Varios de los integrantes se miraron a los ojos con una muestra de incomodidad en sus pupilas.
—Si a esto añadimos los recientes cambios en el comportamiento del Sol y los seis terremotos que se han producido en varios puntos del planeta, sabremos el por qué la creciente ola de caos, miedo y confusión.
Washington tomó aire y los observó a todos.
—Si la gente se enterara de la llegada del meteorito, entraría en una fuerte crisis psicológica. Además, la incontrolable difusión mediante internet, videos y libros respecto a la supuesta séptima profecía nos está haciendo perder poder político y religioso.
Washington dirigió una mirada a un vocero del Vaticano. Éste se la devolvió con los ojos llenos de incertidumbre. El Cerebro prefería que el cardenal Tous no estuviera allí, de hecho había ordenado que se quedara en Roma para evitar discusiones con él. De todas formas, la tensión en el ambiente crecía con cada palabra.
—Por otro lado, el informe que desvela el alto secreto nos perjudica.
El Cerebro se refería a los recientes testimonios de avistamientos de naves interdimensionales en varios puntos del globo. Además estaban frente a una decadente influencia de posicionamiento mundial y la pérdida de miles de millones de euros, dólares y otros bienes.
—¿Qué propone usted? —preguntó el presidente de los Estados Unidos.
—Nuestra propuesta puede sonar drástica en un inicio pero creo que a la larga sería una inversión que nos puede dar el poder total; sólo así podremos generar nuestro ansiado Nuevo Orden Mundial en el corto plazo. El miedo de la mayoría de los 6,300,000,000 de habitantes del globo sería suplantado por la seguridad que nosotros le ofreceríamos. Luego de nuestra intervención, perdón —rectificó— de su intervención pública como gobiernos oficiales quedaría claro que serían los salvadores del Apocalipsis.
El presidente de los Estados Unidos hizo una mueca que cambió el semblante de su fina cara color caoba.
—¿Cuál es el plan, entonces? —esta vez fue el secretario de Defensa de Estados Unidos quien preguntó.
Washington se aclaró la garganta.
—El plan que hemos diseñado —dijo observando al ruso Valisnov— es detonar varias bombas nucleares y activar la siembra que ya hemos hecho en el espacio con los armamentos en satélites y cabezas nucleares. Ya sea mediante nuevos cohetes dirigidos o mediante el armamento que ya existe, para interferir con el meteorito y con las apariciones de naves extraterrestres. La única opción viable que veo para terminar esto es desplegar nuestro potencial nuclear.
Un murmullo recorrió aquella amplia sala como un reguero de pólvora. Un vocero del Vaticano intervino rápidamente.
—Me temo que Su Santidad no estará muy de acuerdo cuando se entere de esto.
Washington le dirigió una mirada fulgurante como un rayo.
—Creo que Su Santidad tendrá que entender la gravedad de la situación como lo han hecho todos los papas desde hace miles de años. La iglesia siempre se ha mostrado dura e inflexible para mantener la palabra de la Biblia a rajatabla y mantener por la fuerza "lo que fue en el pasado", pero se ha mostrado muy reticente para hablar sobre "lo que será en el futuro", y de esta reunión depende nuestro futuro.
—¿Se cree tan poderoso que quiere usted cambiar la palabra de Dios? —replicó con soberbia el vocero papal.
—Creo que no es momento de entrar en debates religiosos —intervino El Brujo Valisnov.
Todas las miradas fueron hacia él.
—Me gustaría explicarles la gravedad del asunto a nivel técnico —argumentó con vigor, al tiempo que abría una carpeta.
Washington asintió, hizo una seña con su mano para que hablara.
—Como sabrán, en 1996 los científicos de la NASA enviaron al espacio el proyecto NEAR, es decir, satélites cuya misión es buscar cuerpos de asteroides o cometas, u objetos de antiguas colisiones con otros planetas, que puedan estar cercanos a la Tierra y ser una amenaza para nosotros.
—Existen más de mil asteroides cercanos, y desde que contamos con la NEAR hemos podido estudiar, por ejemplo, al asteroide Eros, incluso el 12 de febrero de 2001 aterrizamos nuestro satélite sobre su superficie y se pudo comprobar que tiene 12 kilómetros de ancho y 3 de alto; de impactar contra la Tierra sería equivalente a 15 bombas como la de Hiroshima al mismo tiempo.
Varios miembros volvieron a dirigirse la mirada comprobando la gravedad que contenían aquellas palabras. El NEAR, siglas de
Near Earth Asteroid Rendezvous
o Encuentros con Asteroides Cercanos a la Tierra, fue impulsado luego de que en 1994 el geólogo y astrónomo Eugene Shoemaker y su esposa descubrieron en su estudio particular que un cometa habría de chocar contra el hemisferio sur de Júpiter, produciendo asteroides que quedarían a la deriva en el espacio.
Shoemaker era un científico que había señalado que la Tierra estuvo durante muchísimo tiempo soportando los impactos de distintos meteoritos, desde el que supuestamente terminó con los dinosaurios hasta otros muchos que aún hoy mostraban marcas del impacto, como el cráter de Arizona. Le había costado convencer a los científicos escépticos, pero como había demostrado al final tener razón, la NASA bautizó el proyecto como "NEAR Shoemaker", en honor a su nombre.
—Esta próxima amenaza de impacto no sería un asteroide de bajo peligro —retomó Valisnov, con los ojos llenos de fuerza—, no se trata de un meteorito más, ya que para detener y estudiar al meteorito Eros se tardaron cinco años. Lo que se aproxima ahora a la Tierra no ha podido ser detectado con previsión por los telescopios ni los satélites y llegará hasta nosotros en un periodo de unos cuatro o cinco meses —su rostro parecía el de un guerrero ancestral a punto de entrar en combate—. De hecho, los últimos estudios sugieren que no necesariamente es un meteorito.
Un murmullo generalizado inundó la sala. La tensión se apoderó del ambiente.
—¿Qué es entonces? —preguntó consternado el secretario de Defensa.
—No estamos seguros. Los informes recientes de nuestros científicos dicen que el cuerpo extraño incluso podría ser una especie de cometa. Está cargado de fuego y su contacto con la Tierra produciría gigantescas rocas que destruirían todo el planeta sembrándolo de cristal de impacto.
El silencio en la sala era pesado, todos estaban viviendo la tensión, los ojos del Brujo destilaban sagacidad.
—Imaginen por un momento que si hay colisión sólo quedaría ese material en toda la Tierra y ninguno de nosotros, literalmente, vería más sus huesos por este planeta.
—¿Cuál es la otra opción? ¿Hay un plan B? —preguntó el secretario de Defensa, nuevamente.
—Me temo que no hay otra opción. Es nuestra mejor carta —dijo Valisnov tajante.
Viktor Sopenski estaba sudando. Se mostró irritado por todo lo que había tenido que hacer para capturarlo.
—Un paso en falso y tus sesos van a decorar las paredes.
Adán se quedó inmóvil, tal y como se le había ordenado. Tragó saliva. Sopenski resopló como un bisonte furioso.
—¿Quién eres tú?
—Eso mismo me pregunto —respondió Adán, tratando de mover sus ojos para verle la cara.
—¡Las manos a la nuca! ¡No te muevas! —gritó enojado.
Adán subió lentamente ambas manos he hizo lo que le pedía.
—¿Tú debes ser el amigo de Alexia, verdad? —le volvió a preguntar—. Tienes cinco segundos para responder si quieres seguir vivo.
La orden que el cardenal Tous le había dado era atrapar a Adán y a Krüger con vida. Necesitaba confirmar quién era él.
—¿Qué es eso que has sacado del cajón? ¡Entrégamelo!
Adán pensó rápidamente algún artilugio para salir de aquella situación.
—Es.
—¿Una USB? ¿Qué contiene?
—No lo sé.
—¡Dímelo! Igual pronto lo sabremos —dijo Sopenski al tiempo que se dirigió hacia una Mac portátil en el escritorio de Alexia. "¡Mierda!, no sé usar las Mac", pensó. Se sentía irritado. Él estaba allí para dar su gran golpe: coger de sorpresa a la hija del arqueólogo. Si ella no estaba, su trama se le evaporaba, junto con la posibilidad de obtener los 50,000 euros.
—Puedo ayudarte —le dijo Adán tratando de alargar la situación—. Puedo darte más dinero del que te pagan.
Sopenski le dio una fuerte patada en los riñones. Aunque Adán era un hombre fuerte emitió un quejido.
—Me dirás qué hay en esta USB. ¡Prende la computadora! Un movimiento en falso y disparo.
En ese momento unos sonidos en la escalera llamaron la atención de Sopenski. El grueso policía se escondió detrás de una puerta junto a Adán, a quien no dejaba de apuntar con el arma. El femenino y flexible cuerpo de la gata entró por la puerta, con un porte elegante y majestuoso, como si se tratara de Cleopatra en el apogeo del imperio egipcio. El animal estaba buscando a su dueña. Se escuchó un maullido.
—¡Fuera de aquí! ¡Gato de mierda!
Sopenski le arrojó un cojín que encontró sobre la cama.
El animal huyó rápidamente escaleras abajo.
Con el arma al frente, el policía le indicó a Adán que se moviera hacia la derecha. Sopenski quedó de espaldas a la puerta.
—Se me agota la paciencia —dijo con furia, como si tirara espuma por la boca—. Veamos la USB y nos vamos de aquí rápidamente.
Adán abrió la tapa de la Mac.
—Tiene contraseña. No sé cuál sea.
A Sopenski parecía que se le salían los ojos de sus órbitas.
—¿Contraseña? —el policía apretó las mandíbulas de impotencia. Se tomó unos segundos para pensar—. Llámala por teléfono, ¡rápido!
Adán dudó un instante. En el momento que iba a coger su Blackberry del bolsillo, la corpulenta masa de Viktor Sopenski se desplomó en suelo, un golpe seco de un jarrón sobre su cabeza dejó su cuerpo abatido sobre la alfombra.
—Cuando le regalé este jarrón a Alexia no imaginé que terminaría en la cabeza de un ladrón —la voz de Jacinto sonó como una campana de ayuda.
Adán se giró con expresión de alivio en el rostro, mientras Jacinto lo ayudaba a incorporarse.
—No es exactamente un ladrón —dijo Adán acomodándose la ropa—. Rápido, busquemos algo para atarlo.
Un escalofrío generalizado recorrió la sala donde estaba reunido el Gobierno Secreto.
—¿Dice que no hay plan B? —repitió el secretario de Defensa.
—Y además debemos actuar rápidamente —agregó Valisnov convencido—, ya que en poco tiempo el asteroide, podrá ser visto por diferentes astrónomos independientes desde distintos países. Eso filtraría información a la prensa.
—¿Qué diremos en los medios? No podremos justificar el envío de cabezas nucleares al espacio —exclamó el secretario.
—Ya nos arreglaremos para dar nuestra versión de los hechos, como siempre. Esta operación dará al gobierno oficial de los Estados Unidos, conjuntamente con los países aliados, el poder absoluto; figurarán como los líderes indiscutibles y los "héroes", si todo sale como lo planeamos.
El secretario de Defensa replicó:
—No se trata de heroísmo. Cuando el primer astrónomo independiente dé a conocer la noticia, el mundo entero entrará en un caos. Nos conviene dar la noticia rápidamente.
Valisnov tomó una profunda bocanada de aire.
—Tengamos en cuenta que el pánico global nos daría la oportunidad de implantar por fin el microchip personal. La gente accedería en busca de protección.
El diminuto aparato de un centímetro se implantaría debajo de la piel en la muñeca de cada persona bajo el pretexto de poder ser localizada en caso de cualquier catástrofe o atentado terrorista, cuando en realidad era para tenerla completamente controlada y localizable.
—Creo que este informe es más que elocuente para decidirnos a efectuar una defensa —dijo El Cerebro, que retomó el control de la reunión—. Propongo que hagamos una votación.
Varios de los presentes asintieron. El presidente de los Estados Unidos no habló, se mostraba pensativo.
—Los que estén de acuerdo en enviar cabezas nucleares al espacio, destruir ese cometa o lo que sea, y bloquear a las naves extraterrestres que pudieran aparecer, que emitan su votación —propuso El Cerebro.
Los siguientes minutos fueron de máxima expectación entre las paredes de aquel lujoso recinto. Los miembros del Gobierno Secreto y de los principales gobiernos oficiales emitieron en secreto su veredicto sobre un papel. En menos de diez minutos se supo el resultado.
—Señores —dijo El Cerebro con una expresión helada en los ojos—, el escrutinio declara que de 70 presentes, 49 está a favor de enviar misiles nucleares al espacio.
El bombeo de sangre en el cuerpo de Stewart Washington se aceleraba al igual que sus latidos cardiacos.
—No tenemos mucho tiempo —dijo con expresión triunfante—, sólo tenemos pocos meses. Es hora de poner todo en marcha.
Luego de aquella reunión comenzaba la cuenta atrás para impedir que aquel misterioso cometa llegara a la Tierra, el derribo de las posibles naves espaciales y la implantación del microchip en la población. Aquel plan no tenía marcha atrás.
Adán se arrodilló frente a Sopenski, que tenía las dos manos atadas a la espalda.
Introdujo la mano derecha en el bolsillo de la chamarra. Buscó dentro de la cartera su identificación.
—Al parecer se llama Viktor Sopenski. Tiene documentación de los Estados Unidos —le dijo a Jacinto.
—¿De Estados Unidos? —el puertorriqueño hizo una mueca de disgusto—. ¡Qué hace este cerdo aquí!
—Cálmate —le dijo Adán—, no conseguirás nada poniéndote nervioso.
Jacinto dio varios pasos lejos de Sopenski, como si le diera asco estar cerca de él.
—Él mismo nos dirá enseguida qué es lo que hace aquí.
—Tenemos que esperar a que recupere el conocimiento —razonó Adán.
—Pues lo recuperará rápidamente —el diminuto geólogo fue hacia el baño y llenó un balde con agua fría.
Volvió como un huracán y se la echó igual que un enorme escupitajo sobre el rostro. Sopenski empezó a moverse. Abrió los ojos y pestañeó.
—¿Quién es y qué demonios hace aquí? —inquirió Jacinto.
—Espera, déjalo recuperarse, le has dado un buen golpe en la nuca.
—¿Y qué pretendías que hiciera? ¡Te apuntaba con un arma!
—Está bien, me salvaste la vida. Sólo digo que esperemos a que se reponga.
Parecía que los ojos de Sopenski hubieran seguido el movimiento de una rueda de bicicleta durante horas.