El toro y la lanza (19 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: El toro y la lanza
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—¿Llaw Ereint? —preguntó otra voz.

—Sí. ¿Quién podría ser si no? Allí está la mano de plata, y aunque nunca he visto ninguno juraría que eso es un rostro sidhi.

Corum abrió su único ojo y contempló al que acababa de hablar.

—Estoy muerto, y os agradecería mucho que me permitierais disfrutar de la paz de la muerte —dijo.

—Estás vivo —dijo el joven en un tono que no admitía discusión.

Tendría unos dieciséis años, y aunque su rostro y su cuerpo estaban enflaquecidos y consumidos por el frío y las privaciones, sus ojos eran vivaces e inteligentes y, como casi todos los mabden a los que Corum había conocido allí, era de constitución esbelta y bien proporcionada. Tenía una abundante cabellera rubia que era mantenida lejos de sus ojos mediante una tira de cuero. Llevaba una capa de pieles sobre los hombros y los brazaletes y las ajorcas de oro y plata habituales en los brazos y los tobillos.

—Me llamo Bran —dijo—, y éste es mi hermano Tyernon. Tú eres Cremm, el dios.

—¿Dios...?

Corum empezó a comprender que las siluetas que había visto perfilarse ante él en la lejanía habían sido mabden, no Fhoi Myore, y le sonrió.

—¿Acaso los dioses sucumben con tanta facilidad al agotamiento?

Bran se encogió de hombros y se pasó una mano por los cabellos.

—No sé nada sobre las costumbres de los dioses. ¿Acaso no podrías haber estado utilizando un disfraz? Podrías estar fingiendo ser un mortal para ponernos a prueba...

—¡Qué manera tan inteligente de adornar un hecho más bien prosaico! —dijo Corum.

Volvió la cabeza para contemplar a Tyernon y después miró nuevamente a Bran con expresión sorprendida. Los rasgos de los dos jóvenes eran prácticamente idénticos, aunque la capa de Bran había sido confeccionada con la piel de un oso pardo y la de Tyernon con la de un lobo leonado. Corum alzó la mirada y comprendió que estaba contemplando los pliegues de una pequeña tienda dentro de la que yacía. Bran y Tyernon estaban acuclillados a su lado.

—¿Quiénes sois? —preguntó—. ¿De dónde venís? ¿Podéis decirme qué ha sido de Caer Mahlod?

—Somos los Tuha-na-Ana, o lo que queda de ese pueblo —replicó el joven—. Venimos de una tierra que se encuentra al este de Gwyddneu Garanhir, que a su vez se encuentra al sur de Cremm Croich, tu tierra. Cuando los Fhoi Myore llegaron allí, algunos de los nuestros se enfrentaron a ellos y perecieron. El resto, casi todos jóvenes y personas de edad avanzada, emprendimos la marcha hacia Caer Mahlod, donde habíamos oído decir que había guerreros que presentaban resistencia a los Fhoi Myore. Nos extraviamos y hemos tenido que escondernos muchas veces de los Fhoí Myore y de sus perros, pero ahora estamos a muy poca distancia de Caer Mahlod, que se encuentra un poco al oeste de aquí.

—Caer Mahlod también es mi destino —dijo Corum irguiéndose—. Llevo conmigo la lanza Bryionak y domaremos al Toro de Crinanass.

—El Toro de Crinanass no puede ser domado —dijo Tyernon en voz baja—. Vimos a la bestia hace menos de dos semanas... Teníamos mucha hambre y le dimos caza para alimentarnos con su carne, pero se revolvió contra nuestros cazadores y mató a cinco de ellos con sus afilados cuernos antes de alejarse en dirección oeste.

—Si el Toro de Crinanass no puede ser domado —dijo Corum, aceptando el tazón que Bran le entregó y sorbiendo la sopa tan clara que parecía agua que contenía con expresión agradecida—, entonces Caer Mahlod está perdido y haríais bien buscando otro santuario.

—Buscamos Hy-Breasail, la Isla Encantada que se encuentra al otro lado del mar —le dijo Bran con voz muy seria—. Pensamos que allí estaremos a salvo de los Fhoi Myore y podremos ser felices.

—Cierto, estaríais a salvo de los Fhoi Myore —dijo Corum—, pero no de vuestros propios miedos. No intentes ir a Hy-Breasail, Bran de los Tuha-na-Ana, pues la isla significa una muerte horrible para los mabden. No, iremos todos juntos a Caer Mahlod, si los Fhoi Myore no dan con nosotros antes de que lleguemos allí, y después tendré que averiguar si puedo hablar con el Toro de Crinanass y convencerle de que debe ayudarnos.

Bran meneó la cabeza poniendo cara de escepticismo. Tyernon, su gemelo, imitó el gesto.

—Volveremos a emprender la marcha dentro de unos minutos —le dijo Tyernon—. ¿Podrás volver a montar entonces?

—¿Mi caballo sigue vivo?

—Está vivo y ha descansado. Encontramos un poco de hierba para él.

—Entonces podré volver a montar —dijo Corum.

El grupo que avanzaba lentamente sobre la nieve estaba formado por menos de treinta personas, y de esa treintena escasa más de veinte eran ancianos y ancianas. Había tres muchachos de la edad de Bran y su hermano Tyernon, y había tres chicas, una de las cuales tenía menos de diez años. Los niños y niñas de menos edad habían perecido durante una incursión por sorpresa en la que los Sabuesos de Kerenos atacaron el campamento cuando los restos de la tribu acababan de iniciar su viaje a Caer Mahlod. La nieve se acumulaba sobre los cabellos de todos y hacía que centellearan. Corum bromeó diciendo que todos eran reyes y reinas y que llevaban coronas de diamantes. Antes de su llegada habían carecido de armas y Corum distribuyó las suyas entre ellos: dio una espada a uno, una daga a otro, una lanza a uno y otra a otro, y entregó el arco y las flechas a Bran. Conservó para sí únicamente la lanza Bryionak y cabalgó al frente de la columna, o caminó al lado de su caballo, que podía llevar a dos o tres ancianos a la vez, pues muy pocos de ellos habían comido lo suficiente durante los últimos meses y todos pesaban muy poco.

Bran había calculado que aún se encontraban a dos días de Caer Mahlod, pero cuanto más hacia el oeste avanzaban más fácil se volvía el trayecto. El estado de ánimo de Corum había empezado a experimentar una considerable mejoría y su caballo estaba recuperando las energías, por lo que pudo adelantarse a la columna en breves galopadas para explorar el terreno. A juzgar por la mejora que se estaba produciendo en el clima, los Fhoi Myore aún no habían llegado a la fortaleza de la colina.

El pequeño grupo entró en un valle cuando no faltaba mucho para el ocaso del que esperaban sería su último día de viaje. No era un valle particularmente profundo, pero ofrecía un cierto cobijo del viento helado que soplaba en ráfagas ocasionales a través de los páramos, y los viajeros agradecían cualquier refugio que pudieran encontrar. Corum se fijó en que las laderas de las colinas que se alzaban a cada lado de ellos estaban cubiertas por formaciones de hielo reluciente que quizá eran el resultado de cascadas impulsadas por un viento procedente del este. Ya se habían internado una cierta distancia en el valle y habían decidido acampar para pasar la noche allí aunque el sol aún no se había ocultado, cuando Corum apartó la mirada de los jóvenes que estaban levantando las tiendas y captó un movimiento. Al principio estuvo seguro de que una de las formaciones de hielo había cambiado de posición, pero acabó diciéndose que había sido engañado por la creciente penumbra y el tener la vista cansada de tanto escrutar el paisaje.

Y un instante después más formaciones de hielo se estaban moviendo, y ya no cabía duda de que convergían hacia el campamento.

Corum lanzó un grito de alarma y empezó a correr hacia su caballo. Las siluetas eran como fantasmas de contornos relucientes que bajaban a gran velocidad por las laderas dirigiéndose hacia el valle. Corum vio cómo una anciana alzaba los brazos en un gesto de horror al otro extremo del campamento e intentaba escapar, pero una iridiscente silueta fantasmagórica pareció absorberla y la arrastró hacia la cima de la colina. Antes de que nadie pudiera comprender muy bien lo que estaba ocurriendo, dos ancianas más fueron capturadas y arrastradas hacia las cimas.

El campamento se convirtió en un hervidero de actividad. Bran disparó por dos veces su arco contra los fantasmas de hielo dando en el blanco cada vez, pero las flechas se limitaron a atravesarles sin causar ningún daño. Corum arrojó la lanza Bryionak contra otro fantasma apuntándola hacia el lugar en el que creía que estaba su cabeza, pero Bryionak volvió flotando a su mano sin que el fantasma hubiese sufrido daño alguno. Aun así, parecía que se enfrentaban a criaturas no muy valerosas, pues los fantasmas volvían a desvanecerse en las colinas en cuanto habían capturado una presa. Corum oyó gritar a Bran y Tyernon, y vio cómo subían a la carrera por una de las empinadas pendientes en persecución de un fantasma. Corum les gritó que la persecución sería inútil y que sólo serviría para que corrieran un peligro todavía mayor, pero los dos jóvenes no prestaron ninguna atención a sus gritos. Corum vaciló durante un momento y acabó siguiéndoles.

La oscuridad ya estaba empezando a hacer acto de presencia. Las sombras caían sobre la nieve. El cielo sólo conservaba un débil matiz de luz solar, como una mancha de sangre flotando en leche. Aquella luz era muy poco adecuada para la caza o la persecución incluso en las mejores circunstancias imaginables, y los fantasmas de hielo hubiesen resultado muy difíciles de ver hasta bajo la intensa claridad del mediodía.

Corum había logrado no perder totalmente de vista a Bran y Tyernon, pero sus siluetas resultaban muy difíciles de distinguir. Bran se había detenido para disparar una tercera flecha contra lo que Corum pensó era un fantasma de hielo. Tyernon señaló con la mano, y los dos muchachos se alejaron corriendo en una dirección distinta a la que habían estado siguiendo hasta aquel momento y Corum fue en pos de ellos sin dejar de gritar sus nombres, aunque temía atraer la atención de las extrañas criaturas a las que estaban persiguiendo los dos jóvenes.

Cada vez estaba más oscuro.

—¡Bran! —gritó Corum—. ¡Tyernon!

Y un instante después encontró a los dos muchachos, y vio que estaban llorando arrodillados sobre la nieve, Corum miró en esa dirección y vio que estaban arrodillados al lado de lo que probablemente era el cuerpo de una de las ancianas.

—¿Está muerta? —murmuró.

—Sí —dijo Bran—, nuestra madre está muerta.

Corum no sabía que una de las mujeres fuese la madre de los muchachos. Dejó escapar un prolongado suspiro impregnado de tristeza y les dio la espalda, y se encontró contemplando los rostros nebulosos y oscuros de tres fantasmas que parecían sonreírle.

Corum lanzó un grito y alzó a Bryionak para golpear a las criaturas con ella. Los fantasmas avanzaron hacia él sin hacer ningún ruido. Corum sintió cómo sus zarcillos rozaban su piel y notó que su carne empezaba a congelarse. Así era como paralizaban a sus víctimas, y así era como se alimentaban, absorbiendo el calor en sus propios cuerpos. Quizá así era como habían muerto las gentes que había visto antes junto al lago. Corum desesperó de poder salvar su vida o las de los dos muchachos. No había forma alguna de luchar contra enemigos tan intangibles.

Y de repente la punta de la lanza Bryionak empezó a brillar con un peculiar resplandor entre rojizo y anaranjado, y cuando la punta tocó a uno de los fantasmas de hielo, la criatura siseó y desapareció sin dejar más rastro que una nubécula de vapor que flotaba en el aire y que ya se había dispersado un instante después. Corum no perdió el tiempo interrogándose sobre el poder de la lanza. La hizo girar hacia los otros dos fantasmas, los rozó con la punta resplandeciente y ellos también se esfumaron. Era como si los fantasmas de hielo necesitaran calor para vivir, pero aparentemente un exceso de calor sobrecargaba sus cuerpos y hacía que pereciesen.

—Debemos encender hogueras y preparar antorchas —les dijo Corum—. Las antorchas servirán para que no se acerquen a nosotros, y no acamparemos aquí. Seguiremos avanzando a la luz de las antorchas... No importa que los Fhoi Myore o alguno de sus sirvientes nos vean. Es mejor que lleguemos a Caer Mahlod lo antes posible, pues no tenemos forma alguna de averiguar sobre qué otras criaturas como éstas tienen poder los Fhoi Myore.

Bran y Tyernon alzaron el cadáver de su madre y empezaron a seguir a Corum ladera abajo. El resplandor que había iluminado la punta de la lanza Bryionak se fue extinguiendo poco a poco hasta que ésta tuvo su aspecto de siempre, el de una mera lanza forjada por un excelente artesano.

Cuando llegaron al campamento Corum explicó su decisión a los demás y todos se mostraron de acuerdo con él.

Y así reanudaron la marcha, con los fantasmas de hielo acechando cerca de ellos allí donde no llegaba la luz que proyectaban las antorchas y emitiendo débiles jadeos ahogados que hacían pensar en súplicas lacrimosas hasta que hubieron atravesado el valle y salieron por el otro extremo.

Los fantasmas no les siguieron, pero aun así continuaron avanzando, pues el viento había vuelto a soplar con fuerza y traía consigo el olor salado del mar, y gracias a ello sabían que ya tenían que encontrarse cerca de Caer Mahlod y del refugio que les ofrecería. Pero también sabían que los Fhoi Myore y todos aquellos que obedecían a los Fhoi Myore estaban cerca, y eso hizo que incluso las personas más ancianas adquiriesen nuevas energías y fueran más deprisa, y todos rezaron para seguir con vida hasta la mañana en que seguramente deberían ver Caer Mahlod ante ellos.

Cuarto capítulo

La reunión del Pueblo Frío

La Colina Cónica estaba allí y los muros de piedra de la fortaleza también estaban allí, así como el estandarte con la bestia marina del rey Mannach y Medhbh, la hermosa Medhbh, que surgió de las puertas de Caer Mahlod montada a caballo saludándole con la mano y riendo, su roja cabellera revoloteando a su alrededor y sus ojos verdigrises iluminados por la alegría, y los cascos de su caballo levantaron surtidores de escarcha mientras Medhbh saludaba a gritos a Corum.

—¡Corum, Corum! Corum Llaw Ereint, ¿has traído la lanza Bryionak?

—Sí —replicó Corum enarbolando la lanza—, y traigo invitados para Caer Mahlod. Debemos apresurarnos, pues los Fhoi Myore nos siguen y no están muy lejos.

Medhbh llegó hasta él y se inclinó sobre la silla de montar para rodearle el cuello con un brazo, y le besó en los labios con tal pasión que toda la sombría tristeza que se había adueñado de Corum se esfumó de repente, y se alegró de no haberse quedado en Hy-Breasail, de que Hew Argech no hubiera acabado con su vida y de que los fantasmas de hielo no le hubieran arrebatado el calor de su cuerpo.

—Estás aquí, Corum —dijo Medhbh.

—Estoy aquí, hermosa Medhbh, y aquí está la lanza Bryionak.

Medhbh la contempló con expresión maravillada, pero no quiso tocarla ni siquiera cuando Corum se la ofreció. La joven retrocedió, y sus labios se curvaron en una extraña sonrisa.

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