Flashman y señora (24 page)

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Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

BOOK: Flashman y señora
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[¡Final del extracto, increíble por su desvergüenza, hipocresía y presunción
injustificadas
!— G. de R.]

6

Bajamos por el río Kuching con la marea de la tarde siguiente. Formábamos un gran convoy de barcos mal mezclados navegando silenciosamente entre las barreras abiertas, y bajando entre orillas oscuras y abigarradas en el crepúsculo hacia mar abierto. Cómo había conseguido aquello Brooke, lo ignoro. Creo que se puede leer en su diario, y en el de Keppel, cómo armaron y avituallaron y reunieron su destartalada flota de guerra de cerca de ochenta barcos, cargados con las más increíbles tripulaciones de piratas, salvajes y lunáticos, y los lanzaron al mar de la China como una condenada regata; no recuerdo todo eso con demasiada claridad, porque durante toda una noche y un día estuve en los muelles del Kuching, un verdadero manicomio en el cual, siendo nuevo en el asunto, no desempeñé un papel demasiado útil.

Tengo mis habituales recuerdos inconexos de todo aquello, sin embargo. Recuerdo los largos praos de guerra con sus elevadas quillas y bosque de remos, remolcados uno tras otro a través de la barrera por sudorosos y chillones timoneles malayos, y los aliados nativos del rajá subiendo a bordo: una horda medio desnuda de dayaks, algunos con faldas y
sarongs
, otros con taparrabos y polainas, algunos con turbantes, y otros con plumas en el pelo, pero todos chillando, haciendo muecas y más feos que un pecado, cargados con sus malignos
surnpitanes
y flechas, sus
cris
y sus lanzas, todos preparados para la batalla.

Luego estaban los espadachines malayos que llenaban los sampanes: villanos de cara plana con fusiles y terribles cuchillos
kampilan
de hoja recta en sus cinturones; los marineros británicos con sus guardapolvos de cáñamo y pantalones y sombreros de paja, sus caras rojas haciendo muecas y sudando mientras cargaban el
Dido
, cantando «Whisky, Johnny», halando y pateando el suelo; los silenciosos cañoneros chinos cuya tarea era poner los pequeños cañones en las proas de los sampanes y las chalupas y almacenar los barrilitos de pólvora y de cerillas; los esbeltos piratas Linga de piel olivácea que manejaban los barcos exploradores de Paitingi: asombrosas embarcaciones éstas, exactamente como piraguas de carreras universitarias, esbeltas agujas frágiles con treinta remos que podían deslizarse por el agua tan rápidos como pueda correr un hombre. Pasaban deprisa entre los otros barcos, los largos, majestuosos praos, el
Dido
, los cúters y lanchas y canoas, el largo balandro
Jolly Bachelor
, que era el propio buque insignia de Brooke, y la joya de nuestra flota, el vapor de paletas de las Indias Orientales
Phlegethon
, con su maciza rueda y su plataforma, y su chimenea arrojando humo. Todos llenaban el río, en una gran confusión de remos, cordajes y trastos, y por encima de todo resonaba el constante coro de maldiciones y órdenes en media docena de lenguas. Parecía como un
picnic
de barqueros que se hubieran vuelto locos.

La variedad de armas era la pesadilla de un armador: junto a las que ya he mencionado, había arcos y flechas, todos los tipos imaginables de espadas, hachas y lanzas, modernos rifles; revólveres de seis cañones, pistolas de arzón, de percutor, trabucos de chispa chinos fantásticamente grabados, cañones navales de seis libras, cohetes de Congreve con sus disparadores montados en los castillos de proa de tres de los praos. «Que Dios ayude a quienquiera que se ponga en el camino de esa colección», pensé yo, observando especialmente una buena comparación en la costa: un oficial naval británico con su frac y sombrero impermeable probando el calibre de un par de modernos cañones Manton, sus casacas azules, afilando sus sables con empuñadura de latón con una piedra de afilar, y a un metro de ellos una parloteante banda de dayaks empapando sus dardos
langa
en una caldera burbujeante del horrible blanco veneno
radjun
.

—Veamos cómo tira tu pistola de juguete, Johnny —gritaba uno de los marineros, y balanceaban un corcho de champán en una cuerda como blanco, a veinte metros de distancia; uno de los pequeños brutos sonrientes deslizó un dardo en su
surnpitan
, lo acercó a su boca y en un parpadeo allá iba el corcho, rebotando en la cuerda, traspasado por la aguja de treinta centímetros de largo.

—¡Demonios! —exclamaba el casaca azul, reverentemente—. ¡No apuntes esa maldita cosa hacia mi espalda!, ¿quieres? —y los otros jaleaban al dayak, y le ofrecían cambiarle por sus artilleros.

Así que ya pueden ver el tipo de flota que James Brooke hizo a la mar desde Kuching la mañana del 5 de agosto de 1844, y si, como yo, han sacudido ustedes la cabeza con desesperación ante la heterogénea mezcolanza que se reunía junto a los muelles, habrían retenido la respiración, incrédulos, si hubieran visto cómo todo ellos se deslizaban en silencioso y disciplinado orden hacia el mar de la China en el amanecer que empezaba a despuntar. Nunca lo olvidaré: el agua de un color púrpura oscuro, rizada por la brisa de la mañana; la enmarañada costa de color verde a un cable de distancia por la derecha; los primeros y cegadores rayos de plata convirtiendo el mar en un derretido lago por delante de nuestras proas mientras la flota se dirigía hacia el este.

Primero fueron los barcos exploradores, diez de ellos en línea a un kilómetro de distancia, pareciendo volar por encima de la superficie del mar, dirigidos por las delgadas antenas de sus remos; luego los praos, en doble columna, con sus velas desplegadas y los grandes remos azotando el agua, con los sampanes y canoas más pequeños detrás; el
Dido
y el
Jolly Bachelor
con las velas desplegadas y, por último, pastoreando el rebaño, el vapor
Phlegethon
, con su gran rueda golpeando pesadamente en el chorro, Brooke pavoneándose bajo su toldilla, como un monarca vigilante, y haciendo discursos al admirado Flashy. (No es que yo buscara su compañía, pero como de todos modos tenía que ir, había pensado que sería más seguro pegarme a él como una lapa, en el barco más grande; mi instinto me decía que si alguien volvía a casa con los pies por delante no sería él, y sus raciones probablemente serían mejores. Así que le hice la pelota con mi mejor estilo, y él me aburrió hasta lo indecible a cambio.)

—¡Hay algo mejor que inspeccionar los adornos de los estribos en la Guardia Montada! —gritaba alegremente, haciendo un gesto ceremonioso con una mano a nuestra flota, que llenaba el mar iluminado por el sol—. Qué más podría pedir un hombre, ¿eh? Una sólida cubierta bajo los pies, la vieja bandera sobre la cabeza, compañeros valientes a los lados y un duro enemigo ante nosotros. ¡Esto es vida, amigo! —me pareció más probable que era la muerte, pero por supuesto me limité a sonreír y a estar de acuerdo en que así fuera—. y una buena causa por la que luchar —siguió—. Castigar a los malos, defender Sarawak y rescatar a su dama, por supuesto. Sí, ésta será una costa más agradable y más limpia cuando hayamos acabado con esto.

Le pregunté si eso quería decir que iba a dedicar su vida a perseguir a los piratas, y él se puso muy solemne, mirando al mar con el viento despeinándole.

—Podría ser muy bien el trabajo de toda una vida —dijo—. Ya sabe, lo que nuestra gente en casa no entiende es que un pirata aquí no es un criminal, en el sentido que nosotros le damos; la piratería es la profesión de las islas, su modo de vida, igual que el comercio o la venta para los ingleses. Así que no es cuestión de erradicar a unos pocos malhechores, sino de cambiar la mentalidad de toda una nación, y dirigirlos hacia objetivos honrados y pacíficos —rió y sacudió la cabeza—. No será fácil... ¿sabe lo que me dijo una vez uno de ellos? (y era un cabecilla inteligente y que había viajado). Me dijo: «Sé que Vuestro sistema británico es bueno,
tuan besar
, he visto Singapur y vuestros soldados y comerciantes y grandes barcos. Pero yo fui educado para saquear, y me río cuando pienso que he despojado a una pacífica tribu hasta de sus cacharros de cocina». Ahora, ¿qué haría usted con un tipo como ése?

—Colgarlo —dijo Wade, que estaba sentado en el puente con el pequeño Charlie Johnson, uno de los hombres de Brooke,
[36]
jugando al
main chatter
[37]
—. Era Makota, ¿verdad?

—Sí, Makota —dijo Brooke—, y era el mejor de ellos. Uno de los amigos y aliados más fieles que he tenido en mi vida... hasta que desertó para unirse a los esclavistas Sadong. Ahora él proporciona trabajadores y concubinas a los príncipes de la costa que se supone que son nuestros aliados, pero que secretamente tratan con los piratas por miedo y por provecho. Contra este tipo de cosas tenemos que luchar, aparte de los propios piratas.

—¿Por qué hace esto? —le pregunté, porque a pesar de lo que me había contado Stuart, quería oírselo a él mismo; yo siempre sospecho de esos cruzados contra los bucaneros, ¿saben?—. Quiero decir que tiene Sarawak; ¿eso no le mantiene ya bastante ocupado?

—Es un deber —dijo, como uno podría decir que hace bastante calor para esta época del año—. Supongo que empezó con Sarawak, que al principio me pareció como un niño huérfano, que protegí con dudas y perplejidad, pero que ha recompensado mis desvelos. Yo he liberado a su gente y su comercio, les he dado un código de leyes, he fomentado la industria y la inmigración china, he aplicado sólo unos mínimos impuestos y les he protegido de los piratas. Oh, sí, podría hacer una fortuna con todo esto, pero me contento con poco... Como ve, sólo hay dos opciones: o soy un hombre de valía, o un simple aventurero que busca el enriquecimiento, y Dios me perdone si nunca he sido esto último. Pero me siento bien recompensado —dijo—, por todas las cosas buenas que administro para mi satisfacción.

«Es una lástima que no puedas ponerle música y cantarlo como si fuera un himno», pensé yo. Al viejo Arnold le habría encantado. Pero todo lo que dije fue que aquél era indudablemente el trabajo del Señor, y que era una verdadera vergüenza que no estuviera reconocido; valía al menos un nombramiento como caballero, diría yo.

—¿Títulos? —exclamó él, sonriendo—. Son como las ropas caras, los halagos de los subordinados y la sopa de tortuga... todo de ligero e igual valor. No, no, soy demasiado tranquilo para ser un héroe. Todo lo que deseo es el bien de Borneo y su gente... Ya he señalado lo que puede hacerse aquí, pero es nuestro gobierno el que debe decidir qué medios, si es que hay alguno, deben poner a mi disposición para extender y desarrollar mi trabajo —sus ojos adoptaron aquel brillo que se ve en los predicadores de campaña y los contables de algunas empresas—. Sólo he tocado la superficie, aquí... Quiero abrir el interior de esta asombrosa tierra, explotarla para beneficio de su gente, corregir el carácter nativo, mejorar su suerte. Pero ya sabe que nuestros políticos... no se preocupan por los asuntos extranjeros, y son muy precavidos conmigo, ¿sabe?

Volvió a reír.

—Sospechan que estoy haciendo algún trabajo para mi propio beneficio. ¿Qué puedo decirles? Ellos no conocen el país, y las únicas visitas que recibo son breves y oficiales. Bueno, ¿de qué puede enterarse un almirante en una semana? Si sirviera para algo habría inventado un proyecto, nombrado un comité de dirección y celebrado reuniones públicas. «Borneo, Sociedad Limitada», ¿verdad? ¡Eso sí que les habría interesado! Pero sería una equivocación, y sólo habría convencido al gobierno de que soy un filibustero: Barba Negra con camisa limpia. No, no, no funcionaría —suspiró—. Y sin embargo, qué orgulloso estaría, algún día, de ver Sarawak y todo Borneo bajo la bandera británica, por su bien, no por el nuestro. Quizá nunca ocurra, y eso es una lástima... pero mientras tanto, tengo una deuda con Sarawak y su gente. Soy su único protector, y si me dejo la vida en el empeño, habré muerto por una causa noble.

Bueno, en mi vida he visto gente complacida de sí misma, y yo mismo he actuado también bastante en esa línea, cuando la ocasión lo requería, pero J. B. ciertamente nos ganaba a todos. Quiero decir que, a diferencia de los hipócritas más arnoldianos, creo que él realmente creía en lo que decía; por lo que yo podía ver, al menos, estaba lo bastante loco para vivir de acuerdo con ello, lo cual cuadra con mi conclusión de que estaba mal de la cabeza. Cuando uno recuerda que excitó la ira de Gladstone...,
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eso dice mucho a favor de un tipo, ¿verdad? Pero hasta el momento yo lo consideraba simplemente un presumido más, un mentiroso, un cantante de salmos dedicado a la plegaria y al propio provecho, pero entonces él siguió y lo estropeó todo echándose a reír diciendo:

—¿Sabe?, si no es una buena causa, ¡al menos es de lo más divertido! ¡No sé si hubiera disfrutado ni la mitad de la protección y mejora de Sarawak si no implicara luchar contra esos vagabundos piratas y cazadores de cabezas! Es una suerte para mí que el deber se combine con el placer. Quizá no sea tan diferente de Makota y el resto de estos villanos después de todo. Ellos vagabundean por el placer y el saqueo, y yo me muevo por justicia y deber. Es interesante, ¿no le parece? Creerá que estoy loco —poco sabía la razón que tenía—, pero a veces creo que bellacos como Sharif Sahib y Suleiman Usman y los lobos de mar de Balagnini son los mejores amigos que he tenido. Quizá nuestros parlamentarios radicales tengan razón, y yo sea un pirata de corazón.

—Bueno, la verdad es que pareces uno de ellos, J. B. —dijo Wade, levantándose del tablero—. Jaque mate... He ganado, Charlie —fue a la barandilla y señaló, riendo, a los dayaks y malayos que estaban reunidos en la plataforma del prao frente a nosotros—. No tienen exactamente el mismo aspecto que una reunión de la escuela dominical, ¿verdad, Flashman? ¡Son piratas, al fin y al cabo!

—Flashman no ha visto todavía piratas de verdad —dijo Brooke—. Ya apreciará la diferencia.

Lo hice, en efecto, y antes de que acabara el día. Navegamos rápidamente a lo largo de la costa todo el día, con la brisa cálida, mientras el sol se deslizaba y caía como una rosa de color rojo fuego delante de nosotros, y con el aire más fresco de la tarde llegamos al fin al amplio estuario del Batang Lupar. Estaba a unos kilómetros de distancia, y entre las pequeñas islas de selvas impenetrables de su costa occidental fuimos a meternos en el camino de unos escuálidos marineros en sus sampanes maltratados por la intemperie:
orang laut
, los llamaban los malayos, «gitanos del mar», los vagabundos de la costa, que estaban siempre huyendo de un recaudador de impuestos a otro, recogiendo todo lo que podían.

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