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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El viajero (27 page)

BOOK: El viajero
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Dominique compartió aquellos detalles con Pascal y la vidente. Antes de que terminara, Daphne ya había sacado sus propias conclusiones:

—Es el vampiro —sentenció con acento lúgubre—. La descripción encaja. Fue a la residencia cuando ya había anochecido, ¿verdad?

Dominique asintió, dejándose caer sobre el respaldo de su silla de ruedas.

—Sí. Apareció en la residencia el domingo sobre las ocho y media de la tarde.

—Justo antes de secuestrar a Michelle —cerró Daphne—, que en aquel momento estaba en casa de vuestro amigo Mathieu. Ese maldito vampiro se dio mucha prisa en presentarse en la residencia para que la ausencia de Michelle aquella noche no obligase a los responsables a llamar a su verdadera familia. Lo siento, chicos —se disculpó la bruja, incómoda por tener que ser la portadora de una noticia tan dura—. Ni siquiera los vieron irse juntos de la residencia, tenéis que asumirlo. Acudió él solo para avisar de que Michelle no dormiría allí ese día. Ya tenía previsto capturarla. Y lo consiguió. Ella... no llegó a la residencia aquella noche.

—Madre mía... —Pascal solo balbucía exclamaciones de desolación, intentando recomponerse—. Se nos ha ido de las manos, tenía que ocurrir, yo no valgo para esto...

—Esto se pone cada vez peor —Dominique se erguía sobre su silla, presa también de un nerviosismo incontenible—. ¿Y por qué se ha tomado tantas molestias ese maldito monstruo? ¿Por qué no se la ha llevado y ya está? ¿Qué le importa a esa bestia lo que pueda hacer la policía?

—La policía puede molestarlo, complicar sus movimientos —respondió la bruja, comprensiva ante el profundo malestar de los chicos—. La mejor arma del vampiro es la invisibilidad que otorga una apariencia vulgar, y no está dispuesto a renunciar a ella. Al menos, no todavía. Ese tipo de criaturas son prepotentes, pero no estúpidas. Además, nunca se sabe quién puede interponerse en su camino.

La bruja pensaba en el Guardián de la Puerta, un mito que podía cobrar consistencia, ser real. Y en otros brujos y espíritus que, como ella, se movían en el mundo de los vivos. En el fondo, ¿quién podía garantizar qué criaturas se movían por la dimensión de la vida?

El vampiro, muy prudente, había diseñado una estrategia que resultaba oportuna mientras existiese la Puerta Oscura.

—Todo se está complicando demasiado —afirmó Dominique, sufriendo la misma angustia que Pascal—. Aunque no hay duda de que Michelle ha sido raptada, supongo. Su amiga de la residencia me ha dicho que no se ha llevado nada para su viaje, que todavía lo tiene todo en la habitación que comparten. Ni la bolsa de aseo, ni ropa... Ni el cepillo de dientes, vaya. Muy sospechoso. Mucha urgencia para un viaje familiar, ¿no?

Pascal estaba llorando. Dominique, por su parte, prefirió canalizar su impotencia hacia la rabia. De haber estado en su propia casa, habría roto algo.

* * *

Aquel era el despacho de la detective. No muy amplio y mal ventilado por culpa de una ventana demasiado pequeña que daba a un callejón, rebosaba de papeles que se acumulaban en calculado desorden. Junto a la puerta se erigía un perchero viejo sobre el que permanecía colgado el abrigo de la mujer, y a su lado un desgastado archivador de metal, que a duras penas lograba contener tanto documento en su interior. El mueble, repleto, mostraba por las ranuras de los cajones, dobladas, esquinas de folios que sobresalían como si fueran restos de un banquete de papel en la comisura de los labios de aquellas bocas metálicas a medio cerrar.

Marcel conocía de memoria cada rincón de aquel espacio en el que tantas veces había trabajado con Marguerite. Se quitó la gabardina y tomó asiento frente al escritorio tras el que se encontraba ella, repantigada entre gruñidos sobre un sillón giratorio.

—Así que han encontrado los cuerpos de los que proceden los restos hallados en el parque Monceau —empezó Marcel.

La detective asintió soltando un exabrupto.

—Sí, colgados entre las ramas de un árbol. ¡Y no me preguntes cómo lo hicieron!

—No pensaba hacerlo —aclaró.

—Los cuerpos todavía llevaban la documentación encima, así que no hay duda: son los chicos desaparecidos de la fiesta de Halloween. Muy de película cutre de terror, ¿verdad?

—Sí, desde luego. ¿Te cuento yo?

—Adelante.

—Nosotros, en el laboratorio, hemos analizado los primeros restos y, aparte de su identidad, hemos comprobado que los chicos murieron la misma noche de su desaparición. No se trató de una fuga.

—Lo suponía. Acabaron con ellos mientras volvían a casa. Aunque nos ha costado encontrarlos.

—Cuando buscas algo, nunca caes en la cuenta de mirar hacia arriba —comentó el forense.

Marguerite agarró su collar de amatistas y se llevó una de aquellas piedras a la boca para mordisquearla con aire ausente.

—La posibilidad más remota gana enteros, Marcel —reanudó sus explicaciones sin alterar su gesto—. La más preocupante. Este doble asesinato podría ser obra del mismo autor que acabó con el profesor Delaveau.

Marcel abrió mucho los ojos.

—¿Estás convencida de eso?

—Parece la hipótesis más probable. A los chicos... los desangraron, aunque de una forma menos limpia. Además, les hicieron otras cosas, porque el cuerpo de la chica estaba bastante mutilado. Por lo visto, nuestro asesino se va animando conforme se carga a la gente. Le parecerá divertido, al muy...

—Si tu teoría es cierta, nos enfrentamos a un tipo capaz de atacar a tres víctimas en una sola noche —cortó el forense, impresionado—. Vaya máquina de matar.

—Una máquina muy perfeccionada, pues sigue sin dejar huellas —reconoció Marguerite—, o las que deja son tan absurdas como las de Luc Gautier. Casi da la sensación de que se está riendo de nosotros, que nos está desafiando.

—Hay que ser muy prepotente para eso.

—Hay que ser muy prepotente para matar y repetir, Marcel. Todo lo demás son detalles.

El forense sabía lo concienzuda que era ella a la hora de trabajar, así que formuló una pregunta cuya respuesta conocía de antemano:

—¿Habéis trazado su perfil? Supongo que tenéis suficiente material para empezar.

—Por supuesto —la detective se levantó y avanzó a grandes zancadas hasta una pared libre sobre la que había un enorme plano de París—. Tenemos los lugares donde se han encontrado los cadáveres —señaló unas pegatinas en el mapa—, que sitúan los movimientos de nuestro asesino por la zona más vieja del centro de París, distritos Dos, Tres y Cuatro sobre todo. Aunque en el caso de los chicos desaparecidos el emplazamiento de sus cuerpos no coincide con el lugar exacto donde los mataron, es casi seguro que el crimen se produjo dentro del recinto del parque Monceau; se han localizado nuevos rastros de sangre que así lo indican.

—La verdad es que nuestro asesino se mueve poco —observó Marcel—. Parece despreciar el resto de la ciudad para cometer sus crímenes. Es extraño, pues eso entraña mayor riesgo para él.

—Que siga jugando de ese modo. Lo que nos interesa es averiguar por qué actúa así. ¿Está buscando algo? ¿Cuál es su móvil? ¿Qué tienen en común las víctimas, aparte del instituto Marie Curie?

—A lo mejor solo tienen en común el encontrarse en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Marguerite resopló.

—Confiemos en que no sea así, porque entonces va a ser mucho más difícil atraparlo. La ausencia de móvil lo complicaría todo demasiado.

—¿Qué más me puedes decir del perfil del asesino? —insistió el forense.

—Los restos de sangre del parque nos indican que los dos chicos no murieron juntos. Imaginamos que fueron separados para poder acabar con ellos con mayor comodidad. Esto nos hace pensar, por increíble que suene, que nos enfrentamos a un único asesino.

—Estoy de acuerdo —convino Marcel—. Si fuera un grupo, no les habría hecho falta atacarlos por separado, aumentando la posibilidad de una fuga inoportuna. Lo único que no cuadra entonces es lo de colgar los cuerpos en el árbol. ¿Cómo podría hacerlo una única persona?

—Siendo joven y muy fuerte, supongo. Características que también hemos incluido en nuestro perfil provisional. Con cierta agilidad se pueden escalar esos árboles. Y los dos chavales eran bastante delgados, así que pesarían poco. Se trata, por tanto, de una persona corpulenta, aunque ágil, y joven.

—Pero Luc Gautier sería un anciano... —repuso Marcel con cierta malicia.

—No me toques las narices, Marcel. ¿De verdad te tomas en serio esa huella dactilar? Empiezo a pensar que alguien la puso ahí para despistar...

—Vale, vale. Tienes razón, olvidemos por ahora esa incógnita.

—Mejor. Por otra parte, dada la naturaleza del ataque que sufrieron los jóvenes y lo que luego el asesino hizo con los cuerpos, nos decantamos por un agresor masculino. En cuanto a la personalidad, estamos ante un sujeto frío, calculador y muy inteligente. Alguien que sabe cómo y cuándo atacar sin ser visto. Además, debe de tratarse de un sádico, dado su interés por la sangre, aunque no hubo agresión sexual en ninguna de las víctimas —ella calló un instante—. Otro aspecto que barajamos es que quizá el asesino que buscamos cuente con conocimientos médicos, pues todavía no entendemos cómo logra extraer la sangre de sus víctimas. ¡Ni que fuera un vampiro!

Los ojos del forense miraron a Marguerite con un repentino interés, pero el doctor se mantuvo en silencio.

—Como esto no mejore —aventuró ella con pesimismo—, me veo investigando a todos los estudiantes de últimos cursos de medicina, a los médicos que ejercen en París... incluso a los veterinarios, por qué no. No quiero ni pensarlo.

—Hoy mismo me pondré a analizar otra vez los cuerpos, Marguerite —procuró animar el forense—. A ver si descubro algo nuevo.

—El tiempo juega en contra nuestra —concluyó ella—. El perfil que hemos construido es el de un despiadado asesino en serie. Así que cada día que pasa aumentan las posibilidades de que vuelva a matar. Sobre todo ahora —en su voz se notaba una ira que pugnaba por estallar— que está comprobando que puede hacerlo impunemente.

Para entonces, Marguerite era consciente de que se enfrentaba al caso más difícil de toda su carrera.

—Pero lo pillaré —sentenció—. No existe el crimen perfecto, el asesino no puede dominar todas las variables. Cometerá un error.

—Cierto —convino el forense—, no existe el crimen perfecto. Pero tampoco existe la investigación perfecta. También nosotros nos equivocamos, a veces actuamos de forma negligente. Por eso quedan crímenes sin resolver. Somos tan humanos como los propios delincuentes, no lo olvides.

Marcel dudó de sus últimas palabras, formulándose la pregunta clave que seguía ocultando a la detective: ¿se enfrentaban a algo humano?

—No cometeremos fallos —se prometió Marguerite—. Se lo debemos a los ciudadanos que confían en nosotros. Para eso nos pagan, ¿no?

Y aunque no lo hicieran.
Ciudadanos
. Aquella palabra recuperó para la detective un desagradable cometido que aún faltaba por llevarse a cabo. Marguerite, tragando saliva, atrapó de un manotazo un papel donde figuraban varias direcciones escritas: los domicilios de las familias de los dos chicos asesinados. Y es que quedaba todavía el mal trago de comunicar a los padres el fallecimiento de sus hijos, y la posterior visita al depósito de cadáveres para el reconocimiento de los maltratados cuerpos. Marguerite habría podido eludir aquel incómodo trámite enviando a algún subordinado, pero se negó a hacerlo; si pretendía resolver aquellos crímenes, no podía escatimar esfuerzos ni valentía. Se lo debía a las víctimas.

Solo rogó para que el equipo forense hubiese arreglado un poco los restos mortales de los jóvenes, y así se redujera el impacto emocional en los padres.

—Marcel.

—Esa voz suena a que me vas a pedir un favor, Marguerite.

—Has acertado. ¿Te apetece una visita al cementerio esta noche? Quiero aclarar ya lo de esa huella del muerto y, como no tenemos autorización, hay que esperar a que oscurezca.

A las palabras de la detective solo siguió un silencio muy elocuente.

—¿Marcel? —insistió ella levantando la vista de unos papeles que estaba revisando.

El forense se resistió a aceptar la propuesta fingiendo una sorpresa poco convincente:

—Es que no me acabo de creer que estés dispuesta a hacer eso.

Ella arqueó las cejas, sorprendida.

—Pero ya me conoces; soy incapaz de dejar un cabo suelto... por absurdo que sea. Y como de momento no tenemos nada más...

Marcel era muy consciente del peligro que aquella iniciativa entrañaba: ¡buscar la tumba de un posible vampiro en plena noche! Pero, al mismo tiempo, no podía negarse a ayudarla sin verse forzado a compartir con ella el secreto que ocultaba su verdadera identidad. Así que tuvo que acceder.

—Está bien —concedió por fin el médico, en tono poco convencido—. ¿Cómo quedamos?

La pregunta que acababa de formular el forense resultó tan forzada que Marguerite soltó una carcajada, sobre todo cuando se fijó en el gesto de su cara.

—Pero, Marcel, no irás a decirme que te da miedo...

* * *

La tarde avanzaba y ellos seguían en casa de la bruja, donde habían comido, aunque muy poco. ¿Quién podía sentir hambre ante el turbulento panorama que se abría ante ellos?

Al menos, los dos chicos estaban un poco más serenos.

—Yo pensaba que el vampiro te estaba buscando —explicaba Daphne—, pero ayer por la noche, mi ayudante, Edouard, fue atacado por esa bestia, y lo que me contó en el hospital me hizo comprender las verdaderas maniobras del monstruo. Es mucho más listo de lo que suponía. Y eso que ya lo imaginaba inteligente.

—No entiendo —susurró Pascal sin levantar la mirada del suelo—. ¿Qué tiene eso que ver con Michelle?

Pascal sentía ganas de gritar, de pura tensión. ¿Habían raptado a la chica de la que estaba enamorado? Su corazón se negaba a asimilar una posibilidad semejante. La dolorosa escena de imaginarla sufriendo era algo intolerable. Además, se unía su propia incertidumbre. ¿Habría decidido Michelle salir con él? No pudo concebir mayor agonía. Aunque, en realidad, Pascal llegó a la conclusión de que, frente a la pavorosa realidad de su secuestro, todo lo demás, incluyendo la respuesta de Michelle, había dejado de tener la más mínima importancia.

La vidente le pidió calma con un gesto, a pesar de comprender su angustia. Dominique también contenía la respiración, estaba pálido.

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