El último argumento de los reyes (32 page)

BOOK: El último argumento de los reyes
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—No hay nada —gruñó uno de ellos desde detrás de la máscara.

—Hummm —soltó con sorna Sult, y acto seguido franqueó el umbral y echó un vistazo a la sala con marcado desdén.
Al parecer, mis nuevos aposentos apenas son más imponentes que los antiguos
. Los seis Practicantes tomaron posiciones a lo largo de las paredes del comedor de Glokta y se quedaron cruzados de brazos en actitud vigilante.
¿Hace falta semejante montonera de gigantes para echarle un ojo a un pobre tullido como yo?

Los zapatos de Sult se clavaban como puñales en el suelo mientras daba vueltas de un lado para otro con sus ojos azules desorbitados y la cara contraída en un gesto de furia.
No hace falta ser muy sagaz a la hora de juzgar a las personas para darse cuenta de que este hombre no anda muy contento que digamos. ¿Se habrá enterado de alguno de mis feos secretos? ¿De alguna de mis pequeñas desobediencias
? Glokta sintió el estremecimiento de un sudor frío que le subía por su columna contrahecha.
¿Será quizá la falsa ejecución de la Maestre Eider? ¿El acuerdo alcanzado con la Practicante Vitari para contar siempre algo menos que toda la verdad?
Una de las puntas del estuche de cuero se le clavó un poco en las costillas al tratar de reacomodar las caderas.
¿O se tratará simplemente de algo tan insignificante como la inmensa fortuna con la que fui comprado por una banca de muy dudosa reputación?

Una imagen se presentó de golpe en la mente de Glokta: el estuche de las joyas se abría detrás de su cinturón y un reguero de piedras preciosas de incalculable valor comenzaba a caer por las perneras de sus pantalones ante la mirada atónita del Archilector y sus Practicantes.
Me pregunto qué explicación daría a eso
. La idea le hizo tanta gracia que tuvo que hacer un esfuerzo para contener la risa.

—¡Ese cabrón de Bayaz! —gruñó Sult formando dos puños con sus guantes blancos.

Glokta sintió que se relajaba mínimamente.
Parece que la cosa no va conmigo. Por ahora, al menos
.

—¿Bayaz?

—¡Ese calvo embustero, ese maldito impostor con su sonrisa de suficiencia, ese viejo charlatán... se ha adueñado del Consejo Cerrado!
¡Al ladrón!
¡Ha puesto al gusano de Luthar a darnos órdenes! ¡Y eso que usted me dijo que era un patán sin carácter!
Le dije que antes era un patán sin carácter, pero usted no me hizo ni caso
. ¡Resulta que ese maldito cachorrillo no sólo tiene dientes, sino que además no tiene miedo de usarlos, y es el cabrón del Primero de los Magos quien le lleva de la correa! ¡Se está riendo de nosotros! ¡Se está riendo de mí! ¡De mí! —chilló Sult clavándose un dedo en el pecho.

—Esto, yo...

—¡No me venga otra vez con sus malditas excusas, Glokta! ¡Me estoy hundiendo en un mar de excusas, cuando lo que quiero que se me den son respuestas! ¡Respuestas y soluciones! ¡Quiero saber más sobre ese maldito embustero!

En tal caso puede que esto le impresione.

—Lo cierto es que ya me había tomado la libertad de dar algunos pasos en esa dirección.

—¿Qué pasos?

—He conseguido arrestar al Navegante —dijo Glokta permitiéndose esbozar una leve sonrisa.

—¿Al Navegante? —Sult no dio ninguna muestra de estar impresionado—. ¿Y qué le ha contado ese imbécil contemplador de estrellas?

Glokta hizo una pequeña pausa.

—Que atravesó el Viejo Imperio hasta llegar a los Confines del Mundo en compañía de Bayaz y de nuestro nuevo monarca, antes de que ascendiera al trono —se esforzó por dar con unas palabras que encajaran en el universo de lógica, razones y explicaciones claras que habitaba Sult—. Y que habían ido allí a buscar... una reliquia... de los Viejos Tiempos...

—¿Reliquias? —inquirió Sult acentuando aún más su ceño—. ¿Viejos Tiempos?

Glokta tragó saliva.

—Así es. Pero el caso es que no la encontraron...

—¿Quiere decir que lo que sabemos es una de las miles de cosas que Bayaz
no
ha hecho. ¡Bah! —Sult barrió con furia el aire con una mano—. ¡Ese tipo es un don nadie y lo que le ha contado no tiene ningún valor! ¡Déjese ya de leyendas y de sandeces!

—Por supuesto, Su Eminencia —masculló Glokta.
A algunas personas no hay manera de contentarlas
.

Sult contempló con gesto ceñudo el tablero del juego de los cuadros que había debajo de la ventana y dejó suspendida sobre las piezas una de sus manos, como si se dispusiera a hacer un movimiento.

—Ya he perdido la cuenta de todas las veces que me ha fallado, pero le voy a dar una última oportunidad de reparar sus errores. Vuelva a investigar al Primero de los Magos. Encuentre algún arma, algún punto flaco que podamos usar en su contra. Ese hombre es como una enfermedad y tenemos que erradicarla —y empujó con saña una de las piezas blancas—. ¡Quiero verle destruido! ¡Quiero verle acabado! ¡Quiero verle en el Pabellón de los Interrogatorios, cargado de cadenas!

Glokta tragó saliva.

—Eminencia, Bayaz está cómodamente instalado en palacio y eso le sitúa fuera de mi alcance... su protegido es ahora nuestro Rey...
En parte gracias a nuestros ímprobos esfuerzos
—Glokta estuvo a punto de hacer una mueca de dolor pero no consiguió abstenerse de hacer la pregunta—. ¿Cómo voy a hacerlo?

—¿Cómo? —aulló Sult—. ¿Cómo, maldito gusano tullido? —hecho una furia, barrió el tablero de un manotazo y todas las piezas salieron rodando por el suelo.
¿Hace falta que me pregunte a quién le va a tocar agacharse para recogerlas?
Los seis Practicantes, como guiados por el tono de voz del Archilector, se separaron de la pared y se cernieron amenazadores sobre la habitación—. ¡Si deseara ocuparme de todos los detalles en persona, no tendría necesidad de los servicios de un inútil como usted! ¡Salga de aquí y haga lo que le he dicho, maldito perro deforme!

—Su Eminencia es muy generoso conmigo —farfulló Glokta, volviendo a inclinar humildemente la cabeza.
Pero hasta al más mísero de los perros hay que rascarle de vez en cuando detrás de la oreja, porque si no puede acabar lanzándose a la garganta de su amo...

—Y ya de paso investigue el cuento ese que nos ha soltado.

—¿Qué cuento, Archilector?

—¡El cuento de hadas sobre Carmee dan Roth! —los ojos de Sult se entornaron aún más hasta quedar reducidos a dos ínfimas ranuras junto al caballete de la nariz —. Ya que no podemos hacernos con la correa del perro, habrá que sacrificarlo, ¿entendido?

A pesar de todos los esfuerzos de Glokta por que se estuviera quieto, su ojo no paraba de palpitar.
Buscar una manera para hacer que el reinado del Rey Jezal acabe de forma abrupta. Peligroso. Si la Unión fuera un barco, acabaría de pasar por una tormenta y estaría profundamente escorado. Hemos perdido al capitán. Si ahora sustituimos al nuevo, es posible que el barco se parta en dos. Entonces nos encontraremos todos nadando en unas aguas frías, profundas y desconocidas. ¿Algún voluntario para una guerra civil?
Bajó la vista y contempló con el ceño fruncido las piezas que había caídas por el suelo.
Pero Su Eminencia ha hablado. ¿Qué fue lo que dijo Shickel? Cuando tu señor te encomienda una tarea, haces todo lo que puedas para llevarla a cabo. Por siniestra que sea. Y parece que algunos de nosotros sólo servimos para ese tipo de tareas...

—Carmee dan Roth y su hijo bastardo. Descubriré qué hay de verdad en ello, puede confiar en mí, Eminencia.

La mueca de Sult alcanzó las máximas cotas de desprecio.

—¡Qué más quisiera!

Había bastante ajetreo en el Pabellón de los Interrogatorios para ser de noche. Mientras avanzaba renqueando por los pasillos, con su caricatura de dientes clavados en el labio y aferrando con fuerza el puño sudado del bastón para que no se le resbalara de la mano, Glokta no veía a nadie. No veía a nadie, pero los oía.

Las voces bullían tras las puertas reforzadas con hierro. Graves e insistentes.
Las de los que hacen preguntas
. Agudas y desesperadas.
Las de los que vierten respuestas
. De vez en cuando, un chillido, un rugido, o un alarido de dolor rasgaban el espeso silencio.
Eso poca explicación requiere
. Glokta se acercó renqueando a Severard, que estaba apoyado en la sucia pared, con un pie posado sobre el enlucido, silbando desatinadamente por detrás de su máscara.

—¿Qué significa todo esto? —preguntó.

—Algunos de los partidarios de Lord Brock se emborracharon y se pusieron a alborotar un poco. Cincuenta de ellos montaron un buen follón cerca de las Cuatro Esquinas. Reclamaban no se qué derechos, lloriqueaban porque se les había engañado y se quejaban de que no se hubiera elegido rey a Brock. Ellos lo llaman manifestación. Nosotros alta traición.

—Alta traición, ¿eh?
Un término con una definición notablemente flexible
. Escoged a unos cuantos cabecillas y que firmen los pliegos de confesión. Angland vuelve a estar en manos de la Unión. Ya va siendo hora de que volvamos a llenarlo de traidores.

—Ya están en ello. ¿Algo más?

—Oh, por supuesto.
Unos juegos malabares con cuchillos. Cuando uno baja, los otros dos suben. Cada vez hay más aceros dando vueltas en el aire y todos ellos con un filo letal
. Hoy a primera hora de la mañana he recibido una visita de Su Eminencia. Una visita bastante breve, pero que a mí se me ha hecho muy larga.

—¿Tiene trabajo para nosotros?

—Nada que vaya a hacerte rico, si es eso en lo que estás pensando.

—Nunca pierdo la esperanza. Soy lo que se suele llamar un optimista empedernido.

—Mejor para ti.
Yo soy más bien todo lo contrario
—Glokta respiró hondo y dejó escapar un prolongado suspiro—. Se trata del Primero de los Magos y sus audaces compañeros.

—¿Otra vez?

—Su Eminencia quiere obtener información sobre ellos.

—¿Pero ese Bayaz, no está muy unido a nuestro nuevo rey?

Glokta enarcó una ceja.
¿Unido? Es casi como si lo hubiera fabricado con sus propias manos
.

—Por eso mismo debemos vigilarlo, Practicante Severard. Para proteger al Rey. Los hombres poderosos no sólo tienen poderosos amigos, sino también poderosos enemigos.

—¿Cree que el Navegante ese sabe algo más?

—Nada que nos sirva de mucho.

—Qué pena. Me estaba acostumbrando a su compañía. Cuenta maravillosamente una historia sobre un pez enorme.

Glokta se relamió sus encías desnudas.

—De momento déjale que siga ahí. Puede que el Practicante Frost aprecie sus disparatadas historias.
Tiene un fino sentido del humor
.

—Pero si el Navegante no nos sirve, ¿a quién vamos a exprimir?

Eso, ¿a quién? Nuevededos ha volado. Bayaz está bien arropado en palacio y su aprendiz va siempre pegado a él. Y el que otrora fuera simplemente Jezal dan Luthar, admitámoslo, no está a nuestro alcance...

—¿Qué hay de la mujer?

Severard alzó la vista.

—¿Quién, esa zorra morena?

—Sigue en la ciudad, ¿no?

—Que yo sepa sí.

—Síguela y averigua de qué va.

El Practicante se interrumpió un instante.

—¿Tengo que ser yo?

—¿Qué pasa? ¿Te da miedo?

Severard se levantó un poco la máscara y se rascó por debajo.

—Se me ocurren muchas otras personas a las que preferiría seguir antes que a ella.

—La vida es una sucesión de cosas que preferiríamos no hacer —Glokta miró a ambos lados del pasillo para asegurarse de que estaban solos—. También tenemos que hacer algunas preguntas sobre Carmee dan Roth, la supuesta madre de nuestro actual monarca.

—¿Qué tipo de preguntas?

Se pegó a Severard y le susurró al oído.

—Preguntas como: ¿Es cierto que dio a luz a un hijo antes de morir? ¿Es verdad que el hijo en cuestión era el fruto de la entrepierna hiperactiva del Rey Guslav? ¿Es cierto que ese niño es la misma persona que el hombre que tenemos ahora en el trono?
Unas preguntas que podrían meternos en un serio aprieto. Unas preguntas que algunas personas considerarían un acto de alta traición. Pero ya se sabe que ese término tiene una definición notablemente flexible
.

La máscara de Severard tenía el mismo aspecto de siempre, pero las partes visibles de su rostro denotaban una gran preocupación.

—¿Está seguro de querer escarbar en eso?

—¿Por qué no vas a preguntarle al Archilector si está él seguro? A mí, desde luego, me pareció que lo estaba, y mucho. Si ves que tienes problemas, coge a Frost para que te ayude.

—Pero... ¿qué es lo que buscamos? ¿Cómo vamos a...?

—¿Cómo? —bufó Glokta—. Si deseara ocuparme en persona de todos los detalles no requeriría de vuestros servicios. ¡Largo de aquí y haz lo que te he dicho!

En los tiempos en que Glokta era un joven apuesto, vivaz y prometedor al que todos admiraban y envidiaban, había sido un cliente asiduo de las tabernas de Adua.
Aunque ni siquiera en mis estados más crepusculares recuerdo haber ido a parar nunca a un antro como este
.

Mientras renqueaba entre la clientela, apenas si se sentía fuera de lugar. En aquel local estar lisiado parecía ser la norma, y, de hecho, tenía más dientes que la mayoría de los allí presentes. Pocos eran los que no exhibían repulsivas cicatrices, repugnantes heridas o ulceras y verrugas capaces de sonrojar a un sapo. Había hombres que temblaban más que una hoja en una galerna y apestaban a orina rancia. Otros parecían haberle rebanado el pescuezo a un niño sólo para comprobar que tenían el cuchillo bien afilado. Apoyada en una pared había una puta borracha con una pose que no hubiera conseguido excitar ni al más desesperado de los marineros.
La misma peste a cerveza agriada, a desesperanza, a sudor reseco y a muerte temprana que recuerdo de los días de mis mayores excesos. Sólo que peor
.

Al fondo de la apestosa sala común, en una arcada abovedada, había una especie de cubículos poblados de míseras sombras y de aún más míseros borrachos.
¿Dónde si no aquí iba a encontrar a semejante personaje?
Glokta se acercó arrastrando los pies hasta el último de ellos.

—Vaya, vaya, vaya. Jamás pensé que volvería a verle con vida.

El aspecto de Nicomo Cosca era incluso peor que el que tenía la primera vez que se vieron, de ser eso posible. Se encontraba medio derrumbado contra la viscosa superficie de la pared, con las manos colgando a los costados y la cabeza ladeada, observando a Glokta con los ojos apenas entreabiertos mientras éste se abría paso dolorosamente hasta la silla que tenía enfrente. La luz parpadeante de una solitaria vela permitía distinguir una tez de una palidez jabonosa, grandes bolsas negras debajo de los ojos y una cara chupada y afilada surcada de oscilantes sombras. El sarpullido del cuello parecía estar más irritado de lo habitual y trepaba por un lado de las mandíbulas como la hiedra sobre unas ruinas.
Un pequeño esfuerzo más y conseguiría tener un aspecto tan enfermizo como el mío
.

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