Los Sabuesos de Kerenos lanzaron un aullido de alegría en cuanto captaron el olor de Corum, y se desviaron un poco para ir velozmente hacia él abriéndose paso a través de la nieve.
Y Corum hizo sonar el cuerno por segunda vez, y los ojos amarillos de los sabuesos —tan cercanos y tan amenazadoramente clavados en él— mostraron una leve perplejidad.
Otros cuernos empezaron a sonar cuando los ghoolegh sucumbieron al pánico y llamaron a sus perros, pues sabían qué les ocurriría si el cuerno sonaba por tercera vez.
Los Sabuesos de Kerenos se encontraban tan cerca que Corum ya podía oler el vapor pestilencial de su aliento.
Y de repente los sabuesos se quedaron inmóviles, gimotearon y empezaron a retroceder de mala gana, trotando a través de la nieve azotada por el viento en dirección al lugar en el que aguardaban los ghoolegh.
Y Corum hizo sonar el cuerno por tercera vez después de que los Sabuesos de Kerenos hubieran iniciado la retirada.
Vio cómo los ghoolegh se llevaban las manos a la cabeza. Vio cómo los ghoolegh caían de sus sillas de montar y supo con toda certeza que estaban muertos, pues la tercera llamada de aquel cuerno siempre acababa con ellos, ya que ésas eran las notas de castigo con las que Kerenos ejecutaba a quienes no habían obedecido sus órdenes.
Las últimas instrucciones recibidas por los Sabuesos de Kerenos habían sido las de volver al sitio del que habían venido, y las bestias siguieron trotando hacia el lugar en el que yacían los ghoolegh muertos. Corum deslizó el cuerno debajo de su cinturón, silbando para sí, y reanudó el avance hacia Craig Dôn, pero esta vez sin prisas y con tanta calma como si estuviera dando un paseo.
—Quizá sea un sacrilegio, pero es un buen lugar para dejarle mientras discutimos el problema...
Jhary bajó la vista hacia Amergin, quien yacía sobre el gran altar de piedra dentro del círculo interior de columnas.
La oscuridad se extendía ante ellos, y una hoguera ardía sin mucho entusiasmo.
—No consigo entender por qué sólo come las frutas o las hortalizas que le traemos. Es como si sus entrañas también se hubieran convertido en las entrañas de una oveja... ¡Si todo continúa igual, Corum, llegaremos a Caer Mahlod para devolverles un Gran Rey muerto!
—Antes dijiste que quizá pudieras llegar hasta la parte más íntima de su mente —dijo Corum—. ¿Es posible hacerlo? De serlo, quizá podríamos averiguar qué debemos hacer para ayudarle.
—Sí, quizá podría hacerlo con la ayuda de mi gatito, pero exigirá mucho tiempo y un considerable gasto de energías. Debería alimentarme antes de empezar.
—Por supuesto, Jhary.
Y después Jhary-a-Conel comió, y alimentó a su gato con una cantidad de comida casi tan grande como la que había consumido él, mientras Corum y Goffanon comían frugalmente y el pobre Amergin no comía nada en absoluto, pues sus provisiones de frutos secos y hortalizas ya casi habían desaparecido.
La luna se asomó un momento por entre las nubes y bañó el altar con sus rayos, y el traje de piel de oveja pareció brillar. Después la luna volvió a ocultarse, y no hubo más luz que la que brotaba de la hoguera parpadeante que proyectaba sombras rojas entre las viejas piedras.
Jhary-a-Conel habló en susurros con su gato. Le acarició, y el gato ronroneó. Después fue lentamente con el gato en brazos hacia el altar sobre el que yacía Amergin, famélico y consumido, respirando con jadeos entrecortados mientras dormía.
Jhary-a-Conel colocó la cabeza del gatito alado junto a la cabeza de Amergin y después bajó la cabeza hasta que su sien rozó el otro lado de la cabeza del gato. El silencio cayó sobre el lugar.
De repente se oyó un ensordecedor balido impregnado de nerviosa premura, y los que observaban el altar no pudieron saber si había procedido de la boca de Amergin, de la del gato, o de la de Jhary.
El balido se fue debilitando hasta desaparecer.
Nadie se ocupaba de la hoguera, y las llamas acabaron apagándose y todo quedó sumido en la oscuridad. Corum podía distinguir la sucia silueta blanca de Amergin sobre el altar, los contornos casi invisibles del gato que mantenía su diminuto cráneo pegado al del Gran Rey y los tensos rasgos de Jhary-a-Conel.
Y de repente la voz de Jhary rompió el silencio.
—Amergin... Amergin..., noble druida..., orgullo de tu pueblo... Amergin... Amergin..., vuelve a nosotros...
Otro balido, esta vez tembloroso e inseguro.
—Amergin...
Corum se acordó de la invocación que le había sacado de su mundo, el mundo de los vadhagh, y que le había traído a aquel otro mundo. El encantamiento que estaba utilizando Jhary parecía bastante similar al que había empleado el rey Mannach, y era posible que aquello tuviese algo que ver con el hechizo que había sido arrojado sobre Amergin. El Gran Rey había pasado a vivir una existencia totalmente distinta, que quizá fuera la de una oveja y quizá estuviera desarrollándose en un mundo que no era del todo el suyo; y en ese caso quizá hubiera alguna forma de ponerse en contacto con su «yo» real. Corum no podía comprender lo que la gente de aquel mundo llamaba magia, pero sí sabía algunas cosas sobre el multiverso con su variedad de planos que a veces se intersectaban, y creía que su poder probablemente derivase de un conocimiento semiconsciente de aquellos Reinos.
—Amergin, Gran Rey... Amergin, Archidruida...
El balido se debilitó un poco y, al mismo tiempo, pareció asumir las cualidades del habla humana.
—Amergin...
Y de repente se oyó un maullido felino, un sonido distante que podría haber procedido de cualquiera de las tres siluetas inmóviles sobre el altar y que se convirtió en una voz casi inaudible.
—Amergin de la familia de Amergin..., los buscadores del conocimiento...
—Amergin... —Era la voz de Jhary, tan tensa y cansada que sonaba extrañamente distinta—. Amergin, ¿comprendes tu destino?
—Un hechizo... Ya no soy un hombre... ¿Por qué debería disgustarme eso...?
—¡Porque tus gentes necesitan tu guía, tu fuerza y tu presencia entre ellos!
—Soy todas las cosas... Todos somos todas las cosas... La forma que adoptemos..., el espíritu... Carece de importancia...
—A veces sí tiene importancia, Amergin. Como en estos momentos, cuando el destino de todos los mabden depende de que vuelvas a asumir tu antigua forma... ¿Qué te devolverá a tu gente, Amergin? ¿Qué poder hará que vuelvas a estar a su lado?
—Sólo el poder del Roble y el Carnero... Sólo la Mujer del Roble puede hacer que vuelva a mi hogar. Si tanto os importa que regrese, entonces debéis encontrar el Roble de Oro y el Carnero de Plata, debéis encontrar a alguien que comprenda sus propiedades... Sólo... la Mujer del Roble... puede... hacer que... vuelva a... mi... hogar...
Y después volvió a oírse el tembloroso y estridente balido de una oveja, y Jhary retrocedió apartándose del altar, y el gato extendió sus alas y voló hasta posarse sobre uno de los grandes arcos de piedra, y se agazapó encima de él como si estuviera muy asustado.
Y la voz melancólica del viento llegó desde la lejanía, y las nubes que flotaban en el cielo parecieron volverse todavía más oscuras, y el balido de una oveja llenó el círculo de piedra y se desvaneció enseguida.
Goffanon fue el primero en hablar.
—El Roble y el Carnero —gruñó mientras daba tirones a los pelos de su negra barba—. Dos de esos objetos a los que los mabden llaman sus «tesoros»..., ambos regalos de los sidhi. Uno de los mabden que llegó a mi isla habló de ellos antes de morir. —Goffanon se encogió de hombros—. Claro que casi todos los mabden que han puesto los pies en mi isla hablaron de cosas parecidas... Fue precisamente su interés en los talismanes y los hechizos lo que los llevó hasta Hy-Breasail.
—¿Y qué dijo ese mabden? —preguntó Corum.
—Bueno, contó la historia de los Tesoros perdidos..., de cómo el viejo guerrero Onragh huyó de Caer Llud con ellos y de cómo se fueron dispersando. Esos dos se perdieron cerca de las fronteras del Reino de los Tuha-na-Gwyddneu Garanhir, que se encuentra al norte de las tierras del Reino de los Tuha-na-Cremm Croich, al otro lado de un mar..., aunque también hay un camino por tierra que lleva hasta ellas. Uno de ellos encontró el Roble de Oro y el Carnero de Plata, grandes talismanes los dos y obras de la más fina artesanía sidhi, y los llevó a su gente, donde fueron recibidos con gran reverencia y donde, que yo sepa, siguen ahora.
—Bien, entonces antes de poder devolver a la normalidad a Amergin tendremos que buscar el Roble y el Carnero —dijo Jhary-a-Conel, quien estaba muy pálido y parecía exhausto—, pero me temo que morirá antes de que logremos encontrarlos. Necesita alimento, y el único sustento adecuado a su nuevo estado que puede mantenerle con vida es esa hierba que le daban de comer los vasallos de los Fhoi Myore. Es una hierba que contiene ciertos agentes mágicos que le mantenían firmemente sujeto a su encantamiento pero, al mismo tiempo, también satisfacían las necesidades básicas de su cuerpo. A menos que sea devuelto pronto a su identidad humana, Amergin morirá, amigos míos...
Jhary-a-Conel había hablado en un tono tan seco que no admitía réplica, y ni Corum ni Goffanon tuvieron que hacer ningún esfuerzo para quedar convencidos de la verdad que encerraban sus palabras. Para empezar, resultaba evidente que Amergin estaba empezando a debilitarse rápidamente, y el proceso de consunción se había acelerado a medida que se iban agotando sus provisiones de fruta y hortalizas.
—Pero si queremos encontrar los objetos que salvarán a Amergin, debemos ir al Reino de los Tuha-na-Gwyddneu Garanhir —dijo Corum—, y está claro que Amergin morirá antes de que lleguemos allí... Parece que hemos sido derrotados.
Corum bajó la mirada hacia la patética silueta dormida de quien en tiempos pasados había sido el símbolo del orgullo mabden.
—Queríamos salvar al Gran Rey, pero vamos a ser la causa de su muerte...
Sueños y decisiones
Corum estaba soñando con una pradera llena de ovejas. La escena era muy agradable, pero dejó de serlo de repente cuando todas las ovejas alzaron la mirada hacia él en el mismo instante y Corum vio que tenían los rostros de hombres y mujeres a los que había conocido en el pasado.
Soñó que huía a la carrera buscando el refugio de su viejo hogar, el Castillo Erorn que se alzaba junto al mar, pero cuando llegó allí descubrió que un abismo muy profundo se había abierto entre él y la entrada del castillo. Soñó que hacía sonar un cuerno y que aquel cuerno llamaba a todos los dioses de la Tierra, y que la Tierra se convertía en el campo donde se libraba su última batalla; y Corum se sintió consumido por una avasalladora sensación de culpa, y mientras dormía Corum se acordó de muchos actos que nunca sería capaz de recordar cuando estuviera despierto —el asesinato de amigos y amantes, las razas traicionadas, la destrucción de los débiles y de los inocentes—; y aunque una vocecita que parecía llegar desde muy lejos le recordó que durante su larga carrera él también había destruido a los fuertes y a los malvados, eso no le sirvió de consuelo, pues Corum se acordó de Amergin y supo que la muerte de Amergin no tardaría en pesar sobre su conciencia. Su idealismo había vuelto a causar la destrucción de otra alma, y su espíritu torturado se desesperó pensando que nunca volvería a conocer la paz.
Y entonces las notas alegres y vivaces de una música misteriosa empezaron a vibrar en el aire, y la música era tan hermosa como burlona, y venía de un arpa.
Y Corum dio la espalda al abismo y vio tres siluetas inmóviles. Reconoció enseguida a una de ellas, y verla allí hizo que sintiera un gran placer. Era Medhbh, la hermosa Medhbh, vestida con una túnica azul de seda y lino, con su roja cabellera recogida en trenzas y brazaletes de oro rojo adornando sus brazos y sus tobillos, blandiendo una espada en una mano y una honda en la otra. Corum le sonrió, pero Medhbh no le devolvió la sonrisa. Un instante después también reconoció a la silueta que se alzaba junto a ella, y reconocerla le llenó de horror. Era un joven cuya carne parecía brillar con los suaves destellos del oro, un joven cuyos labios estaban curvados en una sonrisa implacable y que tocaba el arpa que parecía burlarse de Corum.
Corum soñó que desenvainaba su espada y que se disponía a atacar al joven cuya carne parecía oro, pero entonces la tercera silueta avanzó y alzó una mano. Aquella silueta era la que resultaba más borrosa y difícil de distinguir de las tres, y aunque no podía ver su rostro, Corum comprendió que le inspiraba un temor mucho más grande que el joven del arpa. Vio que la mano alzada era de plata y que la túnica de la silueta era de color escarlata, y un instante después se horrorizó y tuvo que darle la espalda, y no se atrevió a mirarla a la cara porque temía ver su propio rostro.
Y Corum saltó al abismo mientras las notas del arpa se volvían más y más ensordecedoras, más y más triunfales, y cayó a través de una noche que no tenía fin.
Y se precipitó hacia una blancura cegadora que acabó engulléndole, y Corum comprendió que había abierto su único ojo y que estaba contemplando el amanecer.
Las gigantescas piedras de Craig Dôn fueron cobrando nitidez poco a poco, siluetas oscuras y amenazadoras que se alzaban recortándose sobre el manto de nieve que las rodeaba. Corum sintió que algo le sujetaba y se debatió intentando liberarse, temiendo que Gaynor hubiese logrado encontrarle, pero un instante después oyó la voz grave y mesurada de Goffanon.
—Se acabó, Corum —dijo Goffanon—. Estás despierto.
Corum jadeaba.
—He tenido unos sueños horribles, Goffanon...
—¿Qué otra cosa esperabas durmiendo en el centro de Craig Dôn? —gruñó el enano sidhi—. Especialmente después de haber presenciado lo que hizo Jhary-a-Conel anoche...
—Se parecían al sueño que tuve cuando puse los pies en Hy-Breasail —dijo Corum, frotando su rostro helado y tragando hondas bocanadas de aire frío como si albergara la esperanza de que con ello conseguiría expulsar el recuerdo de los sueños de su mente.
—Las propiedades de Hy-Breasail son similares a las de Craig Dôn, por lo que es lógico que soñaras lo mismo —replicó Goffanon. Se puso en pie, y su enorme silueta se alzó sobre Corum dominándole como una torre—. Aunque me han dicho que algunos tienen sueños agradables en Craig Dôn, y que otros han tenido sueños magníficos que les han servido de inspiración...
—Pues ahora me hacen mucha falta unos sueños así —dijo Corum.