Estoy preparado (3 page)

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Authors: Khaló Alí

Tags: #Erótico

BOOK: Estoy preparado
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Obviamente no respondí, tal vez por miedo a que mi respuesta tuviese una mala acogida, por eso decidí lanzarme directamente. El ambiente era bastante distendido, propicio a que pasasen cosas. Yo me dejaba llevar y parecía que Ahmed también. Siempre he sido más de hechos que de palabras así que sin contestarle le agarré la polla. Casi no podía rodearla con mis manitas de niño, así que tenía que aguantarla con las dos. La sensación de tener agarrado aquel mástil fue inexplicable. Lo sentía palpitar como si tuviese vida propia. No sabía muy bien qué hacer con él, así que Ahmed puso su enorme mano sobre las mías y me fue guiando en el movimiento. Un movimiento lento y pausado de abajo a arriba y de arriba a abajo. Cuando yo paraba, él la agitaba de nuevo y mis manos danzaban subidas a aquel dragón volador. Mientras yo magreaba aquella enorme salchicha, él se llevo las manos a los cojones, empezó a acariciárselos, a jugar con ellos. Los rodeaba con los dedos apresándolos y dejándolos colgando. Los apretaba, les daba pequeños golpecitos… Yo saciaba toda mi curiosidad recorriendo aquella vara con mis manos. En mis dedos podía sentir el relieve de sus enormes venas, algunas eran grotescas. Subía y bajaba y sus huevos la acompañaban en aquel ejercicio. Ahmed suspiraba y gemía suavemente. Su cara estaba como congestionada, su mirada perdida…

—Como sigas así voy a correrme —me confesó.

—¿Qué? —le contesté ignorante.

—¿Quieres verlo? —me preguntó entre gemidos.

—Sí.

—Pues sigue así y no te asustes pase lo que pase ni pares a menos que yo te lo ordene.

Asentí y seguí con mi trabajo. El comentario de mi hermano me dejó algo preocupado porque no sabía qué iba a pasar ahora. Su cara cada vez estaba más congestionada y mis brazos, la verdad, cada vez más cansados, aunque no pensaba quejarme porque estaba disfrutando muchísimo. Sin rechistar, seguí frotando aquella lámpara maravillosa que pronto iba a dejar escapar a un genio del que yo ni tan siquiera había oído hablar. Él seguía frotándose los huevos, recorría todo su cuerpo con sus propias manos. Los calzoncillos en los tobillos, sus ojos desencajados y en blanco, su boca entreabierta dejando escapar gemidos y pequeños grititos de placer que intentaba ahogar mordiéndose el labio inferior de forma libidinosa. Con sus dedos pellizcaba sus pezones, que estaban duros y firmes, su polla se endureció un poco más si cabe y sus huevos se recogieron en su pesada bolsa. Un gemido sordo y se corrió. Un primer chorro blanco y espeso salió despedido del enorme agujero que coronaba su polla. No era tan grande como el del culo, pero era importante. El chorro aterrizó en mi cara. Varios chorros siguieron a aquel primero, aunque con menos fuerza e intensidad. Mi rostro estaba tan cerca de aquel cañón que varios cayeron en las proximidades de mi boca, algunos mojando incluso mis labios. En un primer momento me asusté. Creí que se estaba meando o algo así, pero como entre gemidos me suplicaba una y otra vez que no parase, yo seguí frotando aquel tirador del placer. Un enorme suspiro y todo acabó. Ahmed estaba sudando, cerró los ojos y descansó un segundo. En su cara una pequeña sonrisa de idiota delataba el enorme éxtasis en el que se encontraba.

—¿Esto es correrse? —le pregunté.

—Correrse es que te salga leche de la polla dándote mucho gusto —me contestó aun con la respiración entrecortada.

—¿Leche?

Y sin pensármelo dos veces, pasé la lengua por mis labios saboreando aquel elixir blancuzco que me había salpicado.

—Muy bien hermanito, lo has hecho muy bien —me felicitó Ahmed.

Me sentí tan orgulloso de haber hecho feliz a esa persona a la que tanto quería… Me daba igual que él ni siquiera me hubiese acariciado. Él era el importante, al que quería hacer disfrutar y yo era sólo el utensilio para conseguirlo. Me sentí importante, imprescindible, único, me sentí raro, me sentí mal… No entendía que algo que a él le había gustado tanto y que a mí me había hecho disfrutar de aquella forma hubiese sido desterrado al mundo de los secretos, ya que no me permitió contárselo nunca a nadie. Fue la primera vez que tuve conciencia del pecado. Estaba seguro de que acababa de cometerlo. Cuando alguien te obliga a que algo que te parece maravilloso se convierta en un secreto es porque algo de lo que estás haciendo no está bien. Esa fue mi primera experiencia carnal con otra persona, que llegó antes incluso que conmigo mismo y, aunque Ahmed nunca jamás mostrase el más mínimo interés por tocarme o satisfacerme, no representó obstáculo ni problema alguno para mí que, al desatar la caja de Pandora, me encontraba ávido de vivir nuevas experiencias.

TRES

Durante tres días tuve el sabor de la leche de Ahmed en mi boca. Comiera lo que comiera y bebiese lo que bebiese, no había forma de que desapareciese ese maravilloso sabor. Era algo extraño, agridulce e inmensamente penetrante. Esos días me lavé tanto los dientes que hasta mi madre se dio cuenta de que algo me estaba ocurriendo. Quería quitarme esa sensación. Sabía que lo que había hecho estaba mal y pretendía así poder olvidarlo, pero era imposible borrar aquel rastro lechoso de mi garganta. Estaba atemorizado ante la posibilidad de que alguien pudiese descubrir lo que había hecho. Si mi madre o mi padre me miraban, pensaba que era porque sospechaban algo y me ponía a temblar como un poseso. Cuando bostezaba, pensaba que alguien podría percibir en mi aliento rastros del pecado. Al hablar me ponía la mano delante para que no pudiesen darse cuenta de nada. Mientras tanto, la conversación, la polla de mi hermano, su olor, el sabor de aquella leche, todo… se habían clavado en lo más hondo de mi ser y yo ni siquiera era consciente de ello, pero tanto fue así, que nunca pude sacármelo, se quedó clavado para siempre, en algún oscuro rinconcito de mi ser. ¡Qué miedo me daba que alguien supiese lo que había hecho! Pensaba que lo que no se sabía no había pasado. Ahora me doy cuenta que me excedía demasiado en mis preocupaciones, pero claro, también era otra época, tenía otra edad y otra forma de vivir la vida.

Aún hoy, si me concentro, puedo sentir aquella vara humana entre mis manitas, incluso sus palpitaciones. Puedo oír sus gemidos, puedo sentir en mi pituitaria el mismo olor, puedo sentir aquellas enérgicas gotas cayendo en mi cara y mis labios. Las recuerdo espesas y calientes, puedo sentir su textura, cómo chorreaban en forma de lágrima… Es un recuerdo tan realista, que aún me sorprendo mientras escribo estas líneas pasando la lengua por los labios para intentar rescatar los restos de aquel naufragio. Puedo sentir, puedo sentir, puedo sentir… Es la señal de que sigue vivo en mi oscuro rinconcito. El recuerdo es el tesoro más preciado que tenemos, por eso debemos luchar para no desprendernos nunca de él. Los bienes materiales desaparecen, las vivencias no.

Los años han pasado. Muchos han habitado mi cama: unos prometiéndome la luna, cuando lo único que pretendían era follarme, y a otros se la prometí yo, tal vez por venganza o porque uno aprende de las acciones de los demás, volviéndose igual que ellos, aunque los deteste y por ello se odie. El ser humano es así, cabrón por naturaleza. Muchos vinieron y me enseñaron, como tendría que enseñar yo en el futuro a los que hasta mi se acercasen. Muchos, repito, muchos, pero ninguno jamás me marcó de la misma forma en que lo hizo mi hermano. Estoy seguro de que estas líneas pueden escandalizar a mucha gente y lo entiendo. Probablemente la gente querrá ver que mi hermano mayor abusó de mí o me forzó en algún momento. La verdad, la única verdad, o al menos la mía (que es la que habría que tener en cuenta), es que fui yo quien de alguna forma le forzó a él. Desde el mismo momento en que sentí mi primera erección tuve claro que quería hacer todo eso con mi hermano. Tal vez fui un niño precoz, no lo sé. Tal vez sea un adicto al sexo, es algo que también me han echado en cara alguna vez, pero no me importa, porque si has llegado hasta aquí es porque, como mínimo, seas tan degenerado como yo. Si me expongo aquí con mis confesiones es porque me da igual lo que puedan pensar. Siempre he caminado libre y no voy a dejar de hacerlo ahora, lo mande quien lo mande. Llegado al caso, si ya me exilié una vez, no veo por qué no podría hacerlo de nuevo. He luchado mucho en mi vida por poder vivir de una forma plena, libre, así que no pienso dar marcha atrás. No ahora que ya conozco el camino de espinas y he conseguido acabarlo. Así que, volvamos a la historia, que es mucho más interesante que escuchar mi debate sobre lo divino y lo humano.

Ahmed pasó tres días como si nada hubiera ocurrido entre nosotros. Se levantaba temprano, corría por la playa como todos los días, aunque no se bañaba en el mar, al menos, no desnudo. Yo me estaba volviendo loco, quería volver a repetir, quería que mi hermano me abrazase, me dijese lo mucho que le había gustado lo de la otra noche, quería que me pidiese que por favor se lo hiciese de nuevo pero, en lugar de eso, permanecía impasible. Ayudaba a mi padre como cada día con el tejado y, a la hora de domir, seguía durmiendo en ropa interior, pero apagaba la luz muy pronto y no quería hablar. Por mucho que le insistiese o le preguntase cosas por la noche, no me contestaba. Yo estaba absolutamente fuera de mí. Llevaba tres días tocándome la polla como un loco, y loco me estaba volviendo porque, aunque era una sensación muy agradable, no conseguía correrme. Quería que pasase algo, pero en realidad no sabía el qué. Para mí lo que había pasado era sólo un juego divertido. En la mente de un niño de nueve años no entran conceptos como amor, relación, homosexualidad o incesto. Mi único propósito era poder seguir divirtiéndome con él. Conocer mi cuerpo y el suyo, dejarme llevar…

Me gustaba la sensación de estar haciendo algo peligroso, no quería que nadie pudiese darse cuenta del nerviosismo que me provocaba tener una erección, era algo mío y que no incumbía a nadie más. A partir de ese momento fueron constantes en mi vida. Con el tiempo aprendí a controlarlas pero al principio me vi en más de una situación comprometida. Miraba a mi padre trabajar y me empalmaba, miraba a mi hermano correr y me empalmaba. Todo, absolutamente todo me provocaba erecciones. Me gustaba la sensación de cosquilleo que subía desde mis huevos hasta mi rabo mientras éste iba creciendo. El corazón se aceleraba a mil por hora y podía sentir cómo la sangre recorría mi cuerpo a la velocidad de la luz. Los temblores, las palpitaciones, todo me hacía disfrutar… Cogía mi polla y hacía exactamente lo que mi hermano me había enseñado, movía mi mano de arriba a abajo y al revés y lo único que conseguía era que se pusiese más y más dura, pero nada más. Llegaba un momento en que me empezaban a doler los huevos y lo dejaba, paraba un rato y más tarde volvía a empezar. Había entrado precoz en eso que los adultos llaman «el desarrollo». Mi cuerpo era un desbarajuste de hormonas que sólo me dejaban pensar en el nardo de mi hermano. Era como si esa imagen la hubiesen grabado a fuego en mi mente.

Dicen que a la tercera va la vencida y yo, a la tercera noche, sucumbí a las tentaciones y me volví a dejar llevar, para volver a dificultar mi ya de por si complicada existencia. Así que, una vez más, seguí mis impulsos.

Ahmed estaba profundamente dormido. Esa noche recuerdo que había estado fumando de la pipa con mi padre y a éste le gustaba ponerle un poco de hachís porque decía que le ayudaba a conciliar el sueño. La prueba era que cuando mi hermano fumaba con mi padre dormía como un tronco. La muestra: los ronquidos, que debían escucharse hasta en los países colindantes. Una vez más repetiré lo caluroso que fue ese verano. Gracias a ello mi querido y adorado hermano dormía encima de la cama sin tan siquiera taparse con la sábana. Tenía a mi entera disposición aquel cuerpo curtido por el sol y definido por las horas de trabajo con mi padre. Aque-llo fue indescriptible. Mi cuerpo temblaba sin control. Una vez más iba a jugar al juego prohibido pero, esta vez, sin que él fuese consciente. Me acerqué y observé su rostro, era tan guapo… Acerqué mi boca a la suya y rocé levemente mis labios contra los suyos. Fue mi primer beso, casto y puro, inocente y peligroso. Los pelillos de su bigote me hicieron cosquillas. Mi hermano tenía la típica nariz grande, podríamos decir que encarna a la perfección el perfil de chico árabe, tiene todos los rasgos. Los míos en cambio son más suaves, como si fuese una mezcla entre dos razas y por lo tanto tuviese cosas de ambas, pero sin ninguna predilección.

Con uno de mis dedos recorrí su pecho y su abdomen, jugueteé un poco con sus pezones para acabar colándolo en su ombligo. Después recorrí aquel caminito peludo que me llevó justo hasta el borde de su calzoncillo. La tela de la parte delantera se veía bastante tensa, como si fuese muy poca tela para albergar tanta carne. Justo cuando ya estaba encendido y pretendía colar mi dedito juguetón en aquel coto de caza, mi hermano se dio media vuelta en la cama y se puso de lado. El susto que me di fue tan grande que de un salto caí en la mía. Desde ahí lo observé unos segundos con miedo a que se hubiese despertado. Fue una falsa alarma. Dormía plácidamente. En aquel momento no sabía si las drogas eran buenas o malas pero si me preguntasen ahora diría que aquella maravillosa noche comprendí que podían ser saludables, porque a mí me permitieron pasármelo bomba sin ni siquiera haberlas tomado. «El mayor de los Alí» volvió a ponerse boca arriba. Estaba medio espatarrado, con los brazos abiertos sobre la cama. Muy despacio liberé a aquella fiera de su trampa. Bajé el calzoncillo con todo el esmero, cuidado y suavidad que pude. Una vez más, un trozo de carne saltó al vacío. Aquel ímpetu golpeó directamente en mi cara. Me quedé inmóvil observando a mi hermano pero estaba claro que nada iba a sacarlo de su profundo sueño. No estaba empalmado pero, a pesar de eso era muy grande. Estaba morcillona, como entre dos aguas. Me quedé observándola un segundo. Su glande era enorme y rosá-ceo. Era como un champiñón desmesurado. Las venas no se le marcaban tanto como la otra noche pero se percibían igualmente. Sus huevos eran gordos y, observándolos con toda la parsimonia que me permitió el momento, me di cuenta de que no tenían tanto pelo como había pensado.

Me acerqué y le olí la polla. Aspiré todo su aroma. Quería disfrutar al máximo de ese momento y pretendía utilizar para ello absolutamente todos mis sentidos. Me encantó el olor a macho que desprendía aquel rabo. En aquel momento me pregunté si el de mi padre olería igual. Era una mezcla de sudor y virilidad que me recordó cuando mi padre trabajaba encima del tejado. Un olor fuerte, intenso, como de pis limpio, hizo que cientos de imágenes se agolpasen en mi mente.

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