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Authors: Kurt Vonnegut

Tags: #Ciencia Ficción

Galápagos (18 page)

BOOK: Galápagos
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Y mientras tanto hubo en Santa Rosalía alguien bastante curioso como para querer averiguar por qué sus antepasados se habían establecido allí —y esa especie de curiosidad no se agotaría sino al cabo de unos tres mil años—. Ésta era la historia: habían sido echados del continente por una lluvia de meteoritos.

Dijo Mandarax:

Feliz la nación que no tiene historia.

Cesare Bonesana, Marchese di Beccaria (1738-1794)

De modo que, con un tono de voz perfectamente sereno, *Siegfried, el hermano del capitán, le pidió a *Wait que subiera e indicara a Selena MacIntosh e Hisako Hiroguchi que era hora de partir, y que las ayudara con el equipaje.

—Tenga cuidado de no alarmarlas —dijo—. Dígales que todo está en perfecto orden. Sólo por seguridad, los llevaré a todos al aeropuerto. —El Aeropuerto Internacional de Guayaquil, entre paréntesis, sería el primer blanco de la cohetería peruana.

Le dio Mandarax a *Wait para que éste pudiera comunicarse con Hisako. Había recuperado el instrumento junto al cuerpo de Zenji. Los dos cadáveres habían sido retirados y escondidos en la tienda de
souvenirs.
El mismo *Siegfried les había echado encima unas mantas
souvenir,
con el mismo retrato de Darwin que colgaba detrás de la barra.

De modo que *Siegfried von Kleist condujo a Mary Hepburn, Hisako Hiroguchi, *James Wait, Selena MacIntosh y *Kazakh a un autobús alegremente decorado que esperaba frente al hotel. Este autobús tenía que haber llevado a músicos y bailarines al aeropuerto, para regalo de las celebridades venidas de Nueva York. Las seis niñas kanka-bonas salieron junto con ellos y he puesto un asterisco delante del nombre de la perra porque pronto las niñas la matarían y se la comerían. No era época para ser perro.

Selena quería saber dónde estaba su padre e Hisako quería saber dónde estaba su marido. *Siegfried dijo que se habían adelantado e iban ya camino del aeropuerto. Había planeado meterlas de algún modo en un avión, fuera comercial, charter o militar, que las sacara sanas y salvas del Ecuador. La verdad acerca de Andrew MacIntosh y Zenji Hiroguchi, la sabrían a último momento, antes que el avión despegara; a esa hora quizá aún sobrevivieran, por mucho que las desgarrara el dolor.

Para calmar a Mary, convino en llevar a las seis niñas. No podía entender nada de lo que hablaban, ni siquiera con ayuda de Mandarax. Lo mejor que Mandarax pudo hacer fue identificar, quizá, una palabra entre veinte, por estar estrechamente relacionada con el quechua, la
lingua franca
del Imperio Incaico. Aquí y allá Mandarax creyó, además haber oído algo de árabe, la
lingua franca
de la trata de esclavos africanos muchos años atrás.

Pues bien, he aquí una idea de cerebro voluminoso de la que no he oído mucho últimamente: la esclavitud humana. ¿Cómo es posible someter a alguien cuando sólo se cuenta con un par de aletas y una boca?

32

Cuando todo el mundo estuvo bien acomodado en el autobús frente al hotel, varias radios entre la multitud dieron la noticia de que «el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza» había sido cancelado. Eso significaba para la multitud, y también para los soldados, que eran sólo civiles con ropa militar, que ahora la comida del hotel les pertenecía. Escuchadlo de alguien que ha estado por ahí desde hace un millón de años: cuando se examina lo fundamental, la comida es siempre la totalidad de la historia. Dijo Mandarax:

Primero el pienso, luego la moralidad.

Bertolt Brecht (1898-1956)

De modo que la multitud se precipitó hacia las entradas del hotel rodeando momentáneamente el autobús, aunque el autobús y la gente que lo ocupaba no tenían ningún interés para los sediciosos. Golpearon los flancos del autobús, sin embargo, y aullaron angustiados al darse cuenta de que otros ya habían entrado en el hotel y que ya no les quedaría comida.

Era por cierto muy aterrador estar dentro del autobús. La multitud podía volcarlo. Podía incendiarlo. Podía apedrearlo convirtiendo los cristales de las ventanillas en metralla. El único sitio donde quizá sobreviviesen era el suelo del pasillo. Hisako Hiroguchi se acercó por vez primera a la ciega Selena, indicándole con las manos y murmurando en japonés que se arrodillara en el pasillo con la cabeza gacha. Luego Hisako se arrodilló junto a ella y *Kazakh, y le pasó el brazo por los hombros.

¡Con cuánta ternura Hisako y Selena se cuidarían mutuamente durante los años venideros! ¡Qué criatura tan bella y dulce criarían juntas! ¡Cómo las he admirado!

• • •

Sí, y *James Wait se descubrió posando nuevamente como un protector de los niños. Escudaba con su propio cuerpo a las aterradas niñas kanka-bonas echadas en el pasillo. Él sólo había pretendido salvarse a sí mismo, si podía, pero Mary Hepburn le había tomado las manos y lo había atraído hacia ella, de modo que ahora formaban juntos un muro viviente. Si el vidrio volaba, los mordería a ellos y no a las niñitas.

Dijo Mandarax:

No conoce el hombre amor más grande que el dar la vida por sus hermanos.

San Juan (¿4 a.C.?—¿30?)

Fue mientras *Wait se encontraba en esta posición cuando el corazón empezó a fallarle, esto es, las fibras cardíacas empezaron a retorcérsele de cualquier manera, perturbando la marcha de la sangre por el sistema circulatorio. También aquí estaba operando la herencia. No tenía modo de saberlo, pero el padre y la madre de *Wait, que eran además padre e hija, habían muerto de ataques al corazón cuando apenas tenían cuarenta años.

Fue una dicha para la humanidad que *Wait no viviera para participar en los juegos de apareamiento que se sucedieron en Santa Rosalía. Aunque no habría habido una gran diferencia, después de todo, si la gente de hoy hubiera heredado por corazón esa bomba de tiempo. Nadie habría vivido tantos años como para que la bomba estallara. Quien hoy tuviese la edad de *Wait, sería todo un Matusalén.

• • •

Junto al muelle, entretanto, otra multitud, otro órgano que fallaba en el sistema social del Ecuador, estaba despojando al
Bahía de Darwin
no sólo de su comida, sino además de sus televisores, teléfonos, aparatos de radar y sonar, radios, bombillas eléctricas, brújulas, papel higiénico, alfombras, jabón, potes, sartenes, mapas, colchones, motores fuera de borda, balsas neumáticas, etcétera. Estos sobrevivientes intentarían también robar el guinche que bajaba y subía las anclas, pero sólo consiguieron estropearlo para siempre.

Al menos dejaron los botes salvavidas, aunque les quitaron los alimentos de emergencia.

Y el asustado capitán von Kleist había sido izado hasta el puesto de vigía en el mástil, vestido sólo con ropa interior.

• • •

La multitud frente a El Dorado pasó por el autobús como una marejada, dejándolo entero y seco por así decir. Era libre de ir donde quisiera. No había mucha gente por los alrededores, salvo unos pocos que yacían aquí y allá, heridos o muertos en la precipitación de la multitud.

De modo que *Siegfried von Kleist, aguantando heroicamente los espasmos, y no teniendo en cuenta las alucinaciones sintomáticas del corea de Huntington, ocupó el asiento del conductor. Le pareció mejor que sus diez pasajeros permanecieran echados en el pasillo, donde estaban ahora, invisibles desde fuera, tranquilizándose mutuamente con el calor de los cuerpos.

Puso en marcha el motor y vio que tenía el tanque lleno de gasolina. Puso en marcha el aire acondicionado. Anunció en inglés, la única lengua que tenía en común con sus pasajeros, que dentro de un minuto o dos estaría fresco allí dentro. Ésta era una promesa que podía cumplir.

Afuera anochecía, de modo que encendió las luces de atrás.

Fue poco más o menos por aquel tiempo que Perú declaró la guerra a Ecuador. Dos de los bombarderos de Perú volaban por entonces sobre territorios ecuatorianos, uno llevando un cohete sintonizado con las señales de radar del Aeropuerto Internacional de Guayaquil, y el otro sintonizado con las señales de radar de la base naval de la Isla Baltra, en las Galápagos, cubil de un barco de entrenamiento, seis barcos guardacostas, dos remolcadores oceánicos, un submarino patrullero, un dique de carena, y, elevado y seco en el dique de carena, un destructor. El destructor era el barco más grande de la Marina Ecuatoriana, exceptuando el
Bahía de Darwin.
Dijo Mandarax:

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la edad de la sabiduría, era la edad de la estupidez, era la época de la fe, era la época de la incredulidad, era la estación de la luz, era la estación de la oscuridad, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, lo teníamos todo por delante, nada teníamos por delante, íbamos todos directamente al Cielo, íbamos todos directamente en sentido contrario.

Charles Dickens (1812-1870)

33

A veces me pongo a especular acerca de en qué se habría convertido la humanidad si los primeros colonos de Santa Rosalía hubieran sido la lista original de pasajeros y la tripulación del «Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza»: el capitán von Kleist, ciertamente, Hisako Hiroguchi, Selena MacIntosh, Mary Hepburn, y en lugar de las niñas kanka-bonas, los marineros y oficiales y Jacqueline Onassis y el doctor Henry Kissinger y Rudolf Nureyev y Mick Jagger y Paloma Picasso y Walter Cronkite y Bobby King y Robert Pépin, «el más grande
chef
de Francia», y, por supuesto, Andrew MacIntosh y Zenji Hiroguchi, etcétera.

La isla apenas podría haber dado cabida a esa cantidad de gente. Habría habido luchas, peleas, quizás alguna matanza, si los alimentos y el agua llegaran a escasear. Y supongo que algunos de ellos habrían imaginado que la Naturaleza o algo por el estilo se sentiría muy satisfecha si ellos salían victoriosos. Pero la supervivencia de estas gentes no hubiera contado demasiado, si no podían reproducirse, y la mayor parte de las mujeres de la lista de pasajeros no estaban ya en edad de tener hijos, de modo que no valía la pena luchar por ellas.

Durante los primeros trece años en Santa Rosalía, antes que Akiko llegara a la pubertad, en realidad las únicas mujeres fértiles habían sido Selena, que era ciega, Hisako Hiroguchi, que ya había parido a una niña toda cubierta de pelo, y otras tres normales. Y probablemente todas habrían sido preñadas por los triunfadores, aunque ellas se opusieran. Y a la larga, no creo que tuviera demasiada importancia qué miembros de sexo masculino pudieran ser los inseminadores, Mick Jagger, el doctor Henry Kissinger, el capitán o el camarero de a bordo. La humanidad no se diferenciaría demasiado de lo que es hoy.

A la larga, los sobrevivientes hubieran continuado siendo no los luchadores más feroces, sino los pescadores más eficaces. Así es como funcionan las cosas aquí en las islas.

• • •

Hubo langostas de Maine vivas cuya capacidad de supervivencia estuvo también a un pelo de ser puesta a prueba en el Archipiélago de las Galápagos. Antes que el
Bahía de Darwin
fuera saqueado, había doscientas de ellas en la bodega, en tanques de agua salada.

Las aguas que rodeaban Santa Rosalía eran sin duda bastante frías para ellas, aunque quizá demasiado profundas. De cualquier modo las langostas de Maine tenían otra característica: como los seres humanos, eran capaces de comer casi cualquier cosa, si no había otro remedio.

Y el capitán von Kleist, cuando fue viejo, muy viejo, recordaba esos tanques de langostas. Cuanto más viejo se volvía, más vívidamente recordaba los acontecimientos del lejano pasado. Y después de cenar, una noche, deleitó a Akiko, la hija peluda de Hisako Hiroguchi, con un cuento de ciencia ficción en el que las langostas de Maine habían llegado a las islas; al cabo de un millón de años, como de hecho han pasado ahora, las langostas habían llegado a ser la especie dominante del planeta y habían construido ciudades, teatros, hospitales, servicios de transporte público, etcétera. Las langostas tocaban el violín, resolvían casos de asesinatos, practicaban microcirugía, se suscribían a clubes de libros, etcétera, etcétera.

La moraleja de la historia era que las langostas estaban haciendo exactamente lo mismo que los seres humanos, esto es, convertir todo en un verdadero desastre. Todas deseaban ser langostas normales y corrientes, en particular desde que no había ya seres humanos que quisieran hervirlas vivas.

Por empezar, ésa era la única queja que tenían: que las hirviesen vivas. Ahora bien, como ya no querían que las hirviesen vivas, tuvieron que mantener orquestas sinfónicas, etcétera, etcétera. El vocero de la historia del capitán era el mal pagado corno francés de la Orquesta Sinfónica de Langostópolis, cuya esposa acababa de fugarse con un jugador de hockey sobre hielo.

• • •

Cuando inventó esta historia, no tenía idea de que la humanidad entera estaba a punto de extinguirse, que las otras formas de vida se enfrentaban cada vez con menor oposición cuando tendían a volverse dominantes. El capitán nunca se enteraría, ni ningún otro en las Galápagos. Y no sólo me refiero al dominio de las grandes formas de vida sobre otras igualmente grandes. A decir verdad, los organismos dominantes del planeta han sido siempre microscópicos. En todos los encuentros entre David y Goliat, ¿hubo alguna ocasión en la que venciera Goliat?

En verdad, entre las criaturas grandes, entre los luchadores visibles, las langostas eran por cierto pobres candidatos a volverse tan complicadamente constructivas y destructivas como la humanidad. Si el capitán hubiera contado esa fábula mordaz con los pulpos como protagonistas en lugar de las langostas, no hubiese parecido tan ridícula. Entonces, como ahora, esas blandas y húmedas criaturas tenían un cerebro altamente desarrollado, con una función básica: gobernar unos brazos versátiles. En esto, en verdad, no difería tanto de los cerebros humanos. Era verosímil que los cerebros de los pulpos pudiesen hacer otras cosas con los brazos, además de atrapar peces.

Pero no he visto todavía pulpo alguno, ni ninguna otra clase de animal, por lo demás, que no se contentara con pasarse los días en tierra recogiendo alimentos, que no evitara los experimentos de codicia y ambición ilimitadas llevados a cabo por la humanidad.

• • •

En cuanto a la posibilidad de una
rentrée
de la humanidad, de que volviera a utilizar herramientas, levantar casas, tocar instrumentos musicales, etcétera: esta vez tendrían que hacerlo con el hocico. Los brazos se han vuelto aletas que han encerrado e inmovilizado los huesos de las manos. Cada aleta tiene cinco protuberancias, meramente ornamentales, atractivas para el miembro del sexo opuesto en la época del apareamiento. Son en realidad las puntas de los dedos eliminados. Además, las partes del cerebro humano que antes gobernaban las manos sencillamente ya no existen, y los cráneos, en consecuencia, tienen una forma mucho más aerodinámica. Cuanto más aerodinámico sea el cráneo mejor pescadora es la persona.

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