El último argumento de los reyes (36 page)

BOOK: El último argumento de los reyes
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Bethod debía de estar ya satisfecho con la profundidad del foso, porque los Siervos habían dejado las palas y se habían colocado detrás de él. El Sabueso había vuelto a subir los escalones que conducían a la torre para colocarse con su arco junto a Hosco y Tul, y ahora aguardaba. Crummock estaba detrás de la muralla con sus fieros montañeses formando una línea. Dow, con sus muchachos, estaba a la izquierda. Sombrero Rojo y los suyos a la derecha. Escalofríos se encontraba sobre la puerta, no muy lejos de Logen, y ambos esperaban.

En el valle, los estandartes ondeaban al viento emitiendo un sordo rumor. Un martillo retumbó una, dos, tres veces desde la parte de atrás de la fortaleza. En el cielo se oyó el reclamo de un pájaro. Un hombre susurró algo y luego se calló. Logen cerró los ojos, echó la cara hacia atrás y sintió en la piel el calor del sol y el frescor de la brisa de las Altiplanicies. Todo tan en silencio como si estuviera solo y no hubiera diez mil hombres ansiosos por matarse mutuamente. Había tanto silencio, tanta calma que casi le hizo sonreír. ¿Era así como hubiera sido la vida si nunca hubiera empuñado un acero?

Durante un espacio de unas tres respiraciones, Logen Nuevededos fue un hombre de paz.

Luego oyó un ruido de hombres en movimiento y abrió los ojos. Con un estrépito de pisadas y traqueteos metálicos, los Caris de Bethod se desplazaban, fila a fila, hacia los lados del valle, abriendo un pasillo sobre el suelo pedregoso. Una muchedumbre de figuras oscuras apareció por esa abertura, cruzó el foso como si fueran una multitud de hormigas furiosas por la destrucción de su hormiguero y ascendió en tropel por la ladera que conducía a la muralla formando una masa informe de miembros retorcidos, bocas babeantes y zarpas.

Shanka, y en un número que ni siquiera Logen había visto jamás reunido en un mismo lugar. Infestaban el valle como una plaga estrepitosa y aullante.

—¡Por todos los muertos! —susurró alguien.

Logen se preguntó si no sería conveniente que soltara un grito a los hombres que tenía a su alrededor. Si no debería gritar algo así como, «¡En vuestros puestos!» o «¡Manteneos firmes!». Algo que sirviera para animar un poco a los muchachos, como solía esperarse que hiciera un jefe. ¿Pero qué sentido hubiera tenido? Todos ellos habían combatido muchas veces antes y sabían de qué iba el asunto. Todos ellos sabían que se trataba de luchar o morir, y para infundir valor a un hombre no hay mejor acicate que ese.

En vista de ello, Logen apretó los dientes, enroscó con fuerza los dedos en torno a la fría empuñadura de la espada del Creador y sacó la hoja de metal mate de su desgastada vaina mientras veía acercarse a los Cabezas Planas. Los que iban en cabeza debían de encontrarse ya a unas cien zancadas y cada vez corrían más deprisa.

—¡Preparad los arcos! —rugió Logen.

—¡Arcos! —repitió Escalofríos.

—¡Flechas! —llegó el áspero grito de Dow desde un lado de la muralla, y, luego, un poco más abajo, el de Sombrero Rojo. Alrededor de Logen se oyó el crujir de los arcos al tensarse. Los hombres, con un gesto grave en sus rostros sucios, apretaron las mandíbulas y apuntaron. Los Cabezas Planas, haciendo caso omiso del peligro, avanzaban enseñando los dientes, con la lengua colgando y los ojos inyectados de un odio feroz. Ya faltaba poco, muy poco. Logen dio un giro a la empuñadura de su espada.

—Muy poco —susurró.

—¡Disparad las flechas! —y la saeta del Sabueso salió lanzada contra la muchedumbre de Shanka. Tañeron las cuerdas a su alrededor y la primera andanada se elevó con un zumbido. Las flechas que no daban en el blanco, chocaban contra las rocas y salían rebotadas; las que acertaban, arrancaban un grito a los Cabezas Planas, que acto seguido caían a tierra agitando sus negros miembros. Los hombres, con calma y firmeza, echaron las manos atrás para coger más flechas: eran los mejores arqueros de todo el grupo y lo sabían.

Repicaban los arcos, gorjeaban las flechas y los Shanka morían en el valle. Los arqueros volvían a apuntar sin prisas, soltaban las cuerdas y preparaban la siguiente lluvia de flechas. El Sabueso oyó las órdenes que venían de abajo y luego vio la vibración luminosa de las flechas que salían lanzadas desde la muralla. Más Cabezas Planas cayeron a tierra revolviéndose.

—¡Es tan fácil como triturar hormigas en un mortero! —gritó alguien.

—¡Ya, sólo que las hormigas no pueden trepar por las paredes del mortero y cortarte la cabeza! —gruñó Dow—. ¡Menos charla y más flechas! —vio cómo el primer Shanka irrumpía tambaleándose en el foso que habían excavado, trataba de tumbar las estacas y empezaba a gatear hacia la base de la muralla.

Tul alzó una roca enorme por encima de su cabeza, se inclinó hacia delante y la arrojó soltando un rugido. El Sabueso vio cómo se estrellaba contra la cabeza del Shanka del foso y le arrancaba los sesos, que quedaron aplastados sobre una roca convertidos en una papilla roja. Luego la vio salir rodando y golpear a varios más, mandando a dos de ellos al suelo. Muchos otros caían chillando al recibir el impacto de las flechas que llovían del cielo, pero detrás venían muchos más que se deslizaban apelotonados por las paredes del foso. Se apretujaban contra la muralla, desplegándose a lo largo de toda su extensión, y algunos de ellos arrojaban sus lanzas hacia los hombres de arriba o disparaban torpemente algunas flechas.

Ya empezaban a trepar, hundiendo sus garras en las piedras agujereadas, impulsándose más y más arriba. Lentos en la mayor parte de la muralla, al verse constantemente arrancados de la pared por las flechas y las piedras. Más rápido en el sector izquierdo, el extremo más alejado de la posición del Sabueso y sus muchachos, a cuyo frente se encontraba Dow el Negro. Y mucho más rápido aún en el entorno de la puerta, en donde aun quedaban algunas hiedras agarradas a la piedra.

—¡Maldita sea, esos cabrones saben escalar! —bufó el Sabueso mientras buscaba a tientas su siguiente flecha.

—Ajá —gruñó Hosco.

La palma de la mano del Shanka golpeó sobre lo alto del parapeto y su garra retorcida arañó las piedras. Logen vio cómo aparecía luego un repulsivo brazo doblado cubierto a trechos de un grueso vello y surcado de palpitantes tendones. Después apareció el cráneo, plano y pelado, la frente, deforme y bestial, las fauces, mostrando unos colmillos afilados y chorreantes de saliva reluciente. Sus ojos rehundidos se encontraron con los suyos. La espada de Logen se le hundió en el cráneo hasta el bulto plano que tenía por nariz y le saltó un ojo.

Los hombres disparaban las flechas y se agachaban de inmediato para que no les dieran las que rebotaban contra las piedras. Una lanza pasó zumbando por encima de la cabeza de Logen. Abajo oía a los Shanka lanzando zarpazos contra las puertas, aporreándolas con mazas y martillos, los oía aullar de rabia. Los Shanka bufaban y graznaban mientras intentaban auparse al parapeto, y los hombres los segaban con hachas y espadas o los arrojaban al vacío pinchándolos con lanzas.

También oía a Escalofríos rugir:

—¡Echadlos de las puertas! ¡De las puertas!

Los hombres vociferaban maldiciones. Un Carl que estaba asomado al parapeto retrocedió tosiendo. La lanza de un Shanka le había entrado por debajo del hombro y su punta sobresalía por detrás levantándole la camisa. Miró parpadeando el asta alabeada y abrió la boca como si fuera a decir algo. Luego exhaló un gemido, dio un par de pasos tambaleantes y detrás de él un Cabeza Plana enorme empezó a auparse al parapeto extendiendo un brazo sobre la piedra.

La espada del Creador le abrió un profundo corte debajo del codo y una salpicadura pegajosa se vertió sobre la cara de Logen. La hoja golpeó la piedra, le dejó la mano vibrando y la fuerza del impacto le apartó lo bastante para que el Shanka consiguiera impulsarse hacia arriba, con el brazo colgando de una membrana de piel y tendones por la que manaban chorros de sangre oscura.

Trató de acometer a Logen con la otra zarpa, pero éste le agarró de la muñeca, le dobló una rodilla de una patada y lo derribó. Antes de que pudiera levantarse le había abierto un profundo corte en la espalda por el que asomaba un trozo de hueso astillado. El bicho se revolvía y forcejeaba esparciendo sangre a su alrededor. Logen le aferró del cuello, lo alzó por encima de la muralla y lo arrojó al vacío. Al caer, se chocó contra otro que acababa de empezar a subir. Los dos se precipitaron desmadejados al foso y a uno de ellos se le ensartó una estaca rota en la garganta.

Logen vio en el adarve a un chico joven que contemplaba boquiabierto la escena con el arco colgando de una mano.

—¡Quién te ha dicho que dejes de disparar! —le rugió.

El muchacho pestañeó y, con un temblor en las manos, encajó una flecha en el arco y se apresuró a volver al parapeto. Por todas partes había hombres luchando y gritando, disparando flechas o repartiendo mandobles con sus aceros. Vio a tres Caris que acribillaban a lanzadas a un Cabeza Plana. Vio a Escalofríos asestarle a otro un golpe en la base de la columna que hizo que un surtidor de sangre se elevara en el aire. Vio a un hombre estampar su escudo contra un Cabeza Plana que acababa de llegar a lo alto de la muralla y lanzarle al vacío. Logen dio un tajo en la mano de un Shanka, resbaló en un charco de sangre y cayó de costado, librándose por poco de ensartarse a sí mismo con su espada. Se arrastró a cuatro patas un par de zancadas y luego se puso de pie a tientas. Cortó el brazo de un Shanka que pataleaba ensartado en la lanza de un Carl y a otro que acababa de asomarse por el parapeto le rebanó medio cuello. Lo siguió tambaleándose y miró hacia abajo.

Aún quedaba un Shanka en la muralla, y Logen no había hecho más que enfilarse hacia él cuando una flecha lanzada desde la torre le acertó en la espalda. El bicho cayó al foso y quedó clavado en una de las estacas. Los que había alrededor de la puerta estaban todos liquidados: aplastados bajo grandes rocas o acribillados a flechazos. Asunto resuelto, pues, en el tramo del centro, y el lado de Sombrero Rojo también parecía despejado. Más a la izquierda, aún quedaban unos cuantos en la muralla, pero los muchachos de Dow estaban ya a punto de dominar la situación. Justo en el momento en que Logen miró hacia allá, dos de ellos salían volando hacia el foso cubiertos de sangre.

Los del valle comenzaban ya a flaquear e iban retrocediendo poco a poco, aullando y gritando bajo las flechas que seguían lanzando sobre ellos los arqueros del Sabueso. Al parecer, llegado un momento, hasta los Shanka consideraban que ya habían tenido suficiente. Empezaron a darse la vuelta y a escabullirse hacia el foso de Bethod.

—¡Hemos acabado con ellos! —bramó alguien, y al instante todos se pusieron a lanzar gritos y vítores. El muchacho del arco lo blandía por encima de la cabeza, sonriendo como si él solo hubiera derrotado a Bethod.

Logen no estaba para celebraciones. Contempló con gesto ceñudo la gran masa de Caris que estaban formados detrás del foso, con los estandartes de las huestes de Bethod ondeando al viento por encima de ellos. Es posible que aquel combate hubiera sido breve y sangriento, pero el siguiente, con toda probabilidad, sería mucho menos breve y mucho más sangriento. Desenroscó su puño dolorido de la empuñadura de la espada del Creador, la apoyó en el parapeto y apretó una mano contra la otra para que dejaran de temblar. Luego respiró hondo.

—Sigo vivo —susurró.

Logen estaba sentado afilando sus cuchillos. Las hojas refulgían a la luz de la hoguera al volverlas a uno y otro lado para acariciarlas con la piedra de afilar y de vez en cuando se chupaba la punta de un dedo para frotar alguna manchita para que quedaran limpios y relucientes. Nunca se tienen suficientes, de eso no había duda. Sonrió al recordar el comentario que había hecho Ferro cuando se lo dijo. A no ser que te caigas a un río y con el peso de tanto metal te ahogues. Por un instante se planteó la ociosa pregunta de si volvería a verla, pero la verdad es que no parecía demasiado probable. Al fin y al cabo, hay que ser realista, y en ese momento su máxima ambición era sobrevivir al día siguiente.

Hosco estaba sentado enfrente de él, recortando unas ramas para usarlas como astas de flecha. Cuando se sentaron allí aún había un atisbo de claridad en el cielo. Ahora, exceptuando el brillo grisáceo de las estrellas, estaba oscuro como boca de lobo, y ninguno de los dos había pronunciado ni una sola palabra durante todo ese tiempo. Con Hosco Harding siempre era así, y Logen se sentía a gusto con esa situación. Prefería mil veces un cómodo silencio a una conversación preñada de inquietudes. Pero nada dura eternamente.

Surgió de la oscuridad el ruido de unos pisotones y Dow el Negro apareció junto a la hoguera, seguido de Tul y Crummock. La expresión que traía era tan negra que por sí sola le hubiera bastado para ganarse su apodo y llevaba en el antebrazo una venda sucia con una larga veta de sangre seca.

—Has pillado un corte, ¿eh? —dijo Logen.

—¡Bah! —Dow se dejó caer junto al fuego—. No es más que un rasguño. ¡Malditos Cabezas Planas! ¡Los voy a quemar a todos!

—¿Cómo estáis los demás?

Tul sonrió.

—Tengo las manos llenas de callos de tanto levantar piedras, pero soy un tipo duro. Sobreviviré.

—Pues yo estoy aburrido de no hacer nada —terció Crummock—. Les he dicho a mis hijos que mientras cuidan de mis armas vayan arrancando flechas a los muertos. Es un buen trabajo para ellos; hace que se acostumbren a estar rodeados de cadáveres. Pero la luna está deseando verme luchar y yo también.

Logen se repasó los dientes con la lengua.

—Ya tendrás ocasión, Crummock. Yo que tú no me preocuparía por eso. Seguro que Bethod tiene de sobras para todos.

—Nunca había visto a los Cabezas Planas luchar así —cavilaba Dow en voz alta—. Cargando de frente contra una muralla bien defendida sin escalas ni herramientas. Los Cabezas Planas no son demasiado listos, pero tampoco son estúpidos. Les gustan las emboscadas. Les gusta acechar, esconderse, acercarse sin hacer ruido. A veces pueden tener una audacia suicida, pero, ¿lanzarse al ataque así por propia voluntad? No es natural.

Crummock soltó una carcajada tan retumbante como un trueno.

—Tampoco es natural que los Shanka luchen para unos hombres que se enfrentan a otros hombres. No hay nada natural en estos tiempos que corren. Puede que la bruja de Bethod haya hecho un encantamiento para incitarlos a que luchen. A lo mejor ha preparado un cántico y un ritual para inculcarles a esos bichos un odio mortal hacia nosotros.

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