Has estado alguna vez en Mobile, en la bahía
Retorciendo algodón por un dólar al día,
y cantando: «Johnny ya se ha ido a Hilo».
El dolor me hizo dar un chillido y él me lo reprochó chasqueando la lengua.
—No jure —dijo—. Eso no hace más que excitarle, y además no irá al cielo cuando muera. De todos modos, chillar no solucionará las cosas... es sólo un arañazo, dos puntos y estará fresco como una lechuga.
—¡Estoy en la agonía! —gemí yo—. ¡Me estoy desangrando a chorros!
—No, no es así. De todos modos, un tipo fuerte y saludable como usted no echará de menos un poco de sangre. No sea marica. Cuando me hicieron a mí esto —se tocó la cicatriz—, no dije ni pío. ¿Lo hice acaso, Stuart?
—Sí, lo hiciste —dijo el tipo rubio—. Aullabas como un toro y llamabas a tu mamá.
—Eso es una asquerosa mentira. ¿Verdad, Paitingi?
El árabe de la barba roja escupió.
—A ti te gusta que te hieran —dijo, con un fuerte acento escocés—. ¿Vas a dejar a este tipo aquí tirado toda la noche?
—Deberíamos hacer que Mackenzie le echara un vistazo, J. B. —dijo el tipo rubio—. Tiene un aspecto muy alelado.
—Es la conmoción —dijo mi ángel guardián, que estaba anudando su pañuelo en torno a mi hombro, acompañado por mis quejidos—. Aquí, ahora... ya está. Sí, dejemos que Mac le vea y estará preparado para enfrentarse a veinte tipos con hachas mañana. ¿Verdad, amigo? —y aquel loco, sonriendo, me hizo un guiño y me dio unas palmaditas en la cabeza—. ¿Por cierto, por qué le iban persiguiendo esos tipos? Era un Cara Negra; normalmente, suelen cazar en grupo.
Entre gemidos, le conté cómo mi palanquín había sido asaltado por cuatro individuos —no expliqué nada de madam Sabba— y él dejó de sonreír y puso cara de asesino.
—¡Cobardes vagabundos, serpientes! —gritó—. No sé en qué demonios está pensando la policía... ¡Si me los dejaran a mí, yo eliminaría a estos sinvergüenzas en quince días, os lo aseguro! —parecía el hombre adecuado para hacerlo—. Todo esto es horrible. Ha tenido suerte de que estuviéramos por aquí. ¿Cree que puede caminar? Venga, Stuart, ayúdale a levantarse. Así —gritó aquel bruto, mientras ellos me ponían en pie—, se encuentra mejor ahora, ¿verdad?
En cualquier otro momento le habría dicho cuatro cosas, porque no hay nada que deteste más que esos sanos, autosuficientes y musculosos cristianos que siempre están aliviándote de tus problemas cuando lo único que quieres es quejarte. Pero yo estaba demasiado atontado por el dolor del hombro, y además, él y su asombroso grupo de marineros y salvajes ciertamente me habían salvado el pellejo, así que me sentí obligado a darles las gracias como pude. J. B. se rió y dijo que todo era por una buena causa, y gratis, y que me llevarían a casa en un palanquín. Así que mientras algunos salían gritando para encontrar uno, él y los otros me apoyaron contra la pared, y luego se quedaron de pie y discutieron qué hacer con el chino muerto.
Era una conversación notable, a su manera. Alguien sugirió, bastante sensatamente, que debían llevárselo y entregarlo a la policía, pero el tipo rubio, Stuart, dijo que no, que debían dejarlo allí tirado y escribir una carta al
Free Press
quejándose de que hubiera basura en las calles. El árabe, cuyo nombre era Paitingi Ali y cuyo acento escocés yo encontraba increíble, estaba por darle un entierro cristiano, y el pequeño y espantoso nativo, Jingo, parloteando excitado y dando golpes con los pies, aparentemente quería cortarle la cabeza y llevársela a casa.
—No puedes hacer eso —dijo Stuart—. No puedes curtirla hasta que vayamos a Kuching, y se pudriría mucho antes.
—No lo consentiré —dijo J. B., que obviamente era el líder—. Cortar cabezas es una práctica bárbara, y estoy decidido a eliminarla. Pero, sabéis —añadió—, la sugerencia de Jingo, a su manera, merece más consideración que las vuestras... la cabeza es suya, porque él ha matado al tipo. Ah, aquí está Crimble con el palanquín. Vamos, amigo.
Yo me preguntaba, oyéndoles hablar, si la herida me hacía delirar o si había caído entre una partida de lunáticos. Pero estaba demasiado dolorido para preocuparme; les dejé que me colocaran en el palanquín y me eché allí medio inconsciente mientras debatían dónde podían encontrar a Mackenzie —que supuse sería un médico— a aquellas horas de la noche. Nadie parecía saber dónde se encontraría, y alguien recordó que había ido a jugar al ajedrez con Whampoa. Me quedaba el suficiente sentido para recordar el nombre, y gruñí que la mansión de Whampoa me convenía estupendamente: pensar que sus deliciosas chinitas podían hacerme de enfermeras era una idea particularmente consoladora en aquel momento.
—¿Conoce a Whampoa? —dijo J. B.—. Bueno, eso lo arregla todo. Llévale, Stuart. Por cierto —me dijo, mientras ellos levantaban el palanquín—, mi nombre es Brooke... James Brooke
[24]
conocido como J. B. ¿Y usted es el señor...?
Se lo dije, e incluso en mi condición de medio invalido fue una satisfacción ver que los azules ojos se abrían sorprendidos.
—¿No será el tipo de Afganistán...? ¡Vaya, estoy pasmado! ¡Llevo dos años deseando conocerle! Y pensar que si no hubiéramos pasado por allí, usted estaría...
Mi cabeza giraba comó un torbellino con el dolor y la fatiga, y no oí nada más. Tengo un recuerdo muy débil de la carrera del palanquín, y las voces de mi escolta cantando:
Has visto al jefe de la plantación,
su mujer es morena y su caballo trotón,
canta: «Johnny ya se ha ido a Hilo, pobretón».
Pero me debí de desmayar, porque lo último que recuerdo es el asfixiante hedor del amoníaco bajo mi nariz, y cuando abrí los ojos vi una luz brillante. Yo me encontraba sentado en una silla en el vestíbulo de Whampoa. Me habían quitado la chaqueta y la camisa, y un tipo robusto de barba negra me estaba haciendo chillar de dolor con un trapo mojado en agua hirviendo aplicado a mi herida... Sin embargo, junto a él estaba una de aquellas bellezas de ojos almendrados, sosteniendo una palangana con agua humeante. Era la única visión agradable en la habitación, ya que mientras yo parpadeaba ante la luz reflejada en toda aquella magnificencia de plata y jade y marfil, vi que las caras que me miraban en círculo estaban solemnes y silenciosas y quietas como estatuas.
Allí estaba el propio Whampoa, en el centro, impasible como siempre con su espléndido traje de seda negra; junto a él, Catchick Moses, con su cabeza brillante con su amable bola y su amable cara judía pálida por la preocupación; Brooke, sin sonreír ahora..., su mandíbula y su boca duras como la piedra y, detrás de él el amable Stuart la viva imagen de la piedad y el horror... ¿qué demonios estarían mirando?, me pregunté, porque vaya, yo tampoco estaba tan enfermo. Entonces Whampoa habló, y comprendí, porque lo que dijo fue lo más terrorífico de aquella noche, y comparado con ello, el dolor de mi herida pareció insignificante. Tuvo que repetirlo dos veces antes de que penetrara en mi mente, y lo único que pude hacer fue quedarme allí sentado, mirándole con horror e incredulidad.
—Su bella esposa, la señora Elspeth... no está. Ese hombre, Solomon Haslam, la ha secuestrado. El
Sulu Queen
ha zarpado de Singapur esta noche, nadie sabe hacia dónde.
[Extracto del diario de la señora Flashman, julio de 1844.]
¡Perdida! ¡Perdida! ¡Perdida! Nunca he estado tan Sorprendida en mi vida. En un momento dado, estaba segura con Tranquilidad y Afecto, entre Amigos Cariñosos y Conocidos, protegida por la Devoción de un Marido Fiel y un Padre Generoso... al momento siguiente, horriblemente raptada robada por uno a quien al que yo había
estimado
y en quien había
confiado
casi más que en cualquier otro caballero que conociera (excepto por supuesto H. y mi querido Papá). ¿Volveré a verles alguna vez? ¿Qué terrible destino me espera en el futuro...? ¡Ah, puedo adivinarlo
demasiado bien
, porque he visto la Detestable Pasión en sus ojos, y no hay ni que pensar en que me haya secuestrado tan
cruelmente
con otro objetivo! Estoy tan afectada por la Vergüenza y el Terror que creo que perderé la Razón... Por si esto ocurriera, ¡debo registrar mi Miserable Padecimiento mientras me quede algo de
claridad de mente
y pueda sujetar todavía mi temblorosa pluma!
¡Ay dolor!, me separé de mi querido H. con
discordia
y
enfado...
y por un Incidente Insignificante, porque él tiró la taza de café contra la pared y le dio una patada al criado... que era ni más ni menos lo que aquel bobo se merecía, porque su comportamiento había sido Descuidado y Familiar, y no se limpiaba las uñas antes de servirnos y yo, como una Miserable Regañona, le hice reproches a Mi Amado, y tomé partido por el Mal Sirviente, así que estuvimos de morros todo el desayuno, y cambiamos solamente unas Breves Observaciones durante la mayor parte del día, con Pucheros y Dengues por mi
indigna
parte, y Miradas Oscuras y Exclamaciones de mi Querido..., pero ahora veo lo
contenido
que se mostró él con una criatura tan Perversa y Desagradable como yo.
¡Oh!, qué Desgraciada,
indigna
mujer soy, porque con un Cruel Enfado acompañé a Don S., esa Víbora, a la excursión que propuso, pensando en castigar a mi Querido, paciente, dulce Protector... ¡oh, he sido castigada por mi
egoísta y maliciosa
conducta!
Todo fue bien en nuestro
picnic
en la costa, aunque yo creo que el champán no tenía gas y me hizo sentir extrañamente adormilada, así que tuve que ir al barco a echarme un rato. Sin pensar en el Peligro me dormí, y me desperté para encontrar que habíamos zarpado y Don S. estaba en cubierta instruyendo a su gente para ir a toda velocidad.
—¿Dónde está Papá —grité yo— y por qué nos estamos alejando de la costa? Mire, Don Solomon, el sol se está poniendo, ¡debemos volver!
Su cara estaba Pálida, a pesar de su color cálido, y su mirada era Salvaje. Con brutal franqueza, aunque en un Tono Moderado, me dijo que debía Resignarme, porque nunca volvería a ver a mi Papá.
—¿Qué quiere decir, Don Solomon? —grité—. ¡Estamos comprometidos para cenar esta noche con la señora de Alec Middleton!
Fue entonces, con una voz llena de sentimiento que
me conmovió
, tan diferente de su habitual forma Controlada de hablar, aunque yo podía notar que estaba luchando por controlar su Emoción, cuando me dijo que no podíamos regresar, que él era presa de una Pasión Devoradora por mí desde el Primer Momento en que nos conocimos.
—La suerte está echada —declaró—. No puedo vivir sin ti, así que tengo que
hacerte mía
, frente al mundo y frente a tu marido, aunque eso signifique que debo cortar todos mis lazos con la vida civilizada, y tomarte más allá de toda persecución, llevándote a mi propio reino distante, donde, te lo aseguro, gobernarás como Reina no sólo en mis Posesiones, sino también en mi Corazón.
—Eso es una locura, Don Solomon —exclamé yo—. No me he traído ropa. Además, soy una
mujer casada
, con una Posición Social.
Él dijo que no me preocupara por eso, y cogiéndome súbitamente en un Poderoso Abrazo que me quitó la respiración, juró que yo le amaba también... que se había dado cuenta por unos Signos Alentadores que había detectado en mí, todo lo cual, por supuesto, era una Odiosa Invención que su Cerebro Enfebrecido había confundido con las cortesías comunes y pequeñas bromas que una Dama acostumbra conceder a un Caballero.
Yo estaba
muy asustada
por la espantosa posición en la que me encontraba, tan inesperadamente, pero no tanto como para perder mi capacidad de Análisis Cuidadoso. Una vez que le rogué que se arrepintiera de su
locura
, que sólo podía conducir a la
vergüenza
para mí y a la Ruina para él, incluso habiéndome rebajado hasta el extremo de luchar vanamente en su apretado abrazo, brutalmente fuerte e
inflexible
, pedir socorro en voz alta y darle patadas en las espinillas, me calmé un poco, y fingí Desmayarme. Recordé que no hay Emergencia que esté por encima de la Capacidad de una mujer Británica Decidida, especialmente si es Escocesa, y recobré el coraje al recordar la lección que nos proporcionó nuestro maestro, el señor Buchanan, en la Academia Renfrew para Jóvenes Damas y Caballeros —ah, mi querido hogar, ¿me han apartado para siempre de los Escenarios de mi Infancia?— de que en los Momentos de Peligro es de
la mayor importancia
tomar Medidas Adecuadas y entonces
actuar
con arrojo y rapidez.
Así que me quedé
desmayada
en la presa cruel de mi Captor (aunque sin duda quería ser Afectuosa) y él relajó su vigilancia, y entonces
me liberé
y corrí hasta la barandilla, intentando arrojarme a merced de las olas, y nadar hasta la costa, porque soy una Buena Nadadora, y poseo el certificado de Salvamento de Vida de Ahogados de la Sociedad Escocesa Oriental para la Mejora Física, habiendo sido entre las primeras en recibirlo cuando la Institución se fundó en 1835, o quizás en 1836, cuando yo era todavía una niña. No estábamos muy lejos de la costa, pero antes de que pudiera lanzarme al mar, confiando en Dios Todopoderoso, uno de los Espantosos y Apestosos nativos de Don S. me agarró, y a pesar de mis forcejeos, me llevó abajo, a las órdenes de Don S., y estoy confinada en el salón, donde escribo este melancólico relato.
¿
Qué voy a hacer
? Oh, Harry, Harry, querido Harry, ¡ven y sálvame! Perdona mi conducta Inconsciente y Caprichosa y rescátame de las Garras de este Hombre Indecente. Creo que está loco... y, sin embargo, tales Obsesiones Apasionadas no dejan de ser comunes, creo, y no soy insensible a la Mirada que he visto asomar en otros de su sexo, que han alabado mis atractivos, así que no puedo pretender que no entiendo las razones de esta Horrible y Poco Galante Conducta. Mi temor es que antes de que pueda llegarme la Ayuda, su Bestialidad pueda sobreponerse a sus Sentimientos más Refinados... e incluso ahora no puedo concebir que él haya Olvidado completamente las Buenas Maneras, aunque por cuánto tiempo continuará su control, eso no puedo decirlo.
Así que ven
rápido, rápido
, querido mío, porque ¿cómo puedo yo,
débil
e
indefensa
como soy, resistir sin ayuda? Estoy sumida en el terror y la confusión a las 9 de la noche. El tiempo continúa bueno.