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Authors: Kurt Vonnegut

Tags: #Ciencia Ficción

Galápagos (21 page)

BOOK: Galápagos
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Volvió a acercarse al capitán de modo igualmente involuntario, diciendo:

—Mi vida se ha acabado. Quizá hubiera sido mejor que no empezara. Por lo menos nunca me he reproducido, no he sido causa de que alguna pobre mujer diera a luz otra monstruosidad.

—Me siento tan inútil —dijo el capitán, y agregó lastimosamente— y tan borracho. Jesús, por cierto, ya no esperaba más responsabilidades. Estoy tan borracho. No puedo pensar. Dime qué he de hacer, Ziggie.

Estaba demasiado borracho como para hacer mucho de nada, de modo que se quedó a un lado, con las mandíbulas caídas y los ojos en blanco, mientras Mary Hepburn, Hisako y *Siegfried —cada vez que el pobre *Siegfried podía dejar de bailar— remolcaban la popa del barco hacia el malecón con el autobús, poniendo luego el vehículo bajo la popa, para poder usarlo como escalera y subir así a la cubierta más baja del barco, que de otra manera hubiera resultado inaccesible.

Y, oh, sí, se podría decir: «¿No fueron en verdad muy ingeniosos?» y «Nunca lo habrían hecho si no hubieran tenido esos voluminosos cerebros» y «Apuesto que hoy a nadie se le hubiera ocurrido hacer una cosa parecida», etcétera. Claro que esa gente no habría tenido que recurrir a tantas soluciones desesperadas, no se habría topado con semejantes dificultades si el planeta no se hubiera vuelto prácticamente inhabitable por las invenciones y actividades de otros voluminosos cerebros.

Dijo Mandarax:

¡Lo que se pierde en el tiovivo, lo recuperamos en el columpio!

Patrick Reginald Chalmers (1872-1942)

• • •

Se esperaba que el desmayado *James Wait fuera el que causara mayores inconvenientes. En realidad, fue el capitán el que los causó, pues estaba demasiado borracho como para que se le pudiera confiar un eslabón de la cadena humana. No pudo hacer otra cosa que quedarse sentado en el asiento trasero del autobús y deplorar su borrachera.

Le había vuelto el hipo.

He aquí cómo subieron al barco a *James Wait: había bastante cuerda adicional en el malecón como para que Mary Hepburn hiciera un arnés con un extremo. Fue idea suya, la del arnés. Después de todo, era una experimentada montañista. Tendieron a *Wait junto al autobús y lo sujetaron al arnés. Luego ella, Hisako y *Siegfried subieron al techo del autobús e izaron a *Wait tan suavemente como les fue posible. Y luego los tres lo pasaron por sobre la barandilla y lo llevaron a la cubierta. Más tarde lo trasladarían a la cubierta principal, donde pronto recuperaría el conocimiento; el tiempo suficiente como para que él y Mary Hepburn se convirtieran en marido y mujer.

• • •

Luego *Siegfried volvió a decirle al capitán que ahora le tocaba a él subir a bordo. El capitán, sabiendo que se pondría en ridículo cuando intentara subir al techo del autobús, quiso ganar tiempo. Saltar mientras estaba borracho era fácil. Trepar o algo parecido, por poco complicado que fuese, era otra cuestión. Por qué tantos de nosotros, hace un millón de años, anulábamos con alcohol grandes secciones de nuestro cerebro, sigue siendo un misterio interesante. Quizá intentábamos dar un empujoncito a la evolución, en la dirección correcta: en la dirección de los cerebros reducidos.

De manera que el capitán, intentando ganar tiempo y parecer a la vez juicioso y respetable, aunque apenas podía tenerse en pie, le dijo a su hermano:

—No sé si ese hombre estaba en condiciones de ser trasladado.

*Siegfried ya había perdido la paciencia.

—Eso es una verdadera lástima, ¿no es cierto? —dijo—. Porque de cualquier modo ya hemos trasladado a ese pobre hijo de puta. Quizá teníamos que haber llamado a un helicóptero, para que lo dejara caer en la suite nupcial del Waldorf-Astoria.

Y ésas serían las últimas palabras que intercambiarían los hermanos von Kleist, excepto «¡Upa!», «
Allez
, ¡arriba!», etcétera, mientras el capitán intentaba en vano subir al techo del autobús.

Por fin lo logró, aunque enteramente humillado. Por lo menos pudo trasladarse del techo al barco sin más ayuda. Y entonces *Siegfried le dijo a Mary que subiera al barco con los demás y que hiciera lo que pudiera por *Wait, a quien ellos llamaban Williard Flemming. Mary hizo lo que le habían indicado, creyendo que eso de subir al techo sin ayuda era una cuestión de orgullo masculino.

• • •

Con lo cual *Siegfried se quedó solo en el malecón, mirando arriba a todos los demás. Y ellos esperaban que se les uniera, pero eso nunca ocurriría. Se sentó en cambio en el asiento del conductor. A pesar de que las piernas se le disparaban a un lado y a otro, encendió el motor. Había planeado volver a la ciudad a toda velocidad y matarse chocando contra algo.

Antes de que pudiera ponerlo en marcha, la onda expansiva de otra explosión sacudió el autobús. Ésta no había sido en la ciudad o cerca de ella. Había sido corriente abajo, en algún sitio del marjal, virtualmente desierto.

38

La segunda explosión fue como la primera. Un cohete se había apareado con una antena de radar. La antena en este caso se encontraba sobre el pequeño carguero colombiano
San Mateo.
El piloto peruano que dio al cohete la chispa de la vida, Ricardo Cortez, había pretendido que el cohete se enamorara de la antena de radar del
Bahía de Darwin,
que ya no lo tenía, y por tanto, en lo que concernía a esa especie de cohete, carecía de atractivo sexual.

El mayor Cortez había cometido lo que hace un millón de años se llamaba «un error honesto».

Y es preciso decir también que Perú jamás habría ordenado que atacasen el
Bahía de Darwin
si «el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza» se hubiera llevado a cabo cargado de gente célebre. Perú no se habría mostrado tan insensible ante la opinión mundial. Pero la cancelación del crucero convertía al barco en una chapuza por entero diferente, por así decir, en un posible transporte de tropas, tripulado, como cualquier persona razonable supondría, por personas dispuestas a que las volaran en cualquier momento, o las quemaran con napalm o las ametrallaran, lo que equivale a decir «personal naval».

• • •

De modo que estos colombianos se encontraban allí en el marjal a la luz de la luna, adentrándose en el mar, de vuelta a Colombia, ingiriendo la primera comida decente en una semana, e imaginando que la antena de radar los protegía como una Virgen María giratoria. Ella no permitiría que les ocurriera algo malo. Se equivocaban no poco.

Lo que estaban comiendo, dicho al pasar, era una vieja vaca lechera que ya no daría mucha leche. Eso era lo que había habido bajo el encerado de la barcaza que abasteciera al
San Mateo:
esa vaca lechera, todavía con vida. Y había sido izada a bordo desde el lado contrario al muelle, para que la gente de tierra no pudiera verla. Había gente en tierra bastante desesperada como para matar por una vaca.

Era demasiada proteína para dejarla en Ecuador.

• • •

Es interesante el método que emplearon para izarla. Ni redes ni eslingas. Le lucieron una corona de cuerda enrollándosela alrededor de los cuernos una y otra vez. Fijaron el gancho de acero de la grúa a la enmarañada corona. Y luego el operador de la grúa empezó a recoger la cuerda de modo que la vaca quedó pronto colgada en el aire y en posición vertical, con las patas traseras extendidas, las ubres expuestas, y las patas delanteras estiradas horizontalmente, de modo que tenía ahora la configuración general de un canguro.

El proceso evolutivo que produjo este abultado mamífero nunca había previsto que pudiera encontrarse en semejante posición, con el peso de todo el cuerpo pendiente del cuello. El cuello, mientras la vaca colgaba en el aire, se parecía cada vez más al de un pájaro bobo de patas azules, o al de un cisne o un cormorán.

A ciertos cerebros voluminosos de aquel entonces, la experiencia aérea de la vaca pudo parecerles risible. Pero por cierto, no era nada graciosa.

Y cuando la depositaron sobre la cubierta del
San Mateo,
estaba tan lastimada que ya no podía tenerse en pie. Pero eso era de esperar, y perfectamente aceptable. La larga experiencia les había enseñado a los marineros que el ganado tratado de esa manera podía seguir con vida durante una semana o más, y la carne se conservaba así adecuadamente hasta que llegaba el momento de comérsela. Lo que se le había hecho a esa vaca lechera era una versión abreviada de lo que se les solía hacer a las tortugas de tierra en la época de los veleros.

En ambos casos, no se necesitaba refrigeración.

• • •

Los felices colombianos estaban masticando y tragando parte de esa pobre vaca cuando fueron volados en pedazos por el último adelanto en la evolución de los altos explosivos, la llamada «dagonita». La dagonita era hija, por así decir, de un explosivo considerablemente más débil fabricado por la misma compañía y llamado «glacco». Glacco engendró a dagonita, por así decir, y ambos eran descendientes del fuego griego, la pólvora, la dinamita, la cordita y el TNT.

De modo que podría decirse que los colombianos habían tratado a la vaca de manera abominable; pero la retribución había sido rápida y terrible, gracias en parte a los voluminosos cerebros que habían inventado la dagonita.

• • •

En vista de lo mal que los colombianos habían tratado a la vaca, el mayor Ricardo Cortez, que surcaba el aire más velozmente que el sonido, podría considerarse un virtuoso caballero de antaño. Y así se sentía él, por lo demás, aunque nada sabía de la vaca e ignoraba a dónde había ido a parar el cohete. Comunicó por radio a sus superiores que el
Bahía de Darwin
había sido destruido. Pidió que se le diera el siguiente mensaje en español a su mejor amigo, el teniente coronel Reyes, que estaba de regreso en tierra y que esa misma tarde había lanzado un cohete sobre el aeropuerto:
Es verdad.

Reyes entendería que él estaba de acuerdo: disparar un cohete era algo tan excitante como el contacto sexual. Y nunca se enteraría que no había destruido el
Bahía de Darwin,
y los amigos y parientes de los colombianos convertidos en picadillo en el estuario nunca sabrían qué había sido de ellos.

• • •

El cohete que cayó en el aeropuerto fue sin duda mucho más eficaz en términos darwinianos que el que cayó sobre el
San Mateo.
Mató a miles de personas, pájaros, perros, gatos, ratas, ratones, etcétera, que, de otro modo, hubieran llegado a reproducirse.

La explosión en el marjal mató sólo a los once miembros de la tripulación, unas quinientas ratas a bordo, unos pocos centenares de pájaros, algunos cangrejos y peces, etcétera.

En lo fundamental, sin embargo, fue un ineficaz ataque contra el primer eslabón de la cadena alimenticia, los billones de billones de microorganismos que junto con sus propios excrementos y los cadáveres de sus antepasados constituían el lodo del marjal. La explosión no los afectó demasiado, pues no eran tan sensibles a las aceleraciones y paradas súbitas. Jamás podrían suicidarse como intentaba hacerlo *Siegfried von Kleist al volante del autobús mediante una parada súbita.

Simplemente se trasladaron de repente de un vecindario a otro. Volaron por el aire llevando consigo parte considerable del viejo vecindario y bajaron luego salpicando por todas partes. Muchos de ellos llegaron a alcanzar una gran prosperidad, como consecuencia de la explosión, convirtiendo en festín lo que quedaba de la vaca, las ratas, los miembros de la tripulación y otras formas elevadas de vida.

Dijo Mandarax:

Es maravilloso ver con qué poco se satisface la naturaleza.

Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592)

La detonación de la dagonita, hija de glacco, descendiente directo de la noble dinamita, produjo una marejada en el estuario, y las olas de seis metros de altura barrieron el malecón en el muelle de Guayaquil y ahogaron a *Siegfried von Kleist, que de cualquier modo quería morir.

Lo que es todavía más importante: cortó el cordón umbilical de nylon blanco que unía el futuro de la humanidad con el continente.

La ola arrastró el
Bahía de Darwin
un kilómetro corriente arriba y lo depositó luego suavemente en un banco de arena. Estaba iluminado no sólo por la luz de la luna, sino también por los macabros y coloridos incendios que ardían por todo Guayaquil.

El capitán llegó al puente. Encendió los dos motores diesel en la profunda oscuridad de abajo. Las dos hélices gemelas se pusieron en marcha y el barco se deslizó y salió del banco de lodo. Estaba en libertad.

El capitán lo llevó corriente abajo, hacia el mar abierto.

Dijo Mandarax:

El barco, un fragmento arrancado de la Tierra, avanzó solo y veloz como un pequeño planeta.

Joseph Conrad (1857-1924)

Y el
Bahía de Darwin
no era un barco cualquiera. En lo que a la humanidad concernía, era una nueva arca de Noé.

LIBRO SEGUNDO

Y la cosa se convirtió…

1

La cosa se convirtió en una nueva motonave blanca en la noche, sin cartas, ni brújula, ni luces de navegación, pero que no obstante cortaba el océano frío y profundo a velocidad máxima. En opinión de la humanidad, ya no existía. En opinión de la humanidad, el
Bahía de Darwin
y no el
San Mateo
había volado en pedazos.

Era un barco fantasma, invisible desde tierra, y llevaba hacia el oeste los genes del capitán y de siete pasajeras, en una aventura que ha durado un millón de años.

Yo era el fantasma de un barco fantasma. Soy hijo de un escritor de ciencia ficción de voluminoso cerebro cuyo nombre era Kilgore Trout.

Fui desertor de la Marina de los Estados Unidos.

Me dieron asilo político en Suecia y luego la ciudadanía, y allí me convertí en soldador en un astillero de Malmö. Un día una chapa de acero cayó sobre mí mientras yo trabajaba en la bodega del
Bahía de Darwin,
y me decapitó sin dolor, y en ese mismo momento me negué a poner el pie en el túnel azul que conduce al Más Allá.

Siempre tuve el poder de materializarme, pero sólo lo he hecho una vez, muy al principio del juego, durante unos pocos instantes húmedos y ventosos, cuando una tormenta se topó con mi barco en el Atlántico Norte, en el viaje de Malmö a Guayaquil. Aparecí en el puesto de vigía, en lo alto del mástil y un miembro sueco de la tripulación me vio allí. El hombre había estado bebiendo. Mi cuerpo decapitado estaba vuelto hacia popa y en las manos alzadas sostenía mi cabeza rebanada como si fuera una pelota de baloncesto.

BOOK: Galápagos
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