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Authors: Khaló Alí

Tags: #Erótico

Estoy preparado (10 page)

BOOK: Estoy preparado
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—¿No crees que hace mucho calor? —preguntó Yusef.

—Pero eso debe de ser por el vino —respondí mientras secaba mi frente y mi cuello.

—¿Y esto? —preguntó poniendo su pie sobre mi creciente erección.

—Eso también —contesté riéndome a carcajadas.

—Vaya, no sabía que el vino provocase ese efecto, pero a mi me ha pasado igual —me indicó poniéndose de pie para que pudiese ver su bulto.

—Pues sí, parece que es contagioso —dije con la risa tonta.

—¿No crees que deberíamos ir a ponernos cómodos?

—¿Cómo? ¿Qué quieres decir?

—Pues que podríamos subir a tu habitación —sugirió.

—No, no estaría bien.

—¿Por qué?

—No creo que a mi tío le gustase.

—¿Pero quién te crees que ha organizado esta comida?

Las palabras de aquel hombre se clavaron en lo más profundo de mi cuerpo. Me sentí como un desecho. Mi tío me había regalado al primero que se lo había pedido. Me sentí tan molesto que accedí. Tal vez como venganza porque pensaba que, si Mustafá me quería tanto como decía, se sentiría celoso de lo que yo iba a disfrutar con este extraño. Pensé que se lo comerían los remordimientos. Creí que era una venganza… pero me equivoqué y es que, tal y como me había demostrado mi tío la noche anterior, era una caja de sorpresas. Caí en la trampa que me habían puesto. Pensaba que yo era el cazador y en realidad era el cazado, pero le habían dado la vuelta a la tortilla de forma que pareciese yo el instigador de todo.

Cuando llegamos a mi habitación ya estaba arreglada. La cama estaba hecha, el suelo limpio, la ropa recogida y, sobre una mesita, una cesta llena de frutas. Todo estaba planeado, hasta ese momento no me había dado cuenta pero todos eran cómplices de un engaño que yo desconocía. Entendí las amargas palabras de Chadia, porque yo no era el primero al que habían sometido a ese engaño y, según me dijo, tampoco sería el último. La cuestión es cuanto podría aguantar. O mejor, qué cosas podría aguantar y cuales no. Eso no lo sabría hasta que no me fuesen sucediendo.

Yusef cerró la puerta de la alcoba de golpe y, agarrándome fuertemente del torso, me besó en la boca, largo y pausado. Su barba me hacía cosquillas en la cara, pero era una sensación agradable, como cuando me restregaba con mi padre para sentir algo. Piel contra piel. Cerré los ojos y lo veía, como si fuese él quien iba a tomarme realmente. No tuve miedo y con su lengua el deseo apareció de nuevo, poco a poco.

—Besas muy bien —me dijo Yusef.

—Gracias, tú también.

—Seguro que eso se lo dices a todos.

—¿A todos? ¿Te crees que me acuesto con todo el mundo?

—No, seguro que no, sólo con los que te ordena tu tío —reprochó.

—Pero ¿cómo te atreves?

—Vamos, no te enfades, que no me gusta verte así —me dijo mientras me iba desnudando lentamente.

—Una cosa tienes que tener muy clara, si estamos aquí haciendo esto es porque yo quiero hacerlo. Nadie me ha mandado nada y mucho menos mi tío.

—Lo siento, no quería ofenderte, es que soy un bocazas. ¿Me perdonas?

Beso en la boca, lengua, camiseta fuera. Besos, más besos, muchos más por todo el cuerpo. Lamió mi nuez, mi cuello, mis orejas y mis pezones. Desabrochó el pantalón y lo bajó de golpe. Besó todo el largo de mis piernas pero mi polla, que estaba armada de valor, ni la tocó. Pasó su suave mano por mi espalda y acarició mi culo. Uno de los dedos hizo amago de entrar en la cueva del placer, pero sólo amago.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó.

—¿Qué?

—En la cara y en los pezones… Tienes marcas por todo el cuerpo. ¿Te has peleado con alguien? —interrogó.

—Me caí de la cama, no estoy acostumbrado a una cama tan grande —respondí.

—Esa es la peor excusa que he oído nunca. Se ve que tienes todo el cuerpo dolorido, así que no te preocupes, te trataré con cariño.

—Gracias —le respondí, y agaché la cabeza.

—La cabeza bien alta, no tienes nada de que avergonzarte. Nunca tienes que bajar la cabeza ante nada ni ante nadie y además, eres tan guapo…

Una vez más, su lengua penetró mi boca sin pedir permiso. De nuevo el cosquilleo. Yo estaba totalmente desnudo y él todavía no se había quitado ninguna prenda y, cuando fui a desabrocharle la camisa, me apartó las manos y me pidió que me tumbase en la cama. Obedecí sin rechistar. Yusef cogió una naranja y con ella me recorrió la espalda, muy suavemente. Mi cabeza, mi cara… Me estaba masajeando con aquella fruta y, al pasarla por mi boca, no pude evitar morderla. Su olor exótico y ácido me embriagaba. Clavé los dientes en aquella dura cáscara y sentí cómo el jugo cítrico de su interior resbalaba por la comisura de mis labios. Mi invitado me la apartó de la cara y me la exprimió por los hombros y la espalda. Al caer el chorro sobre mi piel, ésta se erizó. Con la piel de gallina permanecí tumbado mientras su lengua empezó a limpiarme el zumo. En la curva donde acaba la espalda pude sentirla chapoteando. Estaba claro que el arma secreta de Yusef era su lengua, la utilizaba de una forma muy placentera, se notaba que no era la primera vez que lo hacía. Le gustaba jugar a eso, de ahí el encargo de la cesta. Poco a poco me di cuenta de que todo estaba planeado. A pesar de todas las pruebas, me costaba asumirlo, ver la realidad. Mi tío no haría algo así, a mí no.

Después exprimió el resto de la naranja sobre mi culo. Al sentir aquel líquido en la entrada de mi ano, sentí un pequeño escozor que alivió rápidamente una lengua maestra. Cuando ya tenía los ojos en blanco del placer, cesó de repente. Tomó una fresa y la mordió. El resto me lo puso en la boca para que la comiese yo y así lo hice. Un plátano fue su siguiente sorpresa. Lo peló muy despacio y, cuando tenía la piel abierta, lo metió en su boca y lo lamió, igual que lo había hecho con la naranja. Lo pasó por la línea que dibujaba la columna en mi espalda. Sentí cómo aquel plátano blandengue iba dejando restos sobre mi piel. Yusef los fue recogiendo. Daba pequeños besitos cubiertos de tropezones frutales. Leves mordisquitos y verdaderos calambres con su lengua. Estampó en mi ojete el trozo de plátano que aún tenía en la mano. Intentó penetrarme con él pero claro, lo único que consiguió fue que se aplastase contra la entrada. Con los dedos introdujo el resto. Lo hizo muy despacio, con su dedo gordo untaba la entrada de mi agujero de aquella crema de banana. Una vez más, con su lengua limpió la zona, dejándola reluciente. Aquella masa húmeda y caliente buscaba en mi interior todos los pedazos que previamente había desperdigado. Con los dientes me sostenía las arruguitas que formaban la entrada para así tener menos impedimentos a la hora de clavar su lengua y poder excavar con ella. Mi cadera empezó a culear sola, como si tuviese vida propia. Pensaba que lo próximo sería follarme pero, en vez de eso, cogió un racimo de uvas y me dio una para que la comiese. Una vez más le hice caso. Luego buscó en aquel racimo la más pequeña y me la introdujo muy suavemente en el culo. Sentí cómo aquella bolita redonda cubierta de piel y rellena de pepitas había quedado justo en la entrada del recto y luego, poniendo la boca donde mi espalda deja de serlo, me obligó a que empujase. La uva salió disparada, penetrando en su garganta. Luego otra vez, y otra, y otra más. Cada vez elegía uvas más grandes. Las primeras me las introducía con su dedo gordo, que era grande y áspero, lo que me ponía muy caliente, luego me las iba introduciendo con dos dedos y así, poco a poco, me iba dilatando. Aquel hombre había dicho toda la verdad, porque casi sin tocarme me estaba llevando al mismo cielo y tengo que decir que, tal y como prometió, me estaba cuidando muchísimo. Si al intentar expulsar alguna de esas frutas hacía demasiada fuerza y se reventaba, rápidamente limpiaba mi zona anal con su boca para que no quedase ningún resto que nos impidiese seguir jugando. Cuando se cansó de comer las uvas de una a una, decidió aumentar la dosis. Primero fueron dos, luego tres y así hasta que disparaba uvas como una metralleta.

—Si aprietas de esta forma cuando estés follando con un hombre le volverás loco de placer —me dijo.

Yo no respondí pero me preocupé de aprender aquella lección para, posteriormente, poder utilizarla a mi antojo. Yusef buscó en la cesta para ver qué más frutas habían seleccionado para él. Cogió una pera y, sin quitarle la piel ni nada, la lamió con el mismo entusiasmo que la noche anterior Mustafá me había lamido a mí los dedos de los pies. Su enorme lengua babosa recorría aquella piel verdosa de un extremo a otro. La lubricó bien con su saliva y luego me penetró con ella, muy despacio, tanto que incluso yo hubiese deseado que acelerase el proceso, pero se veía que era un maestro en las artes amatorias y quería hacerme disfrutar al máximo. Hubo un momento en que me la introdujo, con tanto entusiasmo que pensé que la pera se me iba a colar dentro pero, poniendo en práctica lo que acababa de aprender, empujé y salió muy lentamente. Mi culo estaba abierto. Abierto y rosado, casi rojo. Era un rojo de placer, colores del deseo. En el espejo del fondo podía ver cómo entraban y salían aquellos manjares de mi cuerpo. Tengo que reconocer que me costó un poco expulsar aquella pera. Mi culo parecía que iba a salirse hacia fuera. El agujero comenzó a abrirse. La carne viva y, de repente, aquella cosa verde comenzó a asomar. Así hasta que salió del todo. Mi culo estaba totalmente dilatado, tanto que parecía que por ahí se iba a salir todo lo que lo rellenaba.

—Veo que tienes buenas tragaderas —observó mi jardinero.

—¿Te gustan?

—Me encantan. Tu tío tiene que estar muy contento con ellas —dijo mientras con sus manos acariciaba los cachetes de mi culo. Introdujo un dedo, tal vez dos, los movió dentro, para un lado y para otro. Jugó con mis paredes interiores produciéndome una cantidad de sensaciones que no conocía. Cuando se cansó, sacó los dedos, que resultaron ser tres, y los olió. Los pasó por su nariz como el que está catando una copa de vino. Luego los pasó por la mía para posteriormente obligarme a lamerlos. Aquel sabor afrutado me volvió loco. Nunca había probado un culo que supiese a frutas y mucho menos podía imaginarme que sería el mío.

—No sabía que te gustase tanto la fruta —me comentó.

—Más de lo que te crees —le respondí.

—Entonces, tal vez, tengo alguna fruta para ti.

Se desabrochó el pantalón y sacó una polla no muy grande, pero bastante aceptable. Cogió unos higos y, reventándolos en sus manos, los restregó a lo largo de su rabo. Aquellas migajas rositas con pinta de semilla que ahora cubrían su cipote tenían una pinta irresistible así que me lancé a comérmelas. Abrí la boca y me tragué el nardo de un solo golpe. Con mi lengua intentaba limpiar, a la par que saborear, toda la superficie. Apenas se le marcaban las venas, excepto una, que era enorme y adquiría un tono verdoso casi morado. La recorrí tantas veces con la lengua, que a punto estuvo de desaparecer de aquel mapa del placer. El glande era bastante gordo y grande y sobresalía bastante de aquel tronco. El viejo estaba bastante cachondo, tanto que no aguantó mucho tiempo mi mamada y me obligó a tumbarme de nuevo para correrse en mi culo. El primer chorro traspasó las barreras de mi esfínter. El segundo y el tercero dieron de lleno pero ya no tuvieron tanta fuerza. En seguida sentí cómo chorreaban hacia abajo, embadurnando también mis huevos con aquella leche. Yusef tomó aire, peló un plátano y se lanzó de lleno a comerme el ojete. Intentaba introducir aquel plátano en mi culo y luego pasaba la lengua recogiendo con ella todo lo que encontraba a su paso. Una y otra vez, así hasta que consideró que estaba bien limpio. Yo empujaba hacia fuera tal y como había hecho con la pera, para que toda aquella leche fuese expulsada y él pudiese disfrutarla. Mientras, su lengua traspasaba mi cuerpo, mi cadera brincaba, obligando a aquella fiera húmeda a adentrarse más y más en mi interior. Y así fue como, después de taladrarme el culo con aquel disparo lechoso, me lo dejó totalmente limpio con la ayuda de un plátano. La idea de que mi amante se estuviese tragando su propia leche me puso más cachondo todavía.

Cuando Yusef acabó, se vistió sin más y me volvió a besar en los labios. Sus labios sabían a leche, a culo, a fruta… Abrió la cartera y, sobre la mesita, al lado de la cesta, depositó una cantidad de billetes.

—¿Qué haces? —le pregunté.

—¿Te parece poco? —quiso saber, e inmediatamente sacó algunos billetes más y los depositó junto a los otros.

—¿Que qué haces?

—Es lo acordado.

—¿Acordado? ¿Por quién?

—Pero… ¿en serio no sabías nada? Pensé que estabas jugando a hacerte el inocente.

—No sé de qué me estas hablando —le contesté.

—Creo que no deberías ser tan ingenuo.

—¿A qué te refieres?

—¿No te parece mucha casualidad que estando tu tío de viaje haya venido yo a almorzar?

ONCE

—¿No piensa levantarse el bello durmiente? —oí a mi tío que decía mientras me besaba los hombros desnudos y la cara.

—¿Qué hora es? —pregunté medio dormido.

—Las tres de la tarde.

—¿Las tres? Vaya, no pensé que fuese tan tarde.

—Ya veo que estabas cansado.

—Mucho —contesté de forma seca—. ¿Qué tal tu viaje?

—Muy bien, ¿y tu almuerzo?

—También muy bien.

—¿Te divertiste?

—Yusef no apareció —respondí.

—¿Seguro?

—Sí.

—Pero si he hablado con…

—Vale, sí vino. ¿Estás contento?

—Estoy contento si tú lo estas —me dijo mientras me miraba a los ojos de la misma forma que lo hizo la primera vez que follé con él bajo la luna.

—No seas zalamero.

—No puedo creer que estés enfadado —dijo riéndose.

—¿Quién ha dicho que lo esté?

—Tus ojos, tus gestos, el tono de tu voz, tu cara… Anda dame un beso.

—No.

—¿Por qué?

—Porque me acabo de despertar y seguro que la boca me huele a cloaca.

—No seas estúpido —y me besó como en las películas. Fue un beso de esos que te dejan sin respiración y que, cuando se acaba, te hace abrir los ojos y sentirte como si te hubiesen dejado abandonado al borde de un precipicio.

—Si crees que con esto se me va a pasar el enfado…

—¿Y con esto?—me preguntó antes de darme otro beso igual o mejor que el anterior.

—Tal vez se me empiece a pasar… ¿Dónde te fuiste de viaje?

—Al norte, tenía que cerrar unos negocios.

—¿Y por qué no me avisaste?

—Fue algo inesperado, no estaba planeado.

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