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Authors: Félix María Samaniego

Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía

Fábulas morales (11 page)

BOOK: Fábulas morales
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«En todos mis contratos he logrado,

no lo niego, ganancia muy segura;

trabajé en calcular mis intereses:

aumenté mi caudal en pocos meses,

más por felicidad que por usura.

Sin rencor ni malicia

hice que a mi deudor pusiesen preso:

murió pobre en la cárcel, lo confieso;

mas, en fin, es un hecho de justicia.

Si por cierto instrumento

reduje una familia muy honrada

a pobreza extremada,

algún día leerán mi testamento.

Entonces, muerto yo, se hará patente,

en la tierra lo mismo que en el cielo,

para alivio de pobres y consuelo,

mi caridad ardiente.»

Una Visión se acerca y dice: «Hermano,

la esperanza condeno

del que aguarda a morir para ser bueno.

Una acción de piedad está en tu mano:

Tus prójimos, según sus oraciones,

están necesitados:

Para ser remediados

han menester siquiera cien doblones.»

«¡Cien doblones! No es nada.

¿y si, porque dios quiera, no me muero,

y después me hace falta ese dinero,

sería caridad bien ordenada?»

«Avaro, ¿te resistes? Pues al cabo

te anuncio que tu muerte está cercana.»

«¿Me muero? Pues que esperen a mañana.»

La Visión se volvió sin un ochavo.

FÁBULA VIII

El Camello y la Pulga

Al que ostenta valimiento

cuando su poder es tal,

que ni influye en bien ni en mal,

le quiero contar un cuento.

En una larga jornada

un Camello muy cargado

exclamó, ya fatigado:

«¡Oh, qué carga tan pesada!»

Doña Pulga, que montada

iba sobre él, al instante

se apea, y dice arrogante:

«Del peso te libro yo.»

El Camello respondió:

«Gracias, señor elefante.»

FÁBULA IX

El Cerdo, el Carnero y la Cabra

Poco antes de morir el corderillo

lame alegre la mano y el cuchillo

que han de ser de su muerte el instrumento,

y es feliz hasta el último momento.

Así, cuando es el mal inevitable,

es quien menos prevé más envidiable.

Bien oportunamente mi memoria

me presenta al Lechón de cierta historia.

Al mercado llevaba un carretero

un Marrano, una Cabra y un Carnero.

Con perdón, el Cochino

clamaba sin cesar en el camino:

«¡Ésta sí que es miseria!

Perdido soy, me llevan a la feria.»

Así gritaba; mas ¡con qué gruñidos!

No dio en su esclavitud tales gemidos

Hécuba la infelice.

El carretero al gruñidor le dice:

«¿No miras al Carnero y a la Cabra,

que vienen sin hablar una palabra?»

«¡Ay, señor, le responde, ya lo veo!

Son tontos y no piensan.

Yo preveo Nuestra muerte cercana.

A los dos por la leche y por la lana

quizá no matarán tan prontamente;

Pero a mí, que soy bueno solamente

para pasto del hombre… no lo dudo:

Mañana comerán de mi menudo.

Adiós, pocilga; adiós, gamella mía.»

Sutilmente su muerte preveía.

Mas ¿qué lograba el pensador Marrano?

Nada, sino sentirla de antemano.

El dolor ni los ayes es seguro

que no remediarán el mal futuro.

FÁBULA X

El León, el Tigre y el Caminante

Entre sus fieras garras oprimía

un Tigre a un Caminante.

A los tristes quejidos al instante

un León acudió: con bizarría

lucha, vence a la fiera, y lleva al hombre

a su regia caverna. «Toma aliento,

le decía el león; nada te asombre;

soy tu libertador; estáme atento.

¿Habrá bestia sañuda y enemiga

que se atreva a mi fuerza incomparable?

Tú puedes responder, o que lo diga

esa pintada fiera despreciable.

Yo, yo solo, monarca poderoso;

domino en todo el bosque dilatado.

¡Cuántas veces la onza y aun el oso

con su sangre el tributo me han pagado!

Los despojos de pieles y cabezas,

los huesos que blanquean este piso

dan el más claro aviso

de mi valor sin par y mis proezas.»

«Es verdad, dijo el hombre, soy testigo:

Los triunfos miro de tu fuerza airada,

contemplo a tu nación amedrentada;

al librarme venciste a mi enemigo.

En todo esto, señor, con tu licencia,

sólo es digna del trono tu clemencia.

Sé benéfico, amable,

en lugar de despótico tirano;

porque, señor, es llano

que el monarca será más venturoso

cuanto hiciere a su pueblo más dichoso.»

«Con razón has hablado;

y ya me causa pena

el haber yo buscado

mi propia gloria en la desdicha ajena.

En mis jóvenes años

el orgullo produjo mil errores,

que me los ha encubierto con engaños

una corte servil de aduladores.

Ellos me aseguraban de concierto

que por el mundo todo

no reinan los humanos de otro modo:

tú lo sabrás mejor; dime, ¿y es cierto?»

FÁBULA XI

La Muerte

Pensaba en elegir la reina Muerte

un ministro de Estado:

Le quería de suerte

que hiciese floreciente su reinado.

«El Tabardillo, Gota, Pulmonía

y todas las demás enfermedades,

yo conozco, decía,

que tienen excelentes calidades.

Mas ¿qué importa? La Peste, por ejemplo,

un ministro sería sin segundo;

pero ya por inútil la contemplo,

habiendo tanto médico en el mundo.

Uno de éstos elijo… Mas no quiero,

que están muy bien premiados sus servicios

sin otra recompensa que el dinero.»

Pretendieron la plaza algunos vicios,

alegando en su abono mil razones.

Consideró la Reina su importancia,

y después de maduras reflexiones,

el empleo ocupó la Intemperancia.

FÁBULA XII

El Amor y la Locura

Habiendo la Locura

con el Amor reñido,

dejó ciego de un golpe

al miserable niño.

Venganza pide al cielo

Venus, mas ¡con qué gritos!

Era madre y esposa:

con esto queda dicho.

Queréllase a los dioses,

presentando a su hijo:

«¿De qué sirven las flechas,

de qué el arco a Cupido,

faltándole la vista

para asestar sus tiros?

Quítensele las alas

y aquel ardiente cirio,

Si a su luz ser no pueden

sus vuelos dirigidos.»

Atendiendo a que el ciego

siguiese su ejercicio,

y a que la delincuente

tuviese su castigo,

Júpiter, presidente

de la asamblea, dijo:

«Ordeno a la Locura,

desde este instante mismo,

que eternamente sea

de Amor el lazarillo.»

Libro séptimo

FÁBULA I

El Raposo enfermo

El tiempo, que consume de hora

en hora Los fuertes murallones elevados,

y lo mismo devora

montes agigantados,

a un Raposo quitó de día en día

dientes, fuerza, valor, salud; de suerte

que él mismo conocía

que se hallaba en las garras de la muerte.

Cercado de parientes y de amigos,

dijo en trémula voz y lastimera:

«!Oh vosotros, testigos

de mi hora postrera,

atentos escuchad un desengaño!

Mis ya pasadas culpas me atormentan,

ahora, conjuradas en mi daño,

¿No veis cómo a mi lado se presentan?

Mirad, mirad los gansos inocentes

con su sangre teñidos,

y los pavos en partes diferentes,

al furor de mis garras, divididos.

Apartad esas aves que aquí veo,

y me piden sus pollos devorados:

su infernal cacareo

me tiene los oídos penetrados.»

Los raposos le afirman con tristeza,

no sin lamerse labios y narices:

«Tienes debilitada la cabeza;

ni una pluma se ve de cuanto dices.

y bien lo puedes creer, que si se viese…»

«¡Oh glotones! callad; ya, ya os entiendo,

el enfermo exclamó; ¡si yo pudiese

corregir las costumbres cual pretendo!

¿No sentís que los gustos,

si son contra la paz de la conciencia,

se cambian en disgustos?

Tengo de esta verdad gran experiencia.

Expuestos a las trampas y a los perros,

matáis y perseguís a todo trapo,

en la aldea gallinas, y en los cerros

los inocentes lomos del gazapo.

Moderad, hijos míos, las pasiones;

observad vida quieta y arreglada,

y con buenas acciones

ganaréis opinión muy estimada.»

«Aunque nos convirtamos en corderos,

le respondió un oyente sentencioso,

otros han de robar los gallineros

a costa de la fama del Raposo.

Jamás se cobra la opinión perdida:

esto es lo uno. A más, ¿usted pretende

que mudemos de vida?

Quien malas mañas ha… ya usted me entiende.»

«Sin embargo, hermanito, crea, crea…

el enfermo le dijo. Mas ¡qué siento!…

¿No oís que una gallina cacarea?

Esto sí que no es cuento.»

Adiós, sermón; escápase la gente.

El enfermo orador esfuerza el grito:

«¿Os vais, hermanos? Pues tened presente

que no me haría daño algún pollito.»

FÁBULA II

Las exequias de la Leona

En su regia caverna, inconsolable

el rey león yacía,

porque en el mismo día

murió ¡cruel dolor! su esposa amable.

A palacio la corte toda llega,

y en fúnebre aparato se congrega.

En la cóncava gruta resonaba

del triste rey el doloroso llanto;

allí los cortesanos entre tanto

también gemían porque el rey lloraba;

que si el viudo monarca se riera,

la corte lisonjera

trocara en risa el lamentable paso.

Perdone la difunta: voy al caso.

Entre tanto sollozo

el ciervo no lloraba, yo lo creo;

porque, lleno de gozo,

miraba ya cumplido su deseo.

La tal reina le había devorado

un hijo y la mujer al desdichado.

El ciervo, en fin, no llora;

el concurso lo advierte:

el monarca lo sabe, y en la hora

ordena con furor darle la muerte.

«¿Cómo podré llorar, el ciervo dijo,

si apenas puedo hablar de regocijo?

Ya disfruta, gran rey, más venturosa,

los Elíseos Campos vuestra esposa:

me lo ha revelado, a la venida,

muy cerca de la gruta aparecida.

Me mandó lo callase algún momento,

porque gusta mostréis el sentimiento.»

Dijo así; y el concurso cortesano

aclamó por milagro la patraña.

El ciervo consiguió que el soberano

cambiase en amistad su fiera saña.

Los que en la indignación han incurrido

de los grandes señores

a veces su favor han conseguido

con ser aduladores.

Mas no por esto advierto

que el medio sea justo; pues es cierto

que a más príncipes vicia

la adulación servil que la malicia.

FÁBULA III

El Poeta y la Rosa

Una fresca mañana,

en el florido campo

un Poeta buscaba

las delicias de mayo.

Al peso de las flores

se inclinaban los ramos,

como para ofrecerse

al huésped solitario.

Una Rosa lozana,

movida al aire blando,

le llama, y él se acerca;

la toma, y dice ufano:

«Quiero, Rosa, que vayas

no más que por un rato

a que la hermosa Clori

te reciba en su mano.

Mas no, no, pobrecita;

que si vas a su lado,

tendrás de su hermosura

unos celos amargos.

Tu süave fragancia,

tu color delicado,

el verdor de tus hojas

y tus pimpollos caros

entre estas florecillas

pueden ser alabados;

mas junto a Clori bella,

es locura pensarlo.

Marchita, cabizbaja,

te irías deshojando,

hasta parar tu vida

en un desnudo cabo.»

La Rosa, que hasta entonces

no despegó sus labios,

le dijo, resentida:

«Poeta chabacano,

cuando a un héroe quieras

coronar con el lauro,

del jardín de sus hechos

has de cortar los ramos.

Por labrar su corona,

no es justo que tus manos

desnuden otras sienes

que la virtud y el mérito adornaron.
»

FÁBULA IV

El Búho y el Hombre

Vivía en un granero retirado

un reverendo Búho, dedicado

a sus meditaciones,

sin olvidar la caza de ratones.

Se dejaba ver poco, mas con arte:

al Gran Turco imitaba en esta parte.

el dueño del granero

por azar advirtió que en un madero

el pájaro nocturno

con gravedad estaba taciturno.

El Hombre le miraba y se reía;

«¡Qué carita de pascua! le decía;

¿Puede haber más ridículo visaje?

Vaya, que eres un raro personaje.

¿Por qué no has de vivir alegremente

con la pájara gente,

seguir desde la aurora

a la turba canora

de jilgueros, calandrias, ruiseñores,

por valles, fuentes, árboles y flores?»

«Piensas a lo vulgar, eres un necio,

dijo el solemne Búho con desprecio;

mira, mira, ignorante,

a la sabiduría en mi semblante:

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