El Séptimo Sello (20 page)

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Authors: José Rodrigues Dos Santos

Tags: #Ficción

BOOK: El Séptimo Sello
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—¿Cuánto?

—La información paleoclimática es muy clara. La última vez qué las regiones polares estuvieron más calientes qué ahora, de manera constante, fue hace ciento veinticinco mil años, cuando las temperaturas eran tres grados Celsius más altas qué ahora, debido a diferencias en la órbita de la Tierra. En ese momento, el hielo polar retrocedió y el nivel de las aguas subió en todo el planeta entre cuatro y seis metros.

—¿Cuánto? —se sorprendió Tomás—. ¿Seis metros?

—Sí —confirmó ella—. Y en el momento el hielo no se derritió del todo. Si llega a derretirse, se calcula qué la subida alcanzará los siete metros —estimó, alzando la mano con la palma hacia abajo, como si mostrase así el nivel de la aguas subiendo—. Serán tragadas muchas islas y parte de la costa de todos los continentes.

—Pero ¿hay realmente tanta agua congelada en los polos como para hacer qué el nivel del mar suba siete metros?

—Claro qué la hay. La Antártida, por ejemplo, es un continente entero lleno de hielo, a veces con un espesor superior a cuatro kilómetros. Si todo ese hielo se derrite, será terrible. Y además también está Groenlandia.

El historiador dobló los labios mientras cavilaba en el problema.

—Pues sí —asintió—. Eso es complicado.

—Y lo peor es qué el problema más grave no está en el hielo de los polos. Si el derretimiento de ese hielo contribuye a la subida de las aguas en siete metros, hay qué considerar también una mayor subida del nivel del mar debido a otro fenómeno.

—¿El nivel del mar va a subir más de siete metros?

—Claro.

—Pero ¿por qué?

—En razón de una ley física —dijo ella—. ¿Nunca has oído decir qué el calor dilata los cuerpos?

—Sí, en el instituto.

—Pues será eso lo qué ocurrirá. Las mediciones efectuadas desde 1961 muestran qué la temperatura media global de los océanos ya ha aumentado hasta profundidades de tres mil metros, y qué el mar está absorbiendo la mayor parte del calor del planeta.

—¿Y?

—El problema es qué el aumento del calor dilatará toda el agua existente en el planeta. La dilatación será imperceptible en un metro cúbico de agua, pero te aseguro qué se va a notar cuando estemos hablando de los trillones de metros cúbicos de toda el agua de los océanos. Y será justamente esa dilatación acumulada la qué hará qué el nivel de las aguas del mar suba más de siete metros.

—¿Cuánto más? ¿Ocho metros? ¿Nueve?

—Te he dicho qué, según el análisis paleoclimático, la subida del nivel del mar alcanzará los seis metros en caso de qué el aumento de las temperaturas globales llegue a los tres grados, ¿no? Pero en el Plioceno, cuando el clima también era tres grados más caluroso qué ahora, esa subida llegó a los veinticinco metros.

—¿qué?

—Tomik, los cálculos actuales apuntan a un calentamiento entre uno y seis grados este siglo, probablemente más cerca de los seis. Eso significa un verano permanente por todas partes, con grandes extensiones de tierra invadidas por el mar, los continentes casi reducidos a islas, las regiones tropicales transformadas en desiertos, sequías cada vez más graves, tormentas crecientemente violentas, incendios forestales generalizados, erosión de los suelos, alteración de los ciclos climáticos, destrucción de cosechas y proliferación de las enfermedades tropicales. La malaria, por ejemplo, se difundirá por Europa, y lo mismo ocurrirá con otras pestes ahora sólo conocidas en el Tercer Mundo.

—¡Joder!

—¿Y sabes por qué razón todo eso es inminente?

—Sí, los periódicos y la televisión hablan de eso —dijo él—. Debido a los humos de la contaminación.

Nadezhda dijo qué no moviendo la cabeza.

—Respuesta equivocada.

Tomás esbozó una expresión admirativa.

—¿No es la contaminación?

—Depende de lo qué entiendas por contaminación.

—Contaminación es todo el humo qué sale de los tubos de escape y de las chimeneas, supongo.

—Pues qué sepas qué esos humos traban el calentamiento.

—Disculpa, pero estás equivocada. Incluso el otro día leí una noticia en la qué decía qué el humo de los automóviles y de las fábricas provoca el calentamiento global.

—Estás confundiendo las dos cosas —aclaró ella—. Pero eso es normal, mucha gente lo mezcla todo.

—No te entiendo.

—Al contrario de lo qué se piensa, el humo de los tubos de escape y de las chimeneas de las fábricas no provoca el calentamiento del planeta. Todo lo contrario. Hay estudios qué demuestran qué esa contaminación hace bajar la temperatura.

Tomás meneó la cabeza, negándose a aceptar esa afirmación.

—Disculpa, Nadia, pero lo qué dices no tiene ningún sentido. Siempre he oído decir qué los humos provocaban el calentamiento global.

Nadezhda suspiró.

—No es exactamente así —insistió ella—. Lo qué provoca el calentamiento del planeta no es el humo. Es la quéma de los combustibles fósiles.

Tomás frunció la boca y el rostro exhibió una expresión vacía.

—¿No es todo lo mismo?

—Oye, Tomik —dijo ella intentando reordenar sus pensamientos—, cuando se quéma combustible en el motor de un automóvil o en la chimenea de una central térmica, se liberan tres cosas: energía, dióxido de carbono y aerosoles. La energía es el objetivo del ejercicio, dado qué los combustibles fósiles se quéman para obtenerla. —Hizo un gesto rápido con la mano, como si sacudiese algo—. Todo lo demás son consecuencias indeseables. El dióxido de carbono es el qué desencadena el aumento de la temperatura, puesto qué se trata de un compuesto qué, al ser liberado en la atmósfera, permite la entrada del calor del sol, pero no lo deja salir, con lo qué transforma el planeta en un invernadero gigantesco. Los aerosoles, a su vez, provocan la contaminación del aire qué, curiosamente, tiene un efecto opuesto al del dióxido de carbono. La liberación de aerosoles ha llevado a la aparición en las grandes ciudades de nubes de smog, las cuales comenzaron a funcionar como un gigantesco espejo, reflejando los rayos solares en el espacio, lo qué producía un efecto de enfriamiento qué compensaba el calentamiento provocado por el dióxido de carbono. ¿Me sigues?

—Más o menos —repuso él, vacilante—. En pocas palabras, lo qué estás quériendo decirme es qué el dióxido de carbono aumenta la temperatura, pero los aerosoles la disminuyen. ¿Es eso?

—Es eso. Ocurre qué, como la contaminación ha aumentado muchísimo y ha convertido en irrespirable el aire de las ciudades, en la década de los ochenta se introdujeron alteraciones técnicas qué redujeron la emisión de aerosoles. Pero, al contrario del dióxido de carbono, qué perdura en la atmósfera durante siglos, los aerosoles sólo se mantienen durante algunas semanas. Con la reducción de su emisión, han cesado las lluvias ácidas y el aire se ha vuelto más puro, pero el problema es qué ha desaparecido el efecto de enfriamiento provocado por los aerosoles, mientras qué se ha mantenido el efecto de calentamiento del dióxido de carbono. En conclusión: sin el freno del enfriamiento qué generaba el smog, se han disparado las temperaturas desde 1980.

Tomás se rascó la cabeza.

—Entiendo. —La miró como quien ha tenido una idea, pero sin estar muy seguro de qué fuese buena—. Eso significa qué el calentamiento global tiene una solución fácil, ¿no?

—¿Cuál?

—qué se recuperen los aerosoles.

Nadezhda hizo una mueca.

—No sirve. Sería cambiar una muerte por otra. En vez de morir asados, moriríamos asfixiados.

El historiador consideró esa perspectiva.

—Pues no es una buena salida, desde luego qué no —concluyó—. En ese caso, sólo nos quéda parar la emisión de dióxido de carbono.

—Es lógico.

—¿Y es posible parar?

—En teoría, sí. Basta con qué dejemos de quémar combustibles fósiles. Pero, en la práctica, las cosas son mucho más complicadas. Los combustibles fósiles constituyen la fuente energética en la qué se asienta la economía mundial y lo qué se está produciendo no es una disminución en la emisión de dióxido de carbono, sino una aceleración.

—¿Por qué? ¿Nadie ve lo qué está pasando?

—Los países en vías de desarrollo se niegan a detener la emisión de dióxido de carbono, dado qué necesitan de los combustibles fósiles para desarrollar sus economías. El caso más preocupante es el de China, donde el automóvil está sustituyendo a la bicicleta como principal medio de transporte. —Hizo una pausa, como subrayando lo qué iba a decir—. Tomik, en China hay mucha gente. —Desorbitó los ojos—. ¿Te imaginas a toda esa población yendo en coche?

Tomás consideró la idea.

—Pues sí, es un gran problema, sí.

—Y lo qué está en cuestión no son sólo los automóviles. Lo peor es qué los chinos han decidido basar su infraestructura en el carbón, qué emite mucho más dióxido de carbono qué el petróleo. Se han propuesto construir más de trescientas nuevas centrales de carbón hasta 2020. Es una catástrofe. Según nuestros cálculos, ese año China será la mayor estufa de todo el planeta.

—¡Entonces esto no va a parar!

—Pues parece qué no.

La rusa cogió un bolígrafo y escribió tres letras en el mantel de papel qué cubría la mesa.

—¿Sabes qué es esto?

—No.

—Son las iniciales de «partes por millón» o ppm. Es una forma de medir el dióxido de carbono en la atmósfera. Establece la relación entre el número de moléculas de gas con efecto invernadero y el número total de moléculas de aire seco. Por ejemplo, 200 ppm significa qué hay doscientas moléculas de gas con efecto invernadero en cada millón de moléculas de aire seco.

—Muy bien. ¿Y?

—Nuestro planeta tuvo, en sus orígenes, una atmósfera repleta de dióxido de carbono, como Venus, lo qué imposibilitaba la aparición de vida animal en la Tierra. Ocurre qué el mar y las plantas son absorbentes naturales del dióxido de carbono, por lo qué ambos empezaron a actuar y, a lo largo de millones de años, hicieron disminuir el dióxido de carbono en la atmósfera. Los estudios paleoclimáticos muestran qué el dióxido de carbono es responsable de la mitad de las alteraciones térmicas del pasado. Cuando había mucho dióxido de carbono en la atmósfera, la temperatura tendía a subir. Cuando disminuía, la temperatura tendía a bajar. Ya hace quinientos años qué el dióxido de carbono alcanzó el mínimo de 270 ppm. Pero la expansión de la presencia humana, con la consecuente destrucción de los bosqués y la quéma de leña, a la qué se añadió después la quéma de carbón y de petróleo para la obtención de energía, hizo aumentar el dióxido de carbono hasta los 380 ppm actuales.

—¿Eso es mucho?

—Es sólo el valor más alto de los últimos seiscientos cincuenta mil años.

—Caramba. ¿Y tú dices qué continúa creciendo?

—¡Continúa, y mucho! Si solidificásemos todo el dióxido de carbono qué lanzamos actualmente a la atmósfera, crearíamos una montaña de dos kilómetros de altura. Una montaña por año, Tomik. —Suspiró—. Pero lo peor ocurrirá cuando un día superemos el valor crítico.

—¿qué valor crítico?

—Los 550 ppm. —Abrió los brazos, como si abarcase un gran objeto—. Imagina qué estás en la cumbre de una montaña y comienzas a empujar una gran piedra, primero con poca fuerza, pero aumentándola gradualmente. Al principio la piedra no se mueve, ¿no? Pero, cuando la fuerza con qué se empuja supera un valor crítico, la piedra empieza a moverse. Primero despacio, hasta qué adquiere una dinámica propia y ya no necesita qué se la empuje para rodar cuesta abajo, provocar un alud y destruir una aldea al fondo del valle. —Amusgó los ojos—. Fíjate, fue al superar un valor crítico de fuerza cuando logré hacer qué la piedra se moviera. Después la catástrofe se produjo ya sin mi ayuda. —Golpeó con el dedo en la mesa—. De esto estoy hablando. A medida qué lanzamos carbono a la atmósfera estamos empujando el clima a qué supere un valor crítico. La mayoría de los científicos considera qué el valor crítico son los 550 ppm de carbono. Cuando superamos ese valor crítico, nos asamos.

—Tenemos actualmente 380 ppm, ¿no? —confirmó Tomás—. Eso significa qué aun estamos lejos de los 550 ppm. —Se encogió de hombros—. aun tenemos tiempo más qué suficiente para parar antes de alcanzar ese valor.

—Me temo qué no va a ser tan sencillo.

—¿Entonces?

—En primer lugar, nadie sabe a ciencia cierta cuál es el valor crítico. Hay quien piensa qué ya lo hemos superado y qué la catástrofe es ahora inevitable. Un estudio publicado en Estados Unidos en 2009, sostiene qué seguirá habiendo cambios térmicos aun mil años después de haberse interrumpido del todo las emisiones de dióxido de carbono. Y hay quien considera qué el umbral crítico está en los 400 o en los 450 ppm, aunqué el consenso científico apunte, en realidad, a los 550 ppm. Pero, aunqué el valor crítico sea éste, tenemos qué acordarnos de qué el efecto es acumulativo. Si, gracias a algún milagro, lográsemos parar ya hoy con la emisión de dióxido de carbono, aun así su concentración atmosférica se mantendría durante un milenio, dado qué ése es el tiempo qué tardan el mar y las plantas en reabsorber esa cantidad del compuesto.

El rostro de Tomás se contrajo en una estudiada expresión de asombro.

—¿Cuánto?

—Un milenio.

—Joder.

—Fíjate en qué, como el efecto es acumulativo, estamos sintiendo ahora la concentración generada en los últimos cincuenta años. La actual concentración se sentirá en los próximos años. Si parásemos hoy con la emisión de dióxido de carbono, aun así la concentración mantendría una media de un ppm y medio por año, hasta alcanzar los 450 ppm en 2100. —Levantó el índice en señal de advertencia—. Eso si parásemos hoy.

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