El roble y el carnero (5 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: El roble y el carnero
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Cinco. Corum cercenó las patas traseras de un sabueso que intentaba saltar sobre él y que se había equivocado al calcular la distancia que debía recorrer. La criatura se derrumbó cayendo junto al sabueso de la columna vertebral destrozada que aún estaba debatiéndose en plena agonía. El sabueso de la columna vertebral destrozada se arrastró hasta el lugar en el que se retorcía su camarada y hundió sus colmillos en la roja herida de los flancos para morder con feroz apetito la carne, dándose un último banquete antes de expirar.

Y entonces Corum oyó un grito, y tuvo un fugaz atisbo de algo negro que se movía a su derecha. Los hombres de Gaynor, sin duda, que acudían en ayuda de los sabuesos para acabar con él... Corum intentó lanzar un golpe con su hacha en esa dirección, pero falló.

Los Sabuesos de Kerenos se estaban reagrupando y se preparaban para lanzar un nuevo ataque más organizado. Corum sabía que le resultaría imposible enfrentarse al mismo tiempo con los sabuesos y con los recién llegados, fueran quienes fuesen. Buscó una brecha en las filas de sabuesos a través de la que pudiera huir al galope, pero su caballo jadeaba y le temblaban las patas, y Corum comprendió que ya no podía exigirle ni un solo esfuerzo más. Se pasó el hacha a la mano de plata y desenvainó su espada, y avanzó al trote hacia los sabuesos prefiriendo morir atacándoles antes que huir de ellos.

Y algo negro volvió a moverse velozmente a su lado. Era un pony rápido como el rayo con un jinete encorvado sobre su grupa, y el jinete blandía una espada de hoja curva en cada mano con las que descargaba un diluvio de tajos y mandobles sobre las blancas espaldas de los sabuesos, que lanzaron chillidos de sorpresa y se dispersaron. Corum escogió a uno y cabalgó en su persecución para acabar con él. El sabueso se revolvió e intentó hundir sus colmillos en la garganta del caballo, pero Corum bajó la espada con todas sus fuerzas e hirió al sabueso en el pecho. Las largas garras de sus patas arañaron el cuerpo del tembloroso caballo durante un momento antes de que el sabueso cayera al suelo.

Y ya sólo quedaban con vida tres sabuesos, tres sabuesos que corrían detrás del puntito negro que era un jinete al que aún se podía distinguir en la lejanía y cuya armadura cambiaba continuamente de color mientras huía al galope.

Corum desmontó, tragó una honda bocanada de aire y enseguida lamentó haberlo hecho, pues el hedor que desprendían los cuerpos de los sabuesos muertos era aún más repugnante de lo que había sido cuando estaban vivos. Miró a su alrededor, contemplando el pelaje blanco y las rojas entrañas destrozadas y la sangre que empezaba a empapar el suelo, y después se volvió hacia el aliado que había surgido de la nada para salvarle la vida.

Su aliado seguía montado. Sonrió y envainó primero una espada de hoja curva, y luego la otra. Después se llevó la mano al sombrero de ala ancha que cubría su larga cabellera y lo ajustó sobre ella. Cogió una alforja que colgaba del pomo de su silla de montar y la abrió, y de la alforja salió un gatito blanquinegro al que distinguía de los felinos corrientes el tener dos alas plegadas sobre su espalda.

El aliado de Corum percibió el asombro que se adueñó de sus rasgos en cuanto vio al gato, y sonrió de oreja a oreja.

—Bien, al menos esta situación no resulta nueva para mí —dijo Jhary-a-Conel, quien se llamaba a sí mismo Compañero de los Héroes—. Aparecer justo a tiempo de salvar la vida de algún campeón es algo que me ocurre con bastante frecuencia. Es mi destino, al igual que es el destino de los campeones luchar eternamente en las grandes guerras de la historia... Te busqué en Caer Mahlod, pues tenía el presentimiento de que mi presencia podría resultarte útil, pero ya te habías marchado. Te seguí lo más deprisa posible, pues estaba seguro de que tu vida corría peligro.

Jhary-a-Conel se quitó el sombrero de ala ancha y se inclinó sobre su silla de montar en una gran reverencia.

—Saludos, príncipe Corum.

Corum aún jadeaba a causa del combate. No podía hablar, pero consiguió sonreír a su viejo amigo.

—¿Vas a compartir esta empresa conmigo, Jhary? —logró preguntar por fin—. ¿Vendrás conmigo a Caer Llud?

—Lo haré si el destino así lo desea. Bien, Corum, ¿qué tal te van las cosas en este mundo?

—Mejor de lo que había imaginado, Jhary, y ahora que estás aquí todavía irán mejor.

—Supongo que ya sabes que quizá no se me permita permanecer aquí, ¿verdad?

—Eso me quedó claro en el curso de la última conversación que mantuvimos. ¿Y tú?

¿Has tenido aventuras en otros planos desde nuestro último encuentro?

—Una o dos, una o dos... De hecho, viví una de las experiencias más peculiares de mi interminable carrera precisamente en el mundo donde eres llamado Hawkmoon.

Y Jhary-a-Conel le contó la historia de sus aventuras con Hawkmoon, quien había ganado un amigo, perdido una compañera y se había encontrado viviendo dentro de otro cuerpo, y que había pasado un tiempo que a Corum le pareció lleno de acontecimientos extraños y casi incomprensibles en un mundo que no era el suyo.

Mientras Jhary hablaba, los dos amigos se alejaron de la escena de la carnicería y fueron siguiendo las huellas que había dejado el príncipe Gaynor, quien parecía estar dirigiéndose a Caer Llud tan deprisa como podía llevarle su caballo.

Y Caer Llud aún quedaba a muchos, muchos días de distancia.

Quinto capítulo

Las tierras donde gobiernan los Fhoi Myore

—Sí —dijo Jhary-a-Conel mientras hacía entrechocar sus manos enguantadas sobre una hoguera que parecía no tener muchos deseos de arder—, los Fhoi Myore son unos primos muy adecuados para los Señores de la Entropía, pues parecen andar detrás de los mismos objetivos. Por lo que sé, los Fhoi Myore son aquello en lo que se han convertido esos Señores... Últimamente se producen muchísimas fluctuaciones, y yo diría que en parte son causadas por las imprudentes manipulaciones del tiempo que llevó a cabo el barón Kalan, y en parte un resultado de que el Millón de Esferas empieza a apartarse del momento de su conjunción, aunque todavía hará falta un poco de tiempo antes de que eso haya ocurrido del todo. Mientras tanto, vivimos tiempos que son inciertos y peligrosos en más de un aspecto. Hay momentos en los que tengo la impresión de que el mismísimo destino de la vida consciente pende de un hilo. Pero ¿acaso me inspira temor eso? No, creo que no... No doy ningún valor especial a la consciencia. ¡No me importaría en lo más mínimo convertirme en un árbol!

—¿Quién puede afirmar sin temor a equivocarse que los árboles no son criaturas conscientes?

Corum sonrió mientras colocaba una olla sobre las llamas de la hoguera y empezaba a echar tiras de carne en el agua que iniciaba el hervor.

—Bueno... En un bloque de mármol, entonces.

—Vuelvo a repetir que no sabemos... —empezó a decir Corum, pero Jhary le interrumpió lanzando un bufido de impaciencia.

—¡No estoy dispuesto a perder el tiempo con esos juegos infantiles!

—No me has entendido, Jhary. Verás, acabas de hacer referencia a un tema en el que he estado pensando mucho últimamente... Yo también estoy empezando a comprender que el ser capaz de pensar no es algo que lleve implícito ningún valor especial y, de hecho, si se medita en ello se puede ver que trae consigo muchas desventajas. Toda la condición de los mortales es creada por su capacidad de analizar el universo y su incapacidad de comprenderlo.

—A algunos no les importa —dijo Jhary—. Yo mismo, por ejemplo, me contento con ir a la deriva de un lado a otro, y dejo que lo que ha de ocurrir ocurra sin tomarme la molestia de interrogarme sobre el porqué ocurre.

—Estoy de acuerdo contigo en que es una manera admirable de enfrentarse a la vida, desde luego; pero la naturaleza no nos ha dotado a todos de esa clase de emociones.

Algunos deben cultivarlas, y es posible que otros nunca sean capaces de llegar a hacerlo y estén condenados a una existencia llena de infelicidad como resultado de esa incapacidad. Pero ¿importa acaso que nuestras existencias sean felices o desgraciadas?

¿Debemos dar más valor a la alegría que a la pena? ¿Acaso no es posible considerar que poseen el mismo valor?

—Lo único que sé es que la inmensa mayoría de nosotros consideramos que es mejor ser felices —replicó Jhary, siempre práctico.

—Y sin embargo todos alcanzamos esa felicidad de maneras muy distintas. Algunos la alcanzan a través del cultivo de la despreocupación, y algunos mediante todo lo contrario. Algunos llegan a ella sirviéndose a sí mismos, y otros llegan a ella sirviendo a los demás. Últimamente he descubierto que servir a los demás me resulta placentero.

Toda la cuestión de la moralidad...

—No es nada cuando a uno le rugen las tripas —le interrumpió Jhary contemplando la olla—. Bien, Corum, ¿crees que la carne estará ya en su punto?

Corum se echó a reír.

—Creo que me estoy convirtiendo en un pesado insoportable —dijo.

—Oh, no te preocupes. —Jhary fue sacando trozos de carne de la olla y los dejó caer dentro de su cuenco. Puso a un lado un trozo para dárselo al gato en cuanto se hubiera enfriado lo suficiente, y el felino se aposentó sobre su hombro y frotó su cabeza contra la de Jhary mientras empezaba a ronronear—. Has descubierto una religión, eso es todo...

¿Qué otra cosa podías esperar en un sueño mabden?

Cabalgaron a lo largo de un río congelado siguiendo un sendero que había quedado totalmente oculto bajo la nieve, y fueron subiendo más y más internándose en las colinas. Dejaron atrás una casa cuyos muros de piedra se habían medio derrumbado quedando agrietados como bajo el golpe de un martillo gigantesco, y sólo cuando estuvieron cerca de ella vieron los blancos cráneos que parecían contemplarles desde las ventanas y las blancas manos paralizadas en gestos de terror. Los huesos brillaban bajo la pálida luz del sol.

—Congelados —dijo Jhary—. Y no cabe duda de que fue el frío lo que agrietó esas piedras.

—Es obra de Balahr, el del único ojo mortífero... —dijo Corum—. Le conozco. Me he enfrentado a él.

Y dejaron atrás la casa y llegaron hasta la cima de la colina, y encontraron un pueblo en el que había cadáveres congelados por todas partes, y aquellos cadáveres aún tenían carne sobre sus huesos y estaba claro que habían muerto antes de que el frío hubiese congelado sus cuerpos, y cada varón había sufrido una espantosa profanación.

—Esto es obra de Goim, la única hembra de los Fhoi Myore que todavía sigue con vida —dijo Corum—. Ciertas partes del cuerpo de los mortales son como una golosina deliciosa para ella.

—Nos hallamos en las fronteras de las tierras donde no queda nada que se oponga al poder de los Fhoi Myore —dijo Jhary-a-Conel, extendiendo una mano hacia adelante para señalar las nubes grises que parecían hervir en el horizonte—. ¿Tendremos que sufrir el mismo destino que ellos? ¿Crees que Balahr o Goim nos descubrirán?

—Entra en lo posible —replicó Corum.

Jhary sonrió.

—Te has puesto muy serio, amigo mío. Bien, consuélate pensando que si nos hacen esas cosas seguiremos estando en una posición de superioridad moral...

Corum le devolvió la sonrisa.

—Eso me consuela mucho —dijo.

Guiaron a sus monturas fuera del pueblo y las hicieron bajar por un empinado camino lleno de nieve, en el que dejaron atrás una carreta repleta con los cuerpos congelados de niños que indudablemente habían sido enviados en ella para que huyeran de aquel lugar antes de que los Fhoi Myore cayesen sobre él.

Después entraron en un valle donde los cadáveres de un ejército entero de guerreros habían sido medio devorados por perros, y una vez allí descubrieron huellas recientes que habían sido dejadas por un jinete solitario y tres enormes sabuesos.

—Gaynor también va en esta dirección —dijo Corum—, y sólo nos lleva unas cuantas horas de ventaja. ¿Por qué pierde el tiempo ahora?

—Quizá nos está observando. Quizá intenta adivinar cuál es el propósito de nuestra empresa —sugirió Jhary—. Si obtiene esa información, podrá volver a reunirse con sus amos y será muy bienvenido.

—Eso suponiendo que los Fhoi Myore sean capaces de dar la bienvenida a alguien... No reclutan lo que nosotros consideramos como ayuda de ninguna clase. Hay algunos, los muertos resucitados entre ellos, que no tienen más elección que seguir a los Fhoi Myore y hacer lo que les ordenan, pues no son bienvenidos en ningún otro lugar.

—¿Cómo resucitan a los muertos?

—Uno de los seis Fhoi Myore puede hacerlo..., creo que aquel al que llaman Rhannon.

Rhannon insufla su frío aliento en las bocas de los muertos y hace que vuelvan a la vida.

Besa a los vivos y hace que conozcan la muerte... Eso dice la leyenda, pero son muy pocos los que saben algo sobre los Fhoi Myore. Ni siquiera los Fhoi Myore saben muy bien qué hacen o por qué se encuentran en este plano. Hace mucho tiempo fueron rechazados por los sidhi que vinieron de otro plano para ayudar a las gentes de Lwym-an-Esh, pero el declive de los sidhi hizo que la fuerza de los Fhoi Myore fuera creciendo sin que hubiese nada capaz de oponerse a ella hasta que pudieron volver aquí e iniciar de nuevo sus conquistas. Sus enfermedades deben acabar con ellos pronto, y según tengo entendido pocos de ellos vivirán más de otros mil años. Cuando los Fhoi Myore mueran, todo este mundo habrá muerto.

—Tengo la impresión de que no nos iría nada mal contar con unos cuantos aliados sidhi—dijo Jhary-a-Conel.

—El único sidhi que conozco se llama Goffanon, y está cansado de pelear. Acepta que el mundo está condenado, y cree que nada de lo que pueda hacer conseguirá evitar que se produzca esa catástrofe.

—Quizá tenga razón —dijo Jhary con voz melancólica mientras miraba a su alrededor.

Y un instante después Corum alzó la cabeza y miró a un lado y a otro poniendo cara de preocupación.

—¿No lo oyes?

Corum alzó la mirada hacia las colinas de las que habían llegado.

Sí, podía oír con toda claridad aquel sonido melancólico, extraño y vagamente burlón...

Eran las notas de un arpa.

—¿Quién puede tocar música aquí? —murmuró Jhary—. Música que no sea una elegía para un funeral, claro... —Volvió a aguzar el oído—. Y la verdad es que esa música resultaría muy adecuada para un funeral.

—Cierto, y esa elegía funeraria suena en mi honor —dijo secamente Corum—. He oído la música del arpa en más de una ocasión desde que llegué a este reino, Jhary, y se me ha dicho que tema a un arpa.

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