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Authors: Khaló Alí

Tags: #Erótico

Estoy preparado (20 page)

BOOK: Estoy preparado
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—Pero míralo si disfruta como un perro —dijo uno de ellos entre carcajadas.

Yo culeaba y chupaba con todas mis fuerzas, como si me fuese la vida en ello, como si fuese a ser la última vez. Aquella noche que se había presentado como una extraña pesadilla, se acabó convirtiendo en uno de los polvos más morbosos que he echado nunca. Cuando el viejo consiguió poner su rabo duro pidió al que estaba detrás de mí que le hiciese un hueco para metérmela también. Sentir dos rabos bailando dentro de mi culo ya roto y una polla taladrándome la garganta hizo que me corriese en el acto. Sin tocarme. El lechazo fue bastante denso. Me corrí como hacía mucho que no me corría, sobre todo por la cantidad y es que aquella droga me había puesto muy caliente. Los cabrones que me estaban violando, al sentir cómo mi culo se estrechaba con cada salida de mi esperma, me la sacaron y empezaron a pajearse encima de mi cara. Sus pollas olían mal, olían a culo sudado, a restos de semen, a sudor, a pis…. A sexo. Abrí la boca todo lo que pude y allí me las encajaron. Me la intentaron meter los tres, pero la venosa, que era la más pequeña, se acababa saliendo, perdiendo la batalla con las otras dos que eran mucho más grandes y majestuosas. Casi al unísono, comenzaron los fuegos artificiales, y fueron tan abundantes que tuve que abrir la boca y dejarlos correr por la comisura de mis labios porque no daba abasto a tragármelo todo. El nardo que había sido expulsado comenzó a eyacular también sobre mi cara, haciendo que sus chorros resbalasen por mi jeta. Cuando ya se habían corrido los tres, la mano de uno de ellos se estampó contra mi cara, haciendo que cayese de nuevo contra la mesa.

—Espero que hayas aprendido la lección, maricón de mierda —gritó.

Los tres comenzaron a vestirse y a reírse, luego apagaron la luz y me dejaron tumbado encima de aquella mesa y cerraron la puerta. Yo seguía con las esposas puestas, el pantalón roto, además del culo, y con todos los restos orgánicos de tres hijos de puta resbalando por mi cara y mi pecho. Pasé la noche en aquella sala oscura, envuelto en la leche de esos tres hombres heteros y viriles que habían venido a darme una lección. A la mañana siguiente vinieron a por mí a la hora de las duchas y me sacaron de allí. Por supuesto yo había aprendido la lección, por eso, aunque podía haber denunciado estos abusos o habérselo contado a mi abogado, decidí no hacerlo, porque sabía que no iba a servir de nada. La cárcel es como la selva, funciona la ley del más fuerte. O te haces valer o acaban contigo. Yo no iba a dejarme acojonar, pero tenía bien claro que mientras los dejara así de bien servidos no me harían nada malo, era mi moneda de cambio.

VEINTIDÓS

Cuando llevaba tres meses encerrado, recibí una carta de David. Me pedía disculpas por no haber sabido reaccionar. En ningún momento dejaba claro si pensaba que realmente había matado a mi tío o no, pero creo que el hecho de haber desaparecido de mi vida, al margen de todo hablaba por él. Creo que sintió miedo. En realidad fue un cobarde que me dejó con el culo al aire. En esa carta me devolvió el corazón, porque aunque yo me follaba todo lo que podía, mi corazón le seguía perteneciendo a él. Pensaba muchísimo en él. El día que abrí la carta se disiparon todos los sentimientos. Me sentí muy decepcionado, lo admito. Hoy he conseguido superarlo pero en aquella época me hundí. Quizás hubiese preferido no recibir su carta y seguir con la duda todo el tiempo, porque la fe mueve montañas y para que suceda un milagro antes tienes que creer en él. David mató todas las esperanzas y todos los milagros en los que yo podía haber creído en algún momento. Me había hecho a la idea de estar allí encerrado el resto de mis días. Había conseguido superar el miedo inicial de estar encerrado. El agobio y la sensación de injusticia por haberte privado de la libertad no desaparecen nunca pero, poco a poco, te habitúas y aceptas que esa va a ser tu vida para siempre.

Conseguí hacerme un nombre y obtener un estatus a base de poner el culo para el Manteca y los suyos. Conseguí que nadie se atreviese ni a mirarme. Ellos me defendían. Hay que tener amigos hasta en el infierno. En realidad disfrutaba con esos polvos como el que más. Cada día esperaba con ansia que llegase el momento de las duchas y me hacía el rezagado para coincidir con ellos como la primera vez. Siempre el mismo protocolo. Yo entraba y ellos me ignoraban, me enjabonaba, me empalmaba y me asaltaban. Ellos eran los machos que sólo querían desahogarse y yo el puto maricón vicioso que los buscaba una y otra vez. Yo ya estoy mayor para según que cosas, así que no me molesto y dejo que cada uno crea lo que necesite para ser feliz. A mí no me engañan, se engañan ellos mismos. Jugar a ser lo que no eres es frustrante.

Volviendo a David, tengo que decir que de alguna forma le entiendo. Entró tal y como salió de mi vida, de repente y sin esperarlo, como por casualidad. Serán las cosas del destino. Si a mi pareja la hubiesen metido en la cárcel culpándole de asesinato, no sé cómo habría actuado, pero seguro que al menos le habría dado una oportunidad para que se explicase. Estoy seguro de que, mirándole a los ojos, me habría dado cuenta de si realmente lo había hecho o no. Él me negó todos y cada uno de estos privilegios, por eso es por lo que decía que creía que nunca había estado enamorado de mí porque, si realmente lo hubiese estado, habría luchado con uñas y dientes por sacarme de allí. Yo sólo quería que me quisiesen y lo cierto es que él lo hizo, sólo durante un tiempo pero lo hizo. Y eso hay que valorarlo. Por eso tengo que estarle agradecido porque, durante algo más de un año, me hizo feliz. Me hizo olvidar traumas del pasado. Me hizo sentirme querido. Le perdono y algún día sé que el destino volverá a unirnos.

Fernando, mi abogado demostró una valía que le valió a él un ascenso y a mi la libertad. El día que volví a poner el pie en la calle fue el más alegre de mi vida, pero también el más complicado. ¿Qué haces cuando sales de la cárcel si no tienes sitio donde ir, ni gente a la que visitar y encima estás marcado a fuego como presidiario ante esta puta sociedad? Pasamos horas construyendo una defensa, buscó testigos, movió pistas hasta que, al final, me declararon inocente en el juicio. Y se lo debo todo a él. Cualquier otro se hubiese dejado llevar por lo que parecía evidente. Pero él creyó en mí y luchó por demostrar que era inocente. Creo que ha sido la única persona que, sin tener una razón, decidió creerme. Llevaba casi cuatro años preso cuando tuvo lugar el dichoso juicio. Cuatro años pagando por algo que no hice. Eso no hay dinero que lo pague ni nada que te haga olvidarlo. Cuatro años resonando en mi cabeza día tras días aquella cancioncilla que le oía cantar a mi padre. No todo fue poner el culo y pasarlo de vicio. La cárcel no es plato de buen gusto para nadie. La tasa de funcionarios que más bajas cogen por depresión son los de prisiones y eso que ellos sólo trabajan allí. Imagina lo que tiene que ser residir. Nadie puede hacerse una idea de lo que eso significa. Para saberlo, hay que pasarlo y yo no se lo deseo ni a mi peor enemigo.

Del juicio en sí, prefiero no contar nada, porque no estoy dispuesto a revivir de nuevo aquellos días aterradores. Volver a contar aquellas palizas y abusos me sumió en una profunda depresión. Yo luchaba por olvidar y ellos por que no lo hiciese.

Como decía, Fernando le dio un giro de ciento ochenta grados a la investigación. Consiguió encontrar a Naima y a Chadia. Localizarlas no fue fácil, nada fácil. Habían pasado varios años y, al morir mi tío, cada una había tirado para un lado, suerte que las tenía contratadas y pudimos encontrar sus datos de la seguridad social y seguirles la pista. Naima fue puesta en libertad sin cargos. Chadia fue juzgada y condenada. Aquella frase que me repetía el Cateto una y otra vez acerca de lo mal que olía, fue la clave para hacerme recordar a Chadia. Porque ella, años atrás, de alguna forma me dijo algo parecido. Me dijo que olía a curry. Aquello estaba guardado en alguna parte de mi cerebro y este hombre, sin saberlo, tocó el botón que la activaba de nuevo. El día del juicio volvimos a vernos las caras. Ella estaba vieja, muy vieja, tanto que no llegó a ingresar en prisión, la encerraron en un manicomio y allí murió algunos meses después. Durante el juicio no nos dejaron hablar. Varias veces fui a visitarla al internado. No hablaba con nadie, ni con las enfermeras, ni con sus compañeros. Cuando iba me acariciaba la cara y me decía: «Ahmed estaría orgulloso de ti». Sólo eso, una única frase. Nunca supe si ese Ahmed del que me hablaba era su hijo o mi hermano.

Chadia confesó. No hubo que presionarla. Lo admitió todo y lo contó con pelos y señales. La última noche que mi tío me pegó aquella paliza, recién llegado del hospital, en el que me recuperaba de mi intento de suicidio, fue la noche que se decidió a hacerlo. En su cabeza llevaba tiempo rondando la idea de vengarse. La venganza es puñetera, pues no entiende de tiempos pasados. Ver cómo me trataba a mí le hizo revivir todo lo que había pasado con su hijo. Nunca perdonó que le enganchase a las drogas, jamás. Después de la paliza, estuve dos días sin poder moverme de la cama, estaba molido. Durante esos días mi tío estuvo sedado. Le ponía en la comida pastillas para dormir. Dos días después mezcló veneno para ratas en su comida y se la llevó al señor. El cóctel fue explosivo y mortal, eficaz, cumplió su cometido. Su relato me obligó a vivir todo de nuevo. El paso del tiempo lo cura todo pero yo aún tenía la herida abierta. Mientras ella narraba yo lloraba en silencio. La impotencia sentada a mi izquierda, y a mi derecha la rabia. Mis antiguas compañeras de viaje volvieron a mi lado en aquellos momentos en los que las heridas volvían a sangrar.

Todavía hoy no he conseguido reponerme del todo. Cada uno puede pensar lo que buenamente quiera, yo no he escrito esto para que nadie me juzgue y, si lo hacen, me da igual. Ya me han juzgado bastante y no es a lo que he venido. Cuando lo hizo un juez me declaró inocente. Me escondo bajo un pseudónimo, una vez más, no por miedo, sino por reservar mi intimidad. Creo que me he expuesto en este libro mucho más de lo que me gustaría. Hay tanto de realidad como de ficción. Es una mezcla que, puesta en una balanza, permanecería neutral. Lo dicho, me importa bien poco. Ya no, a esta altura de la película he aprendido a vivir solo y sin importarme lo que digan los demás. Voy en un avión camino a Tánger. Vuelvo a mi país, a mi casa, a mi familia. A pedir y a dar explicaciones, a afrontar la realidad, me guste o no. Debo hacerlo. Soy un hombre y lo he demostrado. No quiero vivir con dudas ni temores. Digo que no me importa lo que digan los demás pero no es del todo cierto, si no, no estaría en un avión dispuesto a retomar mis raíces y eso me acojona. Estoy cagado de miedo, no sé si me saldrán las palabras con la misma facilidad con la que lo han hecho en estas páginas. ¿Cómo voy a explicar en mi casa que soy maricón? ¿Cómo contar que me fui con mi tío porque pensaba que lo amaba? ¿Con que cara le digo a mi padre que su único hermano me pegaba y me obligaba a prostituirme? ¿Cómo? No lo sé. ¿Cómo se cuenta que has estado cuatro años en la cárcel por un crimen que no has cometido? ¿Con qué palabras? Tengo miedo de no encontrarlas o de que no las entiendan. Tengo miedo de haber cambiado tanto que no me reconozcan o que, como hace tanto que no hablo árabe, lo haya olvidado. Me da pánico haber perdido el norte. Me asusta no saber a dónde pertenezco. Me aterra no saber qué o quién soy. Cada minuto que pasa me acerca más y más a mi destino. Ahora tengo que enfrentarme a una nueva lucha, creo que estoy preparado. Voy a intentar pasar página. La voz del piloto anuncia que vamos a aterrizar. El nudo de mi estómago sube hasta mi garganta y los nervios hacen que mis ojos se mojen. Ya no hay marcha atrás. Hoy toca ajustar cuentas pero eso es otra historia. Tal vez os la cuente en otro momento, ahora no. ¡Que Alá nos proteja a todos!

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KHALÓ ALÍ. Poco se sabe del autor que se esconde bajo el pseudónimo de Khaló Alí, excepto que nació en Marruecos y que su vida no ha sido fácil.
Cuando todos duermen
es su tercera novela. Ha publicado con anterioridad
Jugando con fuego
y
Estoy preparado
, ambos convertidos en éxitos de ventas. Su última obra fue premiada como el mejor libro erótico del 2008. Actualmente se encuentra inmerso en la producción de sus próximas novelas y colabora con
universogay.com
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