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Authors: Khaló Alí

Tags: #Erótico

Estoy preparado (5 page)

BOOK: Estoy preparado
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CINCO

Mi culo frente al espejo una vez más. Había descubierto el placer de tocarme y también el de observarme mientras lo hacía. Piernas levantadas y espalda arqueada. Mi polla cerca de mi cara. Tanto que me incliné todo lo que pude para intentar cazarla con los labios. Parecía imposible. Mi rabo había crecido tanto últimamente que estaba irreconocible. Llevaba un tiempo obsesionado por conseguirlo y sabía que no faltaba mucho. Quería sentir mi lengua jugueteando con mi glande. Probar el calor de mi saliva, su suavidad… El aliento arañaba mi glande. Una sensación de calor en mi cara. Palpitaciones en mi aparato. Mis huevos encogidos del esfuerzo. Estaba a punto de destrozarme la espalda, faltaban unos pocos milímetros. Mi rabo encendido y mi respiración sobre él. Quería meter mi lengua en aquella raja por la que meaba. Tantas veces lo había intentado que ya casi lo había conseguido, sólo hacía falta un último esfuerzo, unos pocos milímetros… Lo conseguí, con la punta de mi lengua rocé mi nabo. Acababa de cumplir una de mis más preciadas fantasías pero, justo sin esperarlo y cuando estaba a punto de empezar a disfrutar de mi azaña, se abrió la puerta de mi habitación y aparecieron mi padre y mi hermano. Me quedé paralizado por el miedo. Esto no entraba en mis planes e imagino que mucho menos en los suyos.

—Mira lo que está intentando hacer el mariconcito de tu hijo le dijo Ahmed a mi padre.

—¿Qué pasa, que te gusta comer polla? —me preguntó él.

No contesté. En mi cara el miedo a lo que iba a pasar congelaba mis facciones. Suponía que mi padre iba a pegarme una paliza. Cerré los ojos muy fuerte y deseé que me tragase la tierra pero no fue así. Cuando volví a abrirlos, pensando que algún puño estaba a punto de golpearme, mi hermano dijo:

—Yo creo que sí te gusta comer polla, deberías probar con una de verdad.

Levantándose la chilaba que usaba para andar por casa, dejó al aire un enorme rabo que yo ya había visto y devorado más de una vez, pero nunca cuando ambos éramos conscientes y ni mucho menos delante de mi padre. Yo no sabía qué pensar pero, por otro lado, desaprovechar esa oportunidad tampoco me parecía muy lógico. Su polla estaba tremendamente dura, tanto que sentí que me rajaba la garganta. Me la clavó violentamente en la boca, reventando así toda mi cavidad oral. Agarré sus pelotas para poder controlar las entradas y salidas de aquel enorme nardo en mi cuerpo. Mis piernas seguían levantadas en el aire y, de reojo, observaba en el espejo la imagen de lo que estaba haciendo. El reflejo de aquel trozo de carne entrando y saliendo de mi boca, mis babas resbalando y mi ojete que, a voluntad propia, se abría y cerraba produciéndome bastante gustito, me estaban volviendo loco. A mi izquierda tenía la chilaba de mi padre, bastante abultada, pero no fui consciente de ello hasta que exigió cobrarse su turno. Levantó su ropa, tampoco llevaba nada debajo. Arrancó mi cabeza de aquel palo y la incrustó en el suyo. El glande era tan gordo que casi no me cabía en la boca. Sentía que se me iban a desgarrar las comisuras de los labios de lo tirantes que las tenía pero, al cabo de un rato, mi boca se acostumbró. Mi garganta estaba perfectamente dilatada y yo podía tragar a mi antojo aquel manjar cubierto de venas y pelos.

—Vaya con el niño —decía mi padre.

—¿Has visto qué bien la chupa? —decía mi hermano.

—Tenías razón, es una gozada sentir mi enorme rabo dentro de su boca.

Ahmed empezó a pegarme cachetadas en el culo, unas veces en los cachetes, otras en el ojete, que se contraía momentáneamente por el placer de los golpes. Estaba totalmente entregado a aquella violación consentida. Con la palma de su mano abierta daba golpes secos en el redondel de mi placer. Pequeñas palmaditas que me obligaban a poner los ojos en blanco. Mi padre aguantó mi cabeza con sus enormes manos y empezó a trabajar con su cadera. Con unos movimientos de cintura comenzó un mete-saca. Su aparato empezó a follarme la boca como nunca antes había hecho nadie, porque, cuando se lo había hecho yo a mi hermano él había permanecido inmóvil, como un muerto, porque estaba dormido. La sensación de que aquel enorme mástil tuviese ritmo propio y que con él me estuviese taladrando la garganta me puso extremadamente cachondo. Aquella cosa, me estaba llegando hasta la campanilla pero yo intentaba relajarme y abrir la garganta todo lo que era capaz. Me hubiese encantado tragármela de verdad y quedarme con ella dentro para siempre, pero no era posible.

—Yo creo que ya está preparado —dijo Ahmed.

Parecía como si aquello estuviese premeditado porque, al escuchar aquellas palabras, la violación cesó inmediatamente. Yo estaba tumbado en la cama, intentando reponerme unos segundos. Cerré la boca y sentí un dolor en la mandíbula, del rato que la había tenido abierta, pero aún así no quería que aquello terminase. Y no iba a hacerlo. Los cabrones lo tenían todo preparado. Los dos hijos de puta que tanto placer me estaban dando me obligaron a arrodillarme y se pusieron juntos delante de mí. Dos enormes pedazos de carne sobresalían de sus cuerpos. Me abalancé sobre uno y luego sobre el otro. Lamía un poco del primero y luego del segundo. Era un éxtasis total, una locura… acababa de soltar un miembro cuando ya había cogido otro mucho mayor. No sabía a cual dirigirme, porque no podía soportar el pensar que estaba dejando al otro huérfano. Mi padre me cogió del pelo como hizo con mi madre el día que los vi follar y entonces pensé que iba a correrse. Abrí la boca todo lo que pude para no desperdiciar ni una gota, pero lo que hizo fue pegarme un pollazo en la cara que me dejó medio tonto. No lo esperaba y a él le gustó pillarme por sorpresa. Con su enorme tranca empezó a golpear mis mofletes. Mi hermano comenzó a hacer lo mismo. Tenía dos enormes pollones maltratando mi cara. Sacaba la lengua y me daban pequeños golpecitos. A mí todo esto lejos de espantarme me estaba encantando y si eso eran malos tratos, hubiese deseado que me diesen palizas toda la vida. El dueño del miembro de mayor tamaño me empezó a introducir tres dedos en la boca. Me obligaba a lamerlos mientras los movía dentro mi garganta. Un dedo mas. Y ya eran cuatro. Tenía cuatro enormes dedazos dentro de mi boca moviéndose de un lado para otro. Otro más, el último, y fueron cinco. ¡Cinco dedos dentro de mi boca! Tiraba hacia abajo, intentando abrirme la mandíbula al máxino. Luego se amoldó a ella poco a poco. Mi padre comenzó a follarse mi, hasta ese momento pequeña y delicada, boquita con toda la superficie de su puño. Su puño entraba y salía al ritmo que marcaba aquel hombre. Entraba y salía de mi garganta sin encontrar ningún obstáculo pues, a esas alturas, ya hacía mucho que había superado la sensación de arcada. Mis ojos desafiaban a mis familiares más cercanos y, con mi respiración agitada, pedía más, no quería que aquello acabase. Mientras, mi hermano seguía dándome golpes en la cara con su polla.

—Te dije que ya estaba preparado —volvió a repetir Ahmed.

—Está bien, más le vale que sea cierto —contestó el otro.

No sabía qué iba a pasar pero me asusté tanto que di un pequeño respingo. Mi padre me cogió del cuello y dijo al oído:

—Como no te portes bien lo vas a lamentar.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, aunque no me permití derramar ninguna. Colocaron sus pollas a la altura de mi boca y empecé a comer por turnos. Una enorme mano se estampó en mi cara.

—Las dos a la vez —dijo mi padre.

Sentí un profundo dolor. Notaba la marca de sus dedos quemando mi cara pero sus órdenes, la humillación y la posibilidad de tener dos pollas dentro de mi boca en vez de una, hicieron que me empezase a doler la polla de lo caliente que me había puesto. En mi cara sentía el calor de la hostia que me había en-diñado y en mi miembro el calor de la situación. Abrí la boca hasta el límite de mi capacidad. Ellos se pegaron más el uno al otro y una mano, que no sabía exactamente a quién pertenecía, agarró aquellos dos monstruos y los dirigió a mi gruta, con la mala suerte que, al intentar mantener todo aquello allí dentro, no pude evitar que apareciesen mis dientes cuando no debían y les hiciese daño. De nuevo y una vez más, una mano se estampó en mi cara, esta vez en el lado contrario.

—Cuidado con los dientes, pequeña puta —gritó mi hermano muy enfadado.

—No sirves para nada —decía mi padre.

—Abre esa maldita boca o te la abro yo a hostias —bufó Ahmed.

Les miré a los ojos en señal de disculpa. Sus ojos estaban inyectados en deseo. Estaban tan cachondos o más que yo. Tenían las venas de la salchicha tan marcadas como las de su cuello o su frente. Era increíble. Me armé de valor y volví a la carga. Entraron muy despacio. No quería que me volviesen a pegar aunque en el fondo me había gustado bastante. Intenté segregar toda la saliva de la que fui capaz para que resbalasen mucho mejor. En el espejo podía ver el reflejo de dos culos contrayéndose para tomar impulso y colocar su rabo en lo más profundo de mí. Tanto fue así que volvieron a agarrarme la cabeza y, por turnos, empezaron a follarme la boca primero uno y luego otro, sin sacar la otra polla, claro. Imagino que sentir cómo tu herramienta se está frotando enérgicamente con otra de un tamaño bastante considerable dentro de la boquita de tu amante, tiene que ponerte también bastante verraco. De mis ojos caían lágrimas. No de pena ni de sufrimiento sino del esfuerzo de tener aquellos dos clavos ardiendo a punto de prenderme fuego. Entonces aparcaron los turnos para follarme los dos a la vez. Yo abría la boca y ellos se servían de la forma que más les gustaba. Ahmed me agarró una vez más de los rizos de mi cabeza y me la echó hacia atrás, haciendo así que aquellas dos comadrejas saliesen de mi madriguera, y me escupió, en la cara y luego en la boca. Un lapo gordo, ruidoso, espeso. Después me lo extendió con la mano. Mi padre se rió y me escupió también. Mi hermano se encargaba de extenderme aquella improvisada crema por toda la cara mientras me daba alguna que otra hostia.

—Mira qué cara de zorra. ¿Lo estas disfrutando, maldito maricón? —gritaba Ahmed.

Empezaron a pajearse cada uno la suya y entendí que todo iba a acabar de un momento a otro. Deseaba que me llenasen la boca con su leche. Quería saborear la mezcla de las dos, quería comprobar si sabían igual o de diferente manera. Quería saber quién expulsaría más leche. Quería tantas cosas…

Una vez más oí el gruñido de mi padre. Su cara se contrajo, se frotaba tan fuerte la cabeza de su polla que pensé que iba a despellejársela. Ahmed hacía lo mismo. Ambos gemían y gritaban, estaban a punto de correrse. Yo, arrodillado, estaba abierto de par en par, expectante y deseoso de poder recibir aquella lluvia blanca…

—¡Khaló, Khaló despierta!

—¿Qué pasa?

—Khaló despierta cariño —dijo mi madre.

—¿Qué ha pasado? —pregunté.

—Estabas teniendo una pesadilla.

—¿Que?

—No parabas de gritar.

—¿Una pesadilla?

—Sí.

—No lo creo —repliqué—. ¿Por qué me has despertado? Estaba teniendo un sueño maravilloso…

—Pensé que era una pesadilla, además mírate, estás todo sudado…—replicó mi madre.

—Creo que ha sido el sueño más bonito de mi vida.

—Bueno, déjate de tonterías y levántate, tu tío está punto de llegar.

—¿Mi tío?

SEIS

—Cuando tu padre y yo éramos pequeños, siempre íbamos juntos a la playa —me contaba mi tío.

—¿Sí? —preguntaba yo, sin mucha curiosidad.

—Nos encantaba jugar en la orilla y hacer castillos de arena.

—¿Castillos de arena? ¿Te crees que soy un niño? —le respondí susceptible.

—No hombre, no te lo tomes así…

Mustafá era el hermano pequeño de mi padre. Tendría unos treinta y pico años, no lo sé, nunca se lo pregunté. Vestía de forma europea, vivía en España en una zona costera de la que no viene al caso decir el nombre. Mi tío tenía negocios, o eso decía. Se veía que era un hombre de bastante nivel adquisitivo. Ya podía habernos echado una mano y, tal vez así, Ahmed no se habría ido a vivir a la otra punta del país. Cuando conocí a Mustafá yo tenía diecisiete años recién cumplidos y hacía al menos dos que no veía a mi hermano, pero mantenía la esperanza de que algún día volvería a cruzarse en mi camino. ¡Qué equivocado estaba!

Cuando llegamos a la zona que a mi recién estrenado pariente le pareció bien, extendimos las toallas en el suelo. Era una especie de calita que estaba rodeada por piedras y a la que era muy difícil acceder. Aun así no protesté, porque los invitados están para satisfacerles y si hay algo que se cuida en mi cultura es ser un buen anfitrión. Es una obligación desvivirse por satisfacer a la persona que tenemos como invitada. Comenzamos a quitarnos la ropa y, observando a Mustafá, advertí lo diferentes que éramos. Ambos éramos marroquíes, pero él no conservaba ni el acento. Se quedó únicamente en un speedo rojo que resaltaba su piel morena. Se veía que se cuidaba mucho. Probablemente fuese al gimnasio porque tenía un cuerpo perfectamente definido, aunque sin exagerar, cada cosa en su sitio. Además tenía dos tatuajes, uno en el brazo y otro en la espalda. Eran como unos tribales y, al preguntarle el significado de aquellos dibujos, se encogió de hombros y, con una divertida mueca, me dio a entender que simplemente eran trazos que le habían gustado. Las costumbres europeas son muy extrañas. Tumbados al sol, yo con mi pantalón por la rodilla y él con su escueto slip acuático charlamos sobre lo divino y lo humano y, aunque al principio no me apeteció nada entretener a mi tío mientras mis padres trabajaban, tengo que admitir que no fue tan duro como pensaba. Al contrario. Por primera vez, alguien me hablaba como si fuese un adulto. Alguien se preocupaba por fin por lo que yo pensaba o quería. A alguien le interesaba y a mí esa actitud me fascinó. Nunca nadie me había prestado tanta atención. Me contó cosas suyas y de mi padre, de cuando ambos eran pequeños. Me recordó a lo bien que me lo pasaba junto a Ahmed.

—No estés triste —me dijo.

—¿Qué?

—Sé que echas de menos a tu hermano, pero es normal.

—Tú no lo entenderías —le contesté.

—Créeme, entiendo más de lo que te crees —me dijo guiñándome un ojo.

—¿Por qué te fuiste de Marruecos?

—Este no era mi sitio.

—¿Y cómo lo supiste?

—Me sentía diferente a todos los demás, no encajaba.

—A mí a veces también me pasa —le contesté.

—Pues tal vez, deberías plantearte si este es el sitio al que perteneces. O mejor dicho, si este es el sitio al que quieres pertenecer.

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