Estoy preparado (15 page)

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Authors: Khaló Alí

Tags: #Erótico

BOOK: Estoy preparado
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Se mordía el labio, se estiraba en la cama. Unas veces se agarraba con los brazos al cabecero, otras apoyaba sus manos en mi cabeza para empujarla. Cuando creyó conveniente se dio la vuelta y comenzó a chuparme la polla, ofreciéndome a su vez, la suya. Hicimos un perfecto sesenta y nueve y, por primera vez, estuvimos los dos, uno dentro del otro, a la vez. Después me dio la vuelta y me ofreció dos de sus dedos para que se los lamiese. Después de lamerlos yo, lo hizo él. Los mismos dedos, de la misma forma. La saliva de mi boca a la suya. Los dedos de nuestras bocas a mi culo. Me penetró suavemente, muy despacio. Mi culo no opuso resistencia. Después de recorrer mis entrañas le pedí por favor que me follase con aquella magnífica herramienta amatoria que acababa de descubrir. Una vez más, me penetró muy despacio, los dos tumbados sobre la cama, uno sobre el otro. Intentaba apretar el esfínter para asfixiar su rabo dentro de mí, tal y como me había enseñado mi amante de las frutas. Quería que disfrutase tanto que apunto estuve de estrujárselo. Sus huevos estimulaban mi entrada con sus golpecitos mientras David, recostado sobre mí, me besaba por todas partes. Yo giraba mi cabeza para intentar buscar su boca y, una vez más, nuestras lenguas se enzarzaban en la danza del sexo.

Mi nuevo amante me hizo ahora tumbar boca arriba y, echándose sobre mí, agarró los dos miembros y empezó a moverlos al tiempo. Sus manos agarraban nuestro deseo, que subía y bajaba al ritmo que él marcaba. Mis ojos no se cerraron en ningún momento. No quería perder detalle, quería grabar todas y cada una de las caras de placer del hombre al que hacía un rato había salvado la vida y me había regalado un trozo de tarta como recompensa. Nos corrimos a la vez, lo que hacía mucho tiempo que no me pasaba. Cuando follaba con mis clientes no me corría nunca porque no sabía si inmediatamente después iba a aparecer otro cliente y debía estar preparado. Siempre tuve facilidad para mantener la polla dura durante el polvo pero había veces en las que tenía que estar realmente concentrado porque el individuo que me había contratado era justo la antítesis de lo que me gustaba.

Su leche y la mía se mezclaron sobre mi estómago mientras nos besábamos. Luego, con la mano, la extendió por todo mi cuerpo.

Nos metimos en la ducha y repetimos. Sentir cómo me follaba mientras caía el agua caliente sobre mi piel fue una gozada. Después me lavó de forma cariñosa, como suelen hacer las parejas. Me enjabonó y me enjuagó, pero sin parar de darme besos. Yo estaba encantado, nunca había recibido tanto afecto de una persona, ni siquiera de Mustafá en su primera época. Estábamos faltos de cariño y eso nos unió.

—Aquí tienes el dinero —me dijo.

—No lo quiero.

—¿Por qué no? Es tuyo, te lo has ganado.

—Te repito que no lo quiero.

—Pero es lo justo.

—Yo con mis clientes follo, contigo he hecho el amor —le dije. David se puso rojo y me volvió a besar.

—Me encantaría que pasases la noche aquí —me susurró al oído.

Nos acostamos desnudos en su cama, abrazados, hasta que él se quedó dormido, y yo, permanecí ahí, mirándolo.

DIECISÉIS

El tiempo pasa deprisa, sin apenas darnos cuenta. Arrancamos las hojas del calendario con la certeza de que después del verano llega el otoño y luego el invierno. David y yo nos habíamos hecho inseparables. Aquella noche en la que se cruzaron nuestros destinos fue el comienzo de algo que nunca podré olvidar, a pesar de que hoy en día conozco el final de aquella historia. El tiempo que estuvimos juntos fuimos felices, creo. No sé si David llegó a estar realmente enamorado de mí en algún momento o si simplemente estaba conmigo para sentirse querido, le aterrorizaba la soledad, no soportaba estar solo. El primer día, cuando me quedé allí a dormir, me quedé también a vivir. Ahora que ha pasado el tiempo, que todo lo cura, puedo ser objetivo con aquella relación y, aunque fue algo precioso y que disfruté enormemente, hoy me doy cuenta de que tanto él como yo nos utilizábamos el uno al otro. Ambos queríamos que nos quisiesen y, como no encontrábamos a nadie que lo hiciera en la medida que lo necesitábamos, nos juramos amor eterno. Yo a él y él a mí. Yo necesitaba un hogar donde vivir y él alguien que le ayudase en su pastelería así que, vivir juntos y dejar la calle fueron uno. Incluso me ayudó a solicitar mis papeles para no ser ilegal. Le debo mucho y, aunque el final no fue como esperaba, siempre le llevaré en mi corazón. A veces me acuerdo de él, me pregunto qué será de su vida. Estoy seguro de que algún día, cuando reúna el valor suficiente, me presentaré en su pastelería para comprar una bamba de nata, y espero que se le alegren los ojos y salga a abrazarme y todo vuelva a ser como antes. No me sentiré tranquilo hasta que pueda decirle cuánto le quise y lo que supuso en mi vida. Puede que haya pasado el tiempo pero hay que ser agradecido y necesito contarle lo que aún llevo dentro.

—Hola cariño —le dije al entrar.

—Llegas tarde, ¿de dónde vienes? —preguntó David.

—Ayúdame, que vengo cargado.

—¿Qué es esto?

—Es que me he pasado a recoger el pedido de la harina.

—Genial, espera que te ayudo.

—Gracias.

—Vaya bíceps que se te están poniendo de levantar sacos —comentó David mientras me tocaba los brazos.

—¿Te gustan?

—¿Tú que crees?

—A mí me gustan tus labios, tan ricos… —le dije mientras los besaba con esmero.

—Me encanta como besas.

—Y a mí me encanta que te encante. ¿Qué son todas esas tartas? —pregunté.

—Es un encargo para mañana, me las ha pedido el restaurante de doña Milagros.

—¡Qué bien! Voy a ponerme el uniforme.

—¿Adonde vas?

—Al baño a cambiarme.

—¿Y por qué no lo haces aquí? ¿Te has vuelto tímido de repente?

Una de las cosas que más me gustaban de David era que es tan morboso como yo. Me quité la camiseta, se acercó y me dio un besito en cada pezón. Sus labios tenían la virtud de poner duras todas las partes de mi cuerpo. Me quité las zapatillas de deporte que llevaba y me di la vuelta para quitarme los vaqueros. Me los bajé muy despacio. Lo único que llevaba debajo era un suspensorio negro. Al agacharme le regalé una panorámica de mi culo, bien abierto. David no pudo evitar darme un tortazo. No sé qué tiene mi culo pero a él le encantaba. Era verlo y ponerse cachondo, dicho y hecho. Todavía no había terminado de bajarme el pantalón y ya estaba verraco perdido.

—Mira cómo me pones cabrón —me dijo agarrándose el enorme bulto que le había crecido.

—Yo tampoco me quedo atrás —le respondí dándome la vuelta para que apreciase mi erección.

—Me pasaría la vida follando contigo.

—¿Vas a follarme aquí?

—De esta no te salvas.

Me agarró del pelo y atrajo mi boca hacia la suya. Comenzamos a besarnos. Su barba de dos días me hacía cosquillas. Me gustaba sentir su roce. Sus labios mordisqueaban los míos. Dábamos vueltas enganchados y estábamos tan metidos en lo nuestro que nos caímos encima de las tartas. El frío de la nata sobre nuestros calientes cuerpos hizo que nos subiese un poco más la temperatura. Extendimos la crema pastelera por nuestro cuerpo. Luego, nuestras bocas intentaban limpiarla. Comenzó así una verdadera batalla campal donde los pasteles volaban y nuestros cuerpos eran dianas a las que apuntar. Objetivo: pringarnos. Entre risas nos embadurnamos con las tartas que mi novio había estado haciendo toda la noche. Mi piel café con leche pasó a ser blanca y la sensación de tener todo el cuerpo lleno de nata fue como cuando mi tío me embadurnó de barro. Cada caricia era blanca, cada beso también.

Tumbados en el suelo hicimos un fantástico sesenta y nueve. A él le fascinaba la idea de que nos pudiésemos comer la polla los dos a la vez. Como ya he dicho en alguna ocasión el olor y el sabor de este hombre me volvían absolutamente loco y encendía dentro de mí un fuego interno que era muy difícil de apagar. Sentir ese mismo sabor, camuflado por el dulce del pastel me hizo disfrutar aún más de aquella mamada. Chupaba como si me fuese la vida en ello. Como un diabético que necesita su dosis de insulina para seguir viviendo, eso era su rabo para mí. Hay gente que se engancha al
poppers
o a cualquier otra droga, yo estaba totalmente en ganchado al nabo de mi novio. Necesitaba mi dosis diaria porque estar con el mono era brutal. David lo sabía y trataba de administrarme el tratamiento todos los días y había veces en las que incluso me lo daba más de un vez.

Me obligó a colocarme a cuatro patas y con su propio pulgar me introdujo toda la nata que mi recto fue capaz de albergar para después, con su lengua, volver a extraerla y saborearla. Su lengua buscaba y rebuscaba entre mis entrañas aquel dulce sabor del que me había impregnado. La textura de aquella delicia era espesa y sentir cómo la despegaba de las paredes de mi ojete me llevó al cielo.

—Follame, folíame por favor —me oí gritarle, porque ya no podía aguantar más.

—Ahora verás lo que es bueno.

Yo seguía tumbado en el suelo, con mi manga pastelera a punto de derramarse. David me subió las piernas hasta que las apoyó en la mesa que tenía detrás. Mi columna estaba totalmente doblada, por un segundo creí que iba a romperse. Se sentó encima de mis cachetes y me metió aquella dulce herramienta, con crema y todo. Estando en aquella postura una antigua idea volvió a mi cabeza. Abrí la boca todo lo que pude y mi amante me ayudó a que llegase a chupármela. Sólo fue la punta pero sentir tu propia polla danzando en tu boca mientras tienes la de tu novio está clavada en el culo es un placer que todo el mundo debería experimentar. Dicen que el que no conoce algo no puede sufrir por ello. Yo, después de conocerlo, no puedo vivir sin ello. La nata de la que estaba impregnado aquel enorme bizcocho que entraba y salía de mi culo dificultaba un poco la tarea así que él lo hacía muy despacio. Tanto, que apunto estuve de desesperarme. Necesitaba fuerza, necesitaba caña y David lo veía en mis ojos, así que comenzó a dármela. Con una mano golpeaba mis cachetes, con la otra me sobaba los huevos o jugaba con sus pezones. Yo, mientras tanto, seguía regalándome aquella autofelación que me estaba llevando al éxtasis puro y duro. No sabía qué me gustaba más, si estar chupándome mi propio nardo o que él me estuviese clavando el suyo de esa forma. Es difícil de explicar porque son sensaciones complementarias.

Con el paso del tiempo, sólo con mirarnos a los ojos sabíamos cuándo nos íbamos a correr, así que, en el momento preciso, me metió su polla también en la boca. Mi espalda rota y mi boca llena. Dos enormes miembros dulces como el merengue restregándose uno contra otro mientras mi lengua los enroscaba cual prisioneros de guerra. David comenzó a gritar, yo también. Abrí la boca y aquella marea blanca se derramó sobre mí. Mi cara y mi boca llenas de la leche que ambos habíamos expulsado. Una vez nos corrimos, volví a tumbarme en el suelo para descansar la espalda. Con mi lengua intentaba rescatar aquellos chorros.

—No seas egoísta, hay que compartir —me dijo David mientras se tumbaba encima de mí y comenzaba a besarme y lamerme la cara—, yo también quiero leche.

Mi lengua se hizo suya y a punto estuvimos de hacernos un nudo. Saborear su leche y su saliva junto a la mía, tan sólo ese pequeño instante, valió la pena, tanto como para volver a estar toda la noche haciendo las tartas que nos habíamos follado.

DIECISIETE

La diosa Fortuna es puñetera y a mí tanta felicidad me extrañaba, no estaba acostumbrado. Toda mi puta vida habían estado pasandome cosas que me acababan jodiendo y, cuando alguien venía y me rescataba, como mi tío, resulta que es un cabrón y me muele a palos. Me escapo y, después de pasar las penurias que tuve que pasar de pegarme días sin comer, durmiendo en la calle, prostituyéndome por dos duros, viviendo la humillación constante y diaria de mano de desalmados que piensan que porque pagan tienen todo el derecho sobre ti, encuentro a una persona con la que era feliz. Pero todo vuelve a estropearse. Me sentía como el arbolito que, al crecer, tienen que ponerle una vara para que no se tuerza y crezca derecho. Yo era como un arbolito de esos, pero a mí alguien había olvidado ponerme la vara, por eso todo me salía torcido. No había solución, tal vez fuese cosa del destino. El tiempo que estuve con David, que fue bastante más de un año, fue maravilloso. Tanto que durante mucho tiempo no volví a recordar aquella triste canción de la infancia. Junto a él me sentía realizado. Tenía una casa, un trabajo, había comenzado a legalizar mi situación, tenía alguien que me quería por lo que yo era, tenía un novio, un hogar, una familia pero… desafortunadamente, todo llega a su fin y el nuestro estaba cerca, como si nuestra película, la que contaba lo felices que éramos, estuviese a punto de terminar. Cuando lo hiciese se encenderían las luces y la gente se iría de la sala pero nadie se preocuparía realmente de lo que había visto.

Un día, el fatídico día en que todo acabó, me despertaron unos golpes en la puerta. David estaba trabajando y yo debía hacer el turno de tarde. Me levanté con la sábana en la cintura para tapar mi desnudez. Cual sería mi sorpresa al encontrarme esperando al otro lado de la puerta, a la mismísima policía.

—¿Khaló Alí?

—Sí, soy yo.

—Queda arrestado por el asesinato de Mustafá Alí.

—¿Qué? ¿Asesinato?

—Tiene derecho a permanecer en silencio, cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en su contra. Tiene derecho a un abogado. Si no puede permitirse uno, se le asignará uno de oficio —me decía mientras se metieron en mi casa, cerraron la puerta y me enseñaron brevemente la placa. Tan brevemente que, si me hubiesen enseñado el carné de la biblioteca municipal, me lo habría creído también.

—Pero no puede ser… ¿Mi tío está muerto?

—Vamos, no se haga el asombrado.

—No sabía nada, lo juro.

—Jura lo que quieras, pero hace tiempo que te estamos siguiendo la pista.

—¿A mí?

—Usted es el principal sospechoso.

—No puede ser, cuando yo me escapé él estaba vivo.

—¿Entonces por qué se escapó?

—Porque me daba unas palizas de muerte y me obligaba a prostituirme —grité.

—Morito no te exaltes, a mí me hablas relajadito, ¿vale? —dijo el agente Mulleras.

—Tienen que creerme, yo no le haría daño ni a una mosca.

—Sí, eso es lo que dicen todos. García, espóselo a esa silla —ordenó Mulleras.

Dicho y hecho. Aquellos dos policías me miraban con cara de vicio y odio. Estaba claro que no les apetecía nada tener que investigar aquel caso y menos mojarse el culo por un moro ilegal que estaba arreglando sus papeles. El agente García fue al coche patrulla a comunicar que me habían pescado. Yo me quedé solo, esposado a una silla, con un policía que no paraba de tocarse el paquete. De un tirón me arrancó las sábanas que tapaban mi cuerpo. Hizo algún comentario de sorpresa con respecto al tamaño de mi rabo, luego me preguntó si quería que compitiésemos y, para que le terminara de crecer, me obligó a comérselo entero. Era una polla enorme y gorda de más de veinte centímetros. La comisura de mis labios parecía que iba a rajarse. Aquel chuletón lleno de venas no paraba de crecer y, cuando empecé a sentir su glande juguetear con mi campanilla, noté que su mano me empezaba a masturbar.

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