¡Tenía que encontrar ayuda! Los relámpagos se encendían a nuestro alrededor; el viento era cada vez más fuerte; bolas de hielo me golpearon el rostro, magullando e hiriéndome la carne. Todo se envolvía con una completa oscuridad ahora, a excepción de los breves intervalos de terrible claridad, cada vez que un rayo iluminaba el cielo. Y entonces percibí, a través de aquella lluvia torrencial, la luz roja que seguía parpadeando, insensible a la tormenta. Quizás habría gente allí, reunida alrededor de un fuego, utilizando su magia para mantenerlo encendido. Levanté a Gwen en mis brazos, y la conduje hacia aquel lugar, pronunciando la primera plegaria desinteresada que haya rezado jamás, y en la que imploraba que Almin enviara a alguien para salvarla.
¿A quién esperaba encontrar junto al juego? No lo sé. No me hubiera sorprendido demasiado ver ángeles o demonios. Hubiera dado la bienvenida a cualquiera de ellos. No podríamos sobrevivir a aquella tormenta por mucho tiempo; aumentaba en ferocidad y tuve la indefinida y vaga idea que nos asalta a veces cuando estamos aterrorizados: que la tempestad golpeaba la Frontera del mundo en un intento por derribarla.
Hubo momentos en los que literalmente no pude moverme a causa de la tremenda fuerza del viento; ocasiones en las que tuve que usar todas mis fuerzas para poder mantenerme en pie, mientras sujetaba el cuerpo inerte y frío de Gwendolyn contra el mío y el aire me abofeteaba y la lluvia y el hielo se clavaban en mi carne como afiladas agujas.
Con un supremo esfuerzo de voluntad, seguí adelante, y por fin llegué a la luz roja. No era un fuego. No había nadie allí, ni ángel ni demonio. Aquel fulgor intermitente procedía de un curioso objeto que sobresalía del empapado suelo, y ni siquiera daba calor. La frustración y el desespero se apoderaron de mí. Mis piernas cedieron y caí, con Gwen en brazos, al suelo.
En ese momento, por encima del rugir de la tormenta, escuché un ruido sordo. Lo percibía cada vez más fuerte, al tiempo que sentía cómo la tierra se estremecía. Los relámpagos ahora eran incesantes y, atisbando por entre la lluvia, divisé iluminado por brillantes destellos un enorme monstruo que se arrastraba hacia nosotros. ¡Tenía forma achaparrada y angular, con dos enormes ojos resplandecientes al frente, y se acercaba a nosotros a una velocidad increíble!
«De modo que así es como termina todo», pensé, «despedazados por una bestia asquerosa». Me abandoné a la oscuridad de mi interior. Mi última idea fue de agradecimiento porque Gwen estaba inconsciente y moriría sin conocer aquellos postreros momentos de terror.
Me dijeron que estaba consciente cuando me encontraron, que les hablé y que les pareció —porque no podían entenderme— que estaba dispuesto a luchar. Me contaron —y sonrieron al recordarlo— que no hubiera podido luchar ni con un niño. Me opuse débilmente y me desmayé.
En lo que a mí respecta, no recuerdo nada hasta que me despertó un sonido de voces. Me asaltó el terror, luego me calmé. ¡Era un sueño! Mi corazón latió con fuerza, esperanzado. El juicio, la sentencia, la ejecución, la tormenta... todo era un sueño y cuando abriera los ojos me encontraría de nuevo en casa de lord Samuels...
Abrí los párpados y me encontré bajo una fuerte luz, tan brillante que me lastimaba las pupilas. Mi cama era dura e incómoda y comprendí de repente que estaba en el interior de algo fabricado por completo de hierro. Parecía que nos movíamos, ya que nos balanceábamos adelante y atrás con un mareante movimiento oscilatorio. Mi sueño no era tal, lo ocurrido había sido completamente real.
Sin embargo, seguía oyendo voces. Me senté en la cama e intenté ver, protegiéndome los ojos de la luz. Las voces sonaban muy cerca. De una forma confusa, distinguí dos figuras, de pie, junto a mí, que se movían vacilantes a causa del movimiento del recinto metálico. Se dieron cuenta de que me había incorporado y uno acudió a mi lado.
El hombre me habló en un idioma que no podía comprender, y al parecer lo advirtió porque me daba abundantes palmadas en la espalda mientras hablaba, para tranquilizarme, de la misma forma en que se tranquiliza a un niño asustado.
Yo no estaba asustado. ¡Por Almin que no! Después de todo lo que había pasado, no creía que pudiera volver a asustarme de nada. Lo único que me preocupaba era la pobre muchacha que lo había abandonado todo por mí. ¿Dónde estaba? Miré a mi alrededor, pero no pude verla. Intenté levantarme, pero el hombre me mantuvo echado, aunque con gran suavidad. No resultaba difícil evitar que me moviera, me encontraba demasiado débil incluso para permanecer sentado por mucho tiempo.
Durante todo ese lapso, la otra figura que había en el interior de la cosa de hierro permaneció hablando con otra persona, alguien que hablaba con voz chisporroteante.
Ahora sé, claro, que hablaba por un aparato de comunicaciones, situado en el interior de aquel transporte (una especie de vehículo parecido a un carruaje excepto que funciona mediante las Artes Arcanas de la Tecnología y no de la magia). Todavía puedo oír las palabras del hombre con bastante claridad, aunque entonces no sabía lo que querían decir. En los meses siguientes, durante mi lucha contra la locura, sus palabras regresaban a mí una y otra vez en mis pesadillas.
—Hemos comprobado la alarma. Hay dos de ellos en la Frontera esta vez: un hombre y una mujer.
No recuerdo nada más después de esto. El hombre que estaba arrodillado junto a mí hundió algo frío en mi brazo, y me dormí.
Cuando me desperté, descubrí que a Gwen y a mí nos habían transportado a un nuevo mundo —o quizá se pueda considerar uno muy antiguo— para iniciar una nueva vida. Me casé con mi pobre Gwen para mantenerla segura y a salvo, y parte del día lo pasaba con ella en el tranquilo y encantador lugar donde permaneció mientras los hacedores de salud del Más Allá intentaban encontrar alguna forma de ayudarla.
Hace diez años... diez años en nuestro nuevo mundo... que ella no me ha dicho una sola palabra ni a mí ni a ninguna persona viva. Habla únicamente con aquellos a quienes sólo sus ojos pueden ver, con los muertos.
En el mundo del Más Allá conocí a mucha gente, incluido un hombre que no era de ese mundo sino del nuestro. Su nombre es Menju, pero se llama a sí mismo Hechicero, y he pasado la mayor parte de estos diez años aprendiendo a conocerlo y haciendo todo lo posible para evitar su ascensión al poder.
No tengo tiempo, ni tampoco es la intención de este documento, de describir el mundo del Más Allá. Baste con decir que el mundo del Más Allá es un mundo de Tecnología, una forma de vida que queda más allá de nuestra comprensión. No captarías, y aún menos creerías, lo que yo podría contarte. Pero es posible, por desgracia, que llegues a conocerlo demasiado bien...
Para concluir, te dejaré algunas consideraciones con respecto a nuestro mundo y su relación con el universo. Ruego por que uno de vosotros tenga la sensatez suficiente como para entenderlo y aceptarlo, en lugar de obviarlo como se ha estado procediendo durante siglos.
Los antiguos magos, al verse perseguidos porque eran «diferentes», huyeron de lo que consideraron un mundo moribundo, que empezaba a depender demasiado de la tecnología y que negaba e, incluso, temía la magia. En busca de un lugar donde pudieran vivir en paz, los antiguos viajaron por el tiempo y el espacio. Su llegada a este mundo no fue accidental, ya que aquí se originó la magia que hay en el universo. Los brujos llegaron aquí atraídos por el canto de sirena de la magia, y una vez en sus acogedoras orillas, los antiguos quemaron sus naves y juraron no abandonarlo jamás.
No sólo cortaron todo contacto con su antiguo mundo, sino que construyeron una barrera alrededor de éste, de modo que no hubiera forma posible de que alguien de Fuera pudiera entrar. Sin embargo, tan poderosa era esta barrera mágica, que no sólo dejó fuera al Universo, sino que encerró a la magia en su interior.
En su ardiente deseo de asegurar el presente, los antiguos destruyeron el pasado. En lugar de mantener vivo el recuerdo del antiguo mundo —y de esta forma recordarse que seguía ahí fuera—, destruyeron los documentos y desterraron los recuerdos hasta que ahora se ha convertido, para nosotros, en el relato de un Mago-Servidor, menos real que el reino de las hadas.
Y porque os olvidasteis de que había un mundo en el exterior, aunque distante y remoto, os sentisteis a salvo y seguros, tanto como para arrojar fuera a aquellos que pensabais que no pertenecían a este mundo, ni siquiera en la muerte. De esta forma se desarrolló la costumbre de enviar gente al «Más Allá». Es una manera simple y limpia de ocuparse de los que son diferentes. Libra de ellos al mundo rápida y eficientemente. El castigo es tan terrible que tiene un efectivo poder disuasorio. Lo que no advertisteis era que no enviabais a la muerte, sino a la vida.
Aunque nosotros nos olvidamos de él, el mundo del Más Allá nunca nos ha olvidado. La mayor parte de la magia quedó encerrada, fuera de su alcance, eso es verdad. Pero diminutas partículas de ella se escapan de cuando en cuando a través de fisuras en la barrera. El mundo del Más Allá ansia obtener Vida, y, cuando consiguió los medios promoviendo una avanzada utilización de la Tecnología, sus habitantes salieron en busca de la magia.
La encontraron, desde luego, pero no podían alcanzarla. La barrera mágica era demasiado poderosa para que pudieran atravesarla. Sin embargo, sí encontraron a aquellos que habían sido arrojados al exterior, deambulando —como Gwen y yo— por las tierras que hay al otro lado de la Frontera. Son unos terrenos espantosos, arrasados casi cada hora por terribles tormentas como la que yo experimenté. Hay muy poca gente allí. Es un puesto avanzado, y las gentes que lo ocupan tienen un único objetivo: buscar la forma de obtener la magia.
De esta forma nos encontraron a nosotros, igual que hallaron a otros. Hay alarmas —esas luces rojas intermitentes— colocadas por toda la Frontera para detectar cualquier cosa que se mueva. Siempre que han podido, han rescatado magos, y ahora estos parias viven en el mundo del Más Allá.
Muchos están locos, como mi pobre Gwen. Pero algunos —uno en particular, ese hombre conocido como «Hechicero»— están muy cuerdos. Ése ha intentado muchas veces volver a atravesar la Frontera. Según él, la barrera es un campo de energía compuesto de la energía mágica que hay en el interior de este mundo y en cada uno de los Vivos. Los Vivos que son expulsados no pueden volver a entrar debido a su propia energía. Algo muy parecido a dos campos magnéticos que se repelen el uno al otro; la magia del mundo repele la magia del mago. Todos estos años, él ha esperado a que este mundo cometiera un error, un error que le permitiera volver a entrar.
Yo fui vuestro error.
Un hombre Muerto cruzó la frontera mágica. El hechizo se hizo añicos, el cerrojo se rompió. Yo, al no tener energía mágica, no sería repelido. Yo podía regresar. Y si lo hacía, en teoría alteraría el campo de energía; dejaría la puerta abierta tras de mí.
Como he dicho, el Hechicero llegó a esta conclusión después de meses de estudio. No siempre fuimos enemigos, ¿sabes? Hubo una época en que confiaba en él y lo admiraba...
Pero ésa es otra historia.
Aquellos que ostentan el poder consiguieron convencerme de que los dos mundos debían fundirse, convertirse en uno. Pensé que esto podría ser una bendición para Thimhallan. Creí que la posible combinación traería un nuevo orden al universo. Mis sueños eran resplandecientes. Sin embargo, los sueños de otros eran retorcidos y deformados.
Regresé... y entonces ellos me siguieron, trayendo la guerra.
Ellos me engañaron y traicionaron. Me doy cuenta ahora de que su intención es conquistar este mundo de la misma forma que se han apoderado de otros.
¿Se cumplirá la Profecía? ¿Nos estamos precipitando hacia nuestra destrucción como las rocas que ruedan por un precipicio? La idea es aterradora; aún más, porque parece como si no pudiésemos escoger nuestro propio destino, como si un omnisciente e indiferente Señor controlara nuestras insignificantes vidas desde tiempo inmemorial.
Realmente ¿no hay escapatoria? Estoy empezando a pensar que no. Las dos únicas cosas acertadas y buenas que he hecho en mi vida —determinar abandonar este mundo y escoger regresar a él— aparentemente no han hecho más que acercar la Profecía a su cumplimiento.
Si esto es verdad, si nuestras vidas nos son repartidas como las cartas del tarot, si se nos arroja para obtener un triunfo o para desaparecer según le parezca a nuestro Jugador y la vida sólo consiste en ese azar, entonces empiezo a comprender a Simkin y a su forma de comportarse en este mundo.
El juego no es nada, el jugar lo es todo.
Al mayor James Boris, comandante del quinto batallón aerotransportado de la Marina, sus hombres lo llamaban cariñosamente (aunque de forma extraoficial y nunca cuando podía oírlos) por el apodo de
Tapón
. Era de estatura pequeña, grueso y fuerte, cualidades físicas que sin duda le habían ayudado a ganarse el mote. Tenía treinta años y se ocupaba de mantener su cuerpo en perfectas condiciones físicas; de este modo, cada año, durante la inspección anual de la base que efectuaban los jefazos del gobierno, el mayor Boris invitaba a todos aquellos jóvenes reclutas que lo deseasen a que arriesgaran la integridad física de sus cráneos abalanzándose contra él en grupo e intentando derribarlo. (Según la leyenda, en una ocasión un recluta robó un tanque y lo condujo directamente contra el mayor Boris; cuando el tanque chocó contra él, James Boris permaneció en pie, clavado al suelo, y, de acuerdo con el relato, fue el tanque el que salió despedido hacia atrás dando vueltas sobre sí mismo.)
Aquellos que habían servido con James Boris desde el principio, cuando era un joven recluta, no obstante, sabían muy bien de dónde le venía el apodo: procedía de las aulas, no de los vestuarios de su época escolar. «¡James Boris, tienes tanta imaginación como un tapón de corcho!», comentó en una ocasión uno de los instructores en tono cáustico.
Y el nombre se le quedó para siempre.
La anécdota —y el mote— no preocupaban lo más mínimo a James Boris. De hecho, lo llevaba con orgullo, de la misma manera que lucía sus medallas, ya que consideraba que aquella falta de imaginación era precisamente el factor que le había permitido su rápida ascensión dentro del ejército. El mayor Boris era un comandante de los que seguían el reglamento al pie de la letra. Sus raíces estaban bien hundidas en el sólido terreno de las ordenanzas, lo cual resultaba muy reconfortante y tranquilizador para aquellos a quienes mandaba. Nunca era necesario especular sobre cuál sería la actitud del mayor Boris con respecto a cualquier cuestión. Si ésta estaba contemplada en el reglamento, entonces él se atendría exactamente a las reglas y nada —ni siquiera el legendario tanque— podría apartarlo de allí. Y si no estaba contemplada en el reglamento...