Estoy preparado (14 page)

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Authors: Khaló Alí

Tags: #Erótico

BOOK: Estoy preparado
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Siempre tuve un puntito masoquista pero esa no es razón para vivir de la forma que yo lo hacía. Siempre he creído que para conseguir las cosas hay que luchar, si no, no se les da el valor que tienen. Lo que no cuesta sudor y lágrimas por lo general no se valora. De todas formas, no es razón para aguantar un maltrato diario y una humillación constante. En la vida todo tiene su porqué y tal vez este fuese el castigo por la relación incestuosa que mantuve con mi hermano o por las fantasías que tuve con mi padre. Eso nunca podré saberlo, lo único que sé es que he sufrido como un perro y tampoco lo merecía. No le deseo lo que he vivido ni a mi peor enemigo. Estas cosas te marcan, a veces te hunden y otras te vuelven más fuerte. Yo he vivido los dos extremos porque durante mucho tiempo paseé como alma en pena hasta el punto de querer morirme. Ahora me encuentro fuerte, curado o en proceso. Quiero comerme el mundo. Ponérmelo por montera. Y afortunadamente, hoy he empezado una nueva vida.

El autobús paró y sus ocupantes se apearon. Parecía que habíamos llegado a la estación de destino. Ahí empezaba lo verdaderamente duro. Recuerdo que llovía a mares. Se había desatado una verdadera tormenta, no sé si como preludio de lo que se avecinaba. Tal vez fuese un aviso de que no era el día escogido. Unas veces se gana y otras se pierde. Los granizos golpeaban las puertas de cristal de la estación y los relámpagos se anticipaban a los atronadores rayos que, sin pedir permiso, partían el cielo en dos.

Entré en la estación y busqué un baño. Tantas dudas, tantos miedos y tantas preguntas me habían revuelto las tripas. Vomité, dos veces, pero al tirar de la cisterna no se fueron mis miedos por el desagüe, como pretendía. Los miedos nos acompañan hasta el final de nuestros días, esté cerca o lejos. Me enjuagué la cara en el lavabo y vi cómo un señor mayor me enseñaba una polla que parecía estar dura y esperándome. Me aseguré de que no nos veía nadie y me arrodillé a quitarme el hambre. Chupé con ganas. Era como una venganza. Era la primera polla que me comía sin que lo preparase Mustafá previamente. Más bien fue un aperitivo, no me supo a mucho. Tardé poco porque tardó poco. Se subió la cremallera y se lavó las manos. Yo me quedé ahí parado con cara de memo.

—¿Dónde crees que vas? —le pregunté.

—A mi puta casa, ¿te parece? —me dijo el señor.

—¿No se te olvida algo?

—Creo que no.

—¿Cómo que no?

—Oye, si te piensas que por haberme mamado el rabo voy a casarme contigo, vas listo —me contestó.

—No, lo que quiero es que me pagues.

—Venga ya, no me jodas.

—No pretendo, lo que quiero es mi dinero —le exigí.

—Yo no voy con chaperos.

—No soy chapero.

—¿Entonces qué coño haces pidiéndome dinero?

—Tu querías algo y yo te lo he dado. Es lo justo, ahora tienes que pagarme —le expliqué.

—He dicho que no voy a pagarte. Déjame en paz que me estás tocando ya mucho los huevos.

—Habértelo pensado antes.

—Haberlo especificado tú. No pienso pagarte.

—Pero…

—Mira, moro de mierda, como vuelvas a insistir aviso a seguridad y les digo que has intentado robarme, ¿queda claro? —dijo secándose las manos con un papel que luego me arrojó a la cara. Se largó.

—Clarísimo —dije yo, ya solo.

Bienvenido a la realidad. Esto es España, aquí no soy nadie. Eché de menos a los míos. Cuando eres pequeño estás deseando abandonar el nido, pero cuando te haces mayor te das cuenta de que lo que antes suponía un problema realmente era una tontería de crios y que los que se te presentan ahora son los importantes. Hubiese dado todo lo que llevaba en ese momento encima, que realmente era muy poco, por haber podido permanecer bajo las faldas de mi madre toda mi vida. Tal vez no tuviésemos para comer, puede que el techo de nuestra chabola fuese una mierda, pero nunca nos faltó el cariño, cosa de la que yo hacía mucho tiempo que estaba careciendo. Empezaba a necesitarlo. Sólo quería que alguien me quisiese, por mí, por nada más.

En casa de mi tío yo era el manjar que todos querían comerse. Era el juguete exótico que mi tío había traído de otro país pero aquí era uno más. Allí era el símbolo de un país que ellos habían abandonado para encontrar algo mejor y algunos lo habían hecho, pero necesitaban follar conmigo para no perder sus raíces. A veces me sentí como el eslabón que los unía con su patria, con sus recuerdos. Tal vez eso fue lo mejor que sentí junto a ellos.

Aquí era un moro de mierda. Fuera de esa burbuja donde yo vivía existía el racismo y la delincuencia. Mientras yo iba, ellos ya habían vuelto. La experiencia es un grado y eso es justo lo que a mí me faltaba. A pesar de todo una capa de ingenuidad me envolvía y no me dejaba respirar. Acababa de darme mi primera hostia. Aunque había vivido mucho en mi vida y había sido bastante intensa, sobre todo en los últimos tiempos, mis experiencias habían sido encerradas en aquel palacete, por lo que tampoco había tenido mucho contacto con el mundo real. Ahora estaba en la capital solo, sin ningún sitio adonde ir, llovía a mares, no tenía un duro y, para colmo de males, apareció el de seguridad:

—Oye muchacho, vamos a cerrar la estación, tienes que largarte.

Caminé bajo la lluvia no sé cuánto rato. Estaba empapado. Mi cuerpo todavía seguía dolorido por los golpes. Estaba débil y seguro que el gripazo que iba a coger después de esa noche no me iba a venir muy bien. Me senté en un portal y allí, esperando a que escampase, me quedé dormido. La primera noche de mi nueva vida había pasado. Cuando me desperté al día siguiente, me habían robado el bolso con la ropa, la cartera con el poco dinero que tenía y los zapatos.

QUINCE

Después de varios días en la calle ya había aprendido a sobrevivir. Para subsistir trabajaba de chapero, principalmente con viejos babosos que son los que se dejan el dinero en estas cosas. Tuve que chupar pollas asquerosas y hacer cosas de las que no estoy nada orgulloso pero, al menos, pude sacar algo de dinero para comer y comprarme algo de ropa y zapatos. Explicarles a los primeros clientes por qué no llevaba zapatos tampoco fue necesario. Muchos me elegían porque sabían que no estaba en condiciones de decir que no a nada. Me hacía falta el dinero. Ganaba lo justo para poder comer diariamente. Como no tenía dinero para alquilar una habitación, dormía en un hospicio para indigentes. Durante el día dormía y paseaba por la ciudad. Por la noche me exhibía en las calles del barrio gay, donde a veces, la diosa Fortuna venía a visitarme y alguien contrataba mis servicios. Estar en la calle siempre es duro y más cuando no tienes papeles porque tienes que estar escondiéndote de la policía, que cada noche hace su ronda. Me ocultaba como un burdo criminal.

Los fines de semana era cuando más gente había por la calle y, por lo tanto, cuando más trabajo tenía. Una noche, estando apoyando en un portal, vi como dos chicos discutían. A lo lejos parecían novios, pues venían agarrados pero, a medida que se fueron acercando, se fueron separando. Sus voces se alzaron en mitad de la mundanal noche. Por la distancia que nos separa no podía ver muy claro lo que estaba pasando pero ambos gesticulaban violentamente, hasta el punto que uno de ellos empezó a pegarle al otro. Ver cómo pegaban a ese chico indefenso me trajo tan malos recuerdos que no pude evitar acercarme y separarlos para impedir que le siguiesen pegando. En un principio me planteé mirar para otro lado y hacer la vista gorda. No debía meterme en problemas puesto que no tenía papeles pero aquella situación fue superior a mí. Ver cómo pegaban a ese chaval me hizo revivir una serie de cosas que todavía no tenía superadas y que me parecían tan injustas, que no fui capaz de permitir que otro pasase por lo mismo, aunque para ello me tuviese que enfrentar con aquel tipo. Salió a la luz mi odio y un puñetazo de fuerza inusitada bastó para que se fuese corriendo y nos dejara allí. Sinceramente, no sé donde tenía escondida tanta rabia. Todo lo que no se saca se queda dentro de uno, se pudre y acaba oliendo mal. Eso es lo que me había pasado a mí con Mustafá pero, con ese golpe, de cuya fuerza yo fui el primer sorprendido, conseguí sacarme una espina que tenía clavada en lo más profundo de mi persona. Nunca más iba a permitir que nadie me convirtiese en la sombra de mí mismo como me pasó una vez.

—¿Estas bien? —le pregunté al chico.

—Sí, no es nada.

—Pues creo que, para no ser nada, ese ojo se te va a poner un poco morado.

—Gracias, —me dijo, y me miró a los ojos de la misma forma que lo hizo Mustafá aquella noche bajo la luz de la luna. Yo no pude evitar bajar la mirada.

—No ha sido nada.

—¿Cómo que no? iba a darme una paliza.

—¿Es tu novio?

—Mi ex, pero a veces seguimos viéndonos.

—Pues yo que tú dejaría de verlo.

—Sí, está claro. Esta ha sido la última. Nunca me había pegado.

—Pues no permitas que haya una segunda.

—No lo haré, te lo prometo. Me llamo David.

—Perdona, yo me llamo Khaló.

—¿Khaló? qué nombre tan raro.

—Es árabe —le expliqué.

—¿Eres musulmán?

—Sí, ¿algún problema?

—No, tranquilo forastero, que yo estoy de tu parte. Siempre he deseado conocer Marruecos.

—Te encantaría, aunque no se parece mucho a esto —mientras decía eso, divisé las luces de un coche de policía y me agaché para esconderme. David me siguió.

—¿Por qué nos escondemos?

—No tengo papeles. No quiero que me pille la poli.

—Vivo aquí al lado, si quieres vamos a casa y te escondes allí un rato.

—¿Tienes algo de comer?

—Algo habrá.

—Hace dos días que no pruebo bocado.

—Anda vamos.

—¿No te da miedo meter a un desconocido en casa?

—Sí, pero me daría más miedo si no me acabases de salvar la vida. Además, siempre confié en la bondad de los desconocidos.

Nos miramos y sonreí. Medio en cuclillas, nos escapamos agazapados entre los coches hasta que llegamos al portal que me indicó. La escalera indicaba el abandono lamentable en el que se encontraba el edificio. La casa de David era un pequeño apartamento. Se veía que era muy viejo y, aunque estaba algo desordenado, era muy coqueto.

—Perdona el desorden, no esperaba invitados.

—Tranquilo. No estás hablando con el rey del orden, así que no te preocupes.

—Bueno, pues esta es mi choza.

—Me gusta. La verdad es que me encanta, es muy acogedora. ¿La has decorado tú?

—Sí claro. Cogiendo un mueble de aquí, comprando otro allá… No está mal, a mí me gusta, que es lo importante.

—Es muy confortable.

—Ponte cómodo, voy a preparar una copa —dijo David.

—Yo, más que una copa, te agradecería algo sólido.

—Es cierto, perdona, se me había olvidado. Vente a la cocina, vamos a ver qué hay.

—¿Qué edad tienes, David?

—Veintiocho, ¿por?

—Curiosidad.

—Se ve que tú tienes muchos menos, pero casi mejor no te pregunto para no sentirme viejo.

—Ja ja ja… Está bien. ¿A qué te dedicas?

—Oye, ¿no serás policía con tanta pregunta? Esto parece un interrogatorio —observó David entre risas.

—Lo siento, soy un metomentodo.

—Tranquilo estaba bromeando. Soy pastelero.

—¿Pastelero? Me encantan los dulces.

—Pues creo que tengo un pedazo de tarta por aquí.

—¡Sería fantástico!

—Vale tranquilo, se nota que tienes hambre. ¿A qué te dedicas tú? ¿Haces la calle?

—Me temo que sí —respondí mientras devoraba un trozo de tarta.

—¿Y cuánto cobras? —me preguntó untándome de nata la nariz.

—¿Quién hace ahora el interrogatorio?

—Perdona.

—No me gusta hablar de dinero, no es cosa de caballeros.

—Hombre, creo que lo justo es que te pague un servicio —me dijo.

—¿Qué?

—Estoy seguro de que mi bronca te ha espantado algún cliente, me gustaría recompensarte de alguna forma —sugirió mientras se acercaba tanto a mi cara que podía sentir su respiración sobre mí. Me puse nervioso.

—Esta tarta es una buena recompensa ¿no te parece?

—Yo creo que no. Conozco otra mejor.

David me besó apasionadamente. Su lengua buscó la mía que, todavía llena de nata, salió a recibirle. Me puse de pie y dimos vueltas besándonos por la habitación. La camisa por allí, la camiseta por allá, un zapato volando… En menos que canta un gallo estábamos desnudos sobre su cama. David me pedía que le mirase mientras lo besaba y en sus ojos veía una mezcla de miedo, poder, necesidad y, sobre todo, de querer que lo quisieran que, al fin y al cabo, es lo que buscamos todos pero no siempre encontramos. Tenía los ojos más azules que he visto nunca y la sonrisa más perfecta que se pueda desear. Con sus labios atrapaba mis pezones poniéndoles trampas. Yo hacía lo mismo. Estaba delgado, no en exceso. Era perfecto. Su polla estaba esperándome, dura y firme, pero cuál fue mi sorpresa al descubrir que no era como la mía. Una fina piel cubría su glande y, aunque con mi mano podía descapullarlo perfectamente, me llamó mucho la atención Fue la primera vez que vi un rabo sin circuncidar y, a partir de ese momento, quedé totalmente fascinado. Tengo que decir que el miembro de David era el más bonito que había visto nunca. Tenía la forma, el tamaño, el color y el olor perfectos. Era realmente inimitable. Introduje mi lengua entre el capullo y aquella nueva piel. Gemía de una forma especial, intensa, me daba mucho morbo. Me sacaba su nabo de la boca y me daba golpecitos en la cara y en la lengua. Con mis labios le descapullaba una y otra vez y a él parecía encantarle. Daba mordisquitos en su frenillo y tiraba suavemente. Le levanté las piernas y clavé mi lengua en su culo, recorriendo antes sus pelotas, también de un tamaño perfecto. Mi lengua penetró aquella gruta sin ningún tipo de pudor. David tenía los ojos cerrados y gemía. Yo lo seguía mirando tal y como me había pedido al principio. Me gustaba ver su cara de placer, de deseo. Desde que hacía la calle, los clientes solían pedir siempre lo mismo, que les chupase la polla o que me dejara follar. Normalmente no había precalentamiento, ni cariño y la mayoría de las veces ni siquiera había morbo, al menos por mi cuenta. Por eso estar con David despertó una parte de mí que hacía mucho que no salía, que casi tenía olvidada. El olor de ese niño, su sabor, me daban tanto morbo que no podía más que recorrer con la lengua todos y cada uno de sus oscuros recovecos. Me comí ese culo con verdadera gula. No quería dejar nada en el plato, se notaba que estaba pasando hambre. Una vez más, florecieron en aquel polvo todas y cada una de mis carencias, empezando por el cariño y acabando por mi recién recuperada autoestima.

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