El forense le ofreció entonces una bolsa de plástico que albergaba en su interior una zapatilla de deporte ensangrentada. En cuanto la detective se fijó en la marca de aquella prueba, ató cabos y su rostro se ensombreció.
—Vaya. Los dos chicos desaparecidos durante la fiesta de Halloween, ¿verdad?
—Sí. Haremos la prueba del ADN, pero esto coincide con la descripción del calzado que llevaba el chico aquella noche. No estamos muy lejos del lugar donde se celebró la fiesta, además.
Marguerite miraba los árboles, pensativa.
—Qué pena que no puedan hablar estos troncos —comentó—. Seguro que lo vieron todo.
El forense se permitió una tímida sonrisa al intervenir:
—Estoy convencido de que si tú los interrogaras, serías capaz de hacerles hablar.
—Ojalá, Marcel —ella se rascó la cabeza—. Parece claro, entonces, que no es que les pasara algo durante la fuga, sino que nunca tuvieron intención de fugarse. Esa misma noche sufrieron un «encuentro poco afortunado».
—En cuanto tengamos los informes del laboratorio, podré concretar cuántos días llevan los restos a la intemperie.
—Daos prisa. ¿Sabemos ya si pertenecen a un solo cuerpo o a los dos?
—Todavía no, esta tarde te lo digo.
—Lo pregunto por descartar la hipótesis de que el chico asesinara a la chica y escapase, o viceversa.
—Claro, Marguerite. De todos modos, hay poco para trabajar. No disponemos de ningún cadáver, solo pequeños rastros.
—Con suerte tendremos más pruebas dentro de unas horas. He ordenado cerrar todo el parque. Lo vamos a peinar palmo a palmo. Quien dejó estas pistas no pudo llegar hasta aquí volando. Además, los cuerpos tienen que estar en alguna parte... Si es que ha muerto alguien, porque a lo mejor este escenario es resultado de una simple reyerta nocturna con heridos, en la que se vio implicado el chico de la fiesta. Eso encajaría con la zapatilla.
Marcel rechazó aquella posibilidad con la cabeza:
—En cuanto veas los despojos que hemos recogido, descartarás esa última opción. Tenemos incluso un dedo cercenado por objeto cortante.
—Vaya.
Marcel se atrevió a lanzar una posibilidad que lo inquietaba:
—¿Te imaginas que quien hizo esto...?
—¿... puede ser el mismo que el asesino de Delaveau? —terminó Marguerite, adivinando lo que pasaba por la cabeza de su amigo—. No quiero ni planteármelo. ¿Alguien en París capaz de asesinar a tres personas en tan poco tiempo? Recemos por que no sea así. No creo que haya en la historia del crimen un asesino en serie con tanta prisa. O con semejante apetito.
Apetito. A Marcel siempre le había gustado la forma gráfica en la que la detective se expresaba, y aquella ocasión no fue distinta: le pareció muy oportuno que ella utilizase aquel término,
apetito
, para referirse al criminal que buscaban.
—Para actuar con prisas, nuestro asesino no deja muchas pistas, la verdad —reconoció Marcel.
—Calma. Aún no sabemos si esta muerte es obra del mismo autor que la de Delaveau. Además, el modus operandi parece distinto en este caso: el asesinato del profesor fue muy limpio y aquí, sin embargo, hay bastante sangre.
—Tienes razón. Aun así...
Ella ya no lo escuchaba, bloqueada por tanto cabo suelto.
—Últimamente parece que todo lo malo pasa en la zona de París que tiene asignada la Comisaría Central —se quejó Marguerite—. Desapariciones, asesinatos..., todo por Madeleine y Le Marais. Imagino que los compañeros de otros distritos no estarán dando ni golpe.
El forense estuvo de acuerdo:
—Es verdad, los últimos sucesos parecen concentrarse aquí. ¿Crees que habrá alguna causa que lo justifique?
—Si la hay, la encontraré, eso te lo aseguro. ¡Oye! —Marguerite miraba hacia un grupo de curiosos que se mantenía fuera del límite marcado por la cinta policial—. ¿Ves a esa mujer? La que parece una bruja.
Marcel dirigió sus ojos hacia donde le indicaba la detective, pero no hizo gesto de reconocer a nadie.
—¿A quién te refieres? —preguntó.
—¡A la de la túnica azul, Marcel! —insistió—. Sí, hombre, es la que nos cruzamos en el hospital...
—¿Seguro?
—¿Cómo puedes olvidarte de una persona con esa pinta tan estrafalaria? Anda, déjalo y enséñame los restos.
Mientras avanzaban hacia una zona más profunda del bosque, la detective se planteó por primera vez si el forense ocultaría algo. ¿Le estaba mintiendo, o de verdad no se acordaba de aquella mujer? Llevaba unos días bastante raro...
* * *
Esa misma mañana, durante el recreo, mientras Pascal y Dominique se planteaban saltarse el resto de las clases para buscar a Michelle, una sombra llegó hasta ellos. Ambos se volvieron, interrumpiendo la conversación. Se trataba de Vincent Turpin, profesor del departamento de Historia.
—Pascal, acompáñame, han venido a recogerte.
El chico se quedó sorprendido.
—¿A buscarme? ¿Mis padres han venido al instituto?
—No, es tu abuela. Venga, date prisa, que por lo visto es algo urgente. Aunque nada grave, ¿eh? No te asustes.
Qué raro. Sobre todo teniendo en cuenta que su abuela seguía enferma. Algo no encajaba. Pascal, sin salir de su asombro, se despidió de su amigo.
—Te llamo en cuanto pueda, ¿vale? —le dijo.
Profesor y alumno se alejaron mientras Dominique, inquieto, los seguía con la mirada.
Cuando Pascal y Turpin llegaron al corredor que conducía al vestíbulo del centro, el profesor se detuvo:
—Bueno, allí la tienes —dijo señalando a una señora mayor que se encontraba al fondo, de espaldas a ellos—. Te dejo, que tengo que ir a clase.
—Vale, gracias.
Pascal mantuvo una pose normal, a pesar de haberse dado cuenta de que la anciana que lo esperaba no era su abuela. De hecho, la había reconocido al instante. Pero como aún no sabía qué nueva sorpresa lo esperaba, tenía que disimular. Empezaba a acostumbrarse a la imprevisible doble vida de un Viajero, que guardaba muchas similitudes con la de un agente secreto.
Reanudó su avance hacia la señora, que, en cuanto oyó sus pasos, se volvió. Tal como Pascal había imaginado, se trataba de la Vieja Daphne. ¿Qué hacía allí si habían quedado en verse por la tarde?
Los dos se miraron a los ojos. La bruja parecía tensa.
—Sabes más de lo que esperaba —susurró ella con cierta admiración.
Los ojos de ambos transmitían demasiado. Sobraban las explicaciones.
—Qué remedio —terminó él, asustado ante lo que se avecinaba—. Desde ayer por la noche tengo malos presentimientos. ¿Por qué has venido aquí? Es Michelle, ¿verdad?
—Sí. Vamos. Tú te metiste en el juego, pero alguien peligroso lleva días jugando la partida, ya sabes. Te está buscando, y hará todo lo que esté en su mano para localizarte.
Nuevo silencio.
—Ya ha hecho algo —susurró asustado Pascal—. Si no, no estarías aquí. ¿Ha atacado a Michelle?
—Es posible, pero no quiero hablarlo aquí. Recuerda que, cuando nos conocimos, te advertí de que tu amiga también se involucraría de algún modo en el viaje. Aunque no supe decirte cómo. Ahora ya lo sé. Vamos.
Pascal se notó el pulso acelerado. ¿Qué le había ocurrido a Michelle? Todo lo demás perdió importancia, incluso la respuesta que tanto anhelaba.
—Un instante —pidió Pascal procurando recuperarse—. Dominique también viene.
El Viajero estaba dispuesto a pedir a su amigo que fingiera encontrarse mal —lo haría de maravilla, dada su indiscutible capacidad dramática— para que le dejaran abandonar el centro. La vidente dudó ante aquella inesperada petición.
—¿Estás seguro? —insistió ella—. ¿Quieres arriesgar la vida de tu amigo?
Pascal se humedeció los labios con la lengua, pensativo.
—Que decida él. Pero de momento se viene.
—¿Sabe algo?
—Algo.
—Ve a buscarlo —concedió la pitonisa—. Os espero fuera, este lugar está contaminado por el Mal y no debemos delatarnos. Y no hables a nadie más de la Puerta Oscura. No facilites la labor de las criaturas de la noche.
Minutos después, Dominique fingía encontrarse mal y abandonaba el centro tras avisar a su tutor. La vidente y Pascal lo esperaban muy cerca de allí.
ANTES de abordar la cuestión de Michelle, Daphne había puesto al corriente a Dominique de la existencia del vampiro, por lo que el chico se mostraba ahora visiblemente impresionado. La concepción del mundo que conservaba desde pequeño se derrumbaba ante aquella avalancha de acontecimientos abrumadores, que a duras penas lograba digerir, hasta el punto de no sentir todavía miedo, solo un asombro de dimensiones olímpicas.
—Eso no es todo —añadió la pitonisa—. Ya he localizado a nuestro adversario, el vampiro. Sucedió por casualidad. Me crucé con él anoche, en el instituto, y casi me descubre. Oí cómo le llamaba el conserje. Es Alfred Varney, el sustituto del profesor Delaveau.
Los nuevos datos sí pillaron desprevenido a Pascal, que no estaba al tanto de aquellos hechos tan recientes. Se quedó petrificado, al igual que Dominique.
—¿Estás segura? —cuestionó el joven español, negándose a aceptar que el peligro se hubiese aproximado tanto en tan poco tiempo.
—Piénsalo —le invitó ella—, tiene sentido; aunque no ha logrado todavía ubicar la Puerta Oscura ni dar contigo, el vampiro recordará bien en qué zona de París apareció tras tu primera entrada en la Puerta, por lo que no se ha alejado del domicilio de Jules; el instituto está cerca de allí. Eligió a su primera víctima para que le fuera útil en su búsqueda. Delaveau, en ese sentido, era perfecto: trabajaba en la zona que le interesa y en horario nocturno, por lo que el vampiro puede incluso sustituirlo en su empleo al mismo tiempo que indaga para continuar su oscura misión. Para ese monstruo, mimetizarse por completo en la sociedad es un simple juego, una estrategia. Hasta tal punto quiere pasar desapercibido que no interrumpirá ninguna rutina del profesor Delaveau. Por eso ha continuado las clases. Además, Pascal, es probable que perciba tu presencia en vuestro centro escolar, y de ese modo puede merodear por el
lycée
sin despertar sospechas.
Entonces, la Vieja Daphne lanzó la temida pregunta, ante los rostros absortos de los chicos, que seguían aguardando noticias de su amiga:
—Y ahora, a lo urgente. Necesito comprobar si mis conjeturas son ciertas: ¿dónde está Michelle?
La voz de la bruja llegó hasta ellos sinuosa como una lombriz. Pascal y Dominique no esperaban ese comienzo.
—De viaje con su familia —reconoció Pascal, apesadumbrado—. Me enteré al llamar a la residencia donde vive durante el curso, porque ella no nos había dicho nada. Así que desde el domingo, que estuvo en casa de un amigo llamado Mathieu, Michelle no ha dado señales de vida.
La vidente suspiró.
—Una ausencia inofensiva, pero demasiado oportuna para lo que intuyo —comentó—. ¿Habéis confirmado ese presunto viaje?
Los dos chicos se miraron, desconcertados ante aquella pregunta.
—Pues no —respondió Pascal con cierta frialdad—. ¿Por qué íbamos a hacerlo?
—¿Es que iban a mentir los de la residencia? —cuestionó Dominique.
La bruja comprendió que era momento de compartir con ellos su corazonada, pero antes quiso comprobar un detalle más:
—¿En qué momento del domingo se quedó sola?
Pascal estaba cada vez más nervioso, y Dominique, aunque disimulaba, también. ¿Dónde quería ir a parar Daphne? ¿Cuándo terminaría aquel inesperado interrogatorio?
—Por lo que me dijo Mathieu —contestó el Viajero—, ella se fue de su casa tarde, después de cenar.
La vidente asintió.
—Ya era de noche, claro. Todo resulta tan casual...
¿Casual? Ni Pascal ni Dominique pudieron aguantar más las enigmáticas intervenciones de la bruja, y saltaron casi al unísono:
—Pero ¿qué está pasando? —preguntó el segundo, adelantando su silla de ruedas.
—¿Le ha ocurrido algo a Michelle? —quiso saber el Viajero, igual de impaciente.
La Vieja Daphne los miró a los dos, consciente del doloroso impacto que iba a provocar lo que tenía que comunicarles:
—He tenido una visión. Y ya no albergo dudas sobre cómo interpretarla: Michelle ha sido secuestrada por el vampiro.
Aquellas palabras cayeron sobre los dos chicos como una bomba, porque en ambos casos había un sentimiento más intenso que la amistad. Dominique se negó a aceptar aquello, ante el gesto descompuesto de Pascal, que se quedó paralizado sin saber cómo reaccionar ante la terrible noticia.
—Voy a llamar a la residencia de Michelle —anunció Dominique sacando su móvil—. Conozco a una amiga suya que también vive allí, Cécile; ella a lo mejor nos puede decir algo. Seguro que hay una explicación para su ausencia.
—Utiliza el fijo —le ofreció Daphne, aceptando aquella iniciativa que le ahorraría argumentos.
Dominique obedeció, y poco después hablaba con aquella chica de la que Pascal solo había oído hablar en algunas ocasiones. La breve conversación no satisfizo del todo a Dominique, que a continuación volvió a llamar a la residencia para intentar obtener información del conserje.
Pascal envidió, una vez más, aquel impulso innato que desplegaba su amigo, una energía que hacía invisible la silla de ruedas. El Viajero, por el contrario, continuaba tan aterrado ante el anuncio de Daphne que era incapaz de pensar en nada. Solo aguardaba, mareado.
En cuanto terminó, Dominique se volvió hacia ellos:
—Hace varios días que la familia de Michelle acudió a la residencia para comunicar lo de su viaje —informó.
Aquel dato hizo brotar en Pascal un atisbo de esperanza, y eso que el gesto de su amigo no parecía muy convencido. Pero el Viajero estaba dispuesto a agarrarse a un clavo ardiendo a cambio de no enfrentarse a aquel nuevo y desolador problema. A lo mejor, se dijo con optimismo, aquel repentino viaje había salvado a Michelle de la amenaza que había presentido Daphne.
—¿Te han dicho quién fue a avisarlos de la repentina ausencia de vuestra amiga? —cuestionó la bruja, sagaz—. Apuesto a que no se trató de sus padres.
—Tienes razón —concedió Dominique, cuyo precario ánimo empezaba a decaer definitivamente—, fue un supuesto tío de Michelle. El conserje me ha dicho que no lo conocía, pero que iba bien vestido y era muy educado.
—¿Te lo ha descrito? —insistió Daphne.
—Sí, más o menos. Fue él quien lo atendió.