El salón de música
es un rincón del castillo
lamentablemente
descuidado donde acumula
polvo una colección de
preciosos instrumentos
antiguos. A veces, se oye
por las estancias una
suave y fantasmal melodía
proveniente del salón
de música, a pesar de
que allí no haya nadie.
H
abía llegado la hora.
La situación se había agravado.
Una vez más, habían empezado a multiplicarse las víctimas en el castillo de Otramano.
Primero encontraron en la bodega a un lacayo.
Luego apareció en la biblioteca una doncella completamente rígida y con el plumero en la mano.
En tercer lugar, un mozo limpiabotas se quedó blanco como el papel en la escalera trasera de la cocina.
Me había equivocado, por lo visto. ¡El castillo estaba infestado de fantasmas! ¡Había que librarse de ellos! ¡De inmediato!
Solsticio se plantó en el umbral de una de las muchas puertas que conducían al Ala Sur. Estaba en la tercera planta y no había sido clausurada. Pantalín se propuso en su día tapiarlas todas con tablones, pero se había cansado a la tercera puerta y se había limitado entonces a agitar un dedo amenazador ante nosotros, prohibiéndonos entrar en adelante en el Ala Este.
—Glups —dijo Solsticio—. Estoy bastante nerviosa, ahora que lo pienso. ¿Te vas a portar como un pájaro valiente?
Yo estaba acomodado sobre su hombro, así que no me hacía falta hablar muy fuerte.
—Cr oc —dije. Ya veía que Solsticio no las tenía todas consigo. Cuando dice «glups», en lugar de «grito», es que las cosas se han puesto muy feas.
Atisbamos en las tinieblas del Ala Sur.
Un pasillo se perdía en la oscuridad polvorienta.
—Grito —añadió Solsticio, tranquilizándome un poco—. Me parece que necesitamos ya la linterna.
Cierto. Aunque íbamos a emprender nuestra expedición en una mañana soleada de finales de verano, todas las ventanas del Ala Sur tenían los postigos cerrados y estaban cubiertas de una gruesa capa de polvo y telarañas.
Solsticio hurgó en la cartera y sacó la linterna. Pulsó el interruptor y enfocó hacia la oscuridad. El haz de luz era muy débil, la verdad, pero ella susurró con espíritu animoso en aquel ambiente húmedo y rancio:
—Adelante. Vamos a buscar al… «ya sabes qué».
Avanzamos con cautela por el primer pasillo. Quizá fueran imaginaciones mías, pero me pareció que la luz temblequeaba un poco en su mano.
A medio pasillo decidí hacerle una propuesta.
—Aj or k —dije, lo cual significaba: ¿sabes?, me parece que al final no voy a acompañarte en esta expedición, pero ¿no me darías un ratón seco por haber llegado hasta aquí?
Solsticio hizo como si no me oyera y siguió adelante.
Continuamos explorando.
El final del pasillo era un lugar frío y desagradable lleno de gente que nos miraba desde sus viejos retratos. Debían de ser antiguos miembros de la familia Otramano. Yo recordaba a alguno que otro, pero a la mayoría no. Todos parecían majaretas o directamente chiflados, la verdad sea dicha. Luego el pasillo se abría a una estancia más amplia.
Daba la impresión de que nadie había puesto un pie allí desde hacía cinco generaciones, cosa muy posible. Al fondo se veían tres puertas, todas cerradas.
Solsticio recorrió la estancia con la linterna. No había mucho que ver: una lámpara plagada de telarañas y algunos cuadros más de cosas raras y de gente todavía más rara, o sea, rarísima. Una única silla en un rincón hacía que el lugar pareciera aún más vacío que si no hubiera habido ninguna.
Solsticio examinó indecisa las tres puertas.
—Quizá debería tomar notas. Si es que vamos a hacer las cosas como es debido.