. Tot y yo esperamos en la inmensa oscuridad, en nuestro pequeño círculo de débil luz propiciatoria. Pero entonces, un levísimo resplandor brilló en la oscuridad. Imposible calcular si aquel diminuto punto de luz estaba cerca o lejos. Pero lo vimos brotar y florecer cuando iluminó los lados del pasadizo. Vi una sombra que caminaba.

BOOK: El Reino de los Muertos
12.76Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Justin by Allyson James
Claiming A Lady by Brenna Lyons
The Runaway Schoolgirl by Davina Williams
Having His Baby by Beverly Barton
Winter Song by Roberta Gellis
Cold Tuscan Stone by David P Wagner
On Thin Ice 1 by Victoria Villeneuve
Outback Sisters by Rachael Johns
Celestial Inventories by Steve Rasnic Tem