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Authors: Khaló Alí

Tags: #Erótico

Estoy preparado (19 page)

BOOK: Estoy preparado
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—Creo que tú ya estás curado, deberías volver a tu celda —me dijo mientras con un trozo de papel se limpiaba la polla y los restos de leche que había desperdigado por todo el suelo.

VEINTIUNO

Normalmente, cuando un tío entra en la cárcel se convierte en la puta del pabellón hasta que otro nuevo hace ingreso. Normalmente, da igual su edad, físico o color de piel. Pero a veces ocurre, como en mi caso, que el recluso en cuestión es un puto maricón vicioso y eso que se supone es una tortura para él se convierte en el mayor de los placeres. Estaba deseando durante todo el día que llegase la hora de las duchas porque sabía que allí me iba a encontrar con el Manteca y sus secuaces y que una y otra vez me iban a follar hasta dejarme bien seco, como a mí me gustaba. Tanto pensaba en esto que me quedaba dormido por las noches imaginándome lo bien que lo iba a pasar al día siguiente nada más despertar, que es cuando íbamos a lavarnos. Se había corrido la voz de que yo era un vicioso, pero nadie se atrevía a tocarme para no tener que enfrentarse al tío con más tatuajes y que mejor follaba de toda la prisión. Yo era suyo. Era una de sus propiedades y sólo podía follarme quien él dijese y siempre y cuando él estuviese presente y participando. A mí aquello me encantaba. Siempre tuve un punto bastante sumiso y cuantas más guarradas me hacía y más mierda me hacía sentir, más placer experimentaba. Está claro que dentro de mí se escondía un verdadero masoquista, camino que aún hoy sigo explorando, por supuesto.


Como ya he dicho, me dormía cada noche pensando en lo que me iba a acontecer al día siguiente pero lo que no podía imaginar aquella noche es que, cuando despertase, quienes me iban a follar no eran precisamente los de siempre…

El ruido de una porra golpeando las rejas se acercaba hasta mi celda. El silencio se rompió igual que mi sueño. Aturdido, aprecié cómo dos enormes figuras abrían la puerta de mi celda y, a empujones y sin miramientos, me sacaron de la cama obligándome. Nunca pude verles la cara porque llevaban pasamontañas, pero estaba claro que eran dos funcionarios de prisiones porque llevaban los uniformes que vestían normalmente, además de las armas. Me esposaron y me cogieron cada uno de un brazo. Casi me llevaban en volandas. Yo iba descalzo y con un pijama bastante fino. El suelo estaba helado y el miedo me tenía paralizado.

—¿Dónde me llevan? ¡Yo no he hecho nada! —gritaba intentando resistirme a acompañarlos. Uno de ellos me dio un bofetón que me hizo perder el equilibrio y me caí de boca contra el suelo.

—Yo que tú me portaría bien —respondió riéndose.

Decidí no resistirme más porque sabía que no podía hacer nada contra ellos. La cárcel es el sistema que representa a la justicia, pero hay gente que se toma la justicia por su mano haciendo abuso de ella. Este tipo de cosas deberían estar más controladas, pero quién soy yo para dar lecciones morales después de haberme follado todo lo que me he follado y haberme portado como me he portado…

—Entra ahí —gritó uno empujándome para que entrase en una sala oscura. No podía ver nada y aunque mis ojos estaban hechos a vivir en penumbra desde que había entrado en prisión, aquella sala estaba totalmente ciega. La habitaba un olor lúgubre, como a humedad y no pude evitar recordar el día en que mi tío me bajó al sótano para torturarme y luego follarme. Aquel día tuve suerte y pude contarlo, éste tuve miedo de no tener la misma fortuna.

Una luz se encendió en medio de la sala, justo debajo había una mesa, tipo escritorio. El foco que iluminaba aquella estancia era demasiado potente y me molestaba, casi ni podía abrir los ojos. Intentaba ponerme los brazos delante para protegerme.

—Ya está bien de mariconadas —dijo uno de ellos empujándome contra la mesa.

—¿Por qué estoy aquí? Yo no he hecho nada, ¿qué queréis de mí? —pregunté casi llorando.

—¿De verdad quieres saber por qué estás aquí?

Afirmé con la cabeza, temiendo que la respuesta que iba a darme este hombre no me gustase, me había quedado sin voz. Igual que si me hubiera tragado la lengua, no podía articular palabra.

—Hemos tenido noticias de ciertas actitudes tuyas… —sugirió misterioso uno de ellos mientras se golpeaba la mano con la porra que antes llevaba en el cinto.

—¿Actitudes? No entiendo.

—Sí, actitudes, ¿eres sordo morango de mierda? —me gritó mientras me estampaba la porra en la cara.

Mi nariz, que ya sangraba por la caída anterior, comenzó a gotear con más y más fuerza hasta que la sangre brotó manchando toda mi cara, mi boca y la parte de arriba del pijama.

—Dicen que te gusta mucho ir a las duchas —comentó el vigilante.

—Digamos que demasiado —gritó el otro.

—Pero yo…

—No repliques —me dijo levantando la porra para volver a golpearme.

—Normalmente, en las películas siempre hay un poli bueno y un poli malo, tú has tenido mala suerte porque en ésta los dos polis somos malos —me gritó riéndose. Yo los miraba sin entender muy bien qué coño querían de mí ni por qué me estaban tratando de aquella manera.

—¿Y qué puedo hacer yo? —pregunté.

—¿Y qué puedo hacer yo? —me imitó uno de los vigilantes—. Maldita nenaza, aquí no nos gustan los que son como tú.

—¿Como yo? ¿Árabes?

—Bueno, eso tampoco. Mira, ahí has tenido gracia, los putos moros de mierda tampoco nos gustan —me increpó uno de los vigilantes echándome el aliento en el que, a pesar de la barrera del pasamontañas, puede apreciar un fuerte olor a cerveza.

—No nos gustan los maricones y mucho menos los moros maricones como tú —me gritó el otro.

Aquello era el fin, pensaba que aquellos dos hijos de puta iban a matarme. Estaba esposado, apoyado contra la mesa y de vez en cuando golpeaban mi cabeza contra ésta a su antojo, entre risas y carcajadas propias del alcohol, el racismo y la represión que sentían en sus cuerpos. No sé en qué momento dejé de ver, no sé si llegué a perder el conocimiento en algún momento, sólo podía pensar que aquello era el fin. Creía que iban a matarme.

—¿Sabes? Creo que a este hijo de puta deberíamos darle una lección —dijo uno de ellos.

—¿Tienes alguna idea?

—Claro —le contestó mientras se sobaba el paquete.

El otro vigilante me hizo apoyar contra la mesa y me abrió las piernas. Yo estaba casi inconsciente y sin fuerzas para mantenerme en pie. De un tirón rompió el pantalón dejando mi culo al aire. Las piernas me flaqueaban y casi no podían sostenerme.

—¡Aguántalo joder, aguántalo! —gritó uno de ellos.

Obedientemente, el otro me sujetó por el tronco para que no me cayese al suelo. El silencio que se había adueñado de aquella sala fue únicamente interrumpido por la bajada de una cremallera. Nunca en la vida olvidaré el crujir de aquella cremallera, fueron dos segundos que tengo tatuados en la cabeza y si cierro los ojos puedo oírla aún hoy y sentir el miedo que pasé aquella noche.

—Ahora te vamos a dar un escarmiento para que dejes de ser la putita de las duchas, que estamos cansados de los ma-riconazos como tú —y después de decir esto una mano bien abierta se estampó contra mis cachetes propiciándome una buena sesión de azotes.

—Joder vaya pollón que tienes —gritó el otro al verlo acercarse.

—¡Cállate, no seas maricón! —le respondió.

Acto seguido sentí cómo aquel enorme trozo de carne taladraba mi interior sin ningún tipo de piedad, sin ningún tipo de compasión, sin ningún tipo de lubricante y con todo tipo de dolores. Nunca en mi vida pensé que algo que me gustaba tantísimo podía convertirse en algo tan traumático. Me había metido pollas bastante grandes a lo largo de mi ya extensa carrera como pasivo, me había metido dos rabos a la vez, me había metido puños, pero nunca lo había hecho con tan poca delicadeza. Mis gritos debieron despertar a medio pabellón, tanto que el que me sostenía me puso la porra en la boca para que la mordiese y ahogase los quejidos. El otro me seguía follando con toda la violencia con la que era capaz. Su polla era como una segadora que no dejaba nada a su paso. Sentía cómo me revolvía por dentro. Intenté concentrarme en relajar el culo, ésa era la forma más llevadera que se me ocurría para que todo no fuese tan duro. Pero era inútil, aquel hijo de puta me rompía las entrañas cada embestida, igual que me había roto la cara con cada golpe. Me sacaba la polla hasta casi la punta y la volvía a encajar fuertemente. Sentía todo su rabo dentro de mí, hasta la empuñadura. Sentía cómo sus cojones pegaban contra los míos y cómo su enorme rabo se perdía por entre mis cachetes, haciendo mi cueva mucho más profunda con cada movimiento.

—¿Te gusta, cabrón? —me preguntaba el que me estaba violando.

—¿Pero no lo ves?, si está que no se tiene en pie del gusto —decía el otro—. Pero si tiene los ojos en blanco.

—Pedazo de maricón, tú lo que necesitabas era un buen pollazo como el que yo te estoy dando, ¿verdad? —preguntó—. ¿Verdad?, te he hecho una pregunta —volvió a gritar.

—Sí —grité sin saber de dónde salía mi voz.

—Así me gusta, que seas obediente —me contestó con una sonrisa de superioridad.

El sudor de mi amante caía sobre mi espalda. El tamaño de aquella enorme tranca y la cantidad de alcohol que su dueño había tomando me hicieron darme cuenta de que iba a tardar mucho en correrse, por eso decidí que lo mejor era colaborar. Si en algo tenía razón aquel cabrón era en que me había convertido en un puto experto follando y si sobre algo tenía control era sobre los músculos de mi culo, así que me empecé a apretarlos para que el rozamiento fuese mayor y aquella bestia no tardase mucho en eyacular. La cosa pareció funcionar porque empezó a gemir, pero cuando creí que iba a correrse me empezó a sacar la polla del culo muy despacio. Algo empezó a chorrear. Pensé que era su leche, que brotaba a borbotones, pero me di cuenta de que estaba equivocado cuando sentí cómo me llenaba el interior de mis entrañas y salía hacia fuera chorreando por mis piernas. Mi dueño sacó su polla de mi culo y siguió meándose contra mi agujero. Su chorro estaba caliente y traspasaba las fronteras de mi esfínter, haciéndome cosquillas en las arruguitas rosadas de mi orificio. Aquel caldo caliente hizo mucho bien, pues alivió bastante el exceso de fricción. En mí sin embargo tuvo otro efecto y fue que me puso el rabo duro, bien duro. Sentir que aquel pedazo de hombre, uniformado y encapuchado que me había follado de aquella forma, y que ahora me estaba meando el agujero del culo fue suficiente para ponerme tan caliente como para llegar a suplicar que no parase.

Los vigilantes me hicieron poner a cuatro patas encima de la mesa pero al percatarse de que me había empalmado empezaron a reírse.

—Mira que caliente se está poniendo este mamón — gritó uno de ellos.

—Estos maricones no aprenden si no es por las malas.

—Joder, fíjate cómo se le ha quedado el culo de abierto —comentó de nuevo el primero.

—A este le cabe hasta un pie —respondió el otro como quien no quiere la cosa.

—¿Tú crees?

—Habrá que comprobarlo, ¿no? —sugirió.

Esta vez tuvieron mucho más cuidado. Yo intentaba disfrutar todo lo que podía. Pronto sentí cómo algo intentaba abrirse paso a través de mi ojete. Era la puntera de la bota. Siempre me dio mucho morbo el rollo uniforme. Una vez un policía me folló con su porra, pero nunca nadie me había follado con una bota militar y era algo que me volvió literalmente loco. La enorme meada hizo las veces de lubricante y sentí cómo poco a poco mi culo se dilataba para dar paso a aquella bota sucia y pestilente. El diámetro de mi culo en aquel momento era algo que yo no podía ni imaginarme pero hubiese pagado por poder ver aquella escena reflejada en un espejo, eso sí que me habría puesto caliente. La bota seguía entrando poco a poco y yo a esas alturas no pude esperar más y le bajé la cremallera al otro vigilante, le saqué la polla y comencé a chupársela. Al principio se resistió un poco llamándome maricón y no sé cuántas cosas más, pero en cuanto descubrió lo bueno que era comiéndola se dejó hacer. La polla no era gran cosa, pero sí muy venosa y bastante babosa. Sentía mi boca llena de mi propia saliva y del sabor de sus líquidos preseminales. Sentía mi culo lleno con una bota y lo peor de todo es que en ese momento sólo podía pensar que quería más. El relieve de aquellas venas acariciando mis labios era el mejor de los masajes. El miedo, una vez más, se había convertido en deseo. Está claro que soy un cerdo y que estas cosas me pasan porque me las busco yo solito. El hombre que me estaba metiendo el pie lo sacó de repente haciéndome bastante daño y cambiándolo por su polla. La metió de golpe, de nuevo sin piedad, pero, como yo ahora estaba tan dilatado, apenas lo sentí. El dueño de aquella violencia, percatándose de que su polla ahora bailaba dentro de mi culo, empezó a meterme también sus dedos. Primero uno, luego dos… Casi me corro en ese momento. Aquello me excitó tanto… Era increíble sentir cómo su polla entraba y salía a la vez que sus dedos y cada uno tenía un ritmo distinto. Era como si una enorme polla acompañada de varias pollitas me estuvieran follando a la vez. Yo no sé si es verdad que el Punto G del tío está en el culo pero yo pocas veces he experimentado tanto placer como en ese momento.

—¡Basta ya! —gritó una voz desde la puerta—. ¿No os da vergüenza?

—Señor Alcaide, nosotros…

"El Alcaide me ayudará", pensé. "El Alcaide me sacará de aquí." Me lo estaba pasando de puta madre, pero no podía dejar de pensar qué pasaría conmigo después de que se hubiesen corrido. El director de la prisión me ayudaría o eso creía, pero me equivoqué y antes de que me hubiese dado cuenta estaba delante de mí meneándose aquella polla que era tan vieja como él, mientras que con los dientes aguantaba un puro del que me echaba el humo de cada calada.

—Ya veo que estáis dándole una lección a esta mari-cona —subrayó aquel viejo mandamás.

—Sí, señor.

—¿No os da vergüenza? —preguntó mientras se seguía meneando el nabo.

—Es que…

—La próxima vez que organicéis una fíestecita sin contar conmigo, seré yo el que deje de contar con vosotros, ¿lo habéis entendido?

—Sí, señor —respondieron los dos.

—Pues ahora, a follar.

La herramienta de aquel hombre que acababa de incorporarse parecía no estar por la labor, así que decidió ponerla dura a base de estamparla contra mi cara mientras yo se la seguía chupando al mismo de antes. El director de aquellas instalaciones sacó un pequeño bote de un bolsillo y comenzó a inhalarlo. Acto seguido me lo puso en uno de los orificios de la nariz y me tapó el otro para que no tuviese más cojones que respirar aquel vapor que desprendía. Primero en uno y luego en otro. Varias veces. El subidón que sentí fue instantáneo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo a la vez que un leve mareo. Mi polla se puso aún más dura y mi culo se abrió aún más si cabe. No sé qué mierda me había dado a esnifar aquel hombre pero me había puesto tan caliente que podría haberme follado a todos los reclusos de aquel pabellón puestos en fila y varias veces.

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