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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El roble y el carnero (6 page)

BOOK: El roble y el carnero
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—Aun así, es muy hermosa —dijo Jhary.

—También se me ha dicho que tema a la belleza —le explicó Corum. Seguía sin poder localizar el origen de la música. Se dio cuenta de que estaba temblando, recuperó el control de sí mismo con un cierto esfuerzo e hizo que su montura siguiese avanzando—.

Se me ha dicho que un hermano me matará —añadió.

Jhary le hizo varias preguntas al respecto, pero no consiguió que Corum volviera a hablar de aquel tema. Cabalgaron en silencio durante unos kilómetros hasta que salieron del valle y se encontraron contemplando una gran llanura.

—La Llanura de Craig Dôn —dijo Corum—. No puede ser otra... Los mabden consideran que es un lugar sagrado. Creo que ya hemos recorrido más de la mitad del camino que lleva a Caer Llud.

—Y nos hemos adentrado considerablemente en las tierras dominadas por los Fhoi Myore —añadió Jhary-a-Conel.

Mientras contemplaban la llanura, una ventisca surgida de la nada barrió repentinamente aquella gran extensión de terreno moviéndose de este a oeste y desapareció en un instante, dejando una nueva capa de nieve centelleante esparcida encima del suelo tan deprisa y con tanta facilidad como una mujer puede poner una sábana limpia en una cama.

—Cuando avancemos sobre ella dejaremos unas huellas muy fáciles de ver —dijo Jhary.

Corum había quedado maravillado ante el extraño espectáculo de aquella ventisca que se movía a tal velocidad y que ya se estaba perdiendo en la lejanía. El sol quedó totalmente oscurecido por las nubes que se acumularon sobre sus cabezas. Las nubes parecían hervir y burbujear, y se arremolinaban incesantemente cambiando de forma con gran rapidez.

—Esto me recuerda un poco al Reino del Caos —le dijo Jhary—, y se me ha dicho que los paisajes congelados como el que estamos viendo ahora son los únicos paisajes existentes en los mundos donde han triunfado los Señores de la Entropía. Éste es el resultado que acaban produciendo esas criaturas, una especie que sólo sabe destruir y consumir... Pero hablo de otros mundos y de otros héroes y, en realidad, de otros sueños. ¿Corremos el riesgo de ser descubiertos en esa llanura, o trazamos un círculo a su alrededor y seguimos avanzando con la esperanza de que nadie nos vea?

—Atravesaremos la Llanura de Craig Dôn —replicó Corum con decisión—. Y si nos detienen y tenemos tiempo de hablar, diremos que hemos venido a ofrecer nuestros servicios a los Fhoi Myore porque sabemos que la causa de los mabden está condenada irremisiblemente al fracaso.

—Aquí parece haber pocas criaturas que posean una pizca de inteligencia, tal como yo entiendo la inteligencia —dijo Jhary—. ¿Crees que nos darán tiempo para conversar con ellas?

—Debemos albergar la esperanza de que haya más que sean como Gaynor.

—¡Nos vemos obligados a albergar esperanzas cada vez más extrañas! —exclamó Jhary.

Se volvió hacia su gato y le sonrió, pero el gato se limitó a ronronear sin que pareciese haber comprendido la broma de su amo.

El viento ululó y Jhary le hizo una reverencia, fingiendo haber dado por supuesto que el viento celebraba su muestra de ingenio.

Corum se envolvió en su capa de piel. Había sido desgarrada en varios lugares por las fauces de los Sabuesos de Kerenos, pero aún abrigaba bastante.

—Bien, Jhary, empecemos a cruzar la Llanura de Craig Dôn —dijo.

La nieve no paraba de removerse bajo los cascos de sus caballos, creando remolinos igual que si fuese un río de caudal turbulento que corre sobre un lecho de rocas. El viento soplaba un pronto en una dirección como en otra, y hacía que los montículos de nieve se agitaran, cayeran y volvieran a formarse. El viento se abría paso hasta sus huesos y se infiltraba en ellos hasta el extremo de que había momentos en los que tenían la sensación de que hubiesen preferido la mordedura del frío acero a la de aquel viento.

El viento suspiraba como un cazador satisfecho de las presas obtenidas. El viento gemía como un amante saciado. El viento gruñía como una bestia hambrienta. El viento gritaba como un conquistador y siseaba como una serpiente que se dispone a atacar.

Traía consigo nuevos cargamentos de nieve caídos del cielo. Esa nieve se iba amontonando sobre los hombros de Corum y Jhary-a-Conel hasta que era arrancada por una nueva ráfaga de viento que colocaba otra acumulación de blancura en su lugar. El viento soplaba a través de la nieve abriéndoles caminos que obstruía de repente. El viento llegaba del este y del norte, y del oeste y del sur. Había momentos en los que parecía que el viento soplaba desde todas las direcciones al mismo tiempo, y que pretendía aplastarles mientras seguían avanzando a través de la Llanura de Craig Dôn.

El viento construía castillos y los derribaba. El viento susurraba promesas y rugía amenazas. El viento jugaba con ellos.

Y de repente Corum vio unas siluetas oscuras que se alzaban delante de ellos envueltas en los remolinos de blancura y la confusión del viento. Al principio pensó que eran guerreros y desenvainó su espada y desmontó, pues su caballo no le serviría de nada entre aquellas profundidades de nieve. Corum se hundió hasta las rodillas en la masa blanca, pero Jhary había permanecido sobre su silla de montar.

—No temas —le dijo a Corum—. No son hombres. Son piedras... Son las piedras de Craig Dôn.

Y Corum comprendió que se había equivocado al calcular la distancia, y que aquellos objetos aún se encontraban bastante lejos de ellos.

—Éste es el lugar sagrado de los mabden —dijo Jhary.

—Aquí es donde eligen a su Gran Rey y celebran sus ceremonias de mayor importancia —dijo Corum.

—Es el lugar donde en tiempos pasados hacían todas esas cosas —le corrigió Jhary.

El viento pareció debilitarse a medida que se iban acercando a aquellas enormes piedras, como si incluso el viento quisiera mostrar reverencia ante aquel lugar tan antiguo e impregnado de nobleza. Había un total de siete círculos, y cada círculo contenía a otro hasta que se llegaba al centro, y el último círculo rodeaba un gran altar de piedra.

Corum tuvo la impresión de que si se estaba en el centro y se volvía la mirada hacia el nacimiento de la colina, los círculos de piedra representarían ondulaciones en un estanque, planos de realidad, manifestaciones de una geometría que guardaba muy pocas conexiones con la geometría terrestre.

—Es un lugar sagrado —murmuró—. Sí, es realmente sagrado...

—No cabe duda de que mantiene una relación con algo que no puedo explicar —dijo Jhary—. ¿No te recuerda a Tanelorn en ciertos aspectos?

—¿A Tanelorn? Quizá. ¿Es su Tanelorn?

—Creo que podría serlo, geográficamente hablando... Tanelorn no siempre es una ciudad. A veces es un objeto, y a veces es meramente una idea. Y esto..., esto es la representación de una idea.

—Tan primitiva en los materiales empleados y en la manera de trabajar esos materiales, y sin embargo tan sutil en su concepción... —dijo Corum—. Me pregunto qué mentes crearon Craig Dôn.

—Mentes mabden... Las mentes de aquellos a los que sirves ahora, Corum. Esto también explica el porqué no consiguen llegar a unirse contra los Fhoi Myore. Éste era el centro de su mundo, y servía como recordatorio de su fe y de su dignidad. Ahora ya no pueden venir a Craig Dôn para hacer sus dos grandes visitas anuales, y sus almas carecen del alimento espiritual necesario, y eso les está robando su fuerza de voluntad.

—En tal caso, debemos dar con una forma de devolverles Craig Dôn —dijo Corum con decisión.

—Pero antes debemos devolverles a su Gran Rey, el que posee toda la sabiduría de aquellos que pasaron semanas enteras ayunando y meditando en el altar de Craig Dôn. —

Jhary se apoyó en una de las enormes columnas de piedra—. O eso dicen —añadió, como si le incomodase un poco haber sido sorprendido emitiendo un comentario aprobador sobre aquel lugar—. No es que eso sea asunto de mi incumbencia, claro —siguió diciendo—. Lo que quiero decir es que si...

—Mira quien viene —dijo Corum—. Y parece venir solo.

Era Gaynor. Acababa de aparecer en el primer círculo de piedras, y vista desde aquella distancia su silueta era tan pequeña que sólo podía ser identificada gracias a su armadura, que cambiaba constantemente de color, como de costumbre. No iba montado a caballo. Gaynor fue hacia ellos caminando a través de lo que casi era un túnel formado por siete grandes arcos.

—Algunos afirman que este templo, este lugar llamado Craig Dôn, es una representación del Millón de Esferas y de los distintos planos de existencia —dijo en cuanto estuvo lo bastante cerca para que pudiesen oírle—. Pero no creo que los habitantes de estas tierras sean lo bastante sofisticados para comprender esos asuntos. ¿Qué opináis al respecto?

—La sofisticación no siempre se mide por la capacidad para forjar un buen acero o construir grandes ciudades, príncipe Gaynor —replicó Corum.

—Cierto, cierto... Estoy seguro de que tenéis razón. He conocido mundos en los que la complejidad del pensamiento de los nativos sólo era igualada por la miseria de las condiciones en que vivían. —El yelmo sin rostro se alzó para contemplar el cielo que hervía sobre él—. Tengo la impresión de que se acerca otra nevada... ¿Qué os parece?

—¿Lleváis mucho tiempo aquí, príncipe Gaynor? —preguntó Corum, la mano sobre la empuñadura de su espada.

—Al contrario, vos parecéis haberme precedido... Acabo de llegar.

—Pero ¿sabíais que estaríamos aquí?

—Supuse que éste era vuestro destino.

Corum intentó ocultar su interés. Gaynor se equivocaba, ya que aquel lugar no era la meta final de su viaje. Pero Gaynor quizá conociese un secreto concerniente a Craig Dôn, y aquel secreto quizá pudiera ser utilizado en beneficio de los mabden.

—Este lugar parece hallarse libre del azote del viento —dijo—, o por lo menos bastante más libre que el resto de la llanura... Y no se ve ni un solo rastro de los Fhoi Myore en todo Craig Dôn.

—Por supuesto que no. Por eso habéis buscado refugio en él... Albergáis la esperanza de llegar a comprender cuál es la razón de que los Fhoi Myore teman este lugar. Pensáis que aquí podréis encontrar alguna forma de derrotarles. —Gaynor rió—. Sabía que ésta era vuestra empresa.

Corum reprimió el impulso de sonreír. Gaynor acababa de traicionar a sus amos sin darse cuenta de que lo hacía.

—Sois muy astuto, príncipe Gaynor.

Gaynor se había detenido bajo un arco del tercer círculo, y no se había acercado ni un paso más a ellos.

Corum oyó los ladridos distantes de los Sabuesos de Kerenos, y permitió que sus labios se curvaran en una sonrisa.

—¿Vuestros perros también temen este lugar?

—Sí... Son los perros de los Fhoi Myore y han venido con ellos del Limbo. Sus instintos les advierten contra Craig Dôn. Sólo los sidhi y los mortales —incluso los que son como yo— pueden venir aquí; y yo también temo este lugar, aunque la verdad es que apenas si tengo razones para temerlo. El vórtice no puede engullir a Gaynor el Maldito.

Corum logró contener el impulso de hacer más preguntas al príncipe Gaynor. No debía permitir que su viejo enemigo se enterase de que hasta hacía unos momentos no sabía absolutamente nada sobre las propiedades de Craig Dôn.

—Y sin embargo vos también procedéis del limbo —le recordó a Gaynor—. No puedo comprender por qué el..., el vórtice no os reclama.

—El Limbo no es mi hogar natural. Fui enviado allí..., y fuisteis vos quien me envió al Limbo, Corum. Sólo aquellos que proceden originalmente del Limbo deben temer Craig Dôn, pero no sé qué pensabais conseguir viniendo aquí... No cabe duda de que habéis vuelto a comportaros con vuestra ingenuidad habitual, Corum, y que albergabais la esperanza de que los Fhoi Myore no supieran nada sobre Craig Dôn y de que os siguieran hasta aquí. Bien, amigo mío, pues debo deciros que aunque puedan parecer estúpidos en algunos aspectos, mis dueños y señores sienten un gran respeto hacia este lugar. Nunca darán ni un paso más allá del círculo interior, así que habéis emprendido este largo viaje para nada.

Gaynor dejó escapar su lúgubre y melancólica carcajada.

—Vuestros antepasados sidhi sólo consiguieron atraer a sus enemigos a este lugar una vez, y los guerreros Fhoi Myore sólo se encontraron engullidos por el vórtice y devueltos al Limbo en una ocasión, y ya hace muchos siglos de eso. Los Fhoi Myore supervivientes son criaturas bestiales, y se mantienen a una prudente distancia de Craig Dôn sin comprender muy bien por qué obran de esa manera.

—¿Y acaso no sería preferible para ellos que volvieran a su propio Reino?

—No comprenden que ése es el sitio al que irían a parar. Y quienes saben que volverían al Limbo, como por ejemplo yo, no obtendrían ningún beneficio si intentaran comunicarles ese conocimiento... ¡No siento ningún deseo de quedarme abandonado aquí sin la protección de su poder!

—Entonces mi viaje no ha servido de nada —murmuró Corum como si hablara consigo mismo.

—Cierto, y además me parece que hay muy pocas probabilidades de que volváis a Caer Mahlod con vida. Cuando regrese a Caer Llud diré a los Fhoi Myore que he visto a su enemigo sidhi, y en cuanto lo haga todos los sabuesos vendrán aquí. Todos los sabuesos, Corum... Os sugiero que permanezcáis aquí, donde estáis a salvo. —Gaynor volvió a reír—. Permaneced dentro de este santuario... No hay ningún otro lugar en toda esta tierra en el que podáis escapar de los Fhoi Myore y los Sabuesos de Kerenos.

—Pero sólo disponemos de alimentos para algún tiempo —replicó Corum, fingiendo que no había comprendido el significado de las palabras de Gaynor—. Si nos quedáramos aquí acabaríamos muriendo de hambre, Gaynor...

—Posiblemente —dijo Gaynor con evidente placer—. Por otra parte, yo podría venir de vez en cuando con provisiones..., cuando me apeteciera hacerlo. Podríais sobrevivir durante años, Corum. Podríais experimentar una pequeña parte de lo que yo experimenté mientras disfrutaba de mi exilio en el limbo.

—Así que esto es lo que esperabais que ocurriera... ¡Por eso no nos atacasteis cuando veníamos hacia aquí!

Jhary-a-Conel empezó a bajar por la colina mientras desenvainaba una de sus espadas de hoja curva.

—¡No! —le gritó Corum a su amigo—. ¡Tú no puedes hacerle ningún daño, Jhary, pero él puede matarte!

—Resultará muy agradable —dijo Gaynor, retrocediendo poco a poco mientras Jhary acababa deteniéndose de mala gana—. Será muy agradable ver cómo os disputáis las migajas que os traiga, y ver morir vuestra amistad a medida que el hambre va creciendo también me resultará muy agradable. Quizá os traiga el cadáver de un sabueso escogido de entre aquellos a los que habéis matado, Jhary-a-Conel. ¿Qué os parecería eso? Y también cabe la posibilidad de que no tardéis en descubrir que habéis adquirido una gran afición a la carne humana... ¿Cuál de los dos será el primero que sienta el deseo de matar al otro para devorar su cuerpo?

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