Authors: Félix María Samaniego
Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía
después de algunos días de abstinencia.
Al fin, ya su señor, compadecido,
abre con sus amigos el encierro:
sale rabo entre piernas, agachado;
al amo se acercaba el pobre perro,
lamiéndose el hocico ensangrentado.
El dueño se alborota y enfurece
con tan fatales nuevas.
Yo le preguntaría: ¿Y qué merece
quien la virtud expone a tales pruebas?
FÁBULA XI
Que en una marcial función,
o cuando el caso lo pida,
arriesgue un hombre su vida,
digo que es mucha razón.
Pero el que por diversión
exponer su vida quiera
a juguete de una fiera
o peligros no menores,
sepa de dos Cazadores
una historia verdadera.
Pedro Ponce el valeroso
y Juan Carranza el prudente
vieron venir frente a frente
al lobo más horroroso.
El prudente, temeroso,
a una encina se abalanza,
y cual otro Sancho Panza,
en las ramas se salvó.
Pedro Ponce allí murió.
Imitemos a Carranza.
FÁBULA XII
Cierto Gato, en poblado descontento,
por mejorar sin duda su destino
(que no sería Gato de convento),
pasó de ciudadano a campesino.
Metióse santamente
dentro de una covacha, mas no lejos
de un gran soto poblado de conejos.
Considere el lector piadosamente
si el novel ermitaño
probaría la yerba en todo el año.
Lo mejor de la caza devoraba,
haciendo mil excesos;
mas al fin, por el rastro que dejaba
de plumas y de huesos,
un Cazador lo advierte; le persigue,
arma trampas y redes con tal maña,
que al instante consigue
atrapar la carnívora alimaña.
Llégase el Cazador al prisionero;
quiere darle la muerte;
el animal le dice: «Caballero,
duélase de la suerte
de un triste pobrecito,
metido en la prisión, y sin delito.»
«¿Sin delito, me dices,
cuando sé que tus uñas y tus dientes
devoran infinitos inocentes?»
«Señor, eran conejos y perdices,
y yo no hacía más, a fe de Gato,
que lo que ustedes hacen en el plato.»
«Ea, pícaro, muere;
que tu mala razón no satisface.»
Conque, sea la cosa que se fuere,
¿la podrá usted hacer, si otro la hace?
FÁBULA XIII
Salicio usaba tañer
la zampoña todo el año,
y por oírle el rebaño,
se olvidaba de pacer.
Mejor sería romper
la zampoña al tal Salicio;
Porque, si causa perjuicio,
en lugar de utilidad,
la mayor habilidad,
en vez de virtud, es vicio.
FÁBULA XIV
Era un gusto el oír, era un encanto,
a un Tordo gran flautista; pero tanto,
que en la gaita gallega,
o la pasión me ciega,
o a Misón le llevaba mil ventajas.
Cuando todas las aves se hacen rajas
saludando a la aurora,
y la turba confusa charladora
la canta sin compás y con destreza
todo cuanto la viene a la cabeza,
el flautista empezó: cesó el concierto;
Los pájaros con tanto pico abierto
oyeron en un tono soberano
las folias, la gaita y el villano.
Al escuchar las aves tales cosas,
quedaron admiradas y envidiosas.
Los jilgueros, preciados de cantores,
los vanos ruiseñores,
unos y otros corridos,
callan, entre las hojas escondidos.
Ufano el Tordo grita: «Camaradas,
ni saben ni sabrán estas tonadas
los pájaros ociosos,
sino los retirados estudiosos.
Sabed que con un hábil zapatero
estudié un año entero:
él dale que le das a sus zapatos,
y altemando, silbábamos a ratos.
En fin, viéndome diestro,
«vuela al campo», me dice mi maestro,
y harás ver a las aves, de mi parte,
lo que gana el ingenio con el arte».
FÁBULA XV
Un triste Raposo
por medio del llano
marchaba sin piernas,
cual otro soldado
que perdió las suyas
allá en Campo Santo.
Un Lobo le dijo:
«Hola, buen hermano,
diga, ¿en qué refriega
quedó tan lisiado?»
«¡Ay de mí! responde;
un maldito rastro
me llevó a una trampa,
donde por milagro,
dejando una pierna,
salí con trabajo.
Después de algún tiempo
iba yo cazando,
y en la trampa misma
dejé pierna y rabo.»
El Lobo le dice:
«Creíble es el caso.
yo estoy tuerto, cojo
y desorejado
por ciertos mastines,
guardas de un rebaño.
Soy de estas montañas
el Lobo decano;
y como conozco
las mañas de entrambos,
temo que acabemos,
no digo enmendados,
sino tú en la trampa,
y yo en el rebaño.»
¡Que el ciego apetito
pueda arrastrar tanto!
A los brutos pase.
¡Pero a los humanos!…
FÁBULA XVI
Cierto joven leía
en versos excelentes
las dulces pastorelas
con el mayor deleite.
Tenía la cabeza
llena de prados, fuentes,
pastores y zagalas,
zampoñas y rabeles.
Al fin, cierta mañana
prorrumpe de esta suerte:
«¡Yo he de estar prisionero,
cercado de paredes,
esclavo de los hombres
y sujeto a las leyes,
pudiendo entre pastores
grata y sencillamente
disfrutar desde ahora
la libertad campestre!
De la ciudad al bosque
me marcho para siempre.
Allí naturaleza
me brinda con sus bienes,
los árboles y ríos
con frutas y con peces,
los ganados y abejas
con la miel y la leche;
hasta las duras rocas
habitación me ofrecen
en grutas coronadas
de pámpanos silvestres.
Desde tan bella estancia,
¿Cuántas y cuántas veces,
al son de dulces flautas
y sonoros rabeles,
oiré a los pastores
que discretos contienden,
publicando en sus versos
amores inocentes?
Como que ya diviso
entre el ramaje verde
a la pastora Nise,
que al lado de una fuente,
sentada al pie de un olmo,
una guirnalda teje.
¿Si será para Mopso?»
Tanto el joven enciende
su loca fantasía,
que ya en fin se resuelve,
y en zagal disfrazado,
en los bosques se mete.
A un rabadán encuentra,
y le pregunta alegre:
«Dime, ¿es de Melibeo
ese ganado?
» «Miente,
que es mío; y sobre todo,
sea de quien se fuere.»
No respondió el buen hombre
muy poéticamente.
el joven, temeroso
de que tal vez le diese
con el fiero garrote
que por cayado tiene,
sin chistar más palabra,
huyó bonitamente.
Marchaba pensativo,
cuando quiso la suerte
que cogiendo bellotas
a la pastora viese.
«¡Oh Nise fementida!
exclama; ¡cuántas véces,
siendo niña, querías
que yo te recogiese
la fruta con rocío
de mis manzanos verdes!»
Diciendo así, se acerca,
la moza se revuelve,
y dándole un bufido,
en las breñas se mete.
Sorprendido el mancebo,
dice: «¿Qué me sucede?
¿Son éstos los pastores
discretos, inocentes,
que pintan los poetas
tan delicadamente?
A nuevos desengaños
ya no quiero exponerme.»
Rendido, caviloso,
a la ciudad se vuelve.
Yo siento a par del alma
que no se detuviese
a disfrutar un poco
de la vida campestre.
Por mi fe, que las migas,
el pastoril albergue,
el rigor del verano,
los hielos y las nieves,
le hubieran persuadido
mucho más vivamente.
Que es un solemne loco
todo aquel que creyere
hallar en la experiencia
cuanto el hombre nos pinta por deleite.
FÁBULA XVII
Por catar una colmena
cierto goloso Ladrón,
del venenoso aguijón
tuvo que sufrir la pena.
«La miel, dice, está muy buena:
es un bocado exquisito;
por el aguijón maldito
no volveré al colmenar.»
¡Lo que tiene el encontrar
la pena tras el delito!
FÁBULA XVIII
Un joven, educado
con el mayor cuidado
por un viejo Filósofo profundo,
salió por fin a visitar el mundo.
Concurrió cierto día,
entre civil y alegre compañía,
a una mesa abundante y primorosa.
«¡Espectáculo horrendo! ¡fiera cosa!
¡La mesa de cadáveres cubierta
a la vista del hombre!… ¡Y éste acierta
a comer los despojos de la muerte!»
El joven declamaba de esta suerte.
Al son de filosóficas razones,
devorando perdices y pichones,
le responden algunos concurrentes:
«Si usted ha de vivir entre las gentes,
deberá hacerse a todo.»
Con un gracioso modo,
alabando el bocado de exquisito,
le presentan un gordo pajarito.
«Cuanto usted ha exclamado será cierto;
mas, en fin, le decían, ya está muerto.
pruébelo por su vida… Considere
que otro le comerá, si no le quiere.»
La ocasión, las palabras, el ejemplo,
y según yo contemplo,
yo no sé qué olorcillo
que exhalaba el caliente pajarillo,
al joven persuadieron de manera,
que al fin se lo comió. «¡Quién lo dijera!
¡Haber yo devorado un inocente!»
Así clamaba, pero fríamente.
Lo cierto es que, llevado de aquel cebo,
con más facilidad cayó de nuevo.
La ocasión se repite
de uno en otro convite,
y de una codorniz a una becada,
llegó el joven, al fin de la jornada,
olvidando sus máximas primeras,
a ser devorador como las fieras.
De esta suerte los vicios se insinúan
crecen, se perpetúan
dentro del corazón de los humanos
hasta ser sus señores y tiranos.
Pues ¿qué remedio?… Incautos jovencitos,
cuenta con los primeros pajaritos.
FÁBULA XIX
Los mansos y los fieros animales,
a que se remediasen ciertos males
desde los bosques llegan,
y en la rasa campaña se congregan.
Desde la más pelada y alta roca
un Asno trompetero los convoca.
El concurso ya junto,
instruido también en el asunto
(pues a todos por Júpiter previno
con cédula
ante diem
el pollino),
imponiendo silencio el Elefante,
así dijo: «Señores, es constante
en todo el vasto mundo
que yo soy en lo fuerte sin segundo:
los árboles arranco con la mano,
venzo al león, y es llano
que un golpe de mi cuerpo en la muralla
abre sin duda brecha. A la batalla
llevo todo un castillo guarnecido;
en la paz y en la guerra soy tenido
por un bruto invencible,
no sólo por mi fuerza irresistible,
por mi gordo coleto y grave masa,
que hace temblar la tierra donde pasa.
Mas, señores, con todo lo que cuento,
sólo de vegetales me alimento,
y como a nadie daño, soy querido,
mucho más respetado que temido.
Aprended, pues, de mí, crueles fieras,
las que hacéis profesión de carniceras,
y no hagáis por comer atroces muertes,
puesto que no seréis, ni menos fuertes,
ni menos respetadas,
sino muy estimadas
de grandes y pequeños animales,
viviendo, como yo, de vegetales.»
«Gran pensamiento, dicen, gran discurso»;
y nadie se le opone del concurso.
Habló después un Toro de Jarama:
escarba el polvo, cabecea, brama.
«Vengan, dice, los lobos y los osos,
si son tan poderosos,
y en el circo verán con qué donaire
los haré que volteen por el aire.
¡Qué! ¿son menos gallardos y valientes
mis cuernos que sus garras y sus dientes?
Pues ¿por qué los villanos carniceros
han de comer mis vacas y terneros?
Y si no se contentan
con las hojas y yerbas, que alimentan
en los bosques y prados
a los más generosos y esforzados,
que muerdan de mis cuernos al instante,
o si no, de la trompa al Elefante.»
La asamblea aprobó cuanto decía
el Toro con razón y valentía.
Seguíase a los dos en el asiento,
por falta de buen orden, el Jumento,
Y con rubor expuso sus razones.
«Los milanos, prorrumpe, y los halcones
(no ofendo a los presentes, ni quisiera),
sin esperar tampoco a que me muera,
hallan para sus uñas y su pico
estuche entre los lomos del borrico.