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Authors: Khaló Alí

Tags: #Erótico

Estoy preparado (9 page)

BOOK: Estoy preparado
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—Sí —respondí.

—Sí ¿qué?

—Sí, señor —contesté sometido.

—Muy bien, creo que vamos a entendernos muy bien.

Abrió uno de los cajones que había debajo de la mesa, de donde sacó una pequeña cadenita con unas pinzas. Cada una de las pinzas fue a sostener fuertemente uno de mis pezones. El herido comenzó a sangrar de nuevo, levemente. Pero ambos se pusieron erectos como mi nardo, que seguía apuntando al cielo. Las pinzas pellizcaban con tenacidad y mi tío daba pequeños tirones a la cadena, que hacían así aumentar las sensaciones. Creí que me los iba a arrancar. Pasó su lengua y limpió mi sangre. Es una cosa que no puedo explicar porque era una mezcla de dolor y placer simultáneo. Por un lado deseaba que parase, pero por otro, ansiaba que fuese más y más lejos, mucho más. Con una mano masajeó mi cuerpo y con la otra lo hacía en el suyo. Pasaba la palma suavemente, acariciando todo mi cuerpo, que aún seguía sensible por las quemaduras pero sin rozar nunca mis genitales. Cuando lo creía conveniente, detenía su caricia para darme un golpe con la palma de la mano bien abierta. Así lo hizo varias veces, en varias zonas. Luego, una vez más, abrió el cajón de los juguetes y sacó de allí una pequeña fusta.

—Creo que alguien ha sido malo —sugirió y golpeó mi torso con la fusta.

—¡Aaaah! —exclamé.

Sólo los silbidos de aquella fusta de cuero cortando el aire antes de golpearme acompañaban a mis leves grititos. Primero fueron de sorpresa, luego de dolor y más tarde de placer. En el momento en el que me observé a mí mismo, revolviéndome en aquella mesa a la que estaba atado, preso del dolor que me producían aquellos latigazos, sentí que no podría haber nada mejor en el mundo. Era un dolor insoportable pero de mi boca sólo salían frases pidiendo más y suplicando que no parase. En ese momento me di cuenta de que era un verdadero desconocido y de que no sabía nada sobre mí mismo porque, aunque estaba rabiando de dolor, también estaba disfrutando como un enano. Bien, es cierto que siempre había fantaseado con alguna bofetada o alguna cosa de éstas, pero nunca me había imaginado a mí mismo gozando mientras me destrozaban el cuerpo a latigazos. La fusta fue sustituida por otra con una forma muy peculiar. Era como una especie de látigo pero en la punta, en vez de un extremo, tenía muchos. No sé muy bien explicarlo pero era como si fuese una fregona de cuero. Con las extensiones de aquel arma comenzó haciéndome cosquillas en mis genitales. Lo movía suavemente y la sensación era agradable, como si una enorme cantidad de flecos me estuviesen recorriendo. La velocidad se fue acelerando, y la intensidad. Pronto pude sentir cómo el cabrón de mi tío me estaba moliendo a palos mientras mi polla, morada a golpes, no paraba de expulsar líquido preseminal.

Yo no podía tocarle a él porque seguía atado pero ganas no me faltaban. En su pantalón de cuero podía apreciar un bulto bastante sospechoso con el que me hubiese encantado deleitarme, pero no era posible. Una vez más, el cuchillo volvió a hacer aparición en escena. Suavemente recorría mi cuerpo: mis piernas, mi cintura, mi abdomen, mi pecho, que seguía siendo castigado con aquellas pinzas. Con aquel filo pretendía despegar el barro de mi cuerpo. Unas veces lo conseguía, porque aquella especie de arcilla seca saltaba fácilmente, pero otras resbalaba penetrando en mi piel y haciéndome sangrar. En esos momentos en los que mi sangre resbalaba por aquella mesa de tortura no podía sentir más placer. Si hubiese sido cristiano, me habría sentido mártir, como San Sebastián.

—Abre la boca —ordenó, y me echó el escupitajo más gordo y sonoro del que yo haya tenido consciencia en mi vida. Luego me introdujo tres dedos en la boca asegurándose de que los lubricaba en condiciones para, una vez hecho, clavármelos de golpe y sin ningún tipo de miramiento en el culo, abriéndomelo hasta el infinito y más allá. La sensación fue horrible. Sentí que me acaba de partir el culo en dos y un enorme calambre me inmovilizó desde el esfínter hasta el cuello. Cuando mi adorado violador apreció el resultado de su acción, me aconsejó que me relajase muy dulcemente. Lo hice y estuvo follándome el culo con tres dedos hasta que se aburrió. Una vez más, hurgó en el cajón y lo que de allí sacó me dejó sin habla. Era un consolador negro de forma alargada. No tenía forma fálica pero sus dimensiones me alertaron. Una vez más lo clavó de golpe, sin miramientos, sin lubricantes, sin saliva, sin nada… El dolor por el dolor es el único camino que te hace llegar al placer por el placer. Mi culo, reventado en mil, y mi polla, palpitando a cada embestida. Aquella masa negra entraba y salía de mi culo al antojo de mi tío, que era quien lo dirigía. Por mi parte, agradecimiento, porque el placer que me estaba regalando aquella noche no lo había experimentado nunca anteriormente ni en todos mis polvos juntos.

—Señor, como siga así me voy a correr —le grité.

—¿Vas a correrte? ¿Sin que te toque la polla siquiera? —preguntó con la voz más libidinosa que oí en mi vida.

—No sé cuánto más podré aguantar.

—No sé cuánto más podré aguantar… ¡Señor!

—Lo siento señor —le contesté entre gemidos—no puedo más, me voy a correr.

—Muy bien, pues córrete pedazo de cabrón.

Dicho y hecho. Me corrí con tal intensidad que pensé que iba a perder el conocimiento. El grito que di fue tan intenso que por un momento temí que Chadia lo hubiese escuchado. Los primeros chorros salieron disparados de mi rabo, el resto simplemente resbaló por él. Mi tío, después de ver cómo me corría, me dejó con aquel enorme consolador dilatándome el culo y se puso de pie en la mesa. Dio libertad a su bulto. Aquel enorme rabo saltó al vacío como si de un kamikaze se tratase. Me quitó las pinzas de los pezones, dejándolos respirar un poco y se las puso él. Con una mano tiraba de la cadenita por lo que sus pezones se contraían y expandían al ritmo que él marcaba. Con la otra, empezó a sacudirse el rabo. Lo hacía muy despacio, tanto que tuve tiempo de recrearme viendo cómo acariciaba cada uno de los centímetros que lo componían. Cuando se iba a correr, me ordenó abrir la boca y, en caída libre, recogí todo lo que pude. Fue lluvia pero de verdad, porque tal fue la cantidad de leche que salió de aquellos huevos, que me fue imposible retenerla toda teniendo que expulsar parte de ella y chorreando así por mis labios y mi cuello. Mustafá sudaba. Su polla empezó a bajar lentamente. Su tamaño iba descendiendo, pero cuando aun estaba morcillona empezó a expulsar otro líquido. Una agüita amarilla empezó a brotar del agujero por donde acababa de salir su leche. Sin esperarlo y sin replicar volví a abrir la boca. Estaba claro que quería que disfrutase de aquella meada como a él le hubiese gustado hacerlo antes de la mía, y es lo que hice. Con su mano dirigió aquel chorro por mi cara, mi boca, mis pezones doloridos y mi rabo medio cansado. Cuando terminó, sonrió y bajó de la mesa y, con la misma poca delicadeza con la que me había metido aquel consolador, me lo sacó.

—Espero que hayas aprendido la lección —me dijo.

DIEZ

Me desperté muerto de hambre. Eché un pis y bajé a la cocina a buscar algo de alimento. Al abrir los ojos vi que era cierto, que no lo había soñado. Vivía allí. En el espejo del baño pude apreciar el mal aspecto que tenía. Mi labio estaba hinchado y en mi pecho quedaban algunas heridas de la noche anterior, aunque nada importante. Los pezones los tenía tan sensibles que no podía ni tocármelos.

Di los buenos días y abrí la nevera para buscar algo que llevarme a la boca.

—¡Alto ahí!

—Vaya, yo que pensaba que había tenido una pesadilla y que no eras real… —le contesté a Chadia.

—Pues pesadilla no sé pero parece que se hubiera peleado con alguien.

—Me caí de la cama.

—¿Y eso? —preguntó curiosa.

—Será que no estoy acostumbrado a dormir en camas tan grandes. ¿Puedo comer ya?

—Lo siento, señorito, pero las normas son las normas.

—¿Qué normas?

—Usted no puede buscar en la nevera. Ni siquiera debería estar en la cocina, ya se lo advertí. Pida lo que quiera y Naima se lo cocinará, creo que se lo dejé bien claro ayer —replicó la severa mujer.

—¿Y dónde está esa famosa Naima? —pregunté.

—Estoy aquí, en el fregadero —dijo otra voz.

—Vaya, por fin te conozco.

—¿Famosa? —preguntó.

—Sí, todo el mundo habla de ti, dicen que eres la mejor en la cocina.

—¿Quién habla de mí?

—Principalmente Chadia, pero los invitados de anoche quedaron muy contentos con la cena. Mi más sincera enhorabuena.

—Gracias —respondió.

—Por cierto ¿dónde está mi tío? —interrogué curioso.

—Se fue esta mañana muy temprano. Tenía un viaje de negocios —respondió la amable Naima.

—¿Un viaje de negocios?

—Sí.

—No me había dicho nada.

—Ha dejado esto para usted —volvió a entrar Chadia en la conversación. Sacó un sobre de su delantal y me lo entregó.

—Gracias —respondí.

Querido Khaló:

Espero que hayas dormido bien tu primer día en tu nuevo hogar. Tu llegada fue bastante agitada con la fiesta y todo lo demás. He tenido que marcharme a cerrar un negocio pero volveré mañana por la mañana a primera hora. Por cierto, he mandado algo de dinero a tus padres. Espero que esta vez tu padre no me lo devuelva. Se lo he enviado en pesetas para que el dirham le favorezca al cambiarlo. Hoy irá a almorzar Yusef, el señor de la barba blanca. Quedó encantado contigo y no ve el momento de que os volváis a reunir. Espero que le trates bien. No dudes deshacerte en detalles con él, no olvides que es un señor muy rico y poderoso. Hazle sentir como en su propia casa.

P.D.: A Yusef le encantan las cestas de frutas, así que pídele a Naima que te prepare una buena cantidad de frutas variadas para él. Créeme que te lo recompensará.

Te quiere

Mustafá.

—Pues sí, parece que estará fuera todo el día y volverá mañana por la mañana —repetí en voz alta.

—¿Desea hacer algo especial el señorito? —preguntó Chadia.

—Mi tío me ha dicho que viene Yusef a almorzar, así que no estaré solo, pero quiere que le preparen una buena cesta de frutas variadas —expliqué.

—No se preocupe, yo me encargo —dijo Naima—. ¿Y ahora, para desayunar?

—Tomaré un poco de esa tarta, tiene una pinta maravillosa. Ahora voy a darme un baño, ¿me la puedes subir a mi habitación cuando esté lista? —pregunté a Chadia.

—Por supuesto, enseguida se la subo.

—Ah, y un poco de zumo. Gracias.

—¿Quiere almorzar algo especial? —preguntó Naima.

—¿Qué tenías pensado?

—Langosta.

—¿Langosta? No la he comido nunca y no quiero darle una mala impresión a nuestro invitado. ¿Qué tal algo más fácil?

—¿Pollo?

—Perfecto, el pollo estará bien y no olvides la fruta, mi tío me ha suplicado que sea un buen anfitrión —le rogué.

—No se preocupe, todo estará en su punto, sé lo importante que es ese invitado.

Yusef llegó puntual, a las dos en punto. Traía una botella de vino para acompañar la comida. Nos sentamos y, cuando me fue a servir, le dije que no, que era practicante y no podía beber alcohol, que la religión me lo impedía.

—¿Vas a ser más o menos musulmán por tomarte una copa de vino? —preguntó.

—No sé, no creo que esté bien.

—Vaya, no pensé que fueses a rechazar un vino tan caro.

—No si es…

—Tu tío no habría tenido inconveniente en darle fin a esta botella, pero no te preocupes, lo entiendo perfectamente. Al fin y al cabo no eres más que un niño asustado que piensa que beberse una copa de vino es pecado —contestó picaramente Yusef.

—No soy un niño pequeño.

—¿Entonces a qué tienes miedo?

—Es que nunca bebí, ¿y si me emborracho? —sugerí.

—Tranquilo, con una copa mientras almuerzas no te pasará nada.

Primero fue una, luego otra y más tarde otra, hasta que perdí la cuenta. No sabía ni cuantas copas de vino me había tomado. Intentaba mantener la calma porque no quería dejar a mi tío en mal lugar pero tampoco quería que este hombre se sintiese incómodo. Como Mustafá me dijo que lo tratase lo mejor que pudiese… El tema del vino me dejó un poco incómodo. No me gusta que me obliguen a hacer cosas que no me apetecen, pero bueno, supongo que un sacrificio de vez en cuando tampoco es nada. Con el tiempo me daría cuenta que los sacrificios no se valoran y que lo que un día haces por buena voluntad, para algunos debe convertirse en una costumbre. Sé que no es justo pero la gente es egoísta y sólo concibe su propio beneficio.

Yusef me preguntó si podía comerse el pollo con las manos. Yo acepté, me recordó a cuando vivía en casa. A mi padre también le gustaba comérselo así.

—Así nos sentiremos más cómodos —dijo.

Dicho y hecho, ambos empezamos a comer con las manos. Naima era una excelente cocinera y había preparado un pollo con una salsa deliciosa. Yo cogía el muslo e intentaba darle pequeños mordisquitos. A pesar de que me costaba, intentaba no perder las formas, pero el vino ya se me había subido a la cabeza y en mi cara se dibujaba una estúpida sonrisa. Pretendía no mancharme ni resultar vulgar comiendo de esa forma, por eso lo hacía con toda la delicadeza que mi borrachera me permitía.

Yusef comía de forma sugerente. Su barba nunca se manchó, y eso que comía con las manos y el pollo era muy pringoso. Lamía sus dedos de forma sensual y, cuando lo hacía, me miraba de una forma penetrante que no tardó en hacer efecto, provocándome un calor desorbitado. En parte también por culpa del vino, para qué vamos a negarlo. Dicen que beber te hace perder la vergüenza, y es cierto porque al rato tenía mis ojos clavados en su boca y en la sugerente forma en que se estaba comiendo la carne. Sacaba la lengua y la pasaba por sus dedos pringosos de salsa. Luego los introducía en su boca y los chupaba sin hacer ruido. No sé por qué pero empecé a empalmarme. Creo que el vino, aunque era bastante caro, o eso dijo mi invitado, en el fondo era bastante peleón, o mejor dicho, me estaba poniendo peleón a mí. Mis ojos en su boca. Los suyos en la mía. Mi rabo creciendo por momentos y mi lengua relamiendo mi propio hocico. Había caído en las redes de aquel hombre. La noche anterior, cuando le conocí, noté que me hablaba muy acaramelado, como si quisiese conquistarme y, de alguna forma, acababa de hacerlo. En ese momento no existían más hombres que él y, si mi tío se había ido dejándome a solas con aquel señor mayor de barba blanca, tampoco pensé que pudiera importarle demasiado. Una vez más me dejé llevar, no tuve remordimientos ni me importó ponerle los cuernos a mi tío. Durante un segundo me preocupó qué pasaría si se enterase, pero el morbo de lo prohibido fue mucho más fuerte y, aunque aquel hombre no me había llamado la atención especialmente, esa mirada y esa forma de lamerse los dedos me habían puesto muy verraco.

BOOK: Estoy preparado
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