Entrevista con el vampiro (28 page)

BOOK: Entrevista con el vampiro
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Luego me llegó un vago aroma. Era el olor de la sangre, que, de inmediato, me excitó, en contra de mi voluntad; el olor cálido y dulce de la sangre humana; sangre que había sido derramada, que fluía; y entonces sentí el olor de la carne viva y oí, al son de los pasos, una respiración ronca y agitada. Pero, además, había otro sonido, débil y entremezclado con el primero, a medida que los pasos se acercaban a los muros, el sonido de la respiración dificultosa de otra criatura. Y pude oír el corazón de esa criatura, latiendo de forma irregular, un latido temeroso, pero debajo había otro corazón, un corazón que latía cada vez más sonoro, ¡un corazón tan fuerte como el mío! Entonces, en el tupido sendero por el que habíamos venido, lo vi.

Su hombro inmenso apareció primero y luego un brazo largo y caído; los dedos curvos de su mano; entonces vi su cabeza. Sobre el otro hombro cargaba un cuerpo. En la puerta rota se enderezó, cambió de posición su carga y miró directamente a la oscuridad, hacia nosotros. Todos los músculos se me pusieron como de acero cuando lo miré, vi el contorno de su cabeza contra el cielo. Pero ninguna de sus facciones era visible salvo el pequeño brillo de luna en los ojos, como si fueran fragmentos de vidrio. Entonces vi el brillo de los botones y oí el ruido cuando movió el brazo libre y una de sus largas piernas avanzó y se metió en la torre, directamente hacia nosotros.

Me aferré a Claudia, listo para ponerla detrás de mí en un segundo, para salir a su encuentro. Pero entonces vi, perplejo, que sus ojos no me veían como yo los veía y que caminaba luchando contra el peso de su carga. La luna cayó sobre su cabeza gacha, sobre una masa de negros cabellos cerosos y la manga negra de su abrigo. Vi algo extraño en ese abrigo; la solapa estaba rota y la manga parecía descosida. Casi me imaginé que le podía ver la piel a través del hombro. Entonces se movió el ser humano que tenía en sus brazos y gimió de forma lastimera. La figura se detuvo un momento y pareció golpear con la mano al humano. Y en ese momento salí de mi escondrijo y fui a su encuentro.

No pronuncié una sola palabra; no conocía ninguna que pudiera decir. Sólo supe que me movía a la luz de la luna y que su cabeza oscura y cerosa dio un respingo y que le vi los ojos.

Durante un instante me miró, y vi la luz que brillaba en esos ojos y que alumbró los dos largos dientes caninos. Un ronco giro estrangulado pareció elevarse de las profundidades de su garganta y, por un segundo, pensé que era la mía. El humano cayó sobre las piedras y se le escapó un agudo gemido de los labios. El vampiro se arrojó contra mí, y su gritó estrangulado subió de volumen a medida que un olor fétido llegaba a mis fosas nasales y unos dedos como garras se hundían en la piel de mi capa. Me caí hacia atrás y me golpeé la cabeza contra el muro; mis manos le buscaron la cabeza y se aferraron a la masa de mugre enredada que era su cabello. De inmediato, se le rasgó la tela podrida de su ropa, pero el brazo que me tenía agarrado era como el acero, y cuando traté de tirar la cabeza hacia atrás, sentí que sus colmillos me tocaban la garganta. Claudia gritó detrás de él. Algo lo golpeó fuertemente en la cabeza y él se detuvo súbitamente, y entonces volvió a ser golpeado. Se dio la vuelta como para lanzar un golpe y entonces le arrojé un puñetazo con toda la fuerza de la que fui capaz. Nuevamente una piedra cayó sobre él y yo arrojé todo mi peso contra él y su pierna coja. Recuerdo haberle golpeado la cabeza una y otra vez, que mis dedos tiraban de aquel cabello hediondo hasta las raíces, y que sus colmillos se proyectaban hacia mí; sus manos me magullaban y arañaban. Rodamos hasta que quedó debajo de mí y la luna brilló sobre su rostro. Me percaté, pese a mi respiración frenética y agitada, de lo que tenía entre mis manos. Los dos ojos enormes eran sólo dos agujeros vacíos y su nariz estaba hecha por dos pozos pequeños y horribles; únicamente una carne pútrida y arrugada cubría su cráneo; y las telas podridas y gastadas que cubrían su estructura estaban llenas de tierra y moho y sangre. Yo estaba luchando contra un cadáver animado y sin mente. Pero entonces todo terminó.

De arriba, una piedra afilada cayó sobre su frente y un chorro de sangre le salió entre los ojos. Luchó, pero otra piedra le cayó con tal fuerza que oí que se le rompían los huesos. La sangre manó debajo de su pelo, manchando las piedras y la hierba. El pecho se agitó debajo de mí y luego se quedó quieto. Me levanté, con mi corazón ardiendo, y me dolió cada fibra de mi cuerpo. Por un momento, la gran torre pareció inclinarse, pero luego se enderezó. Me apoyé en el muro, mirando aquella cosa y la sangre que le salía por las orejas. Poco a poco, me di cuenta de que Claudia estaba arrullada sobre su pecho, que reconocía su cabello y los huesos que habían formado su cabeza. Reunía los fragmentos de su cráneo. Habíamos conocido al vampiro europeo, la criatura del Viejo Mundo. Estaba muerto.

Durante largo rato —dijo, tras una pausa, el vampiro— me quedé echado en la ancha escalinata, ignorante de la tierra que la cubría, con mi cabeza muy fría contra la tierra, mirándolo. Claudia estaba a sus pies, con las manos caídas a sus costados. Vi que cerraba los ojos un instante y los dos párpados pequeños hicieron de su cara una estatua blanca iluminada por la luna, inmóvil.

—Claudia —le dije. Se sobresaltó. Estaba más decaída de lo que casi nunca la había visto. Señaló al humano que yacía en el suelo de la torre, cerca del muro. Aún estaba inmóvil, pero yo sabía que no estaba muerto. Me había olvidado de él por completo; el cuerpo me dolía y aún tenía nublados los sentidos por el hedor del cadáver sangrante. Pero entonces vi al hombre. Y en una parte de mi cabeza, supe lo que le deparaba el destino y no me importó. Yo sabía que apenas faltaba una hora para el alba.

—Se está moviendo —me dijo ella. Y traté de levantarme de los escalones. "Mejor que no se despierte, mejor que jamás se despierte", quise decir al pasar indiferente al lado de la cosa que casi nos mata a los dos. Vi la espalda de Claudia y al hombre moviéndose delante de ella, con sus pies retorciéndose en la hierba. No sé lo que esperaba ver a medida que me acercaba, qué campesino o granjero aterrorizado, qué individuo miserable era aquél, que ya había visto el rostro de esa cosa que lo había traído aquí. Y, por un momento, no me di cuenta de quién estaba allí, hasta que vi que se trataba de Morgan, cuya pálida cara mostraba ahora la luna, así como las marcas del vampiro en la garganta, y los ojos azules mirando mudos e inexpresivos.

De repente, se abrieron mucho más cuando me acerqué.

—¡Louis! —susurró, atónito, moviendo los labios como si trataran de formar palabras, pero no pudieran—. Louis... —dijo de nuevo; y entonces vi que sonreía. Un sonido seco y ronco salió de su garganta cuando luchó por ponerse de rodillas y extendió una mano en mi dirección. Su rostro blanco y contorsionado se estiró cuando el sonido se apagó en su garganta y sacudió la cabeza con desesperación; su cabello pelirrojo revuelto se le cayó por encima de los ojos. Me di vuelta y me alejé corriendo. Claudia salió como un rayo detrás de mí y me agarró de un brazo.

—¿Acaso no ves el color del cielo? —me susurró. Morgan cayó hacia adelante, detrás de ella.

—Louis —me llamó de nuevo, y la luz brilló en sus ojos. Parecía ciego a las ruinas, ciego a la noche, ciego a todo salvo a un rostro que él reconocía, esa única palabra que podían pronunciar sus labios. Me llevé las manos a los oídos, alejándome de él. Tenía la mano ensangrentada cuando la levantó. Pude oler y ver su sangre. Y Claudia también lo hizo.

Rápidamente, ella cayó sobre él, empujándolo contra las piedras, con sus dedos blancos moviéndose por su cabello. Sus manos temblorosas buscaron en la oscuridad la cara de Claudia y súbitamente él empezó a acariciarle los rubios rizos. Ella le hundió los dientes y él bajó las manos indefensas.

Yo estaba en el borde del bosque cuando ella me alcanzó.

—Debes ir con él y chuparle la sangre —me ordenó; yo podía oler la sangre en sus labios, ver el calor en sus mejillas; su puño me quemó con su contacto, pero no me moví—. Escúchame, Louis —dijo ella con la voz desesperada y furiosa—. Te lo dejé, pero se está muriendo... No nos queda tiempo.

Me la eché en los brazos y comencé el largo descenso. No había ninguna necesidad de precauciones, ninguna necesidad de cuidarse; no nos esperaba ningún fantasma sobrenatural. La puerta a los secretos del este de Europa estaba cerrada para nosotros. Caminé en la oscuridad hacia el camino.

—¡Me vas a escuchar!— gritó ella, pero yo seguía adelante, aunque sus manos se aferraban a mi abrigo, a mi pelo—. ¡Mira el cielo! ¿Acaso no ves el cielo?

Ella sollozaba contra mi pecho y yo crucé corriendo el riachuelo de aguas heladas y corrí a la búsqueda de la linterna en el camino.

El cielo estaba azul cuando encontré el carruaje.

—Dame el crucifijo —le grité a Claudia cuando hice restallar el látigo—. Sólo podemos ir a un sitio.

Ella se apretó a mí cuando el carruaje se balanceó y se encaminó al poblado.

Sentí una sensación inolvidable al ver la bruma que se levantaba entre los oscuros árboles pardos. El aire era puro y los pájaros habían comenzado a cantar. Era como si estuviera por asomar el sol. Pero no importó. Sabía que aún no aparecería, que aún teníamos tiempo. Fue una sensación maravillosa, tranquilizadora. Las heridas y los rasguños me hacían arder la piel y mi corazón me dolía de hambre, pero mi cabeza estaba estupendamente liviana. Hasta que vi las formas grises de la posada y la torre de la iglesia; estaban demasiado claras. Y las estrellas estaban desapareciendo rápidamente.

En un momento, ya estaba golpeando a la puerta de la posada. Cuando se abrió, me tapé bien la cara con la capa y metí a Claudia entre mis ropas.

—¡Su poblado está libre de vampiros!— le dije a la mujer, que me miró atónita; yo tenía en la mano el crucifijo que ella me había dado— Gracias a Dios que está muerto. Encontrarán sus restos en la torre. Dígaselo a su gente de inmediato —concluí, y entré en la posada.

Los congregados se alborotaron de inmediato, pero yo insistí en que estaba absolutamente agotado. Debía orar y descansar. Ellos tenían que buscar mi baúl en el carruaje y traerlo a una habitación decente donde pudiera dormir. Pero iba a llegar un mensaje para mí del obispo de Varna, y para ello, y únicamente para ello, podían entonces despertarme.

—Díganle al mensajero cuando llegue que el vampiro ha muerto, y entonces denle comida y bebida y hagan que me espere —les dije.

La mujer hizo la señal de la cruz.

—Comprenda —le dije cuando empecé a subir las escaleras— que no les podía revelar mi misión hasta que el vampiro...

—Sí, sí —me dijo—. Pero usted no es un sacerdote... La niña..

—No, sólo soy un experto en estas cosas. El demonio no puede competir conmigo —le dije. Me detuve. La puerta de la pequeña habitación estaba abierta de par en par y sobre la mesa de roble sólo había un mantel blanco.

—Su amigo —me dijo, y miró entonces el suelo— salió corriendo en la noche... Estaba loco.

Yo únicamente asentí con la cabeza.

Les pude oír gritando cuando cerré la puerta de la habitación. Parecían correr en todas direcciones, y entonces se oyó el sonido agudo de las campanas de la iglesia tocando a rebato. Claudia se había bajado de mis brazos y me miraba gravemente cuando cerré la puerta. Muy lentamente abrí la persiana; una luz gélida inundó la habitación. Ella aún me observaba. Entonces la sentí a mi lado. Bajé la vista y vi que extendía su brazo.

—Toma —me dijo. Debe de haber visto que yo estaba confuso. Me sentía tan débil que su cara relumbró cuando la miré y el azul de sus ojos bailoteó sobre sus blancas mejillas—. Bebe —susurró acercándose—. Bebe —y extendió la piel suave y tierna en mi dirección.

—No, sé lo que tengo que hacer. ¿Acaso no lo he hecho en el pasado? —le dije.

Fue ella quien cerró la persiana y la pesada puerta. Recuerdo haberme arrodillado y haber palpado la antigua pared. Estaba podrida debajo de la superficie pintada y cedió ante mis dedos. De improviso vi que mi puño la traspasaba y sentí que se me clavaban las astillas en la muñeca. Y luego recuerdo haber buscado en la oscuridad y cazado algo cálido y pulsante. Una corriente de aire frío y húmedo me golpeó la cara y vi que a mí alrededor se hacía la oscuridad, fría y húmeda como si el aire fuera un agua silenciosa que traspasara la pared rota y llenara la habitación. El cuarto desapareció. Yo bebía de una corriente infinita de sangre cálida que fluía por mi garganta y a través de mi corazón que latía, y a través de mis venas, de modo que mi cuerpo se calentó contra esta agua fría y negra. Y entonces el pulso de la sangre que bebía disminuyó; mi corazón latía tratando de que ese corazón latiera al unísono. Me sentí elevar como si flotara en la oscuridad y entonces, esa oscuridad, al igual que el latido, empezó a desaparecer. Algo brilló; tembló muy débilmente con el sonido de unos pasos en las escaleras, en los suelos, el ruido de ruedas y de cascos de caballo sobre la tierra, y emitió un sonido de tintineo mientras vibraba. Veía a su alrededor una pequeña estructura de madera y, en ese marco, salió a través del brillo la figura de un hombre. Era conocido. Yo conocía su cuerpo largo y delgado, su cabello sedoso y negro. Entonces vi que sus ojos verdes me observaban. Y en sus dientes..., en sus dientes..., tenía algo enorme y suave y marrón, algo que él presionaba suavemente con las manos. Era una rata. Tenía una inmensa rata asquerosa, con su gran rabo curvado y congelado en el aire. Con un grito, la arrojó al suelo y se quedó mirando perplejo mientras la sangre le manaba de la boca abierta.

Una luz penetrante me hirió los ojos. Luché tratando de abrirlos y entonces brilló toda la habitación. Claudia estaba frente a mí. No era una niña pequeña, sino alguien mayor que me empujó hacia adelante, hacia ella, con ambas manos. Ella estaba de rodillas y mis brazos la tomaron por la cintura. Entonces descendió la oscuridad mientras la abrazaba. El cerrojo encontró su lugar exacto. Mis miembros se durmieron y luego sentí la parálisis del olvido.

Y así fue —dijo el vampiro— como pasamos por Transilvania, Hungría, Bulgaria y todos esos países donde los campesinos creían que los muertos vivientes caminaban y en donde abundaban las leyendas de los vampiros. En cada poblado donde encontramos un vampiro, sucedía lo mismo.

—¿Era un cadáver sin mente? —preguntó el joven.

—Siempre —dijo el vampiro—. Cada vez que los encontrábamos. Recuerdo un puñado de esas criaturas. A veces sólo las veíamos a distancia. Conocíamos muy bien sus cabezas bovinas gachas, los hombros caídos, las ropas podridas y andrajosas. En una población fue una mujer que había muerto unos seis meses antes; los vecinos la habían visto y conocían su nombre. Ella fue la única que nos dio una esperanza en nuestras experiencias en Transilvania. Y esa esperanza terminó en la nada. Se escapó de nosotros en un bosque; corrimos tras ella y la agarramos de su largo cabello negro. Su largo vestido de entierro estaba empapado de sangre seca; sus dedos, llenos de la tierra de la fosa. Y sus ojos... no tenían inteligencia, estaban vacíos, dos agujeros que reflejaban la luna. Nada de secretos, ninguna verdad; únicamente la desesperación.

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