Eternidad (39 page)

Read Eternidad Online

Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Eternidad
8.75Mb size Format: txt, pdf, ePub

No se le concedía acceso a ninguna Memoria de Ciudad, así que no podía hablar con Tapi, que nacería en cualquier momento. No le habían permitido hablar con Korzenowski ni con Olmy. Ambos se comportaban estupendamente, le habían dicho, y colaboraban plenamente con el esfuerzo de Emergencia.

Ella se había negado a colaborar. Ram Kikura tenía sus propios límites, y no tenía la menor intención de rebasarlos.

En Nueva Zelanda tuvieron un tiempo encantador por primavera y además el espectáculo de los corderos. Lanier cuidaba su propio rebaño de ovejas de cara negra. Karen ayudaba cuando no estaba sumida en la depresión. No se sentía bien sin poder trabajar, encerrada en su casa y en el valle.

Trabajaban juntos, pero mantenían las distancias. Lanier había perdido todo el entusiasmo que Mirsky había encendido en él. No sabía qué sucedería a continuación. No le importaba demasiado.

A su modo, había adorado al Hexamon y todo lo que representaba. En los últimos años, había visto desde lejos el carácter cambiante de los distritos orbitales, las arenas movedizas de la política del Hexamon. Ahora, perdido en sus propias necesidades y lamentaciones, el mismo Hexamon que había trabajado para salvar la Tierra lo había traicionado, y había traicionado a Karen. Había traicionado a la Tierra.

La Recuperación de la Tierra aún no estaba terminada.

Tal vez no se completara nunca, a pesar de los mensajes tranquilizadores que todas las noches se emitían a todo el mundo desde los cuerpos orbitales. Estas emisiones le resultaban estimulantes, claras, gratas e informativas, y día a día educaban a la Tierra sobre el proceso de la reapertura.

De vez en cuando, Lanier oía hablar de campañas de Recuperación que continuaban sin mayor entusiasmo.

Se sentía viejo de nuevo, y parecía más viejo.

De noche, sentado en el porche, escuchaba la fresca brisa nocturna que soplaba entre los matorrales y se sumía en tortuosas divagaciones.

Soy sólo un ser humano, se decía. Es lógico que me marchite como una hoja en un árbol. Ahora estoy fuera de lugar. Estoy acabado. Odio esta época, y no envidio a los que
nacen.

Tal vez lo peor de todo era que por un breve instante había vuelto a sentir la vieja chispa. Con Mirsky había pensado en luchar por el bien, había tenido la esperanza de encontrarse ante un agente más poderoso y sabio que todos ellos.

Pero Mirsky se había ido.

Nadie lo había visto desde hacía meses.

Lanier trató de levantarse de la silla para ir a dormir y olvidarse un rato de aquellos pensamientos tan dolorosos. Apoyó las manos en la madera y movió la espalda, pero no pudo levantarse. Era como si tuviera los pantalones pegados a la silla. Intrigado, se ladeó. Algo estalló en silencio. Una bola de oscuridad creció junto a sus ojos y su cabeza se volvió enorme.

La bola de oscuridad se estabilizó y se convirtió en un gran túnel. Lanier se aferró a los brazos de la silla, pero no pudo incorporarse.

—¡Oh Dios mío! —dijo.

Tenía los labios insensibles, como de goma. Se le derramaba tinta por la cabeza. Todos sus recuerdos se cerraban con rítmicos portazos. Karen no estaba con él. Así se había ido su padre, siendo más joven que él. Ningún dolor, sólo una súbita anulación.

—¡Oh, Dios mío.

El túnel se ensanchaba, lleno de luz irisada.

46
Thistledown

Sesenta metros bajo el perímetro externo del casquete sur de la séptima cámara había siete generadores, conectados por siete pozos de vacío puro a la maquinaria de la sexta cámara. Los generadores no tenían partes móviles y no utilizaban electrones ni campos magnéticos; su funcionamiento se basaba en principios mucho más sutiles, principios desarrollados por Korzenowski a partir de razonamientos matemáticos iniciados por Patricia Luisa Vasquez a fines del siglo XX.

Aquellos siete generadores habían creado las tensiones espaciotemporales que habían dado como resultado la Vía. No se habían usado desde hacía cuatro décadas, pero estaban en buenas condiciones; los pozos de vacío todavía funcionaban y estaban libres de materia o energía relacionada con el tiempo, ese enigmático subproducto de la interacción entre universos.

En el agujero que conducía a la séptima cámara se había construido una cabina de observación, y el pozo de vacío se había presurizado con aire. Ahora la cabina estaba llena de equipos de seguimiento; gigantescas esferas rojas, tachonadas de cubos plateados y grises del tamaño de la cabeza de un hombre, se desplazaban en silencio, esquivando a sus amos humanos cuando sus complejas sendas se cruzaban.

Korzenowski flotaba en el sitio donde había estado la singularidad de la Vía, girando como un trompo lento. La brisa fresca de la cabina le erizaba el vello gris de las manos. Con ojos gatunos observaba la construcción en el casquete sur de la séptima cámara, que se extendía en un radio de kilómetro, desde el conducto; enormes anillos negros concéntricos de estimuladores de partículas virtuales y sus depósitos de metal de tritio estabilizado mediante gravitones. No se pondrían en marcha hasta después de la apertura de la Vía; los estimuladores se podrían usar como armas, y eran capaces de limpiar varios centenares de kilómetros de Vía, para proporcionar al Hexamon su primera «cabeza de playa», si hacía falta. Pronto instalarían escudos de tracción para concentrar el chorro de materia que los estimuladores podían crear a lo largo de la senda de los haces estimuladores.

Arma temible, defensas temibles.

Oponentes temibles.

Durante su tiempo de descanso, Korzenowski divagaba. Usaba sus dos horas diarias de inactividad para poner en perspectiva los acontecimientos de los últimos meses. Salvo por él y las máquinas, la cabina estaba desierta.

Dos semanas más y los generadores de la Vía estarían preparados para las pruebas. Se crearían universos virtuales de dimensiones fracciónales —continuos de realidad casi abstracta— en configuraciones deliberadamente inestables. El cielo nocturno de la Tierra herviría con sus muertes, mientras partículas y radiaciones desconocidas en este continuo —o en cualquier continuo estable— trazaban sus huellas en el vacío.

A las tres semanas, si las primeras pruebas salían bien, Korzenowski ordenaría la creación de un universo toroidal independiente y estable. Luego lo desmantelaría y observaría cómo se disipaba; su manera de morir le daría pistas sobre el estado y la posición superespecial de la terminal sellada de la Vía.

Durante los meses siguientes procurarían «pescar» esa terminal. Se generaría un universo virtual temporal del tamaño y la forma de la Vía, pero de longitud finita, y sería incluido a fusionarse con la terminal y crear un atractivo puente entre los generadores y su progenie ahora independiente.

Ramón Rita Tiempos de Los Ángeles.

Korzenowski cerró los ojos y frunció el entrecejo. Conocía el origen y el significado de esas interrupciones cada vez más frecuentes.

Cuando el misterio de Patricia Vasquez había sido transferido a sus parciales ensamblados, para vincularlos y darles un núcleo, también habían sido transferidos la memoria y la voluntad. Teóricamente era improbable, pero Vasquez estaba profundamente alterada y Korzenowski inusitadamente destrozado; no había sido un modelo de manual para el proceso de transferencia.

No combatió los impulsos. Por el momento no obraban contra sus deseos, y no lo perturbaban demasiado. Pero pronto vendría el enfrentamiento. Tendría que someterse a una reestructuración importante de la personalidad.

Aquello era arriesgado y ahora no podía correr riesgos, pues él era crucial para el proyecto del Hexamon.

Eso es
, se dijo al cabo de varios minutos.
Sosiego. Paz. Integración.

—Konrad —dijo una voz desde la entrada de la cabina.

Korzenowski hizo una mueca y se volvió. Era Olmy. Hacía semanas que no hablaban. Extendió los brazos y desaceleró su movimiento de precesión, luego se alejó del centro.

Pictografiaron saludos íntimos y se abrazaron en gravedad cero.

—Amigo mío —dijo Korzenowski.

—Te he molestado en tu tiempo libre —dijo Olmy, pictografiando una preocupación amistosa.

—Sí, pero no importa. Me alegro de verte.

—¿Te has enterado?

—¿De qué?

—Garry Lanier ha sufrido una hemorragia cerebral masiva.

—No estaba protegido. —Korzenowski palideció—. ¿Está... muerto?

—Casi. Karen lo descubrió pocos segundos después y llamó de inmediato a Christchurch.

—¡Su maldito orgullo de viejo nativo! —exclamó Korzenowski. La furia no era sólo suya.

—Lo atendieron al cabo de diez minutos. Está vivo, pero necesita reconstrucción. Tiene el cerebro muy dañado.

Korzenowski cerró los ojos y sacudió la cabeza. No aprobaba la medicación forzada, pero dadas las circunstancias dudaba que el Hexamon le dejara a Lanier otra elección.

—Ellos le hicieron esto —dijo amargamente—. Todos somos cómplices de ello.

—Hay muchos culpables —dijo Olmy—. Si Karen accede a la reconstrucción, la mayor parte del daño puede repararse. Pero necesitará asistencia médica y él siempre se ha negado a aceptarla.

—¿Se lo has contado a Ram Kikura? Olmy negó con la cabeza.

—Está bajo arresto domiciliario, incomunicada. Además, yo también estoy bastante vigilado.

—Y yo. Pero cuento con margen suficiente como para llegar hasta algunas personas influyentes.

—Te lo agradezco. Me temo que mi posición política es incierta en este momento.

—¿Porqué?

—Me he negado a tomar el mando del Proyecto de Defensa de Emergencia.

—Tú serías la mejor opción. ¿Por qué te has negado?

Olmy sonrió y movió la cabeza.

Korzenowski, escrutándole los ojos, sintió un cosquilleo de empatía.
Él tampoco está solo.
Pero no sabía por qué tenía esa sensación, ni qué implicaba.

—Te lo explicaré después. Ahora no es el momento. Pero creo que seré difícil de encontrar durante una temporada. —Olmy pictografió el último mensaje en haz estrecho, para que sólo Korzenowski pudiera recibirlo—. Si necesitas contarme algo, por favor...

Korzenowski examinó a Olmy un momento, luego pictografió:

—Me sentiré muy solo sin tu compañía... y sin la de Garry y Ram Kikura.

Olmy asintió comprensivamente.

—Tal vez todos volvamos a encontrarnos, Estrella, Hado y Pneuma mediante.

Regresó lentamente a la entrada.

Korzenowski flotó nuevamente a solas, rodeado por máquinas giratorias, esferas rojas y cubos grises.
Ahora no tiene sentido tratar de descansar
, se dijo, y volvió al trabajo.

47
Tierra

Lanier luchaba aferrado al borde de un pozo. Cada vez que aflojaba las manos y esperaba la caída, alguien lo sostenía. No podía morir. Comenzó a molestarle que lo salvaran. Mientras estuviera vivo, estaba condenado a tener aquel sabor agrio en la boca, y a sentir aquel revoltijo constante en el estómago y las entrañas. En un momento de lucidez, trató de recordar quién era, pero no pudo.

La luz estalló a su alrededor. Parecía bañado en una gloria sobrenatural. En el mismo momento, sintió un cosquilleo en la mente. Y oyó las primeras palabras claras en mucho tiempo.

—Hemos hecho todo lo que podíamos sin reconstrucción. Caviló sobre aquellas palabras, tan familiares pero tan extrañas.

—Él no querría eso. Karen.

—Entonces no podemos hacer más.

—¿Recobrará la conciencia?

—Ahora está consciente, en cierto modo. Quizá nos esté escuchando.

—¿Puede hablar?

—No lo sé. Haz la prueba.

—¿Garry? ¿Puedes oírme?

Sí, ¿por qué no me dejas morir Karen? No hay «trabajo que hacer».

—¿Garry? ¿Qué trabajo? ¿Ha concluido la Recuperación?

—¿... concluido la Recuperación?

»Garry, has estado muy enfermo. ¿Puedes oírme?

—Sí.

—No puedo dejarte morir. Llamé al centro médico del Hexamon en Christchurch. Han hecho todo lo posible por ahora.

No podía ver, no distinguía si tenía los ojos abiertos o cerrados, la gloria se había esfumado convertida en una penumbra marrón.

—No les dejes.

—¿Qué?

—No les dejes.

—Garry, dime qué debo hacer.

Ella hablaba en chino. Parecía muy desdichada. Él la estaba haciendo desdichada.

—¿Qué es reconstrucción?

Intervino otra voz, hablando en inglés.

—Ser Lanier, no puedes recobrarte plenamente sin reconstrucción. Enviamos dispositivos médicos diminutos a tu cerebro y ayudan a reparar el tejido nervioso.

—No quiero un cuerpo nuevo.

—Tu cuerpo está bien. Es tu cerebro lo que está dañado.

—No quiero privilegios.

—¿A qué se refiere? —le preguntó la voz a alguien más.

—No quiere atención médica privilegiada —respondió Karen.

—Ser Lanier, esto es un procedimiento estándar. —La voz se dirigió a otra persona, tal vez a Karen—. ¿Quieres decir que se niega a la conservación por implantaciones?

—Siempre lo ha hecho.

—No se trata de eso, ser. Medicina directa. Antes no rechazaste la asistencia médica.
No, no lo hice. Larga vida.

—Aunque si hubieras venido a Christchurch, te habríamos avisado de que esto estaba a punto de suceder. Pudiste haberlo evitado.

—¿Sois de los cuerpos orbitales? —preguntó Lanier. Abrió los ojos; sintió que los párpados se abrían, pero aún no veía nada.

—Me eduqué allí, ser. Pero nací y me crié en Melbourne. ¿Notas el acento?

Sí, ahora notaba el acento australiano.

—De acuerdo —dijo.

¿Tenía opción? ¿Tenía demasiado miedo de morir, a fin de cuentas? Apenas podía pensar, y mucho menos pensar con claridad. Pero no quería ser responsable del dolor de Karen.

Karen lloraba a lo lejos. Los sonidos cesaron y la penumbra se convirtió en negrura. Antes de perder totalmente la conciencia, oyó otra voz, esta vez con acento ruso.

—Garry. Viene más ayuda. ¡Recóbrate, amigo mío!
Mirsky.

48
Thistledown

Olmy había decidido desaparecer cuando fue evidente que le ofrecerían un puesto de mando. Corría más riesgos de los que podía asumir albergando al jart y estando en el centro de las actividades más delicadas del Hexamon.

Después de hablar con Korzenowski, regresó a su apartamento bajo las cámaras del Nexo, luego a su viejo apartamento de Alexandria, y borró todos los rastros. Luego se preparó para desactivar su enlace con la biblioteca. Titubeó. Antes de cortar todos los lazos, le quedaba un deber por cumplir. Llamó a su rastreador favorito y le preguntó el paradero de su hijo.

Other books

Snow Garden by Rachel Joyce
2008 - The Consequences of Love. by Sulaiman Addonia, Prefers to remain anonymous
Paid Servant by E. R. Braithwaite
The Memory Thief by Rachel Keener
A Different Flesh by Harry Turtledove
The Kimota Anthology by Stephen Laws, Stephen Gallagher, Neal Asher, William Meikle, Mark Chadbourn, Mark Morris, Steve Lockley, Peter Crowther, Paul Finch, Graeme Hurry
Contaminated by Em Garner