Read Flashman y señora Online

Authors: George MacDonald Fraser

Tags: #Humor, Novela histórica

Flashman y señora (27 page)

BOOK: Flashman y señora
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Todo aquello era desperdiciar la devoción, si quieren, porque Elspeth estaba presumiblemente metidita en el lecho de Solomon a bordo del
Sulu Queen
y condenadamente más segura de lo que estaba, pero no hay nada como el temor a una muerte violenta para arruinar la razón y la lógica. Me atrevo a decir que si Sócrates hubiera estado en el Batang Lupar aquella noche, quizá hubiera podido poner en orden mis pensamientos, pero no habría tenido muchas oportunidades; se habría encontrado con un Colt en la mano y empujado por encima de la borda con instrucciones de atacar como una furia, buscar una mujer rubia en apuros y darme un grito cuando la costa estuviera despejada. Pero como no tenía otro consejo que el mío propio, me fui a dormir.

[Extracto del diario de la señora Flashman, agosto de 1844.]

Una noche
extremadamente
incómoda (un calor opresivo) plagada de Insectos. El ruido de los Nativos no se puede
soportar
. ¿Por qué tienen que golpear sus
gongs
después de anochecer? No dudo de que deben de tener algún Propósito Religioso,
y
si es así, es exasperante en grado sumo. Desespero de dormir, incluso en Traje de Eva, tan intenso es el calor y la
opresión
del aire; con dificultades puedo escribir estas pocas líneas; el papel está
bastante húmedo
y se emborrona lastimosamente.

No hay señales de Don S. desde esta mañana, cuando se me permitió salir brevemente al puente para tomar el aire y hacer ejercicio. Casi me olvidé de mi
lamentable
condición por el interés de lo que vi, de lo cual he tomado unos Breves Apuntes, y unos pocos modestos dibujos. Los colores de las Flores de la Selva son de lo más exquisito, pero palidecen hasta desaparecer ante la extravagancia de los propios Nativos. Tan Espléndidas y Bárbaras galeras, adornadas con gallardetes y banderolas como Corsarios de antaño, gobernadas por oscuras tripulaciones, la mayor parte de apariencia repulsiva, pero otras bastante imponentes. Mientras yo estaba en la proa, una galera de aquéllas se ha deslizado por la corriente, empujada por los remos manejados por Oscuros Argonautas, y en la popa del barco iba alguien que era claramente su Jefe, un Joven Bárbaro Alto y Elegantemente Formado, vestido con un
saronga
de Oro Brillante, con muchos ornamentos en sus brazos y piernas desnudos... realmente tenía un Porte muy Noble y era bastante guapo para ser nativo, e inclinaba su cabeza hacia mí y me sonreía
alegremente
, con mucho respeto y una Dignidad Natural. No era totalmente amarillo, sino de piel bastante pálida, como me imaginaría a un Dios Azteca. Su nombre, tal como descubrí por discreta indagación a Don S., es Seriff Sajib, y supongo por este título que es al menos un Juez de Paz.

Creo que podría haber venido a bordo de nuestro barco, pero Don S. le habló desde la Pasarela, lo cual confieso fue una Decepción, porque parecía un Personaje de bastante
gentileza
, si uno puede usar esa palabra para un Infiel, y podía haber tenido tiempo para dibujarlo, y tratar de captar al menos una parte de esa Salvaje Nobleza de su aspecto.

Sin embargo, no he pasado mi tiempo en
ociosas contemplaciones
, sino que, recordando lo que lord Fitzroy Somerset me dijo en el Baile de la Guardia, he hecho cuidadoso recuento del armamento que he visto, y de la disposición de las Fuerzas del Enemigo, que he anotado
separadamente
, tanto el número de cañones largos como el de barcos o galeras. Parece haber
gran número
de esta gente, por tierra y agua, lo cual me llena de espanto. ¿Cómo puedo
esperar
ser liberada? Pero no debo malgastar mi pluma en éstas u otras vanas quejas.

Una ocurrencia divertida, que
no
deberla registrar, lo sé. Soy una hija tristemente ingrata. Entre los animales y pájaros (de los más
bellos
plumajes) que he visto había un Mono muy risible en uno de los barcos nativos, donde adivino que es una mascota, un animal de lo más asombroso, porque nunca he visto nada más Humano, casi tan alto como un hombre y cubierto con un abrigo de cabello rojo bastante Tupido. Tenía una Expresión muy Melancólica, pero también un
atractivo
brillo en sus ojos y el aspecto de un viejecito malhumorado, y me encantó, y sus captores, viendo mi interés, le hicieron actuar de la forma
más divertida
, porque sabía imitar a la perfección, e incluso intentó encender un fuego tal como lo hacían ellos, poniendo juntas unas ramitas. Pobre Bicho, ¡no se encendían solas,
como él esperaba que lo hicieran
! Estaba bastante abatido e Irritado, y cuando Chilló con Descontento y esparció las ramitas con Ira ¡vi que era la Viva Imagen de mi querido papá, incluso en la forma en que bizqueaba los ojos! Casi esperaba que se expresara con un rotundo: «¡Que se los lleve el diablo!». Qué fantasía más disparatada, ver un parecido entre aquel Bruto y el padre de una... ¡pero es que era
exactamente
como Papá cuando le da una de sus rabietas! Pero todo esto despertó unos Recuerdos tan Vivos en mí que no pude mirar durante mucho rato.

Así que de nuevo a mi Prisión, y mis Presentimientos, que aparto de mí resueltamente. Estoy viva, y por lo tanto espero...
¡y no me dejaré abatir!
Don S. continúa atento, aunque le veo poco; me ha dicho que el nombre de aquel Mono es Hombre de la Selva. Cierro este día con una Plegaria a mi Misericordioso Padre en los Cielos... ¡oh, que me mande pronto a mi H.!

[Fin del extracto... ¡y de una maliciosa difamación de un buen y honrado padre que, cualesquiera que sean sus faltas, se merecía un trato más amable por parte de una niña desagradecida a quien consintió demasiado!— G. de R.]

7

Volví a Patusan hace pocos años y aquello está increíblemente cambiado. Ahora, más allá del recodo del río, hay un soñoliento y cálido pueblecito de cabañas y chozas de bambú, rodeado por los enormes árboles de la selva, sesteando a la luz del sol; pollos que escarban en el suelo, mujeres cocinando, y como única actividad algún niño que se cae y llora. Por más vueltas que di a su alrededor y aunque lo miré desde todos los ángulos imaginables, no podía hacer corresponder aquello en mi imaginación con las puntiagudas empalizadas a lo largo de las orillas, los cinco poderosos fuertes de madera bordeando el gran claro. La selva debe de haber avanzado desde entonces, e incluso el río ha cambiado: es ancho y plácido ahora, cuando yo recuerdo que era estrecho y caudaloso. Todo estaba más cercano y encerrado; incluso el cielo parece mucho más lejano ahora, y hay una gran paz donde hubo un pandemónium de humo y cañonazos y maderas rotas y agua ensangrentada.

Estaban esperándonos cuando bordeamos el recodo todos en fila, de lado a lado, el
Phlegethon
a la cabeza y los praos con cohetes, y nuestros barcos de exploración escondidos subrepticiamente esperando para atacar. Aunque había amanecido ya del todo, no se podía ver el agua en absoluto; había una capa de niebla a un metro de su superficie, impidiendo no sólo la vista, sino también el sonido, de modo que incluso la rueda del
Phlegethon
producía sólo un ruido ahogado al golpear en el agua, y el salpicar de los remos era un sordo y continuo gorgoteo mientras atravesábamos la niebla.

Había una gran barrera de troncos visible por encima de la neblina, a cincuenta metros de nosotros, y más allá de ésta, en una visión que podía helarle a uno la sangre, de lado a lado, una hilera de grandes praos de guerra, atestados de hombres armados, gallardetes colgados de sus mástiles e hileras de calaveras balanceándose. Cuando llegamos a su vista, de cada cubierta se elevó un espantoso aullido, los gongs de guerra empezaron a resonar y aquella horda demoníaca sacudió los puños y blandió sus armas. Se inició también el escándalo desde las empalizadas en la orilla derecha, y los fuertes de madera que había detrás. Entonces los cañones del fuerte y los cañones de proa de los praos empezaron a vomitar humo, y el aire se espesó con los ensordecedores disparos que silbaban por encima de nuestras cabezas y lanzaban chorros de agua desde la neblinosa superficie, o acertaban de lleno en el maderamen de nuestras embarcaciones. Los praos con cohetes dispararon como respuesta, y enseguida el aire tranquilo se vio cruzado por los rastros humeantes de vapor, y los piratas en línea de batalla se vieron sacudidos por el golpeteo de los cañones Congreve, las explosiones que destrozaban sus puentes, estallidos de llamas y humo y hombres que caían desde la obra muerta. Luego su cañón volvió a retumbar, convirtiendo el estrecho río en un infierno de ruido y destrucción.

—¡Fuera los barcos de exploración! —aulló Brooke desde la barandilla del
Phlegethon
, y desde su escondite salieron rápidamente media docena de barcos de Paitingi, dirigiéndose hacia la barrera, sólo los remeros visibles por encima de la niebla, así que las tripulaciones no eran sino una hilera de cabezas y hombros abriéndose paso a través de aquella manta de algodón. Más allá de la barrera, el agua neblinosa estaba repleta de canoas enemigas, sus fusiles disparando a nuestros barcos exploradores. Vi cabezas desaparecer aquí y allá cuando los disparos daban en el blanco, pero los barcos espía avanzaban con ímpetu, y ahora los piratas estaban acercándose al propio dique, trepando a los grandes troncos, con espadas y
parangs
en la mano, para impedir que hicieran pie nuestros hombres. Y por encima de ambos lados continuaba el gran duelo de cañones entre nuestros praos y los suyos, con un estrépito infernal de explosiones y madera volando por los aires, puntuado por gritos de hombres heridos y órdenes estridentes.

No se podían oír ni siquiera los propios pensamientos, pero en estos casos es mejor no pensar, de todos modos. Yo estaba pegado a Brooke, con todos los nervios en tensión para mantener su cuerpo entre el mío y el fuego enemigo sin que resultase demasiado obvio. Ahora estaba dirigiendo el fuego de nuestros fusileros desde la proa del
Phlegethon
, para cubrir a los hombres de los barcos exploradores, que luchaban con furia para apartar a los piratas de la barrera y así cortar las grandes ligaduras y deshacer la barrera flotante, y dar paso a nuestros barcos. Me lancé hacia abajo, gritando tonterías, entre dos hombres con escopetas, tomé una yo mismo y la cargué con gran ostentación. Brooke iba de hombre a hombre, señalando posibles blancos.

—Aquel del pañuelo amarillo. ¡Deprisa, ahora! ¡Dale! El tipo grande con la lanza. El malayo detrás de Paitingi... Allí, ahora, el gordo en la popa de aquella canoa. ¡Disparad, chicos! Están retrocediendo... ¡Vamos, Stuart, dadle a las hachas en esos cables! ¡Adelante, Flashman, vamos!

Me dio una palmada en la espalda cuando yo acababa de esconderme la mar de bien detrás de los sacos de arena del lastre, y por fuerza tuve que precipitarme tras él por encima de la borda del
Phlegethon
hacia el
Jolly Bachelor
, que se balanceaba, repleto de hombres del
Dido
. Oí un disparo rebotar en las paletas del
Phlegethon
por encima de mi cabeza y caí a cuatro patas en la chalupa; unas manos me levantaron, y un marinero barbudo me sonrió y gritó: «¡Aquí estamos, señor! ¡Dos veces la vuelta al faro por un penique!». Yo me lancé detrás de Brooke, pasando a trompicones por encima de los hombres que maldecían y vitoreaban agachados en el puente, y me coloqué detrás de él junto al cañón de proa, desde donde trataba de hacerse oír por encima del estruendo y señalaba hacia delante.

Nos dirigíamos hacia la barrera, bajo un dosel de humo de cohetes, y los disparos estaban dispersando ya la niebla, y sólo se podía ver el agua aceitosa, llena de maderas rotas e incluso algún que otro cuerpo, rodando desmadejado. En la barrera había un cuerpo a cuerpo entre las canoas piratas y los tripulantes de nuestros barcos exploradores, una refriega de tajos, reveses, brillantes
parangs
que acuchillaban y lanzas clavadas, con disparos de fusil a bocajarro por encima de los troncos. Vi a Paitingi de pie en la barrera, lanzándose hacia adelante con un remo roto; a Stuart, defendiéndose de un pirata desnudo con su machete, escudándose de dos chinos que balanceaban sus hachas en los grandes cables de roten que aseguraban la barrera. En aquel momento los cables se partieron y los troncos rodaron, mandando a amigos y enemigos de cabeza al agua. En el
Jolly Bachelor
resonó un gran alarido de triunfo y nos dirigimos hacia el hueco, entre el humo, mientras en nuestra proa se alzó una luz azul para señalar los praos.

Pasaron cinco minutos frenéticos mientras ciábamos por el espacio entre los lados rotos de la barrera, Brooke y la tripulación que manejaba el cañón de proa echando metralla ante nosotros y el resto disparando a cualquier cosa que pareciera una forma hostil, o en la propia barrera o en las canoas que había más allá. Yo usé mi Colt con precaución, agachado debajo del baluarte y manteniéndome tan bien escondido entre la multitud de marineros como me fue posible. Surgió una canoa del humo, con un gran demonio amarillo con casaca acolchada y un casco con púas en la parte delantera, blandiendo una lanza con púas, tomé puntería y le disparé dos veces. Fallé, pero mi tercer disparo le dio de lleno cuando se preparaba para trepar por nuestra barandilla, y cayó al agua.

—¡Bravo, Flashman! —gritó Brooke—. ¡Aquí, venga a mi lado! —y allí estaba yo de nuevo, con la cara roja de pánico, cayendo junto a él mientras se inclinaba por encima de la borda y ayudaba a sacar a Stuart del agua. Él se había echado a nadar desde la barrera rota, y estaba jadeando en el puente, empapado, con un hilo de sangre que corría desde su manga izquierda.

—¡Listos todos! —rugió Brooke—. ¡Preparados, remeros! ¿Están todos los mosquetes a punto? ¡Bien, preparados! ¡Esperemos a los praos!

Más allá de la maraña de restos y canoas desfondadas, más allá de los nadadores que luchaban y los cuerpos flotantes, los dos finales de la barrera estaban ahora a unos cincuenta metros de separación, y derivaban lentamente detrás de nosotros en la corriente. Los barcos exploradores habían hecho su trabajo, y nuestros praos se estaban moviendo hacia adelante al impulso de sus remos, dispuestos en línea, media docena a cada lado, mientras los praos de los cohetes, más atrás, todavía cañoneaban la línea pirata, quizás a dos cables de longitud por delante. Tres o cuatro de ellos ardían furiosamente, y una gran columna de humo negro surgía río abajo hacia nosotros, pero su línea era sólida todavía, y sus cañones de proa disparaban insistentemente, enviando nubes de agua en torno a nuestros praos y batiendo su obra muerta. Entre ellos y nosotros nuestras canoas se retiraban, escabulléndose en busca de la seguridad de la embarcación más grande. Brooke meneó afirmativamente la cabeza, con satisfacción.

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