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Authors: Félix María Samaniego

Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía

Fábulas morales (14 page)

BOOK: Fábulas morales
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mientras no se acercaban a su mano

los músicos volantes, pues quería

Mirrimiz
arreglar la sinfonía.

Cansado de esperar, prorrumpe al cabo,

sacando la cabeza:
¡Bravo!, ¡bravo!.

La turba calla; cada cual procura

alejarse o meterse en la, espesura;

mas él les persuadió con buenos modos,

y al fin logró que le escuchasen todos.

«No soy Gato montés o campesino;

soy honrado vecino

de la cercana villa:

Fui Gato de un maestro de capilla;

la música aprendí, y aún, si me empeño,

veréis cómo os la enseño,

pero
gratis
y en menos de una hora.

¡Qué cosa tan sonora

será el oír un coro de cantores,

verbigracia calandrias ruiseñores!»

Con estas y otras cosas diferentes,

algunas de las aves inocentes

con manso vuelo a
Mirrimiz
llegaron;

todas en torno a él se colocaron.

Entonces con más gracia

y más diestro que el músico de tracia,

echando su compás hacia el más gordo,

consigue
gratis
merendarse un tordo.

FÁBULA II

La danza pastoril

A la sombra que ofrece

un gran peñón tajado,

por cuyo pie corría

un arroyuelo manso,

se formaba en estío

un delicioso prado.

Los árboles silvestres

aquí y allí plantados,

el suelo siempre verde,

de mil flores sembrado,

más agradable hacían

el lugar solitario.

Contento en él pasaba

La siesta, recostado.

Debajo de una encina,

con el albogue, Bato.

Al son de sus tonadas,

los pastores cercanos,

sin olvidar algunos

la guarda del ganado,

descendían ligeros

desde la sierra al llano.

Las honestas zagalas,

según iban llegando,

bailaban lindamente,

asidas de las manos,

en tomo de la encina

donde tocaba Bato.

De las espesas ramas

se veía colgando

una guirnalda bella

de rosas y amaranto.

La fiesta presidía

un mayoral anciano;

y ya que el regocijo

bastó para descanso,

antes que se volviesen

alegres al rebaño,

el viejo presidente

con su corvo cayado

alcanzó la guimalda

que pendía del árbol,

y coronó con ella

los cabellos dorados

de la gentil zagala

que con sencillo agrado

supo ganar a todas

en modestia y recato.

Si la virtud premiaran

así los cortesanos,

yo sé que no huiría

desde la corte al campo.

FÁBULA III

Los dos Perros

Procure ser en todo lo posible,

El que ha de reprender, irreprensible.

Sultán,
perro goloso y atrevido,

en su casa robó, por un descuido,

una pierna excelente de camero.

Pinto,
gran tragador, su compañero,

le encuentra con la presa encaminado

ojo al través, colmillo acicalado,

fruncidas las narices y gruñendo.

«¿Qué cosa estás haciendo,

desgraciado
Sultán

Pinto
le dice;

«¿No sabes, infelice,

que un Perro infiel, ingrato,

no merece ser Perro, sino gato?

¡Al amo, que nos fía

la custodia de casa noche y día,

nos halaga, nos cuida y alimenta,

le das tan buena cuenta,

que le robas, goloso,

la pierna del camero más jugoso!

Como amigo te ruego

no la maltrates más: déjala luego.»

«Hablas, dijo
Sultán
, perfectamente.

Una duda me queda solamente,

para seguir al punto tu consejo:

Di, ¿te la comerás, si yo la dejo?»

FÁBULA IV

La moda

Después de haber corrido

cierto danzante mono

por cantones y plazas,

de ciudad en ciudad, el mundo todo,

logró, dice la historia,

aunque no cuenta el cómo,

volverse libremente

a los campos del África orgulloso.

Los monos al viajero

reciben con más gozo

que a Pedro el zar los rusos,

que los griegos a Ulises generoso.

De leyes, de costumbres,

ni él habló ni algún otro

le preguntó palabra;

pero de trajes y de modas todos.

En cierta jerigonza,

con extranjero tono

les hizo un
gran detalle

de lo más
remarcable
a los curiosos.

«Empecemos, decían,

aunque sea por poco.»

Hiciéronse zapatos

con cáscaras de nueces, por lo pronto;

toda la raza mona

andaba con sus choclos,

y el no traerlos era

faltar a la decencia y al decoro.

Un leopardo hambriento

trepa para los monos:

ellos huir intentan

a salvarse en los árboles del soto.

Las chinelas lo estorban,

y de muy fácil modo

aquí y allí mataba,

haciendo a su placer dos mil destrozos.

En Tetuán, desde entonces

manda el senado docto

que cualquier uso o moda,

de países cercanos o remotos,

antes que llegue el caso

de adoptarse en el propio,

haya de examinarse,

en junta de políticos, a fondo.

Con tan justo decreto

y el suceso horroroso,

¿dejaron tales modas?

Primero dejarían de ser monos.

FÁBULA V

El Lobo y el Mastín

Trampas, redes y perros

los celosos pastores disponían

en lo oculto del bosque y de los cerros,

porque matar querían

a un Lobo por el bárbaro delito

de no dejar a vida ni un cabrito.

Hallóse cara a cara

un Mastín con el Lobo de repente,

y cada cual se para,

tal como en Zama estaban frente a frente,

antes de la batalla, muy serenos

Aníbal y Scipión, ni más ni menos.

En esta suspensión, treguas propone

el Lobo a su enemigo.

el Mastín no se opone,

antes le dice: «Amigo,

es cosa bien extraña, por mi vida,

meterse un señor Lobo a cabricida.

Ese cuerpo brioso

y de pujanza fuerte,

que mate al jabalí, que venza al oso.

Mas ¿qué dirán al verte

que lo valiente y fiero

empleas en la sangre de un cordero?»

El Lobo le responde: «Camarada,

tienes mucha razón; en adelante

propongo no comer sino ensalada.»

Se despiden y toman el portante.

Informados del hecho

los pastores, se apuran y patean;

agarran al Mastín y le apalean.

Digo que fue bien hecho;

pues en vez de ensalada, en aquel año

se fue comiendo el Lobo su rebaño.

¿Con una reprensión, con un consejo

se pretende quitar un vicio añejo?

FÁBULA VI

La Hermosa y el Espejo

Anarda la bella

tenía un amigo

con quien consultaba

todos sus caprichos:

colores de moda,

más o menos vivos,

plumas, sombrerete,

lunares y rizos

jamás en su adorno

fueron admitidos,

si él no la decía:

Gracioso, bonito.

Cuando su hermosura,

llena de atractivo,

en sus verdes años

tenía más brillo,

traidoras la roban

(ni acierto a decirlo)

las negras viruelas

sus gracias y hechizos.

Llegóse al Espejo:

éste era su amigo;

y como se jacta

de fiel y sencillo,

lisa y llanamente

la verdad la dijo.

Anarda, furiosa;

casi sin sentido,

le vuelve la espalda,

dando mil quejidos.

Desde aquel instante

cuentan que no quiso

volver a consultas

con el señor mío.

«Escúchame, Ánarda:

si buscas amigos

que te representen

tus gracias y hechizos,

mas que no te adviertan

defectos y aún vicios,

de aquellos que nadie

conoce en sí mismo,

dime, ¿de qué modo

podrás corregirlos?»

FÁBULA VII

El Viejo y el Chalán

«Fabio está, no lo niego, muy notado

de una cierta pasión, que le domina;

mas ¿qué importa, señor? Si se examina,

se verá que es un mozo muy honrado,

generoso, cortés, hábil, activo,

y que de todo entiende

cuanto pide el empleo que pretende.»

«Y qué, ¿no se le dan?… ¿Por qué motivo?…»

Trataba un Viejo de comprar un perro

para que le guardase los doblones;

le decía el Chalán estas razones:

«Con un collar de hierro

que tenga el animal, échenle gente:

es hermoso, pujante,

leal, bravo, arrogante;

y aunque tiene la falta solamente

de ser algo goloso…»

«¿Goloso? dice el rico; no le quiero»

«No es para marmitón ni despensero,

continúa el Chalán muy presuroso;

sino para valiente centinela.»

«Menos, concluye el Viejo;

dejará que me quiten el pellejo

por lamer entre tanto la cazuela.»

FÁBULA VIII

La Gata con cascabeles

Salió cierta mañana

Zapaquilda
al tejado

con un collar de grana,

de pelo y cascabeles adornado.

Al ver tal maravilla,

del alto corredor y la guardilla

van saltando los gatos de uno en uno.

Congrégase al instante

tal concurso gatuno

en tomo de la dama rozagante,

que entre flexibles colas arboladas

apenas divisarla se podía.

Ella con mil monadas

el cascabel parlero sacudía;

pero cesando al fin el sonsonete,

dijo que por juguete

quitó el collar al perro su señora,

y se lo puso a ella.

Cierto que
Zapaquilda
estaba bella.

A todos enamora,

tanto, que en la gatesca compañía

cuál dice su atrevido pensamiento

cuál se encrespa celoso;

riñen éste y aquél con ardimiento,

pues con ansia quería

cada gato soltero ser su esposo.

Entre los arañazos y maullidos

levántase
Garraf
, gato prudente,

y a los enfurecidos

les grita: «Novel gente,

¡gata con cascabeles por esposa!

¿Quién pretende tal cosa?

¿No veis que el cascabel la caza ahuyenta

y que la dama hambrienta

necesita sin duda que el marido,

ausente y aburrido,

busque la provisión en los desvanes,

mientras ella, cercada de galanes,

porque el mundo la vea,

de tejado en tejado se pasea?»

Marchóse
Zapaquilda
convencida,

y lo mismo quedó la concurrencia.

¡Cuántos chascos se llevan en la vida

los que no miran más que la apariencia!

FÁBULA IX

El Ruiseñor y el Mochuelo

Una noche de Mayo,

dentro de un bosque espeso,

donde, según reinaba

la triste oscuridad con el silencio,

parece que tenía

su habitación Morfeo;

cuando todo viviente

disfrutaba de dulce y blando sueño,

pendiente de una rama

un Ruiseñor parlero

empezó con sus ayes

a publicar sus dolorosos celos.

Después de mil querellas,

que llegaron al cielo,

a cantar empezaba

la antigua historia del infiel Tereo

cuando, sin saber cómo,

un cazador mochuelo

al músico arrebata

entre las corvas uñas prisionero.

Jamás Pan con la flauta

igualó sus gorjeos,

ni resonó tan grata

la dulce lira del divino Orfeo;

no obstante, cuando daba

sus últimos lamentos,

los vecinos del bosque

aplaudían su muerte; yo lo creo.

Si con sus serenatas

el mismo
Farinelo

viniese a despertarme

mientras que yo dormía en blando lecho,

en lugar de los
bravos,

diría: «Caballero,

¡que no viniese ahora

para tal ruiseñor algún mochuelo!»

Clori tiene mil gracias

¿Y gué logra con eso?

Hacerse fastidiosa

por no querer usarlas a su tiempo.

FÁBULA X

El Amo y el Perro

«Callen todos los perros de este mundo

donde está mi
Palomo
;

es fiel, decía el Amo, sin segundo,

y me guarda la casa… Pero ¿cómo?

Con la despensa abierta

le dejé cierto día:

en medio de la puerta,

de guardia se plantó con bizarría.

Un formidable gato,

en vez de perseguir a los ratones,

se venía, guiado del olfato,

a visitar chorizos y jamones.

Palomo
le despide buenamente;

el gato se encrespa y acalora;

riñen sangrientamente,

y mi
guarda-jamones
le devora.»

Esto contaba el Amo a sus amigos,

y después a su casa se los lleva

a que fuesen testigos

de tal fidelidad en otra prueba.

Tenía al buen
Palomo
prisionero

entre manidas pollas y perdices;

los sebosos riñones de un carnero

casi casi le untaban las narices.

Dentro de este retiro a penitencia

el triste fue metido,

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