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Authors: Félix María Samaniego

Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía

Fábulas morales (15 page)

BOOK: Fábulas morales
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después de algunos días de abstinencia.

Al fin, ya su señor, compadecido,

abre con sus amigos el encierro:

sale rabo entre piernas, agachado;

al amo se acercaba el pobre perro,

lamiéndose el hocico ensangrentado.

El dueño se alborota y enfurece

con tan fatales nuevas.

Yo le preguntaría: ¿Y qué merece

quien la virtud expone a tales pruebas?

FÁBULA XI

Los dos Cazadores

Que en una marcial función,

o cuando el caso lo pida,

arriesgue un hombre su vida,

digo que es mucha razón.

Pero el que por diversión

exponer su vida quiera

a juguete de una fiera

o peligros no menores,

sepa de dos Cazadores

una historia verdadera.

Pedro Ponce el valeroso

y Juan Carranza el prudente

vieron venir frente a frente

al lobo más horroroso.

El prudente, temeroso,

a una encina se abalanza,

y cual otro Sancho Panza,

en las ramas se salvó.

Pedro Ponce allí murió.

Imitemos a Carranza.

FÁBULA XII

El Gato y el Cazador

Cierto Gato, en poblado descontento,

por mejorar sin duda su destino

(que no sería Gato de convento),

pasó de ciudadano a campesino.

Metióse santamente

dentro de una covacha, mas no lejos

de un gran soto poblado de conejos.

Considere el lector piadosamente

si el novel ermitaño

probaría la yerba en todo el año.

Lo mejor de la caza devoraba,

haciendo mil excesos;

mas al fin, por el rastro que dejaba

de plumas y de huesos,

un Cazador lo advierte; le persigue,

arma trampas y redes con tal maña,

que al instante consigue

atrapar la carnívora alimaña.

Llégase el Cazador al prisionero;

quiere darle la muerte;

el animal le dice: «Caballero,

duélase de la suerte

de un triste pobrecito,

metido en la prisión, y sin delito.»

«¿Sin delito, me dices,

cuando sé que tus uñas y tus dientes

devoran infinitos inocentes?»

«Señor, eran conejos y perdices,

y yo no hacía más, a fe de Gato,

que lo que ustedes hacen en el plato.»

«Ea, pícaro, muere;

que tu mala razón no satisface.»

Conque, sea la cosa que se fuere,

¿la podrá usted hacer, si otro la hace?

FÁBULA XIII

El Pastor

Salicio usaba tañer

la zampoña todo el año,

y por oírle el rebaño,

se olvidaba de pacer.

Mejor sería romper

la zampoña al tal Salicio;

Porque, si causa perjuicio,

en lugar de utilidad,

la mayor habilidad,

en vez de virtud, es vicio.

FÁBULA XIV

El Tordo flautista

Era un gusto el oír, era un encanto,

a un Tordo gran flautista; pero tanto,

que en la gaita gallega,

o la pasión me ciega,

o a Misón le llevaba mil ventajas.

Cuando todas las aves se hacen rajas

saludando a la aurora,

y la turba confusa charladora

la canta sin compás y con destreza

todo cuanto la viene a la cabeza,

el flautista empezó: cesó el concierto;

Los pájaros con tanto pico abierto

oyeron en un tono soberano

las folias, la gaita y el villano.

Al escuchar las aves tales cosas,

quedaron admiradas y envidiosas.

Los jilgueros, preciados de cantores,

los vanos ruiseñores,

unos y otros corridos,

callan, entre las hojas escondidos.

Ufano el Tordo grita: «Camaradas,

ni saben ni sabrán estas tonadas

los pájaros ociosos,

sino los retirados estudiosos.

Sabed que con un hábil zapatero

estudié un año entero:

él dale que le das a sus zapatos,

y altemando, silbábamos a ratos.

En fin, viéndome diestro,

«vuela al campo», me dice mi maestro,

y harás ver a las aves, de mi parte,

lo que gana el ingenio con el arte».

FÁBULA XV

El Raposo y el Lobo

Un triste Raposo

por medio del llano

marchaba sin piernas,

cual otro soldado

que perdió las suyas

allá en Campo Santo.

Un Lobo le dijo:

«Hola, buen hermano,

diga, ¿en qué refriega

quedó tan lisiado?»

«¡Ay de mí! responde;

un maldito rastro

me llevó a una trampa,

donde por milagro,

dejando una pierna,

salí con trabajo.

Después de algún tiempo

iba yo cazando,

y en la trampa misma

dejé pierna y rabo.»

El Lobo le dice:

«Creíble es el caso.

yo estoy tuerto, cojo

y desorejado

por ciertos mastines,

guardas de un rebaño.

Soy de estas montañas

el Lobo decano;

y como conozco

las mañas de entrambos,

temo que acabemos,

no digo enmendados,

sino tú en la trampa,

y yo en el rebaño.»

¡Que el ciego apetito

pueda arrastrar tanto!

A los brutos pase.

¡Pero a los humanos!…

FÁBULA XVI

El ciudadano pastor

Cierto joven leía

en versos excelentes

las dulces pastorelas

con el mayor deleite.

Tenía la cabeza

llena de prados, fuentes,

pastores y zagalas,

zampoñas y rabeles.

Al fin, cierta mañana

prorrumpe de esta suerte:

«¡Yo he de estar prisionero,

cercado de paredes,

esclavo de los hombres

y sujeto a las leyes,

pudiendo entre pastores

grata y sencillamente

disfrutar desde ahora

la libertad campestre!

De la ciudad al bosque

me marcho para siempre.

Allí naturaleza

me brinda con sus bienes,

los árboles y ríos

con frutas y con peces,

los ganados y abejas

con la miel y la leche;

hasta las duras rocas

habitación me ofrecen

en grutas coronadas

de pámpanos silvestres.

Desde tan bella estancia,

¿Cuántas y cuántas veces,

al son de dulces flautas

y sonoros rabeles,

oiré a los pastores

que discretos contienden,

publicando en sus versos

amores inocentes?

Como que ya diviso

entre el ramaje verde

a la pastora Nise,

que al lado de una fuente,

sentada al pie de un olmo,

una guirnalda teje.

¿Si será para Mopso?»

Tanto el joven enciende

su loca fantasía,

que ya en fin se resuelve,

y en zagal disfrazado,

en los bosques se mete.

A un rabadán encuentra,

y le pregunta alegre:

«Dime, ¿es de Melibeo

ese ganado?
» «Miente,

que es mío; y sobre todo,

sea de quien se fuere.»

No respondió el buen hombre

muy poéticamente.

el joven, temeroso

de que tal vez le diese

con el fiero garrote

que por cayado tiene,

sin chistar más palabra,

huyó bonitamente.

Marchaba pensativo,

cuando quiso la suerte

que cogiendo bellotas

a la pastora viese.

«¡Oh Nise fementida!

exclama; ¡cuántas véces,

siendo niña, querías

que yo te recogiese

la fruta con rocío

de mis manzanos verdes!»

Diciendo así, se acerca,

la moza se revuelve,

y dándole un bufido,

en las breñas se mete.

Sorprendido el mancebo,

dice: «¿Qué me sucede?

¿Son éstos los pastores

discretos, inocentes,

que pintan los poetas

tan delicadamente?

A nuevos desengaños

ya no quiero exponerme.»

Rendido, caviloso,

a la ciudad se vuelve.

Yo siento a par del alma

que no se detuviese

a disfrutar un poco

de la vida campestre.

Por mi fe, que las migas,

el pastoril albergue,

el rigor del verano,

los hielos y las nieves,

le hubieran persuadido

mucho más vivamente.

Que es un solemne loco

todo aquel que creyere

hallar en la experiencia

cuanto el hombre nos pinta por deleite.

FÁBULA XVII

El Ladrón

Por catar una colmena

cierto goloso Ladrón,

del venenoso aguijón

tuvo que sufrir la pena.

«La miel, dice, está muy buena:

es un bocado exquisito;

por el aguijón maldito

no volveré al colmenar.»

¡Lo que tiene el encontrar

la pena tras el delito!

FÁBULA XVIII

El joven Filósofo y sus compañeros

Un joven, educado

con el mayor cuidado

por un viejo Filósofo profundo,

salió por fin a visitar el mundo.

Concurrió cierto día,

entre civil y alegre compañía,

a una mesa abundante y primorosa.

«¡Espectáculo horrendo! ¡fiera cosa!

¡La mesa de cadáveres cubierta

a la vista del hombre!… ¡Y éste acierta

a comer los despojos de la muerte!»

El joven declamaba de esta suerte.

Al son de filosóficas razones,

devorando perdices y pichones,

le responden algunos concurrentes:

«Si usted ha de vivir entre las gentes,

deberá hacerse a todo.»

Con un gracioso modo,

alabando el bocado de exquisito,

le presentan un gordo pajarito.

«Cuanto usted ha exclamado será cierto;

mas, en fin, le decían, ya está muerto.

pruébelo por su vida… Considere

que otro le comerá, si no le quiere.»

La ocasión, las palabras, el ejemplo,

y según yo contemplo,

yo no sé qué olorcillo

que exhalaba el caliente pajarillo,

al joven persuadieron de manera,

que al fin se lo comió. «¡Quién lo dijera!

¡Haber yo devorado un inocente!»

Así clamaba, pero fríamente.

Lo cierto es que, llevado de aquel cebo,

con más facilidad cayó de nuevo.

La ocasión se repite

de uno en otro convite,

y de una codorniz a una becada,

llegó el joven, al fin de la jornada,

olvidando sus máximas primeras,

a ser devorador como las fieras.

De esta suerte los vicios se insinúan

crecen, se perpetúan

dentro del corazón de los humanos

hasta ser sus señores y tiranos.

Pues ¿qué remedio?… Incautos jovencitos,

cuenta con los primeros pajaritos.

FÁBULA XIX

El Elefante, el Toro, el Asno y los demás animales

Los mansos y los fieros animales,

a que se remediasen ciertos males

desde los bosques llegan,

y en la rasa campaña se congregan.

Desde la más pelada y alta roca

un Asno trompetero los convoca.

El concurso ya junto,

instruido también en el asunto

(pues a todos por Júpiter previno

con cédula
ante diem
el pollino),

imponiendo silencio el Elefante,

así dijo: «Señores, es constante

en todo el vasto mundo

que yo soy en lo fuerte sin segundo:

los árboles arranco con la mano,

venzo al león, y es llano

que un golpe de mi cuerpo en la muralla

abre sin duda brecha. A la batalla

llevo todo un castillo guarnecido;

en la paz y en la guerra soy tenido

por un bruto invencible,

no sólo por mi fuerza irresistible,

por mi gordo coleto y grave masa,

que hace temblar la tierra donde pasa.

Mas, señores, con todo lo que cuento,

sólo de vegetales me alimento,

y como a nadie daño, soy querido,

mucho más respetado que temido.

Aprended, pues, de mí, crueles fieras,

las que hacéis profesión de carniceras,

y no hagáis por comer atroces muertes,

puesto que no seréis, ni menos fuertes,

ni menos respetadas,

sino muy estimadas

de grandes y pequeños animales,

viviendo, como yo, de vegetales.»

«Gran pensamiento, dicen, gran discurso»;

y nadie se le opone del concurso.

Habló después un Toro de Jarama:

escarba el polvo, cabecea, brama.

«Vengan, dice, los lobos y los osos,

si son tan poderosos,

y en el circo verán con qué donaire

los haré que volteen por el aire.

¡Qué! ¿son menos gallardos y valientes

mis cuernos que sus garras y sus dientes?

Pues ¿por qué los villanos carniceros

han de comer mis vacas y terneros?

Y si no se contentan

con las hojas y yerbas, que alimentan

en los bosques y prados

a los más generosos y esforzados,

que muerdan de mis cuernos al instante,

o si no, de la trompa al Elefante.»

La asamblea aprobó cuanto decía

el Toro con razón y valentía.

Seguíase a los dos en el asiento,

por falta de buen orden, el Jumento,

Y con rubor expuso sus razones.

«Los milanos, prorrumpe, y los halcones

(no ofendo a los presentes, ni quisiera),

sin esperar tampoco a que me muera,

hallan para sus uñas y su pico

estuche entre los lomos del borrico.

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