El roble y el carnero (10 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: El roble y el carnero
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De repente hubo un ruido por debajo de ellos y el ghoolegh restante dobló el recodo, justo en el mismo instante en el que Corum oía cómo sus camaradas empezaban a bajar corriendo por la escalera, después de haber decidido que sus enemigos debían haber logrado huir de ellos.

Dos arriba y tres abajo... Los ghoolegh vacilaron al ver sólo a Goffanon. Estaba claro que se les había dicho que Goffanon no era un enemigo, y aquello sirvió para dejarles todavía más confusos. Corum pasó lo más deprisa posible junto a los centinelas que acababan de obstruir el camino debajo de ellos, y cuando empezaron a subir hacia Goffanon hizo lo único que podía hacer contra los muertos vivientes: les cortó los tendones de las piernas, con el resultado de que los ghoolegh cayeron y empezaron a utilizar sus brazos para seguir avanzando a rastras hacia Goffanon, con los sables aún aferrados en sus manos. Goffanon se volvió haciendo girar su hacha al mismo tiempo y lanzó un tajo contra las piernas de los dos ghoolegh que permanecían en pie, cercenando limpiamente aquellos miembros. Cuando los centinelas se derrumbaron ni una gota de sangre brotó de las heridas.

Cruzaron el umbral y se encontraron corriendo por entre la fría niebla envenenada.

Bajaron por el tramo de peldaños que llevaba a la torre, salieron por la puerta y llegaron a las calles heladas. Goffanon trotaba al lado de Corum manteniéndose a su altura sin ninguna dificultad, y seguía teniendo las cejas fruncidas como si estuviera haciendo un tremendo esfuerzo de concentración.

Entraron en la casa. Jhary-a-Conel ya estaba encima de su montura, tan envuelto en toscas mantas que sólo se podía ver su rostro, y sostenía de las riendas el caballo de Corum. En cuanto vio al herrero sidhi, Jhary puso cara de asombro.

—¿Sois Amergin?

Pero Corum ya se estaba quitando a toda prisa el manto de invisibilidad para revelar la flaca figura envuelta en pieles de oveja que yacía sobre su hombro.

—Éste es Amergin —explicó—. El otro es un primo mío al que había tomado por un traidor. —Corum colocó al inconsciente Archidruida sobre la silla de montar, y se volvió hacia Goffanon—. ¿Vendrás con nosotros, sidhi, o quieres quedarte aquí para servir a los Fhoi Myore?

—¿Servir a los Fhoi Myore? ¡Un sidhi jamás haría eso! ¡Goffanon no sirve a nadie!

La voz del herrero sidhi seguía siendo pastosa, y sus ojos todavía estaban opacos e inexpresivos.

Corum no podía perder tiempo analizando la causa de las extrañas acciones de Goffanon o conversando con el gigantesco sidhi para averiguar algo más sobre ella.

—Pues entonces sal de Caer Llud con nosotros —dijo secamente.

—Bien —replicó Goffanon con expresión pensativa—. Prefiero marcharme de Caer Llud.

Avanzaron a través de la fría niebla evitando al contingente de guerreros que se había congregado al otro extremo de la ciudad. Quizá eso fuera precisamente lo que les había permitido entrar en Caer Llud y salir de allí sin ser descubiertos. Los Fhoi Myore sólo pensaban en sus guerras contra las Tierras del Oeste, y habían concentrado todas sus fuerzas y toda su atención en aquella campaña.

Fuera cual fuese el motivo de aquella falta de vigilancia, no tardaron en poder salir de los alrededores de Caer Llud y se encontraron subiendo por una colina cubierta de nieve, con el enano Goffanon corriendo junto a sus caballos y manteniéndose a su altura prácticamente sin necesidad de hacer ningún esfuerzo. Llevaba el hacha al hombro, su barba y su cabellera flotaban alrededor de su rostro y los chorros de su aliento creaban nubecillas en el aire.

—Gaynor no tardará en comprender lo que ha ocurrido y se enfurecerá —le dijo Corum a Jhary-a-Conel—. Se dará cuenta de que ha quedado en ridículo. Podemos esperar ser perseguidos pronto, y si consigue dar con nosotros Gaynor no tendrá compasión.

Jhary le contempló desde debajo de sus muchas mantas, pues era evidente que se negaba a prescindir de la más mínima porción de calor.

—Debemos volver a Craig Dôn lo más deprisa posible —dijo—. Después ya tendremos tiempo para pensar en qué hacemos a continuación. —Jhary logró sonreír—. Al menos ahora tenemos algo que los Fhoi Myore desean conservar intacto... Tenemos a Amergin.

—Cierto. Si el destruirnos significa tener que destruir también a Amergin, los Fhoi Myore se lo pensarán dos veces antes de hacerlo; pero no podemos confiar demasiado en eso.

Corum colocó el cuerpo del Archidruida en una posición más segura sobre la silla de montar.

—Por lo que sé de los Fhoi Myore, no son demasiado propensos a la sutileza —dijo Jhary mostrándose de acuerdo con Corum.

—¡La mentalidad de los Fhoi Myore siempre es nuestra buena suerte y, al mismo tiempo, nuestra mala suerte! —Corum le devolvió la sonrisa a su viejo amigo—. Hay muchos peligros esperándonos, Jhary-a-Conel, pero no puedo evitar el sentirme muy satisfecho de lo que he conseguido hoy. No ha transcurrido mucho tiempo desde que sabía que me dirigía hacia mi muerte y que dejaría mi empresa por terminar. ¡Si muero, ahora al menos lo haré sabiendo que logré alcanzar una parte de mis objetivos!

—Aun así, eso no me dará mucha satisfacción —dijo Jhary-a-Conel con expresión melancólica.

Miró por encima de su hombro y contempló la distante Caer Llud como si ya estuviera oyendo los ladridos de los Sabuesos de Kerenos.

Dejaron atrás la niebla y el aire se fue volviendo relativamente más caliente poco a poco. Jhary empezó a despojarse de las mantas con que se había cubierto y las fue dejando caer sobre la nieve mientras galopaban. Esta vez los caballos no necesitaban ser apremiados, pues verse libres de Caer Llud y de su niebla antinatural les alegraba tanto como a sus jinetes.

Pasaron cuatro días antes de que oyeran por primera vez a los sabuesos, y Craig Dôn aún se encontraba a cierta distancia de ellos.

Cuarto capítulo

De hechizos y augurios

—De todas las cosas que temo —dijo Goffanon—, esos perros son los que me inspiran más temor.

Después de que hubieran dejado Caer Llud muy atrás de ellos, su dicción se había ido volviendo cada vez más clara y firme y su mente parecía funcionar con más claridad, aunque hasta el momento el herrero sidhi apenas había dicho nada sobre su reciente asociación con el hechicero Calatin.

—Aún deben de quedar unos cincuenta kilómetros de terreno bastante abrupto antes de llegar a Craig Dôn.

Se habían detenido sobre la cima de una colina, y estaban escrutando los remolinos de nieve que bailaban en la lejanía buscando alguna señal de los perros lanzados en su persecución.

Corum estaba pensativo. Contempló a Amergin, quien había despertado la noche siguiente a su huida de Caer Llud, y que desde aquel entonces estaba atado para impedir que se alejase de ellos y se extraviara. De vez en cuando el Gran Rey lanzaba un balido, pero resultaba imposible adivinar qué quería de ellos, a menos que el balido fuera para indicar que tenía hambre, pues había comido muy poco desde que salieron de la ciudad.

Amergin pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo, y se mostraba pasivo y resignado a su destino incluso cuando estaba despierto.

—¿Por qué estabas en Caer Llud? —le preguntó a Goffanon—. Recuerdo que me dijiste que tenías intención de pasar el resto de tus días en Hy-Breasail... ¿Acaso Calatin vino a la Isla Encantada y te ofreció un trato que te pareció atractivo?

Goffanon soltó un bufido.

—¿Calatin? ¿Venir a Hy-Breasail? ¡Pues claro que no fue allí! ¿Y qué trato podía ofrecerme que fuese mejor que el que tú me ofreciste? No, me temo que fuiste el instrumento de mi alianza con el hechicero mabden.

—¿Yo? ¿De qué manera?

—¿Te acuerdas de cómo me mofé de las supersticiones de Calatin? ¿Te acuerdas de que escupí dentro de esa bolsita que me diste sin pararme a pensar en lo que hacía? Bien, pues Calatin tenía muy buenas razones para desear esa saliva... Tiene más poder del que yo imaginaba, y se trata de un poder que apenas comprendo. Verás, lo primero que noté fue la sequedad en mi garganta... Por mucho que bebiera seguía sintiéndome sediento, y la sed era espantosa e insoportable. Mi boca siempre estaba reseca, Corum. Me moría de sed, aunque casi llegué a dejar vacíos los cauces de los ríos y arroyos de mi isla engullendo el agua lo más deprisa posible y, sin embargo, sin que con eso consiguiera saciar jamás mi sed. Estaba horrorizado, y agonizaba... Entonces tuve una visión, una visión enviada por ese hombre de grandes poderes mágicos, Corum, por ese mabden... Y la visión me habló y me dijo que Hy-Breasail me estaba rechazando tal como había rechazado a los mabden, y que si seguía allí acabaría muriendo a causa de aquella sed horrible.

El enano encogió sus inmensos hombros.

—No es que la visión me convenciera del todo, pero la sed ya me había enloquecido. Acabé poniendo rumbo hacia el continente, donde fui recibido por Calatin. Me dio a beber algo, y esa bebida satisfizo mi sed; pero también me robó el entendimiento y me puso totalmente bajo el poder del hechicero. Me convertí en su esclavo. Aún puede llegar hasta mi mente. Podría volver a dominarme y obligarme a obedecer todos sus caprichos. Mientras siga poseyendo el ensalmo que creó a partir de mi saliva, ese ensalmo que provoca la sed, también podrá controlar mis pensamientos en un grado muy amplio... No sé cómo se las arregla para hacerlo, pero puede ocupar mi mente y hacer que mi cuerpo lleve a cabo ciertas acciones; y mientras ocupa mi mente, no soy responsable de lo que hago.

—Y al haber asestado ese golpe a la cabeza de Calatin conseguí disipar la influencia que ejercía sobre ti, ¿no?

—Así es, y para cuando el hechicero se hubo recuperado no cabe duda de que ya estábamos fuera del radio de alcance de su magia. —Goffanon suspiró—. Nunca había pensado que un mabden pudiera controlar poderes tan misteriosos...

—¿Y así es como el cuerno volvió a manos de Calatin?

—Sí. No obtuve ningún beneficio de aquel trato que hice contigo, Corum.

Corum sonrió y sacó algo de debajo de su capa.

—Cierto —dijo—, pero yo sí he obtenido algo de mi último encuentro con el hechicero Calatin.

—¡Mi cuerno!

—Bueno, amigo Goffanon, aún recuerdo lo mercenario que llegaste a mostrarte en lo referente a los tratos —dijo Corum—. Siendo estrictos, yo diría que el cuerno es mío.

Goffanon inclinó su enorme cabeza con expresión entre resignada y filosófica.

—Es justo... —dijo—. Muy bien, Corum, el cuerno es tuyo. Después de todo, lo perdí debido a mi estupidez.

—Pero también debido a que yo me dejé utilizar sin saberlo —dijo Corum—. Deja que tome prestado el cuerno durante un tiempo, Goffanon, y te lo devolveré cuando me parezca que ha llegado el momento adecuado.

Goffanon meneó la cabeza.

—¿Qué iba a ganar yo con eso? Creo que lo que más me conviene ahora es aliarme a tu causa, Corum, pues si derrotas a Calatin y a los Fhoi Myore quedaré libre para siempre de la obligación de servir a Calatin. Si vuelvo a mi isla, Calatin siempre podrá volver a dar conmigo.

—¿Entonces estás de nuestra parte, plenamente y sin ninguna clase de reservas?

—Sí.

Jhary-a-Conel se removió nerviosamente sobre su silla de montar.

—Escuchad —dijo—. Están mucho más cerca que antes... Creo que han captado nuestro olor, amigos míos, y me parece que corremos un peligro considerable.

Pero Corum se echó a reír.

—No lo creo, Jhary-a-Conel... Ahora ya no corremos ningún peligro.

—¿Por qué lo dices? ¡Escucha esos horrendos ladridos! —Jhary frunció los labios en una mueca de repugnancia—. Los lobos andan en busca de los corderos, ¿eh?

Y Amergin dejó escapar un débil balido como confirmando las palabras de Jhary.

Corum volvió a reír.

—Dejemos que se acerquen un poco más —dijo—. Cuanto más cerca estén, mejor...

Sabía que no hacía bien permitiendo que Jhary sufriera de aquella manera, pero estaba disfrutando de la sensación; quizá porque Jhary era un gran amante de los misterios y solía comportarse de forma inexplicable.

Siguieron avanzando.

Y los Sabuesos de Kerenos se iban acercando implacablemente a ellos. Cuando los sabuesos aparecieron a su espalda ya podían ver Craig Dôn, pero sabían que los perros demoníacos eran capaces de moverse más deprisa que ellos. No tenían ninguna posibilidad de llegar a los siete círculos de piedras antes de que los sabuesos cayeran sobre ellos.

Corum volvió la mirada hacia sus perseguidores buscando alguna señal de una armadura que cambiaba continuamente de color, pero no había ninguna. Rostros blancos, ojos rojizos... Los cazadores ghoolegh controlaban a la jauría. Eran unos grandes expertos en ese horrible arte, pues llevaban generaciones siendo esclavos de los Sabuesos de Kerenos y habían sido creados en las tierras del este al otro lado del mar antes de que los Fhoi Myore iniciaran su reconquista del Oeste. Los Fhoi Myore necesitaban que Gaynor estuviera al frente de los guerreros que marchaban contra Caer Mahlod (si es que iban hacia allí), y eso le había impedido tomar parte en la persecución, sin duda en contra de su voluntad. Corum pensó que era una suene para ellos que Gaynor no estuviese allí. Cogió el cuerno que colgaba de su cinturón, se llevó la boquilla labrada a los labios y tragó una honda bocanada de aire.

—Seguid avanzando hacia Craig Dôn —les dijo a los demás—. Goffanon, encárgate de Amergin.

El herrero sidhi bajó el flácido cuerpo del Archidruida de la silla de montar de Corum casi sin esforzarse, y lo puso sobre su inmenso hombro.

—Pero tú morirás... —empezó a decir Jhary.

—No moriré —dijo Corum—. Siempre que no cometa ningún error, claro... Vete, Jhary.

Goffanon te explicará las propiedades de este cuerno.

—¡Cuernos! —exclamó Jhary—. Estoy harto de ellos. Cuernos para provocar el apocalipsis, cuernos para invocar demonios... ¡Y ahora cuernos para librarse de unos perros! ¡Los dioses están empezando a andar muy escasos de imaginación!

Y después de aquella peculiar observación, Jhary hundió los talones en los flancos de su caballo y se alejó al galope hacia las grandes piedras de Craig Dôn, con Goffanon trotando detrás de él.

Y Corum hizo sonar el cuerno una vez, y aunque los Sabuesos de Kerenos alzaron sus rojas y peludas orejas siguieron corriendo hacia su presa, avanzando en una gran jauría donde habría por lo menos dos veintenas de ejemplares; pero los ghoolegh que montaban sobre caballos blanquecinos parecieron vacilar. Corum pudo ver que permanecían un poco rezagados, cuando normalmente habrían galopado justo detrás de los perros.

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