—¿Qué ha sido de Amergin? —preguntó Corum.
No sabía prácticamente nada sobre el destino sufrido por el Gran Rey, pues las gentes del Reino de los Tuha-na-Cremm Croich preferían no hablar de aquel tema.
—Se encuentra bajo los efectos de una ilusión mágica —le explicó el rey Fiachadh.
—¿Un encantamiento? ¿Cuál es su naturaleza?
—No estamos seguros —dijo el rey Fiachadh. Guardó silencio durante unos momentos, y cuando siguió hablando pareció hacerlo de bastante mala gana—. Se afirma que Amergin está convencido de que es un animal. Algunos dicen que cree ser una cabra, otros una oveja, otros un cerdo...
—¿Veis qué astutos son los que sirven a los Fhoi Myore? —exclamó Medhbh—. Mantienen con vida a nuestro Archidruida, pero han destruido su dignidad.
—Y el abatimiento se ha ido adueñando de todos los que aún conservan su libertad —dijo el rey Fiachadh—. Ésa es una de las razones por las que los otros reyes no pelearán, Mannach. El que Amergin vaya a cuatro patas y coma hierba les ha robado el valor que necesitarían para hacerlo.
—¡No sigas hablando! —exclamó el rey Mannach mientras alzaba las manos. Su noble rostro de anciano estaba lleno de pena—. Nuestro Gran Rey simboliza todo nuestro orgullo...
—Pero no hay que confundir el símbolo con la realidad —dijo Corum—. La raza de los mabden sigue teniendo muchos motivos para sentirse orgullosa de sí misma.
—Cierto —dijo Medhbh—. Corum tiene razón.
—A pesar de ello, nuestras gentes sólo se unirán bajo el mando de un Amergin que haya quedado libre del encantamiento —dijo el rey Fiachadh—. Ah, qué gran hombre era Amergin...
Una lágrima se deslizó lentamente de uno de sus ojos azules, y el rey Fiachadh volvió la cabeza para que no le viesen llorar.
—Entonces Amergin debe ser rescatado —dijo Corum—. ¿Deseáis que encuentre a vuestro rey y lo traiga al oeste? —Sus palabras no eran fruto de un impulso momentáneo, pues Corum había estado pensando en ello desde el comienzo de la conversación—. Si me disfrazara, quizá podría llegar hasta Caer Llud.
Y cuando Fiachadh volvió nuevamente la mirada hacia él, ya no estaba llorando.
Estaba sonriendo.
—Y yo puedo proporcionaros el disfraz —dijo.
Corum se echó a reír. Estaba claro que la decisión a la que había llegado también se hallaba presente en los pensamientos del rey Fiachadh, y quizá lo había estado durante mucho más tiempo que en los suyos.
—Sois un sidhi... —empezó a decir el monarca del Reino de los Tuha-na-Manannan.
—Estoy emparentado con ellos —dijo Corum—, como descubrí durante mi última empresa. Tenemos la misma apariencia y supongo que compartimos ciertos poderes, pero no alcanzo a comprender cuál es la razón de que yo deba poseerlos...
—La razón es que todos así lo creen —se limitó a decir Medhbh.
Después se inclinó hacia Corum y le acarició el brazo. El roce fue como un beso, y Corum le sonrió con ternura.
—Muy bien —dijo—. La razón es que todos así lo creen, pero si lo deseáis podéis llamarme «sidhi», rey Fiachadh.
—Entonces, noble sidhi, hay algo que debéis saber. Hace un año un visitante llegó a la tierra del Lejano Oeste, la tierra de mis gentes, el Pueblo de los Tuha-na-Manannan. Se llamaba Onragh...
—¡Onragh de Caer Llud! —jadeó el rey Mannach—. A quien se le había confiado la custodia de...
—¿De los Tesoros de Llud, de los regalos que nos hicieron los sidhi? Así fue, y Onragh los perdió todos cuando cayeron de su carro mientras huía de los Fhoi Myore y de sus vasallos. Los Sabuesos de Kerenos le perseguían, por lo que no pudo volver para recuperarlos, así que los perdió todos..., salvo uno. Llevó ese Tesoro a través del agua hasta el Lejano Oeste, la tierra de las lloviznas y las neblinas, y cuando llegó allí, Onragh de Caer Llud ya estaba a punto de morir debido a las muchas heridas de todas clases que le habían infligido. Los Sabuesos de Kerenos habían devorado la mitad de una de sus manos. Una oreja había sido cortada por el sable de un ghoolegh. Varios cuchillos se habían abierto paso hasta sus entrañas. El guerrero agonizante me entregó el único Tesoro que había salvado y que no había podido salvar su vida, y me confió su custodia. Onragh no podía utilizarlo. Sólo un sidhi puede utilizarlo, aunque no comprendo el porqué, salvo que ello se deba a que el Tesoro nos fue entregado por los sidhi, al igual que la gran mayoría de los tesoros de Caer Llud, y debió haber ayudado a nuestras gentes en tiempos pasados. Y Onragh, condenado a morir creyendo que no había cumplido la misión que le encomendó nuestra raza, nos trajo nuevas del Gran Rey Amergin. Por aquel entonces, Amergin aún se hallaba en la gran torre que se alza junto al río, cerca del centro de Caer Llud. Esta torre siempre ha sido la morada del Gran Rey, pero Amergin ya se encontraba bajo los efectos de la ilusión mágica que le hace creerse una bestia; y se hallaba vigilado por muchos vasallos de los Fhoi Myore... Algunos de ellos llegaron junto con los Fhoi Myore procedentes de su propio Reino; y otros, los que están medio muertos, como por ejemplo los ghoolegh, fueron creados a partir de mabden que perecieron o fueron capturados durante el combate. Pero si hay que creer a Onragh, amigos míos, lo que está claro es que Amergin se halla muy bien vigilado, y a juzgar por lo que le oí decir, no todos sus centinelas tienen forma humana. Pero no cabe duda de que Amergin está allí.
—Necesitaré un disfraz excelente —dijo Corum con voz pensativa.
En su fuero interno, Corum tenía la certeza de que su empresa estaba condenada al fracaso, pero también le parecía que debía intentarlo aunque sólo fuese para dar una prueba tangible del respeto que sentía hacia aquellas gentes.
—Tengo la esperanza de que podré sugeriros uno —dijo el rey Fiachadh, y su enorme y robusto cuerpo empezó a alzarse mientras se ponía en pie—. Hermano, ¿está mi arcón donde pedí que fuera colocado?
El rey Mannach también se puso en pie, alisando su blanca cabellera mientras lo hacía.
Corum se acordó de que no hacía mucho tiempo aún se veían muchos cabellos rojos sobre su cabeza, pero eso había sido antes de la llegada de los Fhoi Myore; y, además, la barba del rey Mannach también había encanecido casi por completo desde entonces. A pesar de ello, Mannach seguía siendo un hombre de impresionante apostura. Era casi tan alto como Fiachadh, el gigante de los hombros anchísimos, y el collar de oro signo de su realeza relucía alrededor de su robusto cuello. El rey Mannach señaló un rincón detrás del lugar en el que estaban sentados.
—Allí está el arcón —dijo.
Y el rey Fiachadh fue hasta allí y cogió el pesado arcón por sus asas doradas y lo llevó hasta la mesa, y lo colocó encima de ella con un gruñido. Después sacó de una faltriquera que colgaba de su cintura unas cuantas llaves y abrió cinco sólidos cerrojos con ellas. Cuando hubo terminado se quedó inmóvil durante unos momentos, y clavó la mirada de sus penetrantes ojos azules en el rostro de Corum, y las palabras que pronunció a continuación fueron muy misteriosas.
—Ahora no sois un traidor, Corum —dijo.
—No lo soy —replicó Corum—. Ahora no...
—Tengo más confianza en un traidor reformado que en mí mismo —dijo el rey Fiachadh, y sonrió jovialmente mientras abría el arcón.
Pero lo abrió de tal manera que Corum no pudo ver lo que contenía.
El rey Fiachadh metió las manos en el arcón y empezó a sacar algo de él manejándolo con gran cautela y delicadeza.
—Aquí está el último de los Tesoros de Caer Llud —dijo.
Y Corum se preguntó si el monarca del Reino de los Tuha-na-Manannan no estaría bromeando, pues lo que sostenía el rey Fiachadh en sus dos manos no era más que una capa bastante maltrecha y en tan mal estado que quizá incluso el más pobre de los campesinos habría desdeñado llevarla sobre los hombros. La capa estaba remendada y llena de desgarrones, y el transcurrir del tiempo la había ido decolorando hasta el extremo de que resultaba imposible imaginar cuál había sido su color original.
El rey Fiachadh se la ofreció a Corum sosteniéndola casi con recelo y, al mismo tiempo, con una inmensa delicadeza, como si aquella vieja capa le pareciese un objeto impresionante.
—Éste es vuestro disfraz —dijo el rey Fiachadh.
Corum acepta un regalo
—¿La llevó algún héroe en alguna ocasión? —preguntó Corum.
Era la única explicación para la reverencia con la que el rey Fiachadh manejaba aquella maltrecha capa.
—Sí, según nuestras leyendas un héroe la llevó durante los primeros combates con los Fhoi Myore. —La pregunta de Corum parecía haber dejado un poco perplejo al rey Fiachadh—. Suele ser conocida meramente como El Manto, pero a veces también se la llama Capa de Arianrod, por lo que si hemos de ser estrictos hay que decir que es el manto de una heroína, pues Arianrod fue una sidhi de gran fama y muy querida por los mabden.
—Y por eso la guardáis como un tesoro —dijo Corum—. Sí, hacéis bien conservándola así porque...
Medhbh se echó a reír, pues sabía lo que estaba pensando Corum.
—Estáis rozando la condescendencia, Señor de la Mano de Plata —dijo—. ¿Creéis que el rey Fiachadh es un estúpido?
—Lejos de ello, pero...
—Si conocieseis nuestras leyendas, comprenderíais cuál es el poder de ese manto tan desgastado. Arianrod lo usó en mudas grandes hazañas antes de que un Fhoi Myore pusiera fin a su vida durante la última gran batalla entre los sidhi y los Fhoi Myore.
Algunos afirman que Arianrod aniquiló a todo un ejército de Fhoi Myore sin ayuda de nadie mientras llevaba puesta esa rapa.
—¿Hace invulnerable a quien la lleve puesta?
—No exactamente —dijo el rey Fiachadh, quien seguía ofreciendo el manto a Corum—.
¿Querréis aceptarlo, príncipe Corum?
—Me complacerá muchísimo aceptar un regalo de vuestras manos, rey Fiachadh —dijo Corum, algo avergonzado al pensar que quizá no se había estado comportando de una manera demasiado cortés.
Extendió los brazos y tomó delicadamente la capa en su mano de carne y hueso y su mano de plata resplandeciente.
Y sus dos manos se desvanecieron a la altura de las muñecas, con lo que pareció que Corum había vuelto a quedar repentinamente mutilado aunque esta vez de una manera aún más grave que la primera; pero a pesar de que el manto se había esfumado, Corum aún podía sentir su mano de carne y la textura de la tela en sus dedos.
—Bien, veo que surte efecto —dijo el rey Fiachadh con gran satisfacción—. Me alegra que lo aceptarais con vacilación, noble sidhi.
Corum empezó a comprender lo que había ocurrido. Sacó su mano de carne y hueso de debajo de la capa, ¡y pudo volver a verla!
—¿Un manto de invisibilidad?
—Así es —murmuró respetuosamente Medhbh—. Es el mismo manto que Gyfech usó para entrar en el dormitorio de Ben mientras el padre de la joven dormía acostado delante de la puerta. Ese manto era considerado como un gran tesoro incluso por los sidhi.
—Creo que sé cómo se produce la invisibilidad —dijo Corum—. El manto viene de otro plano. Es parte de otro mundo, al igual que lo es Hy-Breasail... Traslada a quien lo lleva puesto a otro plano, al igual que los vadhagh pudieron en tiempos pasados desplazarse de un plano a otro y ser conscientes de las actividades que se desarrollaban en distintos planos.
Nadie tenía ni la más leve idea de qué estaba hablando, pero estaban demasiado complacidos para hacerle preguntas.
Corum se echó a reír.
—Ha sido traído del plano sidhi, por lo que carece de verdadera existencia en este plano —dijo—. Pero ¿por qué no surte efecto si lo lleva puesto un mabden?
—Tampoco surte efecto para todos los sidhi —dijo el rey Fiachadh—. Existen algunas criaturas, mabden o de otras razas, que poseen un sexto sentido capaz de revelarles la presencia de quien lleve puesta la capa incluso cuando es invisible para todos los demás.
Son muy pocas las criaturas que poseen este sexto sentido, por lo que casi siempre podréis llevar el manto sin temor a ser detectado; pero alguien cuyo sexto sentido se encuentre lo suficientemente desarrollado podrá veros con tanta claridad como yo os estoy viendo ahora.
—¿Y éste es el disfraz que he de utilizar para ir a la Torre del Gran Rey? —preguntó Corum, sosteniendo la capa con mucha cautela y con tanta reverencia como lo había hecho el rey Fiachadh, mientras se maravillaba al ver cómo sus pliegues ocultaban primero una parte de su anatomía y luego otra—. Sí, es un buen disfraz. —Corum sonrió—.
No existe ninguno que lo supere. —Después devolvió el manto de invisibilidad al rey Fiachadh—. Será mejor que esté bien guardado dentro del arcón hasta que sea necesario utilizarlo.
Y cuando el arcón volvió a estar cerrado bajo cinco llaves, Corum se dejó caer en su sillón con expresión pensativa.
—Ahora tenemos muchos planes que hacer —dijo.
Y, debido a eso, pasó bastante rato antes de que Corum y Medhbh pudieran yacer el uno al lado del otro en su gran lecho, contemplando la luna del verano por los ventanales.
—Fue profetizado —dijo Medhbh con voz ya algo adormilada— que Cremm Croich partiría en tres empresas, se enfrentaría a tres grandes peligros, y que conocería a tres personas con las que quedaría unido por los lazos indestructibles de la amistad.
—¿Dónde se profetizó todo eso?
—En las viejas leyendas.
—No me habías hablado de ello antes.
—No parecía haber ningún motivo para ello. Las leyendas son vagas... Después de todo, no eres lo que las leyendas nos habían inducido a esperar.
Los labios de Medhbh se curvaron en una leve sonrisa.
Corum se la devolvió.
—Bien, entonces mañana iniciaré mi segunda empresa.
—Y estarás lejos de mí durante mucho tiempo —dijo Medhbh.
—Me temo que ése es mi destino. Vine aquí impulsado por el deber, mi dulce Medhbh, no por el amor... El amor debe ser disfrutado mientras no interfiera con el cumplimiento del deber.
—Podrías morir, ¿verdad? A pesar de que seas un señor élfico...
—Sí, la espada o el veneno pueden acabar conmigo. ¡Incluso cabe la posibilidad de que me caiga del caballo y me rompa el cuello!
—No te burles de mis temores, Corum.
—Lo siento. —Corum se incorporó apoyándose sobre un codo y contempló los hermosos ojos de Medhbh. Después se inclinó sobre ella y la besó en los labios—. Lo siento mucho, Medhbh...