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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El toro y la lanza (13 page)

BOOK: El toro y la lanza
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—¿No eres Kerenos? Pero tienes su cuerno... Debes haber hecho marchar a esos sabuesos con tu llamada. ¿Acaso sirves a Kerenos?

—Sólo me sirvo a mí mismo..., y a quienes me ayudan. Soy Calatin. Hubo un tiempo en el que fui famoso, cuando había gente en estos lugares que podía hablar de mí. Soy un hechicero. Hubo un tiempo en el que tenía veintisiete hijos y un nieto. Ahora sólo queda Calatin.

—Hay muchos que lloran la pérdida de hijos..., y también de hijas —dijo Corum, acordándose de la anciana con la que se había encontrado hacía unos días.

—Sí, muchos —asintió el hechicero Calatin—. Pero mis hijos y mi nieto no murieron enfrentándose a los Fhoi Myore. Murieron por mí, buscando algo que necesito para salir vencedor en mi batalla particular contra el Pueblo Frío. Pero ¿quién eres tú, guerrero, que luchas tan bien contra los Sabuesos de Kerenos y que tienes una mano de plata idéntica a la mano de un semidiós legendario?

—Me complace que al menos tú no me reconozcas —dijo Corum—. Me llamo Corum Jhaelen Irsei, y los vadhagh son mi pueblo.

—Así pues, eres de raza sidhi... —Los ojos del hombre alto adquirieron una expresión pensativa—. ¿Qué estás haciendo en estas tierras?

—He emprendido la búsqueda de algo que debo llevar a un pueblo que ahora habita en Caer Mahlod. Esas gentes son mis amigos.

—Así que ahora los sidhi traban amistad con los mortales, ¿eh? Bien, puede que la llegada de los Fhoi Myore tenga algunas ventajas después de todo...

—Nada sé de ventajas y desventajas —replicó Corum—. Te agradezco que hicieras marchar a esos perros, hechicero.

Calatin se encogió de hombros y guardó el cuerno entre los pliegues de su túnica azul.

—Si Kerenos hubiera estado cazando con esa jauría no habría podido hacer nada para ayudarte, pero prefirió enviar a una de esas cosas...

Calatin movió la cabeza señalando la criatura muerta con la que Corum había estado combatiendo.

—¿Y qué son? —preguntó Corum. Atravesó el claro para echar un vistazo al cadáver. Ya había dejado de sangrar, pero la sangre se había congelado en todas sus heridas—. ¿Por qué no pude matarlo con mi espada y en cambio tú sí pudiste matarlo con sólo hacer sonar tu cuerno?

—La tercera llamada del cuerno siempre mata a los ghoolegh —dijo Calatin con un encogimiento de hombros—. Eso suponiendo que «matar» sea la palabra adecuada, naturalmente, pues los ghoolegh ya están medio muertos... Ésa es la razón por la que resultan tan difíciles de matar, como estoy seguro habrás descubierto cuando luchabas con este ghoolegh. Normalmente están obligados a obedecer la primera llamada del cuerno. Una segunda llamada es la advertencia, y la tercera llamada acaba con ellos por no haber obedecido a la primera. El resultado de todo eso es que son unos esclavos magníficos. La nota de mi cuerno era sutilmente distinta a la del cuerno de Kerenos, y confundió tanto a los sabuesos como al ghoolegh; pero había una cosa que el ghoolegh sabía y es que la tercera llamada mata y, en consecuencia, murió al oírla.

—¿Quiénes son los ghoolegh?

—Los Fhoi Myore los trajeron consigo al este desde el otro lado de las aguas del océano. Son una raza criada para servir a los Fhoí Myore. Aparte de eso, sé muy poco más sobre ellos.

—¿Sabes de dónde llegaron originalmente los Fhoi Myore? —preguntó Corum.

Empezó a ir y venir por el campamento buscando ramas para encender de nuevo la hoguera que se había extinguido, y se dio cuenta de que la niebla ya había desaparecido.

—No, aunque naturalmente tengo mis ideas al respecto.

Calatin no se había movido en ningún momento mientras hablaban, pero había estado observando a Corum con los ojos entrecerrados.

—Suponía que un sidhi sabría más sobre ellos que un mero hechicero mortal —dijo.

—No sé cómo son los sidhi —replicó Corum—. Yo soy un vadhagh, y no de tu tiempo. Vengo de otra era, de una era anterior, o incluso de una era que no existe como tal en vuestro universo. No sé más que eso.

—¿Y por qué has decidido venir aquí?

Calatin pareció aceptar la explicación que le había dado Corum sin mostrar ninguna señal de sorpresa.

—No decidí venir aquí. Fui invocado.

—¿Un encantamiento? —Esta vez Calatin sí pareció sorprenderse bastante—, ¿Conoces a un pueblo que tiene el poder de invocar a un sidhi para que acuda en su ayuda? ¿Y ese pueblo vive en Caer Mahlod...? Resulta difícil de creer.

—En eso sí tuve cierta capacidad de elección —le explicó Corum—. Su encantamiento era débil, y no podría haberme llevado hasta ellos en contra de mi voluntad.

—Ah.

Calatin pareció quedar satisfecho con esa explicación. Corum se preguntó si el hechicero se había disgustado al pensar que existían mortales con poderes de hechicería más grandes que los suyos. Clavó la mirada en el rostro de Calatin. Había algo muy enigmático en los ojos del hechicero. Corum no estaba seguro de confiar demasiado en aquel hombre, a pesar de que Calatin le acabase de salvar la vida.

La hoguera empezó a arder por fin, y Calatin fue hacia ella y extendió las manos hacia las llamas para calentárselas.

—¿Y si los sabuesos vuelven a atacar? —preguntó Corum.

—Kerenos no se encuentra en los alrededores. Necesitará unos cuantos días para descubrir lo que ha ocurrido aquí, y espero que para entonces ya nos habremos ido.

—¿Deseas acompañarme? —preguntó Corum. —Me disponía a ofrecerte la hospitalidad de mi morada —dijo Calatin con una sonrisa—. No queda muy lejos de aquí.

—¿Y por qué estabas vagando por el bosque de noche? Calatin se envolvió en su capa azul y tomó asiento sobre un

trozo de suelo libre de nieve cerca de la hoguera. La luz de las llamas manchaba de rojo su rostro y su barba, proporcionándole un aspecto levemente demoníaco. La pregunta de Corum hizo que enarcara las cejas.

—Te estaba buscando —dijo.

—Entonces ¿conocías mi presencia aquí?

—No. Vi humo hace cosa de un día y fui a investigar de dónde había salido. Me preguntaba qué mortal podía osar enfrentarse a los peligros de Laahr... Por suerte llegué hasta ti antes de que los sabuesos pudieran darse un banquete con tu cadáver. Sin mi cuerno no habría podido sobrevivir en estos parajes... Oh, y también dispongo de un par de pequeñas brujerías más que me ayudan a permanecer con vida. —Los labios de Calatin se curvaron en una leve sonrisa—. Este mundo vuelve a vivir el día del hechicero. Hace sólo unos pocos años se me consideraba un excéntrico debido a mis intereses. Algunos creían que estaba loco, y otros me tenían por un ser maligno... Decían que Calatin huía del mundo real estudiando las cosas ocultas. «¿De qué utilidad pueden resultar esas cosas para nuestro pueblo?», se preguntaban... —Calatin dejó escapar una risita, un sonido que los oídos de Corum no encontraron excesivamente agradable—. Bien, he descubierto algunos usos para la vieja sabiduría, y ahora Calatin es el único que queda con vida en toda esta península.

—Parece ser que has utilizado tus conocimientos únicamente para fines egoístas —dijo Corum.

Sacó un odre de vino de una de sus alforjas y se lo ofreció a Calatin, quien lo aceptó sin ninguna suspicacia y sin que la observación de Corum pareciese hacerle sentir ningún rencor. El hechicero se llevó el odre de vino a los labios y tomó un largo trago antes de responder.

—Soy Calatin —dijo el hechicero después de haber bebido—. Tenía una familia. Había tenido varias esposas, y tenía veintisiete hijos y un nieto. Eran lo único que me importaba, y ahora que han muerto Calatin es lo único que me importa. Oh, no me juzgues con excesivo rigor, sidhi, pues mis congéneres se burlaron de mí durante muchos años... Adiviné algo de la llegada de los Fhoí Myore, pero me ignoraron. Les ofrecí mi ayuda, pero se rieron de mí y la rechazaron. No tengo razón alguna para sentir mucho amor hacia esos mortales, pero supongo que aún tengo menos razones para odiar a los Fhoi Myore. —¿Qué fue de tus veintisiete hijos y de tu nieto? —Murieron juntos o por separado en distintas partes del mundo.

—¿Y por qué murieron si no se enfrentaron a los Fhoi Myore?

—Los Fhoi Myore mataron a algunos de ellos. Todos andaban buscando objetos que necesitaba para proseguir mis investigaciones sobre ciertos aspectos de la sabiduría mística. Un par de ellos tuvieron éxito en sus empresas y me trajeron los objetos que les había encomendado buscar, muriendo después a causa de sus heridas. Pero aún me faltan varias cosas que necesito, y supongo que ahora ya no podré dar con ellas.

Corum acogió la explicación dada por Calatin con el silencio. Se sentía bastante débil. A medida que el fuego calentaba su sangre y hacía nacer el dolor en las pequeñas heridas que había recibido, fue percatándose de lo profundo que era su agotamiento y se le empezaron a cerrar los ojos.

—Bien, ya ves que he sido sincero contigo, sidhi —siguió diciendo Calatin —. ¿Y qué empresa te ha traído hasta aquí?

Corum bostezó.

—Busco una lanza.

La hoguera no daba mucha luz, pero aun así Corum pudo ver cómo Calatin entrecerraba los ojos.

—¿Una lanza?

—Sí.

Corum volvió a bostezar y se estiró.

—¿Y dónde vas a buscar esa lanza?

—En un lugar que algunos dudan exista, donde la raza a la que yo llamo mabden, tu raza, no se atreve a ir o no puede ir porque hacerlo significaría la muerte o... —Corum se encogió de hombros—. En este mundo tuyo resulta muy difícil separar una superstición de otra.

—Ese sitio al que vas a ir, ese sitio que quizá no exista... ¿Es una isla?

—Sí, es una isla.

—¿Una isla llamada Hy-Breasail?


Ese es su nombre. —Corum se obligó a rechazar el sueño que intentaba adueñarse de él y prestó un poco más de atención a la conversación—. ¿La conoces?

—He oído contar que se llega a ella yendo en dirección oeste por el mar, y que los Fhoi Myore no se atreven a visitarla.

—Yo también he oído decir lo mismo. ¿Sabes cuál es la razón de que los Fhoi Myore no puedan ir allí?

—Algunos dicen que el aire de Hy-Breasail, aunque benéfico para los mortales, resulta mortífero para los Fhoi Myore. Pero no es el aire de la isla lo que supone un peligro para los mortales... Dicen que lo que mata a los hombres corrientes son los encantamientos de aquel lugar.

—¿Encantamientos... ?

Corum ya no podía seguir oponiendo resistencia al sueño por más tiempo.

—Sí —murmuró el hechicero Calatin con voz pensativa—, y se afirma que son encantamientos de una belleza temible.

Fueron las últimas palabras que Corum oyó antes de sumirse en un sopor muy profundo y desprovisto de sueños.

Sexto capítulo

Sobre las aguas con rumbo a Hy-Breasail

Por la mañana Calatin guió a Corum fuera del bosque y no tardaron en llegar al mar. Los cálidos rayos del sol se derramaban sobre las playas blancas y el agua azul, pero detrás de ellos el bosque inmóvil y silencioso yacía aplastado bajo el peso de la nieve.

Corum no montaba en su caballo. No quería ir sobre la grupa del valeroso animal hasta que tuviera las heridas curadas, pero había recogido sus arreos y armas, las flechas y las lanzas incluidas, y las había colocado sobre la silla de montar allí donde la carga no irritara las heridas que había sufrido durante el combate de la noche anterior. El cuerpo de Corum estaba dolorido y lleno de morados, pero olvidó sus incomodidades apenas reconoció la costa.

—Bien, así que me encontraba a tres o cuatro kilómetros escasos de la costa cuando esas bestias me atacaron... —Sus labios esbozaron una sonrisa irónica—. Y allí está el Monte Moidel. —Señaló a lo largo de la costa el punto en el que se podía ver la colina, que ahora surgía de un mar más profundo de lo que era cuando Corum la había visitado por última vez, pero que no cabía duda era el lugar en el que se había alzado el castillo de Rhalina cuando protegía el Margravado de Lwym-an-Esh —. El Monte Moidel sigue existiendo.

—Nunca había oído el nombre que tú le das —dijo Calatin, acariciándose la barba y alisando sus ropajes como si estuviera a punto de recibir a algún visitante muy distinguido—, pero mi casa está construida sobre ese cerro. Siempre he vivido allí.

Corum aceptó lo que le decía el hechicero sin decir palabra y empezó a caminar hacia el monte.

—Yo también he vivido allí —dijo unos momentos después—, y fui feliz en ese lugar.

Calatin le alcanzó caminando a grandes zancadas.

—¿Viviste allí, sidhi? No sé nada sobre eso.

—Fue antes de que Lwym-an-Esh quedara sumergida —le explicó Corum—, antes de que se iniciara este ciclo de la historia. Los mortales y los dioses vienen y van, pero la naturaleza permanece.

—Todo es relativo —dijo Calatin.

Corum pensó que había una cierta irritación en su tono, como si le hubiese disgustado oír expresado en voz alta aquel tópico.

Cuando estuvieron un poco más cerca, Corum pudo ver que la antigua ruta de acceso había sido sustituida por un puente, pero ahora el puente estaba destruido y, al parecer, la destrucción había sido deliberada. Corum se lo comentó a Calatin.

El hechicero asintió.

—Yo destruí el puente —dijo—. Al igual que les ocurre a los sidhi, los Fhoi Myore y las criaturas de los Fhoi Myore prefieren no cruzar las aguas del oeste siempre que puedan evitarlo.

—¿Por qué temen a las aguas del oeste?

—No sé nada sobre sus costumbres. Bien, noble sidhi, ¿os inspira algún temor el tener que vadear los bajíos para llegar hasta la isla?

—Ninguno —replicó Corum—. He hecho ese mismo viaje en muchas ocasiones. Y no saques demasiadas conclusiones de eso, hechicero, pues no soy de la raza sidhi, aunque tú pareces estar dispuesto a insistir continuamente en lo contrario...

—Has hablado de los vadhagh, y ése es un nombre con el que eran conocidos los sidhi en la antigüedad.

—Puede que la leyenda haya confundido a las dos razas.

—De todas maneras, tu aspecto es claramente el de un sidhi —dijo secamente Calatin—. La marea se está retirando, y pronto será posible cruzar. Avanzaremos siguiendo los restos del puente y entraremos en el agua desde allí.

Corum continuó guiando a su caballo por las bridas, y siguió a Calatin cuando éste puso los pies sobre el puente de piedra, y caminó tan lejos como pudo hacerlo hasta que llegó a unos toscos peldaños que descendían hacia el mar.

—El nivel del agua es lo bastante bajo —anunció el hechicero.

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