Estoy preparado (6 page)

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Authors: Khaló Alí

Tags: #Erótico

BOOK: Estoy preparado
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—Sí, tal vez lo haga —respondí.

—Anda, vamos al agua.

El mar estaba helado pero el calor que hacía fuera incitaba a sumergirse a chapotear un rato. Jugábamos a hacernos ahogadillas, hacíamos carreras para ver quién nadaba más rápido. Pasábamos por debajo de las piernas del otro buceando… Mientras chapoteábamos, otro hombre empezó a rondar la orilla de la cala. Nos había clavado su mirada y no pretendía largarse. Con una mano se tocaba el paquete. Yo me asusté, no sabía qué quería. Pensé que iba a robarnos o algo así. Se había dado cuenta de que mi tío tenía pasta y quería saquearnos. Un segundo después, desapareció entre las rocas.

—¿Has visto a ese? —le pregunté.

—Sí.

—Seguro que quería robarte —le dije.

—No lo sé, voy a echar un vistazo. No te muevas de aquí me ordenó.

—Ten cuidado.

—No te preocupes, como no me robe el bañador…

Salió del mar y desapareció siguiendo el mismo camino que había tomado aquel extraño Desde mi posición vi marcharse un minúsculo traje de baño rojo del que sobresalían gran cantidad de pelos por la entrepierna. Yo me quedé allí, nadando solo.

Mustafá era muy guapo, una mezcla perfecta entre mi padre y Ahmed, entre distinción y brutalidad, elegancia y masculinidad. Era algo extraño. Tenía unos ojos negros que enamoraban a cualquiera y una boca de labios carnosos… Su dentadura era perfecta, excepto por un pequeño piquito que le faltaba a una de sus paletas, que le daba un aire macarra muy sensual. Sus pectorales y su abdomen estaban esculpidos en bronce. Su cuerpo era moreno y peludo, aunque no excesivamente. Tenía el vello muy largo, se notaba que nunca se había depilado; y una nariz enorme que me daba muchísimo morbo. Muerto de frío salí del agua. Había pasado un buen rato y mi tío aún no había regresado. Empecé a plantearme la posibilidad de que el extraño aquel le hubiese hecho algo, así que decidí salir en su busca.

El camino era algo peligroso y empinado pero allí, entre las rocas, se escondía otra pequeña calita, diminuta más bien, en la que encontré a aquellos dos hombres. De lejos sólo les veía forcejear y oía gritos. Al acercarme me di cuenta de que ni forcejeaban ni gritaban… estaban tumbados en la arena, besándose y revolcándose. Se estaban comiendo la boca el uno al otro. Nunca hubiese imaginado que a mi tío le iban los hombres así que me escondí tras una piedra y me quedé contemplando el numerito. Las dos lenguas se entrelazaban, se mordisqueaban los labios, el cuello, las orejas… Aquel extraño bajó el bañador a mi tío y empezó a comerle el rabo. Sólo de recordar aquella escena me pongo cachondo otra vez. Antes de que le bajase el slip, el glande ya sobresalía de la tela. Le había crecido tanto el rabo que se le había escapado.

Su polla tenía un tamaño más que considerable. Se veía que la cosa era de familia porque también tenía un cabezón gordo y unas buenas venas. Me encanta ese tipo de polla, no puedo evitarlo. La cara de mi tío indicaba que estaba en éxtasis: tenía los ojos cerrados, la respiración entrecortada y gemía aceleradamente. Sin yo esperarlo, abrió los ojos y su mirada se cruzó con la mía. Me pilló escondido. Yo me agaché todo lo que pude y, aunque en ese momento me hubiese gustado hacerme pequeñito y que me tragase la tierra, no era precisamente ese el estado de mi órgano. Imaginaba la mirada de mi tío traspasando aquella piedra con la intención de fulminarme. En realidad mi tío ni se inmutó, siguió montándoselo con aquel tío sabiendo que yo les estaba mirando. Estaba claro que me había visto pero no parecía importarle, así que opté por seguir espiando. El tío desconocido tenía la polla muy pequeña, tanto que Mustafá no se molestó ni en tocársela siquiera. Lo que hizo fue darle la vuelta, ponerlo a cuatro patas y escupirse en la mano. Yo no entendía muy bien qué pretendía hacer pero, cuando se untó su propio escupitajo en el capullo y vi que intentaba metérsela en el culo me quedé loco. No sabía que eso se pudiera hacer pero, viendo a aquel macho árabe ensartando al otro moro cual pinchito y recordando lo que yo disfrutaba tocándome el ojete frente al espejo, tuve claro que yo también quería experimentarlo. Mi polla se puso más dura que nunca, creí que iba a reventar. Mi tío, sin embargo, empujó y le clavó la muletilla de un solo estacazo mientras el otro se revolvía entre gritos, no sé si de dolor o de placer. Mustafá lo había puesto a cuatro patas. Un brazo se lo agarraba hacia atrás para que no pudiese escapar y la cabeza la tenía contra la arena. Mi tío era el macho dominante y se lo estaba demostrando con sus embestidas, que hacían chocar sus pelotas con las del extraño. El sonido me fascinó: eran como pequeñas palmadas, como si alguien estuviese aplaudiendo lo maravilloso de aquella faena. El sudor de mi tío caía sobre la espalda del bastardo.

No sé cuánto rato pudo estar follándoselo pero a mí se me hizo interminable. Sentía una envidia terrible del sodomizado y me hubiese encantado estar en su lugar.

—¡Me voy a correr, me voy a correr! —gritó el desconocido.

La reacción del sodomizador fue acelerar sus embestidas, tanto que las palmadas empezaron a escucharse más fuerte y con otro ritmo. Su respiración se convirtió en un gruñido. De repente, de la pollita de aquel hombre, a la que no le había prestado ni la más mínima caricia, empezó a salir un chorro de leche a borbotones. Me pareció muy curioso que alguien pudiese correrse sin tocarse. Mi tío, sin correrse, sacó la polla de aquel sucio culo y le obligó a limpiársela con la boca.

—Espero que no te de asco de lo que es tuyo, así que come —le bufó— quiero ver mi polla impecable.

El otro, sin replicar, empezó a relamer el cipote gigante hasta que dejarlo reluciente. Cuando Mustafá se cansó, lo apartó y le ordenó que se fuese. Ahora era el gran momento, yo no sabía qué iba a pasar. Agachándome intenté salir de mi escondite pero una mano se posó en mi hombro.

—Veamos qué tenemos aquí —gritó mi tío—. ¿Dónde crees que vas?

—Lo siento mucho —le contesté saliendo de mi escondite.

—¿Se puede saber qué hacías espiándome?

—Es que pensé que te había hecho algo —le dije.

—Claro que me lo ha hecho ¿o no has visto la follada que le he pegado?

Bajé la cabeza sin contestar. Al ponerme en pie, mi abultado bañador convertido en tienda de campaña fue una causa más para que mi tío me riñese.

—¿Qué es esto?

—Es que me he…

—¿Te has puesto cachondo? —me preguntó de forma agresiva y desafiante.

—Si es que yo…

—No me lo puedo creer…

—Lo siento.

—¿Cómo que lo sientes? Esto no va a volver a ocurrir.

—Claro que no —le dije obediente.

—Que sea la última vez que ves cómo me folio a un tipo, te pones cachondo y no eres capaz ni de cascarte una paja, que mira cómo estas, imbécil, que te va a reventar la polla.

Yo me quedé atónito, sobre todo porque nada más decir esto tenía ya el bañador por los tobillos y la polla insertada en la garganta de mi tío. Nunca me habían tocado la polla y, mucho menos, me la habían comido. Primero fue un pequeño reconocimiento, se metió media en la boca y saboreó el glande, que estaba pringoso de tanto líquido preseminal. Tenía el rabo bien lubricado con su saliva y mis líquidos. Entraba y salía de su boca en toda su extensión y con facilidad. Me sostenía los cojones y los apretaba obligándome a penetrarlo más profundamente para que no me los arrancase de golpe. Luego la sacaba de su boca y con la punta de la lengua acariciaba mi glande, urgaba en la raja por la que meaba e intentaba rescatar de ahí todos mis jugos. Mi nácaro se estaba poniendo morado y estaba tan duro que parecía que se había convertido en piedra.

—Creo que me estoy meando —le dije asustado a mi tío.

—¡Méate! —ordenó.

—Como sigas así es lo que vas a conseguir —le advertí.

Mustafá empezó a chupar con más y más fuerza. Mordisqueaba mi glande muy delicadamente para luego lamerlo y envolverlo con su lengua como si de una bufanda se tratase. Sentí que mis huevos subían y que algo recorría interiormente cada centímetro de mi polla.

—¡Me meo, me meo! —grité.

Mi tío abrió su boca y se puso muy cerca para poder recoger todo lo que de allí saliese pero, en vez de mearme, lo que hice fue correrme por primera vez. Un chorretón salió disparado y cayó justo sobre su nariz, resbalando por su labio superior y cayendo en su boca. Después tres chorros más salpicando su cara. Por la comisura de sus labios, resbalaba todo aquello que había llevado dentro tantísimo tiempo. Tan intenso fue mi primer orgasmo que a punto estuve de desmayarme pero, justo cuando parecía que me iba a desvanecer, la boca de aquel hombre secuestró la mía y nuestras lenguas se encontraron en un duelo a muerte por ver quién saboreaba primero los restos de aquel naufragio. Sentir mi propia leche surcando el mar de mi boca fue una sensación extraña, pero sentirla jugueteando entre nuestras lenguas me llevó al cielo. Ese día me di cuenta de que eso era lo que quería hacer toda mi vida. Había disfrutado tanto con aquella experiencia que lo tenía claro. Quería estar con hombres todo el rato. Era maricón y esto nunca más supuso para mí ningún tipo de problema o trauma. Me acepté.

SIETE

El silencio. Me encanta la sensación de no oír nada. La tranquilidad más absoluta. No sé si me gusta porque sé que cuando esto ocurre es porque todos están dormidos y yo puedo ser yo. Solo frente al espejo. Yo al fin y al cabo. Me cuesta mostrar mis verdaderos sentimientos. Me cuesta decir lo que siento. Sobre todo cuando todo lo que quiero es tan contradictorio con lo que quiere el resto de la gente. Tal vez me guste la noche y su tranquilidad porque es cuando casi todas mis aventuritas han tenido lugar. Una vez más, una nueva aventurita iba a compartir conmigo aquel silencio.

Hacía un rato que había experimentado en la playa mi primera eyaculación y no podía quitármela de la cabeza. Había tenido esa sensación muchas veces pero siempre pensaba que lo que me iba a ocurrir es que me iba a mear encima en vez de correrme. Ahora me río de lo paleto que era pero, aunque no lo parezca, porque aquí sólo estoy contando pasajes muy determinados, el clima de represión en el que me crié me afectó para muchísimas cosas. Además, con mi hermano, se fue el valor para preguntar sobre distintas cuestiones, como el sexo por ejemplo. Se fue el valor y surgieron las dudas. El miedo nos hace débiles e ignorantes, de eso es de lo que se aprovechan los hombres de poder, los que mandan.

Cuando calculé que todos estaban dormidos me levanté sigilosamente y me fui a buscar a mi tío. Debía dormir a mi lado, en la cama que un día habitó mi primer amante, pero ésta estaba vacía. Busqué en toda la casa y no pude encontrarlo hasta que, por la ventana, divisé una lucecita que cogía más fuerza con cada calada. Mustafá estaba sentado junto a la orilla, fumando. Me acerqué hasta él.

—¿No puedes dormir? —me preguntó.

—No, hace mucho calor —le dije.

—Ya.

—¿Y tú? —quise saber.

—Extraño mi cama —contestó mientras hizo una divertida mueca con los hombros que obligó a que nos riésemos.

—Pareces preocupado —le dije.

—¿Por qué debía estarlo?

—Eso sí que no puedo saberlo, pero es como si algo en tu cabeza te estuviese atormentando. Cuéntame qué has hecho.

—No sabía que fueses policía —respondió mientras ambos nos reíamos.

Una vez más se hizo el incómodo silencio. Me gustaba, estaba claro: el silencio y mi tío, los dos, pero no quería que el primero se interpusiese entre nosotros. Mustafá a veces podía ser rudo, como hacía un rato, o podía ser dulce, como en aquel momento, eso era algo que me encantaba de él. Era como si se uniese la fiereza de mi padre con el cariño de mi madre en una sola persona. Era fantástico y, aunque aquellos ojos tenían la mirada triste y no me quiso decir por qué, yo sabía que algo le preocupaba firmemente.

—¿Quieres un cigarrillo? —preguntó.

—Vale, pero nunca he fumado.

—¿En serio?

—Sí, de verdad —le respondí.

—¿Pero qué pasa, que voy a tener que enseñártelo yo todo? —interrogó entre risas.

—Yo…

—Te has puesto rojo —y de nuevo más risas.

—Anda, dame ese cigarro.

Lo puse en mis labios y me dio fuego. Absorbí todo lo fuerte que pude, tanto que empecé a toser como un condenado.

—Ja,ja,ja… Tranquilo, hombre, tranquilo —aconsejó mi tío.

—Estoy bien, de verdad —contesté mientras le daba pequeñas caladas, expulsaba el humo que no me tragaba y tosía una y mil veces más.

—¿Sabes? —dijo él—, hoy lo he pasado muy bien.

—Yo también.

—Ya, pero lo que te quiero decir es que me gusta estar contigo.

—A mí también. Me lo he pasado muy bien esta tarde — le dije.

—Creo que me gustas mucho —me vomitó.

—Vaya, no sé qué decir, es la primera vez que alguien me dice algo así. Me siento muy halagado.

—No digas nada, sólo bésame.

La luna fue testigo de aquel maravilloso beso. Una vez más, el primero, el primero con lengua. El de esta tarde no había valido porque me lo dio él. El sabor a humo de su boca me supo glorioso. Con mi lengua recorrí todos los recovecos de aquella cueva, lo mismo que él hizo con la mía. Nos besábamos con tanta pasión que acabamos tumbados en la arena, uno encima del otro. Nos mirábamos a los ojos todo el tiempo y era algo fantástico. Ninguno decía nada. Con nuestras bocas, manos y gemidos guiábamos al otro. Me arrancó la camiseta y me lamió los pezones. Los mordisqueó, los pellizcó. Yo hice lo mismo. Nuestras vestimentas volaron y, desnudos sobre la arena, saludamos a la luna que nos espiaba para poder testificar en nuestro favor cuando llegase el gran día de dar explicaciones a quien las pidiese. No sé si fue amor lo que hicimos esa noche, lo que tengo claro es que no fue pecado, porque fue genial. Sentía su miembro duro contra el mío. Duelo de palpitaciones, dragones con vida propia. Revolcándonos por turnos sobre la playa, uno junto al otro. Nos besamos, nos tocamos, nos lamimos, mi boca fue su polla y la suya fue la mía. Estábamos haciendo todo lo que nos apetecía, tocando donde nos apetecía, la primera vez que encontraba a alguien con las mismas necesidades que yo. Sé que me repito mucho con lo de la primera vez pero las primeras veces son muy importantes porque nunca se olvidan y esa era la primera vez que realmente podía ser yo mismo con alguien, sin fingir, sin tener que usar tretas para hacer lo que deseaba. Sólo tenía que hacerlo, nada más, y no tenía que temer al posterior juicio. Ambos teníamos claro qué era lo que queríamos hacer, sin importarnos nada ni nadie. Fue por eso por lo que, llegado el momento, me di la vuelta y me tumbé boca abajo.

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