El Triunfo (28 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El Triunfo
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2. Un alto precio

Ya no era primavera en Merilon.

El invierno había llegado a la ciudad de la cúpula mágica, igual que a las tierras que se extendían al exterior de su envoltura protectora. No es que se hubiera decretado que el invierno se iniciara ese día o que los
Sif-Hanar
hubieran descuidado sus deberes, sino que quedaban escasos
Sif-Hanar
para alterar la estación del año. Aquellos que habían sobrevivido a la batalla en el Campo de la Gloria se encontraban tan débiles que apenas si tenían aliento suficiente para empañar la helada atmósfera, mucho menos para intentar conjurar las rosadas y esponjosas nubes de la primavera.

Por primera vez en muchos años —ni siquiera sus habitantes más ancianos recordaban haberlo visto— nevaba en el interior de la ciudad. Había empezado en forma de lluvia; el calor de miles de cuerpos combinado con la humedad que desprendían los árboles y plantas de la Arboleda y de los jardines de Merilon había sido suficiente para sobrecargar la cerrada atmósfera de la ciudad. Sin los
Sif-Hanar
para gobernarlo, el nivel de humedad de la cúpula se elevó hasta que el mismo aire empezó a llorar, se dijo que derramando lágrimas por los muertos. Al llegar la noche, la lluvia se transformó en nieve y ahora la ciudad yacía enterrada bajo un manto blanco...

—... Como un cadáver —dijo lord Samuels fatigosamente, mirando por la ventana.

El jardín helado y cubierto de nieve que contemplaba apesadumbrado no era el mismo por el que le encantaba pasear a su Gwendolyn, donde su amor por Joram había crecido y florecido, en el que Saryon, ocultando su oscuro secreto, había intentado proteger a la flor arrancando la mata. No, este jardín era mayor y más exuberante que aquel que había alimentado tantos sueños en su oscura tierra.

El jardín era grandioso, y también la casa, construidos ambos a una magnífica escala. Lord Samuels y lady Rosamund habían conseguido al fin su sueño: formar parte de la nobleza. El precio se concretó en aquel que habían estado dispuestos a pagar: su hija. Era ya demasiado tarde cuando comprendieron que habían cambiado una perla de gran valor por una simple baratija.

Al poco de la desaparición de su hija, lord Samuels había tomado por costumbre recorrer las desiertas arenas de la Frontera, en un intento por encontrarla. Cada día, después de su trabajo en el Gremio, viajaba por el Corredor hasta aquel lugar desolado y yermo y se paseaba arriba y abajo por la playa gritando el nombre de su hija hasta que oscurecía y ya no podía ver nada. Entonces, exhausto y desesperado, regresaba a casa.

Su sueño era inquieto, a veces se despertaba e insistía en regresar a la Frontera en plena noche, asegurando que había oído cómo Gwen lo llamaba. Comía muy poco o nada y su salud empezó a resentirse. La
Theldara
—la misma mujer de carácter franco que había atendido al Padre Saryon— comunicó a lady Rosamund que su esposo sufría un peligroso estado de falta de armonía corporal que podría causarle la muerte.

Estando en esta coyuntura, lady Rosamund había recibido la visita del Emperador Lauryen. El Emperador fue todo amabilidad y comprensión. Se había enterado de que lord Samuels se comportaba de una forma muy peculiar; asumía una conducta que —el Emperador intentó expresarlo con delicadeza— reavivaba la atención de la gente sobre un incidente muy lamentable. Nadie sentía tanto el dolor de los desconsolados padres como Lauryen, pero había llegado el momento de que lord Samuels considerara ese trágico evento desde su correcta perspectiva. Había sucedido, nada podría cambiar los acontecimientos. Almin utiliza senderos misteriosos, lord Samuels debía tener fe.

Lauryen afirmó sus últimas palabras con voz solemne, mientras su mano daba palmaditas a la de lady Rosamund. El motivo de que aquel gesto la llenara de pavor no podía discernirlo; quizás había sido la expresión de aquellos fríos e inexpresivos ojos. Retiró la mano del inquietante contacto y se la llevó al palpitante corazón, para murmurar aturdida que la
Theldara
había recomendado un cambio de escenario.

¡Excelente idea!, había asegurado el Emperador. Precisamente lo que él pensaba. Tenía poderes para otorgar una pequeña propiedad a algún ciudadano afortunado, y lord Samuels le haría un enorme favor si aceptaba aquel insignificante regalo. La propiedad consistía en un pequeño pueblo de Magos Campesinos, un castillo en una zona remota y una mansión en la ciudad. Todo ello se estaba viniendo abajo desde la muerte de su administrador —un tal conde Devon—, que no había dejado herederos. A lord Samuels, como súbdito leal, le correspondía hacerse cargo de la finca y convertirla de nuevo en una propiedad próspera. Existía una pequeña cuestión de impuestos atrasados, pero un hombre de la posición de lord Samuels...

Lady Rosamund había conseguido tartamudear que estaba segura de que aquello era exactamente lo que necesitaba su esposo para dejar de pensar en su dolor, y le dio las gracias profusamente al Emperador. Lauryen había aceptado sus expresiones de agradecimiento con una graciosa inclinación de cabeza y había concluido, mientras se levantaba para marchar, que se atrevía a aventurar que su esposo estaría demasiado ocupado a partir de aquel momento para realizar aquellas visitas nocturnas a las Tierras de la Frontera. Había añadido, además, que confiaba en que las nuevas obligaciones de lord Samuels le facilitarían temas de discusión más alegres que la narración reiterativa de lo que hubiera visto u oído en relación a aquel muchacho llamado Joram.

El Emperador se despidió de lady Rosamund con un pequeño rapapolvo: el hombre que camina mirando al pasado es fácil que dé un traspié y se haga daño.

Aquella misma noche, las visitas de lord Samuels a la Frontera cesaron. A la semana siguiente, él y su familia viajaron hasta Devon Castle, regresando a la residencia de los Devon en la ciudad únicamente para las vacaciones y durante el invierno, como era costumbre entre la clase pudiente. Tenían todo lo que habían deseado siempre: fortuna, posición, y eran aceptados por la clase alta.

No volvió a mencionarse a Gwendolyn. Se entregaron todas sus pertenencias a sus primas, pero aquellas sencillas jovencitas no podían evitar echarse a llorar cada vez que contemplaban los hermosos vestidos y las joyas, y no tardaron en guardar todo aquello. A los dos pequeños —el niño y la niña— se les enseñó a no preguntar jamás por su hermana Gwen.

Lord Samuels y lady Rosamund empezaron a asistir a todas las recepciones y fiestas de la corte. Y si la alegría parecía haber desaparecido de sus vidas —y a menudo daba la impresión de que realmente no les importaba dónde estaban o lo que sucedía a su alrededor— en realidad no hacían más que mostrar lo que se consideraba como una adecuada actitud de noble indiferencia.

Lord Samuels y su familia habían llegado la noche anterior a su casa de Merilon, tras haberse visto obligados a abandonar Devon Castle cuando los Ariels les trajeron la noticia de que estaban en guerra. Honraba a lord Samuels el que éste no hubiera huido de sus tierras hasta haberse asegurado de que los campesinos que trabajaban para él estarían protegidos. Recordando lo que en una ocasión le había contado Joram sobre la vida de los Magos Campesinos, y tras contemplar con sus propios ojos las pésimas condiciones de vida de aquel pueblo cuando se hizo cargo de la propiedad, lord Samuels había hecho todo lo posible para mejorar la existencia de su gente, utilizando su propio dinero y energía mágica. El ver transformadas en miradas de gratitud y respeto las que antiguamente fueran apagadas y tristes constituía ahora uno de los pocos placeres que le quedaban a su vida estéril y vacía.

—¿Crees que lo que hemos oído puede ser cierto? —preguntó lady Rosamund suavemente, vigilando a su alrededor para asegurarse de que los Magos-Servidores no podían escucharlos.

—¿El qué, querida? —inquirió él, volviéndose para mirarla.

—Sobre... sobre la batalla de ayer, la muerte del Emperador. Has estado encerrado en tu estudio toda la mañana. Te oí hablar con alguien y luego llegaron los Ariels. ¿Qué noticias traían?

Lord Samuels suspiró. Tomó la mano de su esposa y la atrajo hacia él.

—No son buenas, aunque los informes son correctos. Iba a decírtelo, pero quería esperar a que Marie, los niños y la servidumbre hubieran vuelto a sus ocupaciones.

—¿Qué sucede? —El rostro de lady Rosamund estaba pálido, pero mantenía la compostura.

—La persona con la que hablé esta mañana era Rob.

—¿Rob? —Lo miró asombrada—. ¿Nuestro capataz? ¿Regresaste al castillo? Después de que nos avisaron de que...

—No, querida. Rob está aquí, en Merilon. Todos nuestros campesinos están aquí. Los
Duuk-tsarith
los trajeron a la ciudad esta mañana. Y no únicamente a los nuestros, han trasladado también a los Magos Campesinos de los pueblos de los alrededores.

—¡Almin bendito! —Lady Rosamund se apretó contra su esposo, quien la rodeó con el brazo para consolarla—. ¡Una cosa así no había sucedido desde las Guerras de Hierro! ¿Qué está ocurriendo? Sharakan estuvo de acuerdo en ir al Campo de la Gloria. ¿Por qué han violado su solemne juramento...?

—No es Sharakan, querida —repuso lord Samuels.

—Pero...

—Lo sé. Eso es lo que el Patriarca Vanya quisiera que creyéramos. Sin embargo, hay muchos que conocen la verdad y que han regresado para darla a conocer. Se rumorea que el enemigo procede del Más Allá. Se dice que el príncipe Garald de Sharakan, quien, como tú ya sabes, querida, tiene reputación de ser un hombre valeroso y honorable, luchó al lado del Emperador Lauryen contra esta nueva amenaza.

—Entonces ¿por qué nos miente el Patriarca Vanya?

—Eso, mi amor, es lo que muchos de nosotros quisiéramos averiguar —respondió lord Samuels con gravedad mientras fruncía el entrecejo—. Ni siquiera admite públicamente que Lauryen ha muerto, aunque se han presentado testigos de lo ocurrido que lo han explicado. El Patriarca, que Almin me perdone mi pensamiento, es muy anciano y está achacoso. Me temo que ésta es una responsabilidad demasiado grande para él. Mi opinión es compartida por otros, a juzgar por los mensajes que me han enviado. Se celebrará una reunión en Palacio esta noche para tomar una decisión, y yo voy a asistir.

Lord Samuels hablaba mirando fijamente a su esposa. Ésta le oprimió el brazo con más fuerza.

—¿Quién la ha convocado? —preguntó, al ver una expresión preocupada en los ojos de su esposo.

—El príncipe Garald, querida —respondió lord Samuels con calma.

Lady Rosamund se quedó sin aliento, sus labios se abrieron para protestar, pero su esposo se lo impidió.

—Sí, ya sé que Vanya lo considerará como traición. Pero hay que hacer algo. Existe un creciente malestar en la ciudad, especialmente en la Ciudad Inferior. Se han habilitado alojamientos temporales para los Magos Campesinos en la Arboleda, pero esa pobre gente está amontonada allí dentro como conejos en una madriguera. Siempre ha habido descontento y rebeldía entre ellos, y ahora los han sacado de sus casas y los han traído aquí como si fueran prisioneros. Entre ellos corre el rumor de que los van a mutar y enviar a luchar, como sucedió con los centauros en la antigüedad. Planean rebelarse...

—¡Almin misericordioso! —murmuró lady Rosamund.

—Las clases bajas de Merilon están en una situación parecida. Se difunden habladurías absurdas entre ellos. He oído que se están reuniendo frente a la Catedral, gritando para que el Patriarca Vanya salga y les dé una explicación. Incluso entre la nobleza, aquellas familias que han perdido a seres queridos están furiosas y exigen respuestas. Pero el Patriarca se ha encerrado en sus habitaciones de la Catedral y se niega a ver a nadie, ni al duque d'Chambray ni a los demás nobles de importancia. El príncipe Garald y su séquito se alojan en casa del duque...

—¿En casa del duque? —farfulló lady Rosamund—. ¿Aquí en Merilon? ¿Como invitado?

—Querida —recordó lord Samuels—, la situación es grave, diría incluso que desesperada. No quiero alarmarte pero debes estar preparada para enfrentarte a la verdad. Según el mensaje que he recibido del duque, Merilon misma está en peligro.

—Eso es ridículo —replicó lady Rosamund vehementemente—. La ciudad no ha caído nunca en poder del enemigo, ni siquiera durante las Guerras de Hierro. El Palacio quedó destruido, pero no la ciudad. Nada puede atravesar por completo la barrera mágica...

Lord Samuels iba a amonestar a su esposa cuando los interrumpió el sonido de una campana que sonaba en un lejano lugar de la enorme casa.

—Es en la puerta principal —anunció lady Rosamund, inclinando la cabeza para escuchar—. ¡Qué extraño! ¡Salir con esta tormenta! ¿Esperas a alguien?

—No —replicó lord Samuels, perplejo—. Ni los Ariels pudieron volar con este tiempo, tuvieron que utilizar los Corredores... Me pregunto...

Ambos se quedaron en silencio y esperaron nerviosos e impacientes a que apareciera el Mago-Servidor.

—Mi señor —dijo un sirviente muy agitado y con los ojos muy abiertos, abriendo la puerta de la sala de estar precipitadamente—. El p... príncipe Garald de Sharakan y un catalista llamado Saryon quieren veros para un asunto de extrema urgencia.

—Hazlos pasar —respondió lady Rosamund con voz débil. ¡El príncipe Garald! ¡Allí en su casa! Sólo le dio tiempo para intercambiar una rápida e interrogadora mirada con su esposo, quien, con un gesto, le indicó que no sabía más que ella, antes de que entraran sus visitantes. El príncipe iba acompañado por las siempre presentes negras figuras de los
Duuk-tsarith
.

—Alteza. —Lady Rosamund se inclinó en una reverencia que no fue tan profunda como hubiera sido de tratarse del difunto Lauryen; después de todo, el príncipe Garald era el enemigo. Al menos había sido el enemigo hasta hacía cuarenta y ocho horas. Todo aquello era tan confuso, tan sobrecogedor...

—Excelencia. —Lord Samuels inclinó la cabeza—. Nos sentimos muy honrados...

—Gracias —replicó el príncipe, interrumpiendo el discurso del amo de la casa. No lo hizo con descortesía ni de forma intencionada, sino simplemente a causa del cansancio—. ¿Puedo presentaros al Padre Saryon?

—Padre —murmuraron los dueños de la casa.

Pero cuando el catalista echó hacia atrás la capucha que le cubría la cabeza, lord Samuels retrocedió espantado y horrorizado.

—¡Vos! —exclamó con voz hueca.

—¡Mi señor, realmente lo siento! —El rostro de Saryon estaba ojeroso y angustiado—. Olvidé que me conocisteis cuando la Transformación. No hubiera aparecido de esta forma ante vos si hubiera sabido...

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