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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El roble y el carnero (8 page)

BOOK: El roble y el carnero
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Corum dirigió su montura hacia el umbral y entró en un angosto pasadizo que ya estaba ocupado por los cuerpos acurrucados de una anciana y una joven que habían muerto congeladas la una junto a la otra. Corum desmontó y llevó a su caballo hasta una habitación contigua al pasadizo.

La habitación no parecía haber sufrido ningún saqueo. Una capa de escarcha cubría la comida esparcida sobre una mesa que había sido preparada para diez personas. En un rincón había unas cuantas lanzas, y se veían escudos y espadas junto a la pared. Los hombres de la casa habían ido a enfrentarse con los Fhoi Myore y no habían vuelto para comer en aquella mesa. La anciana y la chica habían muerto bajo la influencia letal del temible ojo de Balahr, y con toda seguridad acabarían encontrando los cadáveres de otros —viejos o jóvenes— que no habían tomado parte en la resistencia condenada al fracaso que Caer Llud había intentado oponer a los Fhoi Myore cuando éstos llegaron a la ciudad. Corum anhelaba desesperadamente encender un fuego para calentar sus huesos doloridos y expulsar la niebla que se había infiltrado en su cuerpo, pero sabía que hacerlo sería correr un riesgo excesivo. Los muertos vivientes no necesitaban fuegos para calentarse, y el Pueblo de los Pinos tampoco.

—Arriba habrá ropa, quizá incluso mantas —dijo Corum mientras Jhary-a-Conel metía su caballo en la habitación y sacaba un tembloroso gatito alado blanquinegro del interior de su jubón—. Voy a echar un vistazo.

El gatito ya estaba volviendo a meterse en el jubón de Jhary lanzando débiles maullidos de protesta.

Corum subió cautelosamente por una escalera de madera y se encontró en un angosto descansillo. Tal como había supuesto, no estaba solo. Vio a dos hombres muy ancianos y a tres bebés. Los ancianos habían muerto intentando calentar a los bebés con el calor de sus cuerpos.

Corum entró en una habitación y descubrió un gran armario lleno de mantas atiesadas por el frío, pero enseguida vio que no habían llegado a helarse. Sacó del armario todas las mantas que podía transportar y las llevó escalera abajo. Jhary se apresuro a cogerlas con expresión agradecida y se envolvió en ellas.

Corum estaba desenrollando algo que había llevado alrededor de su cintura. Era aquel manto de aspecto tan poco impresionante, el regalo del rey Fiachadh, la capa sidhi.

Ya habían trazado sus planes. Jhary-a-Conel esperaría allí con los caballos mientras Corum buscaba a Amergin. Corum desplegó el manto, y volvió a interrogarse sobre su auténtica naturaleza al ver cómo sus manos desaparecían ante él. Jhary no había visto el manto hasta entonces, y contemplar lo que era capaz de hacer hizo que dejara escapar un jadeo ahogado desde el montón de mantas en el que se había acurrucado.

Y entonces Corum se quedó inmóvil con el manto en las manos.

Había sonidos en la calle. Fue cautelosamente hasta las ventanas protegidas con los postigos cerrados, atisbo por una grieta y vio siluetas que se movían por entre la niebla que parecía pegarse a todas las cosas. Había muchas siluetas. Algunas iban a pie y otras montadas, pero todas tenían el mismo color verdoso, y Corum las reconoció enseguida: eran los extraños Hermanos de los Pinos que en tiempos habían sido hombres, pero que ahora tenían savia en vez de sangre corriendo por sus venas y que extraían su vitalidad no de la carne y la bebida sino de la mismísima tierra. Eran los combatientes más aguerridos de los Fhoi Myore, y sus esclavos más inteligentes; y los caballos que montaban también eran del mismo extraño color verdoso, y eran mantenidos con vida por los mismos elementos que mantenían con vida al Pueblo de los Pinos. Mientras los observaba Corum pensó que incluso ellos estaban condenados a terminar pereciendo cuando los Fhoi Myore hubiesen envenenado toda la tierra, hasta el extremo de que ni siquiera los árboles más resistentes podrían seguir viviendo, mas para cuando llegara ese momento los Fhoi Myore ya no tendrían necesidad de sus guerreros verdes.

Con excepción de Gaynor, aquéllas eran las criaturas que inspiraban más temor a Corum, pues seguían conservando una gran parte de la inteligencia que habían poseído antes de su transformación. Indicó a Jhary por señas que debía guardar el silencio más absoluto y apenas respiró mientras veía pasar a la multitud de siluetas.

Era un gran contingente de guerreros y se había preparado para una expedición.

Parecían estar saliendo de Caer Llud. ¿Sería para lanzar otro ataque contra Caer Mahlod, o marchaban en alguna otra dirección?

Y de repente Corum vio una masa de niebla más espesa detrás del pequeño ejército, y de la niebla brotaban extraños gruñidos y jadeos ahogados, unos sonidos muy peculiares que daban la impresión de poder ser un lenguaje articulado. La niebla se disipó un poco, y Corum vio los contornos de bestias deformes que avanzaban con paso lento y pesado y de un carro de guerra hecho con maderos y mimbres. Tuvo que mirar hacia arriba para distinguir el borroso perfil de la criatura que iba en el carro. Corum vio un pelaje rojizo y una mano de ocho dedos, todos ellos retorcidos y cubiertos de verrugas, que aferraba lo que parecía ser un martillo de dimensiones monstruosas. Un instante después el carro de guerra había dejado atrás la ventana entre crujidos y chirridos, y el silencio volvió a adueñarse de la calle.

Corum se envolvió en la capa sidhi. Parecía haber sido hecha para un hombre mucho más alto y corpulento que él, pues los pliegues le cubrieron por completo.

Y entonces, y para gran asombro suyo, Corum creyó ver dos habitaciones. Si hubiese tenido dos ojos habría pensado que estaba bizqueando, pero las habitaciones eran sutilmente distintas. Una era la habitación llena de muerte en la que Jhary estaba sentado dentro de sus mantas, y la otra era alegre y luminosa, y estaba llena de sol.

Y entonces Corum comprendió, por fin, cuáles eran las propiedades de la capa sidhi.

Había transcurrido mucho tiempo desde la última ocasión en que Corum fue capaz de trasladar su cuerpo de un plano a otro, y eso era precisamente lo que el manto acababa de hacer por él. Al igual que Hy-Breasail, la capa sidhi no se hallaba del todo en aquel plano, y podría decirse que desplazaba a Corum de lado en un movimiento a través de las dimensiones que separaban un plano de otro.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Jhary-a-Conel con la cabeza vuelta hacia el lugar en el que estaba Corum.

—¿Por qué lo preguntas? ¿Me he esfumado?

Jhary meneó la cabeza.

—No —dijo—, pero te has vuelto un poco borroso y difícil de ver, como si la niebla se estuviera acumulando a tu alrededor.

Corum frunció el ceño.

—Así que después de todo la capa no funciona... Tendría que haber hecho una prueba con ella antes de salir de Caer Mahlod.

Jhary-a-Conel puso cara pensativa.

—Quizá sea capaz de engañar a los ojos mabden, Corum —dijo—. Olvidas que yo estoy acostumbrado a viajar entre los reinos. Pero los que no pueden ver, los que no poseen un conocimiento como el que poseemos nosotros... Ellos quizá no te vean.

Corum sonrió con amargura.

—¡Bien, Gaynor, espero que no puedas verme! —exclamó.

Giró sobre sí mismo para ir hacia la puerta.

—Ten mucho cuidado, Corum —dijo Jhary-a-Conel—. Gaynor, los mismos Fhoi Myore...

Aquí hay muchas criaturas que no son de este mundo. Algunas de ellas quizá puedan verte con toda claridad, en tanto que otras quizá sólo distingan vagamente tus contornos; pero hay mucho peligro en lo que planeas hacer.

Y Corum no dijo nada, pero salió de la habitación y fue a la calle, y empezó a avanzar hacia la torre que se alzaba junto al río con las zancadas rápidas y decididas de un hombre que quizá está yendo valerosamente hacia una muerte inevitable.

Segundo capítulo

Un gran rey humillado y vencido

Estaba inmóvil justo en el camino que debía seguir Corum después de que hubiera cruzado el umbral y empezara a subir por el tramo de peldaños que llevaba hasta la entrada de la enorme torre de granito. Era muy robusto, con el pecho tan grande como un tonel. Vestía prendas de cuero, y sus manos de piel muy blanca empuñaban un sable cada una. La mirada de sus ojos rojizos estaba clavada en la nada. Sus labios exangües se hallaban curvados en algo que tanto podía ser una sonrisa como una amenazadora mueca bestial.

Corum ya se había encontrado con otros de su especie antes, se hallaba ante uno de los muertos vivientes vasallos de los Fhoi Myore llamados ghoolegh. Solían cabalgar como cazadores al lado de los Sabuesos de Kerenos, pues eran obtenidos entre las filas de aquellos que habían vivido en los bosques antes de la llegada de los Fhoi Myore.

Corum pensó que aquélla iba a ser la prueba decisiva. Se detuvo a menos de medio metro del ghoolegh de ojos rojizos y adoptó una postura marcial colocando una mano sobre su espada.

Pero el ghoolegh no reaccionó. Siguió mirando a través de Corum, y estaba claro que no podía verle.

Corum pasó al lado del centinela ghoolegh sintiendo un cierto alivio al haber recuperado su fe en la capa sidhi, y siguió avanzando hasta que llegó a la entrada de la torre.

Allí había dos ghoolegh más a los que la presencia de Corum pasó tan desapercibida como a su compañero. Corum cruzó el umbral sintiéndose casi animado y empezó a subir por la escalera que llevaba hasta el corazón de la torre. La torre era de grandes dimensiones y tenía forma aproximadamente cuadrada. Los peldaños ya eran viejos y estaban muy desgastados, y las paredes que se alzaban a ambos lados estaban adornadas con frescos o tallas de una artesanía excepcionalmente hermosa. Al igual que ocurría con casi todo el arte mabden, los frescos y las tallas mostraban hazañas famosas, grandes héroes, historias de amor y las obras de los dioses y los semidioses, pero poseían una pureza de concepción y una belleza en la que estaban ausentes todos los aspectos más oscuros de la superstición y la religiosidad. El contenido metafórico de aquellas viejas historias era plenamente comprendido por los mabden, quienes sabían apreciarlo por lo que era.

Aquí y allá se veían restos de tapices que habían sido arrancados de las paredes. Estaban recubiertos de escarcha y medio podridos por la niebla, pero aún se podía ver que habían sido de un valor inconmensurable y que habían sido hechos con hilos de oro y plata así como con escarlatas, amarillos y azules de vivida intensidad. Corum sintió una gran pena ante la destrucción que habían traído consigo los Fhoi Myore y sus esbirros.

Llegó al primer piso de la torre y se encontró en un vestíbulo con el suelo de piedra tan espacioso que casi parecía una sala. Había bancos colocados a lo largo de las paredes, y escudos colgados sobre ellos; y Corum oyó voces procedentes de una de las habitaciones a las que daba acceso aquel vestíbulo.

Fue hacia la puerta entornada, confiando ya plenamente en los poderes de su capa, y para gran sorpresa suya captó una oleada de calor que brotaba del umbral. Agradeció aquel calor, pero también se sintió perplejo. Corum metió la cabeza por el hueco de la puerta moviéndose todavía más cautelosamente que antes, y lo que vio le dejó asombrado.

Había dos figuras sentadas junto a un gran fuego que había sido encendido en el hogar de piedra. Las dos estaban envueltas en varias capas de gruesas pieles blancas, y tanto la una como la otra llevaban guantes de piel. Ninguna de las dos tendría que haber estado en Caer Llud. Al otro extremo de la habitación, una joven con la piel muy blanca y los mismos ojos rojizos de los centinelas ghoolegh estaba colocando comida sobre una mesa. Bastaba con verla para darse cuenta de que era una muerta viviente, y el que estuviese allí significaba que la presencia en Caer Llud de las dos figuras sentadas junto al fuego no tenía nada de ilícita. Estaba claro que eran invitados, y que los Fhoi Myore habían puesto sirvientes a su disposición.

Uno de los invitados de los Fhoi Myore era un mabden alto y esbelto que lucía anillos adornados con gemas en sus manos enguantadas y un collar de oro también adornado con gemas en su garganta. Tanto su larga cabellera como su larga barba habían encanecido casi del todo, y enmarcaban un apuesto rostro de anciano; y sobre su pecho reposaba un cuerno sostenido por una tira de cuero que pasaba alrededor de su cuello. El cuerno era muy largo y estaba reforzado con bandas de oro y plata. Corum sabía que cada una de aquellas bandas había sido trabajada hasta darle la forma de uno de los animales del bosque. El mabden era el que había conocido cerca del Monte Moidel y al que había entregado una túnica a cambio de aquel cuerno que el mabden parecía haber logrado recuperar. Era el hechicero Calatin, quien urdía planes secretos que no tenían nada que ver con la lealtad a sus compatriotas mabden o a sus enemigos los Fhoi Myore, o eso había pensado Corum al conocerle.

Pero lo que asombró todavía más a Corum que la presencia del hechicero fue el ver a su acompañante, pues era alguien que había jurado que nunca jamás volvería a tomar parte en los asuntos del mundo. Y aquel nombre debía ser con toda seguridad un renegado, pues era el que se había llamado a sí mismo enano a pesar de que medía casi dos metros y medio de altura y la anchura de sus hombros era como mínimo de un metro y medio; y que poseía los rasgos delicados y llenos de sensibilidad que indicaban su parentesco con los vadhagh, de los que era primo, a pesar de que una gran parte de esos rasgos quedara oculta por pelos negros. Un peto de hierro asomaba por debajo de sus muchas pieles, sus piernas estaban protegidas por grebas de hierro pulimentado con realces de oro, y se cubría la cabeza con un casco de hierro pulido trabajado de manera similar.

Junto a él se alzaba su inmensa hacha de guerra de doble hoja, bastante parecida al hacha de Corum pero mucho más grande.

Era Goffanon, el herrero sidhi de Hy-Breasail, quien había entregado a Corum la lanza Bryionak y la bolsita llena de saliva que Calatin anhelaba obtener. ¿Cómo podía haber llegado a aliarse con los Fhoi Myore y, lo que parecía todavía más imposible, con el hechicero Calatin? ¡Goffanon había jurado que nunca volvería a tomar parte en las guerras entre los mortales y los Dioses del Limbo! ¿Habría engañado a Corum? ¿Habría estado aliado todo aquel tiempo con los Fhoi Myore y con el hechicero Calatin? Pero de ser así, ¿por qué había entregado a Corum la lanza Bryionak, un acto cuyo último resultado había sido la derrota que los Fhoi Myore sufrieron en Caer Mahlod? Goffanon empezó a volver lentamente la cabeza hacia la puerta como si percibiera la presencia de Corum, y Corum se apresuró a retroceder, pues no podía saber si el sidhi sería capaz de verle o no.

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