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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El toro y la lanza (20 page)

BOOK: El toro y la lanza
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—No ha sido hecha para que yo la empuñe —dijo—. Es la lanza Bryionak, la lanza de Cremm Croich, de Llaw Ereint, de los sihdi, de los dioses y semidioses de nuestra raza... Sí, es la lanza, Bryionak.

Corum se echó a reír al ver la seriedad repentina que se había extendido por sus rasgos, y la besó hasta que los ojos de Medhbh perdieron aquel velo de asombro atemorizado y la joven se echó a reír, y después Medhbh hizo volver grupas a su yegua marrón para galopar precediendo al cansado grupo y guiarle a través de la angosta puerta por la que se entraba a la ciudad fortaleza de Caer Mahlod.

Y allí, al otro lado del umbral, estaba esperando el rey Mannach para recibir a Corum con una sonrisa de gratitud y respeto porque había encontrado uno de los grandes tesoros de Caer Llud, uno de los tesoros perdidos de los mabden, la lanza que podía domar a la última res de un rebaño sidhi, el Toro Negro de Crinanass.

—Saludos, Señor del Túmulo —dijo el rey Mannach con voz afable y libre de toda pomposidad—. Saludos, héroe. Saludos, hijo mío.

Corum desmontó de su caballo y volvió a extender la mano de plata que sostenía a Bryionak.

—Aquí está —dijo—. Miradla bien. Es una lanza normal y corriente, rey Mannach..., o eso parece. Pero ya me ha salvado la vida en dos ocasiones durante mi viaje de vuelta a Caer Mahlod. Inspeccionadla, y decidme luego si os parece que esta lanza se sale de lo ordinario.

Pero el rey Mannach siguió el ejemplo de su hija y retrocedió ante la lanza que se le ofrecía.

—No, príncipe Corum —replicó—. Sólo un héroe puede empuñar la lanza Bryionak, pues un mortal de menor valía quedaría maldito para siempre si intentara sostenerla. Es un arma sidhi, e incluso cuando se hallaba en nuestra posesión siempre estaba guardada dentro de un estuche sin que nadie tocara jamás la lanza.

—Está bien, rey Mannach —dijo Corum—. Respeto vuestras costumbres, aunque no hay razón alguna para temer a la lanza. Sólo nuestros enemigos deberían temer a Bryionak.

—Que sea como vos decís —murmuró el rey Mannach, y después sonrió—. Ahora debemos comer. Hoy hemos tenido buena pesca y hay varias liebres. Que todas esas personas vengan con nosotros a la gran sala, pues a juzgar por su aspecto tienen que estar muy hambrientas.

Bran y Teyrnon hablaron en nombre de los escasos supervivientes de su clan.

—Aceptamos vuestra hospitalidad, gran rey, pues estamos famélicos; y os ofrecemos nuestros servicios como guerreros para ayudaros en vuestra batalla contra los terribles Fhoi Myore.

El rey Mannach inclinó su noble cabeza.

—Mi hospitalidad es pobre comparada con vuestro noble orgullo y con vuestro juramento, guerreros, y os agradezco vuestra presencia en nuestros baluartes.

El rey Mannach acababa de pronunciar la última palabra cuando oyeron un grito desde arriba, y una joven que había estado de guardia sobre la puerta se inclinó hacia ellos.

—¡Niebla blanca hirviendo en el norte y en el sur! —gritó—, ¡El Pueblo Frío se reúne, los Fhoi Myore se acercan! —Temo que habrá que dejar el banquete para más tarde —dijo el rey Mannach con una sombra de humor en el tono—. Esperemos que sea un banquete de victoria.., —Sus labios se curvaron en una tensa sonrisa—, ¡Y ojalá que los peces sigan estando frescos cuando hayamos acabado de luchar!

El rey Mannach dio instrucciones a sus hombres para que fueran a las murallas, y después se volvió hacia Corum.

—Debéis llamar al Toro de Crinanass, Corum —le dijo—. Debéis hacerlo pronto. Si no acude, todo habrá terminado para las gentes de Caer Mahlod...

—No sé cómo llamar al Toro, rey Mannach.

—Medhbh sabe cómo hay que llamarle. Ella os enseñará. —Sí, sé cómo llamar al Toro de Crinanass —dijo Medhbh. Después ella y Corum se reunieron con los guerreros en los

baluartes y volvieron la mirada hacia el este, y allí estaban los Fhoi Myore con su niebla y sus esbirros.

—Hoy no vienen a divertirse jugando con nosotros —dijo Medhbh.

Corum le cogió la mano izquierda con su mano derecha y se la estrechó con fuerza.

Una niebla blanquecina podía verse hirviendo y girando sobre el bosque a unos tres kilómetros de distancia. Cubría todo el horizonte de norte a sur, y avanzaba lenta pero inexorablemente hacia Caer Mahlod. Precediendo a la niebla había muchas jaurías de sabuesos que buscaban rastros y olisqueaban el aire como hacen los perros corrientes cuando corren delante de una partida de cazadores. Detrás de los sabuesos se distinguían siluetas que Corum supuso serían los cazadores ghoolegh de rostros blancos como la nieve, y detrás de aquellos cazadores venían jinetes de piel verdosa que, como Hew Argech, también eran con toda seguridad hermanos de los pinos. Pero en el seno de la niebla se podían ver siluetas de mayor tamaño, aquellas siluetas que hasta entonces Corum sólo había visto en una ocasión. Eran los oscuros contornos de carros de guerra de dimensiones monstruosas de los que tiraban bestias que estaba claro no eran caballos, y había siete carros, y en los carros había siete aurigas de talla colosal.

—Una gran reunión —dijo Medhbh, y logró que su voz sonara firme y decidida—. Han enviado a todas sus fuerzas en contra de nosotros. Los siete Fhoi Myore han venido... Esos dioses deben respetarnos mucho.

—Les daremos motivos para que nos respeten —murmuró Corum.

—Ahora debemos salir de Caer Mahlod —le dijo Medhbh.

—¿Abandonar la ciudad?

—Tenemos que ir a llamar al Toro de Crinanass. Hay un sitio..., el único al que el Toro acudirá.

Corum no quería marcharse.

—Los Fhoi Myore atacarán dentro de unas horas, puede que incluso en menos tiempo.

—Debemos tratar de estar de regreso para cuando eso ocurra. Por eso tenemos que ir ahora mismo a la Roca Sidhi y buscar al Toro de Crinanass.

Y Medhbh y Corum salieron de Caer Mahlod montados sobre caballos descansados, y cabalgaron a lo largo de los acantilados por encima de un mar que gemía y rugía y se agitaba como si aguardase con impaciencia la contienda que se aproximaba.

 

Acabaron deteniéndose sobre una extensión de arena amarilla con las oscuras masas de los acantilados a su espalda y el mar inquieto ante ellos, y alzaron la mirada hacia la extraña roca solitaria que brotaba en el centro de la playa. Había empezado a llover, y la lluvia y la espuma del mar azotaban la roca y hacían que brillara con una peculiar gama de matices y delicados colores que la cubrían de vetas, y había lugares donde la roca era opaca, y en otros lugares era casi totalmente transparente y su corazón quedaba revelado permitiendo distinguir otros colores más intensos.

—La Roca Sidhi —dijo Medhbh.

Corum asintió. ¿Qué otra cosa podía ser? Aquella roca no era de aquel plano. Quizá había venido junto con los sidhi al igual que Hy-Breasail cuando hicieron su viaje para combatir al Pueblo Frío. Corum ya había visto cosas parecidas antes, objetos que en realidad no hubieran debido hallarse en aquel plano y que mantenían una parte de sí mismos en un plano totalmente distinto.

El viento lanzaba un diluvio de gotas contra su rostro. Agitaba sus cabelleras y hacía que sus capas revolotearan alrededor de sus cuerpos, y aunque tuvieron grandes dificultades para escalar la lisa superficie de la piedra desgastada por el tiempo y la intemperie al fin acabaron logrando llegar a su cima. Olas inmensas se deslizaban sobre la costa, y potentes ráfagas de viento amenazaban con arrancarles de su precaria posición. La lluvia caía sobre ellos y bajaba por la roca con tal abundancia que formaba pequeñas cascadas.

—Ahora empuña la lanza Bryionak en tu mano de plata —le dijo Medhbh—. Levántala tan alto como puedas.

Corum la obedeció.

—Ahora debes traducir lo que te diga a tu idioma, a la pura lengua vadhagh, pues es la misma lengua que el sidhi.

—Lo sé —replicó Corum—. ¿Qué debo decir?

—Antes de que hables, debes pensar en el Toro, el Toro Negro de Crinanass. Su cruz queda tan alta como tu cabeza, y su pelaje es muy largo y negro como la noche. La distancia que hay entre las puntas de sus cuernos es mayor que la que puedes abarcar extendiendo tus brazos, y esos cuernos son muy afilados. ¿Puedes imaginarte a una criatura semejante?

—Creo que sí.

—Entonces repite esto y pronuncia cada palabra con mucha claridad.

El día se estaba volviendo gris a su alrededor, salvo por la gran roca sobre la que se encontraban.

Pasarás por las puertas de piedra, Toro Negro.

Cuando Cremm Croich te llame, vendrás desde el lugar en el

que moras.

Si duermes, Toro Negro, despierta ahora. Si despiertas, Toro Negro, álzate ahora. Si te alzas, Toro Negro, entonces camina y haz temblar la

tierra. Ven a la roca en la que fuiste engendrado, Toro Negro, ven

a la roca en la que naciste.

Pues aquel que empuña la lanza es dueño y señor de tu destino.

Bryionak, forjada en Crinanass con metal sacado de la piedra sidhi.

Vuelve a enfrentarte con los aborrecibles Fhoi Myore con los que has de luchar, Toro Negro.

Ven, Toro Negro. Ven, Toro Negro. Vuelve a tu hogar.

Medhbh entonó toda la invocación sin tragar aire ni una sola vez, y cuando hubo acabado de hablar la mirada preocupada de sus ojos verdigrises se clavó en el único ojo de Corum.

—¿Puedes traducirlo a tu lengua?

—Sí —dijo Corum—. Pero ¿por qué va a responder un animal a semejante cántico?

—No dudes de que lo hará, Corum.

Corum se encogió de hombros.

—¿Sigues viendo al Toro de Crinanass en tu mente?

Corum tardó unos momentos en responder, pero acabó asintiendo con la cabeza.

—Sí.

—Entonces repetiré todas las frases y tú las repetirás en la lengua de los vadhagh.

Y Corum obedeció, aunque el cántico le había parecido bastante tosco y desprovisto de belleza o poder, y le costaba mucho creer que su origen pudiera ser vadhagh. Corum fue repitiendo lentamente todo lo que había dicho Medhbh, y empezó a sentir un ligero mareo a medida que iba entonando el cántico. Las palabras empezaron a salir con más rapidez de sus labios, y Corum no tardó en descubrir que las estaba declamando. Se irguió cuan alto era, con su ropa y su cabellera agitadas en todas direcciones por las ráfagas de viento, y alzó la lanza Bryionak mientras llamaba al Toro de Crinanass. Su voz se fue haciendo más y más potente, y acabó resonando por encima de los ronquidos del viento.

—¡Ven, Toro Negro! ¡Ven, Toro Negro! ¡Vuelve a tu hogar! Pronunciar las palabras en su propia lengua parecía tener el

efecto inexplicable de darles más peso y poder, y eso a pesar de que la lengua que hablaba Medhbh apenas se diferenciaba de la lengua vadhagh.

Cuando hubo acabado de entonar el cántico, Medhbh le puso la mano sobre el brazo y un dedo en los labios, y los dos aguzaron el oído envueltos en el ulular del viento y el retumbar del mar y el estrépito de la lluvia que caía a chorros, y oyeron un mugido distante, y la roca sidhi pareció estremecerse levemente y brillar con unos colores más intensos.

El mugido volvió a sonar, esta vez más cercano.

Medhbh le estaba sonriendo, y sus dedos le apretaban el brazo con mucha fuerza.

—El Toro —susurró—. El Toro se aproxima...

Pero seguían sin saber de qué dirección procedía el mugir que llegaba a sus oídos.

La lluvia arreció todavía con mayor fuerza hasta que apenas pudieron ver nada más allá de la roca, y fue como si el mar les hubiera sumergido.

Pero los sonidos empezaron a confundirse en un solo sonido, y poco a poco aquel sonido pudo ser reconocido como el grave mugir pensativo de un toro. Medhbh y Corum forzaron la vista desde su posición en lo alto de la Roca Sidhi, y les pareció ver cómo la colosal masa negra del gran Toro de Crinanass emergía de las aguas del mar y se plantaba en la orilla, sacudiéndose y volviendo sus enormes e inteligentes ojos en una dirección y en otra como si estuviera buscando el origen del cántico que lo había traído hasta aquel lugar.

—¡Toro Negro! —gritó Medhbh—. ¡Toro Negro de Crinanass! Aquí están Cremm Croich y la lanza Bryionak... ¡Aquí está tu destino!

Y el monstruoso Toro de Crinanass inclinó su cabeza de enormes cuernos separados por una gran distancia, y se removió haciendo temblar su cuerpo negro y peludo, y arañó la arena con sus pesadas pezuñas; y Corum y Medhbh pudieron oler su cuerpo caliente, y sus fosas nasales captaron ese olor familiar, áspero y reconfortante, que despiden las reses. Pero no se encontraban ante una de las apacibles bestias de una granja, sino ante una bestia de guerra, orgullosa y segura de sí misma, una bestia que no servía a un amo sino a un ideal.

El Toro de Crinanass movió su negra y peluda cola de un lado a otro, y alzó la mirada hacia las dos personas que estaban inmóviles la una al lado de la otra sobre la Roca Sidhi y que se la devolvieron contemplándole con expresión asombrada.

—Ahora sé por qué los Fhoi Myore temen a esa bestia —dijo Corum.

Quinto capítulo

La cosecha de sangre

Cuando Corum y Medhbh bajaron con un poco de nerviosa vacilación de la Roca Sidhi, los ojos del Toro Negro permanecieron clavados en la lanza que empuñaba Corum. El animal estaba totalmente inmóvil, alzándose sobre ellos como una pequeña montaña a medida que se iban aproximando, y tenía la cabeza ligeramente inclinada hacia el suelo. Parecía sentir tanto recelo hacia ellos como miedo sentían ellos hacia él, pero estaba claro que había reconocido a Bryionak y que respetaba la presencia de la lanza.

—Toro —dijo Corum, y no tuvo la sensación de que fuese ridículo dirigirse de aquella manera a un animal—, ¿vendrás a Caer Mahlod con nosotros?

La lluvia se había convertido en granizo que brillaba sobre los negros flancos del Toro de Crinanass. Los caballos que habían dejado al comienzo de la playa estaban empezando a dar señales de miedo. Sentían más que recelo ante la presencia del Toro Negro de Crinanass, y estaba claro que les aterrorizaba; pero el Toro no prestó ninguna atención a los caballos. Meneó la cabeza y unas cuantas gotitas de agua salieron despedidas de las puntas de sus afilados cuernos. Sus ollares temblaron. Sus ojos de mirada penetrante y llena de inteligencia se posaron un momento sobre los caballos, y enseguida volvieron a clavarse en la lanza.

En el pasado Corum se había hallado ante criaturas mucho más grandes, pero nunca se había enfrentado con un animal que produjese una impresión de poder tan intensa. En aquel momento le pareció que en toda la faz del mundo no había nada que pudiera vencer al colosal Toro de Crinanass.

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