Así fue mi primer encuentro con la reina Ranavalona de Madagascar, la mujer más horrible que he conocido en mi vida, sin paliativos. Desgraciadamente, no fue en absoluto el último, porque aunque nunca dejó de mirarme con aquella mirada fija de Gorgona, me tomó un cariño inextinguible. Posiblemente fue mi habilidad al piano,
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porque normalmente ella cambiaba de amante como quien cambia de camisa, y yo estaba en un temor constante en las semanas que siguieron de que se cansara de mí, como lo había hecho con Laborde y con otros cientos más. Él simplemente había sido apartado, pero a menudo sus amantes desechados eran sujetos al espantoso tormento de la prueba
tanguin
, y enviados a los pozos, o desmembrados, o cosidos en pellejos de búfalo de los que sólo sobresalía la cabeza, y entonces los colgaban hasta pudrirse.
No, complacer a la reina no era un negocio fácil, y para empeorar las cosas, ella era una amante brutalmente absorbente. No quiero decir con esto que disfrutara infligiendo dolores a sus hombres, como la querida Lola con su cepillo del pelo, o la traviesa señora Mandeville de Mississippi, que llevaba botas de montar con espuelas en la cama, o la tía Sara, la loca fustigadora de las estepas... Vaya, he conocido a algunas palomitas en mis tiempos, ¿verdad? No, Ranavalona era simplemente un animal, tosco e insaciable, y quedabas dolorido después durante días. Sufrí una fisura en una costilla, un dedo roto, y Dios sabe cuántos tirones y dislocaciones en mis seis meses de semental titular, lo cual les da alguna idea.
Pero ya he contado bastante; sólo cabe decir que mi iniciación fue afortunada y fui acogido entre los miembros de su corte como un esclavo extranjero que podría ser útil no sólo como amante, sino también, en vista de mi experiencia de soldado, como oficial y consejero militar. No hubo ninguna duda en las mentes de los oficiales de la corte que me asignaron a mis deberes, ni la más remota sospecha de que yo pudiera dudar, o deseara que me enviaran a casa, o que me considerara otra cosa que afortunado de verme tan honrado por ellos. Yo había ido a Madagascar y allí estaría hasta que muriera, eso estaba claro. Era su filosofía nacional; Madagascar era el mundo, era perfecto, y no podía haber mayor traición que pensar de otra manera.
Tuve una vaga idea de aquello la misma tarde, cuando fui despedido de la real presencia, considerablemente agotado y tembloroso, y me condujeron a una entrevista con el secretario privado de la reina. Éste resultó ser un alegre y menudo negro regordete con un chaqué azul con botones de latón y pantalones de cuadros, que me sonrió cálidamente desde las profundidades de un enorme cuello blanco y me asombró gritando:
—¡Señor Flashman, qué gran placer verle! Yo ser el señor Fankanonikaka, secretario muy personal y especial de su majestad. La reina Ranavalona, la gran nube queda sombra al mundo, ¿estoy en lo cierto? No, ni la mitad, ya lo creo... —se frotó las pequeñas garras negras, riendo ante mi aspecto sorprendido, y siguió—: Cómo hablo yo inglés tan perfecto, eso asombrará a usted, yo ser educado en Londres, en Highgate School, Highgate, en el año de Cristo de 1565, siete años reinado de la Buena Reina Bess. Por favor, sentarse aquí exactamente, y atenderme a mí. Soy un buen compañero —y me indicó una silla.
Estaba aprendiendo a aceptar cualquier cosa de aquel extraordinario país, y... ¿por qué no? En mis tiempos he visto a un alumno de Oxford dirigir un barco de esclavos, a un profesor de griego conducir mulas en la diligencia de Sacramento, y a un galés con sombrero de copa dirigir un
impi
zulú... Ver a un negro educado en Londres actuando como secretario
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de la reina de Madagascar no era demasiado extraño aliado de esas cosas. Pero oír hablar en inglés, aunque fuera con aquel lenguaje algo sorprendente, me cogió tan desprevenido que casi cometí la indiscreción de preguntar cómo demonios podía escapar de aquel manicomio, y eso podía haber sido fatal en un país donde una palabra equivocada a menudo significa la muerte por tortura. Afortunadamente, recordé la advertencia de Laborde a tiempo, y pregunté cautelosamente cómo conocía mi nombre.
—¡Ja, ja! Nosotros lo sabemos todo, no trampas o engaños, por favor —gritó él, con su redonda cara brillando como el betún—. Usted venido desde el barco de Suleiman Usman, nosotros hablando con él quizás, averiguando mucho —inclinó la cabeza, examinándome con sus diminutos ojos—. Usted decirme ahora de la vida personal de usted, de dónde es, qué oficio; por así decir, mi viejo camarada.
Así lo hice. Que era inglés, oficial del ejército, y cómo había caído en las manos de Usman. De nuevo, recordando a Laborde, no mencioné a Elspeth, aunque estaba consumido por la ansiedad sobre la que hubiera podido pasar. Él asintió cortésmente y luego dijo:
—¿Venido a Madagascar, conoce alguien aquí, cierto?
Le aseguré que estaba equivocado, levantó un dedo y me dijo: «Monsieur Laborde».
—¿Quién es? —dije yo, haciéndome el inocente, y él sonrió y exclamó:
—Monsieur Laborde hablarle en el mercado de esclavos, golpeado un golpe en la cara, pero luego usted venido tranquilo, con dólares para dar a la reina, afeitado, curioso, ¿no? —lanzó una risita y movió una mano—. Pero no importa, ya que ser buen compañero, Laborde viejo amigo y europeo, buen camarada. Oh, sí, mucho estrechar de manos y hola, viejo amigo. Yo entiendo, buen compañero también, como Highgate, y no importa, porque a la reina, que viva mil años, usted le gusta. ¡Qué felices serán! ¡Mucho dale que te pego y felices polvos! —gritó aquel cantamañanas, haciendo gestos obscenos—. Mucho placer, hurra. Quizás usted esclavo cinco años, seis, gusta a la reina —sus ojos giraron ardientemente—, quizás dar niño pequeño con polvos, ¿eh? De todos modos, cinco años y usted no estar perdido, no más, libre, casado con elegante dama, y será una gran persona como yo, o como otros. Todos gustando a la reina —él sonrió felizmente; tenía mi futuro en sus manos, al parecer—. Pero ahora usted esclavo, ¡perdido! —añadió gravemente—. Debe trabajar duro, no sólo meter y sacar. Los soldados deben trabajar, lo necesitan mucho, mantener mejor ejército del mundo, limpio y pulido, maldita sea, sin errores. A usted le gusta, en Madagascar, ser un buen coronel, quizá sargento mayor, gritar a los soldados, izquierda-derecha-izquierda-derecha, cogerlos, a la mierda todos esos Guardias Montadas, a toda marcha, buen estilo. Yo en Highgate, mucho tiempo, ver los cañones de Hyde Park, cuando era un niño, en el colegio —la sonrisa desapareció de su rostro, y pareció abatido—. El pequeño negrito veía soldados, grandes cañones, caballos, tarará, tarará y a galopar —suspiró y se frotó los ojos—. En Londres. ¿Todavía llover tanto? Mucha pastelería, fútbol, buenos tiempos —suspiró—. Yo hablaré con reina usted ser un gran soldado, conoce los últimos trucos, mantener el ejército muy bonito como Hector y Lysander, a todo trapo, ¿eh? Sí, hablar con reina.
Se podría decir que así fue como me uní al ejército malgache, y si el señor Fankanonikaka era un maldito agente de reclutamiento, era también inusualmente eficiente. Antes de que cayera la noche yo estaba acuartelado, con el simple rango de sargento general, que sospecho era una invención del propio Fankanonikaka, y no del todo inadecuado, tal como resultó luego. Me dieron dos habitaciones en la parte trasera del palacio principal, con un ordenanza que hablaba un poco de francés (y me espiaba día y noche) Y allí me senté y lloré, con la cabeza dándome vueltas, tratando de pensar qué hacer a continuación.
Pero ¿qué podía hacer yo en aquel nido de intrigas y terror, donde mi vida dependía del capricho de una déspota diabólica que estaba indudablemente loca, y era caprichosa, peligrosa y diabólicamente cruel? (Se parecía a mi primera niñera de alguna manera, excepto en que su idea del baño para el pequeño Harry era un poco diferente.) Sólo podía esperar, desesperadamente, a Laborde, y rezar para que tuviera alguna noticia de Elspeth, y me trajera alguna esperanza de huida de aquel espantoso aprieto. Yo estaba buscando la salida para aquellas desdichadas perspectivas, cuando quién aparece allí sino él en persona. Me sentí asombrado, contento y aterrorizado todo en el espacio de dos latidos de corazón; él estaba sonriente, pero pálido, y respiraba pesadamente, como un hombre que acaba de tener un sobresalto horrible y ha sobrevivido a él, lo cual era cierto.
—Acabo de ver a la reina —dijo. Y hablaba en francés, muy alto—. Mi querido amigo, debo felicitarle. Le ha gustado usted mucho, como yo esperaba. Cuando me llamó, lo confieso —rió con elaborada indiferencia— pensé que había algún malentendido acerca de mi visita a usted la última noche... que le habían informado y ella había sacado falsas conclusiones...
—Frankinosécuántos lo sabía todo —dije yo—. Me lo contó. Por el amor de Dios, ¿hay alguna noticia?
Él me cortó con una mueca y un movimiento de cabeza que señalaba hacia la puerta.
—Creo que he sido llamado a audiencia a sugerencia del secretario de su majestad —dijo él—. Estaba muy impresionado por sus cualidades, y deseaba que yo, como leal sirviente de la reina, añadiera mis recomendaciones a las suyas propias. Le dije lo que pude, que usted era un distinguido oficial del ejército británico, que no se puede comparar, por supuesto, con el glorioso ejército de Madagascar, y que estaba lleno de celo por servirla con su capacidad militar —me hizo un guiño ostentoso, moviendo la cabeza, y capté el asunto.
—¡Por supuesto! —exclamé, elevando la voz—. Es mi más querida ambición. Lo ha sido durante años. No sé cuántas veces el duque de Wellington me dijo: «Flash, viejo amigo, no serás un buen soldado hasta que no hayas pasado un tiempo con los malgaches. Si Boney hubiera tenido un batallón de ellos en Waterloo, Dios mío, lo hubiéramos pasado mal». Y estoy fuera de mí de alegría con el pensamiento de servir a una reina de tal gracia, magnanimidad y belleza sin par —si algún espía estaba tomando notas para el beneficio de aquella horrible perra negra, yo bien podía lisonjearla hasta la exageración—. De buena gana pondría mi vida a sus pies —había una oportunidad bastante buena de que aquello ocurriera, también, si teníamos muchos galopes como el de aquella tarde.
Laborde pareció satisfecho, y se lanzó a arrebatos acerca de mi buena suerte, y lo afortunado que era por tener una gobernante tan benévola. No podía decir suficientes cosas buenas de ella, y por supuesto me uní a él, ardiendo de impaciencia por oír las noticias que pudiera tener de Elspeth. Él sabía lo que estaba haciendo, sin embargo, porque mientras hablaba jugaba nerviosamente con una calabaza que había en la mesa, y cuando apartó su mano, había un papel debajo del recipiente. Esperé cinco minutos después de que él se fuera por si había ojos acechando, lo cogí y lo leí subrepticiamente mientras me echaba en la cama.
«Ella está sana y salva en casa del príncipe Rakota, el hijo de la reina», leí. «La ha comprado. No tema nada. Sólo tiene dieciséis años y es virtuoso. La verá cuando haya seguridad. Mientras tanto, no diga
nada
, si valora la vida de ella y la suya propia. Destruya este mensaje inmediatamente.»
Así que me comí aquella maldita cosa, especulando febrilmente con el pensamiento de que Elspeth se encontraba indefensa en manos de un príncipe negro que probablemente había estado cubriendo a todas las mujeres que tenía a su alcance desde que tenía ocho años. Virtuoso, ¿eh? ¿Como su querida mamá? Si era tan jodidamente ejemplar, ¿para qué la había comprado, para que le planchara la ropa? Laborde tenía que estar loco... Bueno, cuando yo tenía dieciséis años, sé lo que hubiera hecho si hubiera visto a Elspeth en el escaparate de una tienda con una etiqueta de precio pegada. Era demasiado horrible para pensar en ello, así que me fui a dormir en lugar de hacerlo. Después de todo, fuera lo que fuese lo que estaba ocurriéndole a Elspeth, yo había tenido un día agotador.
[Extracto del diario de la señora Flashman, octubre de 1844.]
Madagascar es una isla muy Singular e Interesante, y me considero muy
afortunada
por haber sido tan amablemente recibida aquí... lo cual
se debe enteramente
a la Sagacidad y Energía del querido H., que de alguna manera planeó de lo más inteligentemente la huida a la costa del barco de Don S. e hizo los arreglos para nuestra Excursión y recepción. ¡Oh, qué liberación tan
feliz
! No sé cómo lo ha conseguido, porque no he visto a mi Bravo Héroe desde que desembarcamos, pero mi Amor y mi Admiración por él no conocen límites, tal como lo dejaré bien claro cuando de nuevo tenga la Dicha de verme envuelta entre sus brazos.
Ahora estoy residiendo en el Palacio del Príncipe Rakota, en la capital (cuyo nombre extranjero no puedo intentar reproducir, pero suena como si repicara una campanita), habiendo sido traída aquí ayer después de un viaje con muchos Sobresaltos y Aventuras. Me llevaron a la costa desde el barco de Don S. unos Caballeros negros, así debo llamarlos, porque son personas importantes, y realmente todo el mundo es negro aquí. Don S. protestó de la manera más violenta y se puso
bastante alterado
, así que los soldados negros tuvieron que sujetarle... pero yo no me conmoví demasiado, porque sus inconveniencias últimamente habían sido muy marcadas, y su conducta muy
brusca
, y estaba ya Realmente Harta de él. Se ha comportado de forma
odiosa
, porque a pesar de sus protestas de Devoción hacia mí, me ha puesto en una
situación muy incómoda
, egoístamente... y también a mi querido H., que incluso recibió un horrible Rasguño en su persona.
No diré más de Don S. excepto que siento mucho que un caballero tan Refinado y Agradable haya demostrado ser tan inadecuado de conducta, y que ha sido una gran Decepción para mí. Pero mientras me alegro de haberme librado de él, estaba un poco Incómoda con nuestros anfitriones Negros, el jefe de los cuales no me gusta en absoluto, es tan Zafio y Espontáneo, y me miraba de una forma tan horrible,
familiar
, e incluso se olvidó de sí mismo de tal modo que me
tocó
el cabello, gruñendo a sus amigos en su Lengua (aunque habla un Francés tolerable, por lo que oí), así que me dirigí a él en esa Lengua y le dije: «Su conducta con una Dama no es conveniente, señor, especialmente en uno que lleva el tartán del 42, y además estoy segura de que no tiene derecho a ello, porque mi tío Dougal estaba en el 93 Y nunca oí hablar de que una persona de su color estuviera destinada en la Brigada Highland, ni en Glasgow ni en ningún otro sitio. Pero si estoy equivocada, me disculparé. Tengo mucho hambre, ¿y
dónde
está mi Marido?».
Todo esto fue recibido con un descortés silencio, ellos me colocaron en un coche o palanquín y me llevaron Tierra Adentro, aunque me opuse enérgicamente y hablé de forma bastante
dura
, pero sin resultado. Estaba con
tal preocupación
por no tener ni una sola noticia de mi querido H. y por no saber adónde me llevaban, y la gente que pasábamos no paraba de Mirarme, lo cual era desagradable, aunque ellos parecían estar asombrados, y yo decidí que era eso, que
nunca habían visto a una Dama de Cabello Rubio y de mi Aspecto antes
, ya que eran Primitivos. Pero yo llevé aquella Insolencia con Dignidad y Reserva, y golpeé a uno de ellos con la correa del coche, después de lo cual mantuvieron una distancia más respetuosa. Para ayudar a ahuyentar mis miedos, me dediqué a la Tranquila Contemplación de las maravillas que vi por el camino, siendo el Escenario más allá de toda descripción, las flores de Brillantes Colores, y la vida Animal de una variedad y un interés sin límites, especialmente una pequeña bestia encantadora llamada el Eye-eye, que es medio mono, medio rata, con los ojos más
divertidos
y pensativos... y supongo que por eso le llaman Eye-eye, y no lo matan. Sus monerías son divertidas.
Sin embargo, escribiré más tarde sobre las Atracciones de este singular país, cuando la Musa Descriptiva venga a visitarme. Igualmente sucederá con la gran ciudad de Madagaskar, y mi Presentación a Su Alteza el Príncipe Rakota por un residente Francés, M. La Board, que está en términos de Intimidad con el Príncipe. Por él supe que el querido H. había estado ocupado en Asuntos Militares de Importancia para un Personaje que era nada menos que Su Majestad la Reina de Madagaskar... y yo imagino que mi amado, inteligentemente, les ofreció sus Servicios a cambio de ser recibidos aquí. Ellos, naturalmente, estarán Ansiosos de contar entre ellos a tan distinguido oficial, lo que sin duda explica la Precipitación con la cual se alejó desde la Costa, sin ni siquiera verme... lo cual me causó un poco de
malestar
, aunque estoy segura de que él sabe lo que hace. No lo entiendo bien, pero M. La Board me explicó la naturaleza
delicada
del trabajo, y desde entonces él y el Príncipe insisten en que nada debe
perjudicarlo
, yo me resigno con Buen Humor y
compostura
a esperar y ver, como debe hacer una buena esposa, y sólo espero que mi Héroe pronto esté libre de sus deberes para venir a visitarme.
Estoy muy cómoda en el delicioso Palacio del Príncipe, y recibo todo tipo de Consideraciones y Amabilidades. El Príncipe es
sólo un chiquillo
, pero habla un buen Francés con vacilaciones encantadoras, y es todo amabilidad. Es muy negro, alto y guapo, sonríe fácilmente y me gusta pensar que está más que un poco
ilusionado
conmigo, pero es tan joven e infantil que una expresión de Admiración que pudiera ser tomada como
un poco
atrevida en una persona más madura, puede ser excusada en él como una galantería
natural
de la juventud. Es un poco tímido, y tiene una expresión ansiosa. Me gustaría tener un guardarropa adecuado, porque tengo algunas esperanzas de que, cuando vuelva mi querido H., me lleve a visitar a la Reina, que parece por todo lo que he oído ser una Persona Notable y tenida en gran Estima. Sin embargo, si me veo tan Honrada, tendré que conformarme con lo que tengo, y confiar en mi
buena cuna
y apariencia para representar adecuadamente a mi País entre esta gente, porque tal como nuestro Amado Bardo ha dicho, el rango no es sino el troquel de una guinea,
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y estoy segura de que una Dama Inglesa puede moverse sin sentirse Avergonzada en cualquier tipo de Sociedad, especialmente si tiene Gracia suficiente y el Aspecto adecuado para ello.