Authors: Félix María Samaniego
Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía
mientras no se acercaban a su mano
los músicos volantes, pues quería
Mirrimiz
arreglar la sinfonía.
Cansado de esperar, prorrumpe al cabo,
sacando la cabeza:
¡Bravo!, ¡bravo!.
La turba calla; cada cual procura
alejarse o meterse en la, espesura;
mas él les persuadió con buenos modos,
y al fin logró que le escuchasen todos.
«No soy Gato montés o campesino;
soy honrado vecino
de la cercana villa:
Fui Gato de un maestro de capilla;
la música aprendí, y aún, si me empeño,
veréis cómo os la enseño,
pero
gratis
y en menos de una hora.
¡Qué cosa tan sonora
será el oír un coro de cantores,
verbigracia calandrias ruiseñores!»
Con estas y otras cosas diferentes,
algunas de las aves inocentes
con manso vuelo a
Mirrimiz
llegaron;
todas en torno a él se colocaron.
Entonces con más gracia
y más diestro que el músico de tracia,
echando su compás hacia el más gordo,
consigue
gratis
merendarse un tordo.
FÁBULA II
A la sombra que ofrece
un gran peñón tajado,
por cuyo pie corría
un arroyuelo manso,
se formaba en estío
un delicioso prado.
Los árboles silvestres
aquí y allí plantados,
el suelo siempre verde,
de mil flores sembrado,
más agradable hacían
el lugar solitario.
Contento en él pasaba
La siesta, recostado.
Debajo de una encina,
con el albogue, Bato.
Al son de sus tonadas,
los pastores cercanos,
sin olvidar algunos
la guarda del ganado,
descendían ligeros
desde la sierra al llano.
Las honestas zagalas,
según iban llegando,
bailaban lindamente,
asidas de las manos,
en tomo de la encina
donde tocaba Bato.
De las espesas ramas
se veía colgando
una guirnalda bella
de rosas y amaranto.
La fiesta presidía
un mayoral anciano;
y ya que el regocijo
bastó para descanso,
antes que se volviesen
alegres al rebaño,
el viejo presidente
con su corvo cayado
alcanzó la guimalda
que pendía del árbol,
y coronó con ella
los cabellos dorados
de la gentil zagala
que con sencillo agrado
supo ganar a todas
en modestia y recato.
Si la virtud premiaran
así los cortesanos,
yo sé que no huiría
desde la corte al campo.
FÁBULA III
Procure ser en todo lo posible,
El que ha de reprender, irreprensible.
Sultán,
perro goloso y atrevido,
en su casa robó, por un descuido,
una pierna excelente de camero.
Pinto,
gran tragador, su compañero,
le encuentra con la presa encaminado
ojo al través, colmillo acicalado,
fruncidas las narices y gruñendo.
«¿Qué cosa estás haciendo,
desgraciado
Sultán
?»
Pinto
le dice;
«¿No sabes, infelice,
que un Perro infiel, ingrato,
no merece ser Perro, sino gato?
¡Al amo, que nos fía
la custodia de casa noche y día,
nos halaga, nos cuida y alimenta,
le das tan buena cuenta,
que le robas, goloso,
la pierna del camero más jugoso!
Como amigo te ruego
no la maltrates más: déjala luego.»
«Hablas, dijo
Sultán
, perfectamente.
Una duda me queda solamente,
para seguir al punto tu consejo:
Di, ¿te la comerás, si yo la dejo?»
FÁBULA IV
Después de haber corrido
cierto danzante mono
por cantones y plazas,
de ciudad en ciudad, el mundo todo,
logró, dice la historia,
aunque no cuenta el cómo,
volverse libremente
a los campos del África orgulloso.
Los monos al viajero
reciben con más gozo
que a Pedro el zar los rusos,
que los griegos a Ulises generoso.
De leyes, de costumbres,
ni él habló ni algún otro
le preguntó palabra;
pero de trajes y de modas todos.
En cierta jerigonza,
con extranjero tono
les hizo un
gran detalle
de lo más
remarcable
a los curiosos.
«Empecemos, decían,
aunque sea por poco.»
Hiciéronse zapatos
con cáscaras de nueces, por lo pronto;
toda la raza mona
andaba con sus choclos,
y el no traerlos era
faltar a la decencia y al decoro.
Un leopardo hambriento
trepa para los monos:
ellos huir intentan
a salvarse en los árboles del soto.
Las chinelas lo estorban,
y de muy fácil modo
aquí y allí mataba,
haciendo a su placer dos mil destrozos.
En Tetuán, desde entonces
manda el senado docto
que cualquier uso o moda,
de países cercanos o remotos,
antes que llegue el caso
de adoptarse en el propio,
haya de examinarse,
en junta de políticos, a fondo.
Con tan justo decreto
y el suceso horroroso,
¿dejaron tales modas?
Primero dejarían de ser monos.
FÁBULA V
Trampas, redes y perros
los celosos pastores disponían
en lo oculto del bosque y de los cerros,
porque matar querían
a un Lobo por el bárbaro delito
de no dejar a vida ni un cabrito.
Hallóse cara a cara
un Mastín con el Lobo de repente,
y cada cual se para,
tal como en Zama estaban frente a frente,
antes de la batalla, muy serenos
Aníbal y Scipión, ni más ni menos.
En esta suspensión, treguas propone
el Lobo a su enemigo.
el Mastín no se opone,
antes le dice: «Amigo,
es cosa bien extraña, por mi vida,
meterse un señor Lobo a cabricida.
Ese cuerpo brioso
y de pujanza fuerte,
que mate al jabalí, que venza al oso.
Mas ¿qué dirán al verte
que lo valiente y fiero
empleas en la sangre de un cordero?»
El Lobo le responde: «Camarada,
tienes mucha razón; en adelante
propongo no comer sino ensalada.»
Se despiden y toman el portante.
Informados del hecho
los pastores, se apuran y patean;
agarran al Mastín y le apalean.
Digo que fue bien hecho;
pues en vez de ensalada, en aquel año
se fue comiendo el Lobo su rebaño.
¿Con una reprensión, con un consejo
se pretende quitar un vicio añejo?
FÁBULA VI
Anarda la bella
tenía un amigo
con quien consultaba
todos sus caprichos:
colores de moda,
más o menos vivos,
plumas, sombrerete,
lunares y rizos
jamás en su adorno
fueron admitidos,
si él no la decía:
Gracioso, bonito.
Cuando su hermosura,
llena de atractivo,
en sus verdes años
tenía más brillo,
traidoras la roban
(ni acierto a decirlo)
las negras viruelas
sus gracias y hechizos.
Llegóse al Espejo:
éste era su amigo;
y como se jacta
de fiel y sencillo,
lisa y llanamente
la verdad la dijo.
Anarda, furiosa;
casi sin sentido,
le vuelve la espalda,
dando mil quejidos.
Desde aquel instante
cuentan que no quiso
volver a consultas
con el señor mío.
«Escúchame, Ánarda:
si buscas amigos
que te representen
tus gracias y hechizos,
mas que no te adviertan
defectos y aún vicios,
de aquellos que nadie
conoce en sí mismo,
dime, ¿de qué modo
podrás corregirlos?»
FÁBULA VII
«Fabio está, no lo niego, muy notado
de una cierta pasión, que le domina;
mas ¿qué importa, señor? Si se examina,
se verá que es un mozo muy honrado,
generoso, cortés, hábil, activo,
y que de todo entiende
cuanto pide el empleo que pretende.»
«Y qué, ¿no se le dan?… ¿Por qué motivo?…»
Trataba un Viejo de comprar un perro
para que le guardase los doblones;
le decía el Chalán estas razones:
«Con un collar de hierro
que tenga el animal, échenle gente:
es hermoso, pujante,
leal, bravo, arrogante;
y aunque tiene la falta solamente
de ser algo goloso…»
«¿Goloso? dice el rico; no le quiero»
«No es para marmitón ni despensero,
continúa el Chalán muy presuroso;
sino para valiente centinela.»
«Menos, concluye el Viejo;
dejará que me quiten el pellejo
por lamer entre tanto la cazuela.»
FÁBULA VIII
Salió cierta mañana
Zapaquilda
al tejado
con un collar de grana,
de pelo y cascabeles adornado.
Al ver tal maravilla,
del alto corredor y la guardilla
van saltando los gatos de uno en uno.
Congrégase al instante
tal concurso gatuno
en tomo de la dama rozagante,
que entre flexibles colas arboladas
apenas divisarla se podía.
Ella con mil monadas
el cascabel parlero sacudía;
pero cesando al fin el sonsonete,
dijo que por juguete
quitó el collar al perro su señora,
y se lo puso a ella.
Cierto que
Zapaquilda
estaba bella.
A todos enamora,
tanto, que en la gatesca compañía
cuál dice su atrevido pensamiento
cuál se encrespa celoso;
riñen éste y aquél con ardimiento,
pues con ansia quería
cada gato soltero ser su esposo.
Entre los arañazos y maullidos
levántase
Garraf
, gato prudente,
y a los enfurecidos
les grita: «Novel gente,
¡gata con cascabeles por esposa!
¿Quién pretende tal cosa?
¿No veis que el cascabel la caza ahuyenta
y que la dama hambrienta
necesita sin duda que el marido,
ausente y aburrido,
busque la provisión en los desvanes,
mientras ella, cercada de galanes,
porque el mundo la vea,
de tejado en tejado se pasea?»
Marchóse
Zapaquilda
convencida,
y lo mismo quedó la concurrencia.
¡Cuántos chascos se llevan en la vida
los que no miran más que la apariencia!
FÁBULA IX
Una noche de Mayo,
dentro de un bosque espeso,
donde, según reinaba
la triste oscuridad con el silencio,
parece que tenía
su habitación Morfeo;
cuando todo viviente
disfrutaba de dulce y blando sueño,
pendiente de una rama
un Ruiseñor parlero
empezó con sus ayes
a publicar sus dolorosos celos.
Después de mil querellas,
que llegaron al cielo,
a cantar empezaba
la antigua historia del infiel Tereo
cuando, sin saber cómo,
un cazador mochuelo
al músico arrebata
entre las corvas uñas prisionero.
Jamás Pan con la flauta
igualó sus gorjeos,
ni resonó tan grata
la dulce lira del divino Orfeo;
no obstante, cuando daba
sus últimos lamentos,
los vecinos del bosque
aplaudían su muerte; yo lo creo.
Si con sus serenatas
el mismo
Farinelo
viniese a despertarme
mientras que yo dormía en blando lecho,
en lugar de los
bravos,
diría: «Caballero,
¡que no viniese ahora
para tal ruiseñor algún mochuelo!»
Clori tiene mil gracias
¿Y gué logra con eso?
Hacerse fastidiosa
por no querer usarlas a su tiempo.
FÁBULA X
«Callen todos los perros de este mundo
donde está mi
Palomo
;
es fiel, decía el Amo, sin segundo,
y me guarda la casa… Pero ¿cómo?
Con la despensa abierta
le dejé cierto día:
en medio de la puerta,
de guardia se plantó con bizarría.
Un formidable gato,
en vez de perseguir a los ratones,
se venía, guiado del olfato,
a visitar chorizos y jamones.
Palomo
le despide buenamente;
el gato se encrespa y acalora;
riñen sangrientamente,
y mi
guarda-jamones
le devora.»
Esto contaba el Amo a sus amigos,
y después a su casa se los lleva
a que fuesen testigos
de tal fidelidad en otra prueba.
Tenía al buen
Palomo
prisionero
entre manidas pollas y perdices;
los sebosos riñones de un carnero
casi casi le untaban las narices.
Dentro de este retiro a penitencia
el triste fue metido,