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Authors: Max Brooks

Tags: #Terror, #Zombis

Guerra Mundial Z (4 page)

BOOK: Guerra Mundial Z
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No nos recibieron con disparos, ni de ninguna otra forma: encontramos la entrada del túnel sin vigilar y abierta. De inmediato empezamos a encontrar cadáveres, hombres que habían caído en sus propias trampas explosivas. Era como si hubiesen estado intentando salir corriendo…, huir de allí.

Más allá, en la primera cámara, vimos la primera prueba de un tiroteo desde un solo frente; un solo frente, porque sólo había una pared de la caverna agujereada por balas de arma corta. En la pared de enfrente estaban los pistoleros, destrozados, con las extremidades y los huesos hechos jirones y masticados… Algunos todavía llevaban sus armas, una de aquellas manos cortadas todavía tenía un viejo Makarov bien sujeto. A la mano le faltaba un dedo, que encontramos al otro lado de la cámara, junto con el cadáver de otro hombre desarmado que había recibido más de cien balas. Varias de ellas le habían arrancado la parte superior de la cabeza; todavía tenía aquel dedo cortado entre los dientes.

Todas las cámaras contaban historias similares. Encontramos barricadas y armas tiradas por los suelos; descubrimos más cadáveres o trozos de ellos, y vimos que sólo los intactos habían muerto de disparos en la cabeza; encontramos carne masticada saliendo de bocas y estómagos. Por los rastros de sangre, las huellas, los cartuchos y los agujeros en la roca, sabíamos que toda la batalla se había originado en la enfermería.

Descubrimos varios camastros, todos ensangrentados. Al fondo de la habitación vimos a un médico, supongo, sin cabeza, tumbado en el suelo sucio junto a un camastro cubierto de sábanas y ropa manchadas, y una vieja zapatilla Nike de caña alta de pie izquierdo.

El último túnel que comprobamos se había derrumbado al utilizar una carga de demolición con una trampa explosiva. Una mano asomaba de la piedra caliza; todavía se movía. Reaccioné por instinto, me incliné hacia delante para coger la mano y noté que me agarraba como si fuese de acero, aplastándome los dedos. Tiré de ella, intentando apartarme, pero no me soltaba, así que tiré con más fuerza, hincando los pies en el suelo. Primero salió el brazo, después la cabeza, la cara destrozada, los ojos salvajes y los labios grises, después la otra mano, que me cogió del brazo y me lo retorció, y, por último, los hombros. Caí de espaldas, con el torso de aquella cosa detrás. De cintura para abajo seguía atrapada entre las rocas, todavía conectada al torso por un hilo de entrañas. Seguía moviéndose, seguía intentando cogerme, intentando tirarme del brazo para llevárselo a la boca. Cogí mi arma.

Apunté hacia arriba, dándole justo bajo la barbilla y esparciendo sus sesos por todo el techo de la cueva. Yo era el único que estaba en el túnel cuando sucedió, el único testigo.

[Hace una pausa.]

«Exposición a agentes químicos desconocidos», eso me dijeron cuando volví a Edmonton, eso o una reacción adversa a nuestros medicamentos profilácticos. Añadieron una buena dosis de trastorno de estrés postraumático para no quedarse cortos. Sólo tenía que descansar, descanso y una «evaluación» a largo plazo…

«Evaluación»… Es lo que pasa cuando se trata de alguien de tu bando; sólo lo llaman «interrogatorio» cuando es el enemigo. Te enseñan cómo resistir al enemigo, cómo proteger mente y espíritu, pero no te enseñan cómo enfrentarte a tu propia gente, sobre todo a las personas que creen estar ayudándote a ver «la verdad». No pudieron conmigo, lo hice yo solito. Quería creer en ellos y quería que me ayudaran; era un buen soldado, bien entrenado, con experiencia, y sabía lo que podía hacerles a otros seres humanos y lo que ellos podían hacerme a mí. Creía estar preparado para todo. [Vuelve la vista al valle, con la mirada perdida.] ¿Quién en su sano juicio podría haber estado preparado para esto?

La Selva Amazónica (Brasil)

[Llego con una venda en los ojos, para que no pueda desvelar la ubicación de mis «anfitriones». Los forasteros los llaman
y amomani
, «el pueblo feroz», y se desconoce si ha sido por esa naturaleza supuestamente guerrera o porque su nueva aldea se encuentra colgada sobre los árboles más altos, pero el caso es que han superado la crisis con un éxito equivalente o superior al de las naciones más industrializadas. Tampoco queda claro si Fernando Oliveira, el escuálido y drogadicto hombre blanco «del filo del mundo» es su huésped, su mascota o su prisionero.]

Todavía era médico, o eso me gustaba creer. Sí, era rico, y cada vez más, pero, al menos, obtenía mi dinero realizando procedimientos médicos necesarios, no rebanando y picando naricitas adolescentes o cosiendo
pintos
sudaneses en divas transexuales del pop
[9]
. Seguía siendo médico, seguía ayudando a la gente y, si al Norte hipócrita y santurrón le parecía inmoral, ¿por qué venían a verme sus ciudadanos?

El paquete había llegado del aeropuerto una hora antes que el paciente, rodeado de hielo dentro de una nevera portátil de plástico. Los corazones son difíciles de conseguir, no como los hígados y la piel, y menos como los ríñones, que, después de la ley de «consentimiento supuesto», podían conseguirse en casi todos los hospitales y depósitos del país.

¿
Lo analizaron
?

¿Para qué? Si quieres analizar algo, tienes que saber lo que buscas. Por aquel entonces no conocíamos la existencia de la Plaga Andante, nos preocupaban las enfermedades tradicionales (hepatitis o VIH/SIDA) y ni siquiera tuvimos tiempo para buscar eso.

¿
Por qué no
?

Porque el vuelo había tardado mucho. Los órganos no se pueden mantener en hielo para siempre, y ya habíamos tentado mucho a la suerte con aquél.

¿
De dónde había llegado
?

De China, probablemente. Mi agente trabajaba desde Macao. Confiábamos en él, su historial era impecable. Cuando me aseguró que el paquete estaba «limpio», creí en su palabra, tenía que hacerlo. Él sabía los riesgos que corríamos tanto yo como el paciente. Herr Muller, además de sus achaques convencionales del corazón, tenía la desgracia de padecer un defecto genético extremadamente raro, llamado dextrocardia con situs inversus. Sus órganos estaban situados al revés: el hígado a la izquierda, las entradas del corazón a la derecha, etcétera. ¿Comprende la situación única en la que nos encontrábamos? No podíamos trasplantarle un corazón convencional y darle la vuelta, no funciona así; teníamos que encontrar otro corazón fresco y saludable de un donante con la misma condición. ¿Dónde si no en China íbamos a tener semejante suerte?

¿
Fue suerte
?

[Sonríe.] Y «conveniencia política». Le dije a mi agente lo que necesitaba, le di los detalles específicos y, efectivamente, tres semanas después recibí un correo electrónico con el asunto: «Tenemos donante».

Así que realizó la operación
.

Yo era el ayudante, el doctor Silva se encargó del procedimiento en sí. Era un prestigioso cardiocirujano que trabajaba en los casos más importantes del Hospital Israelita Albert Einstein de Sao Paulo. Un cabrón arrogante, incluso para ser cardiólogo. Mi ego no soportaba trabajar con… para… aquel gilipollas que me trataba como si fuese un residente de primer año, pero ¿qué iba a hacer? Herr Muller necesitaba un corazón nuevo, y mi casa de la playa necesitaba un nuevo
jacuzzi
de hierbas.

Herr Muller no llegó a salir de la anestesia. Mientras estaba en la sala de recuperación, pocos minutos después de cerrarlo, sus síntomas empezaron a aparecer: temperatura, pulso, saturación de oxígeno… Me preocupé, y eso tuvo que picar a mi «colega más experimentado», porque me dijo que tenía que ser una reacción común a los fármacos inmunosupresores o, simplemente, las complicaciones normales en un hombre de sesenta años con sobrepeso y mala salud que acababa de pasar por una de las intervenciones más traumáticas de la medicina moderna. Me sorprende que no me diese unas palmaditas en la cabeza, el muy capullo. Me dijo que me fuese a casa, me diese una ducha, durmiese un poco o, incluso, que llamase a una chica o dos, que me relajase. Él se iba a quedar para vigilarlo y me llamaría si había algún cambio.

[Oliveira frunce los labios, airado, y mastica otro puñado de las hojas misteriosas que tiene al lado.]

¿Qué iba a pensar yo? Que quizá eran las drogas, el OKT 3, o que quizá me preocupaba innecesariamente. Era mi primer trasplante de corazón. ¿Qué iba a saber? Pero… me preocupaba tanto que lo último que quería hacer era dormir, así que hice lo que cualquier buen médico hace cuando su paciente sufre: salí de juerga. Bailé, bebí, hice que quién sabe quién o qué me practicase ciertas indecencias. Las dos primeras veces que me sonó el móvil, ni siquiera estaba seguro de que fuera eso lo que vibraba. Pasó al menos una hora hasta que al fin respondí, y era Graziela, mi recepcionista, que estaba muy alterada. Me dijo que Herr Muller había entrado en coma hacía una hora. Me metí en el coche antes de que pudiese acabar la frase. La clínica estaba a treinta minutos, y me pasé todo el camino lanzando imprecaciones dirigidas tanto a Silva como a mí mismo. ¡Había razones para preocuparse! ¡Yo tenía razón! Podría decirse que era mi ego; aunque, en aquellas circunstancias, haber tenido razón también me perjudicaba a mí, no pude evitar alegrarme de que se ensuciase la invencible reputación de Silva.

Cuando llegué, Graziela intentaba consolar a Rosi, una de mis enfermeras, que estaba histérica. No había forma de calmar a la pobre muchacha, así que le di una buena bofetada en la mejilla (eso logró tranquilizarla un poco) y le pregunté qué pasaba. ¿Por qué tenía manchas de sangre en el uniforme? ¿Dónde estaba el doctor Silva? ¿Por qué había algunos pacientes fuera de sus habitaciones? ¿Y qué demonios eran aquellos puñeteros golpes? Ella me contestó que Herr Muller había muerto, de repente y sin explicación. Me explicó que, mientras intentaban reanimarlo, el hombre había abierto los ojos y mordido al doctor Silva en la mano. Los dos habían forcejeado; Rosi había intentado ayudar, pero el paciente también había estado a punto de morderla. Dejó a Silva, huyó de la habitación y cerró la puerta detrás de ella.

Me pareció tan ridículo que casi me reí. Quizá Supermán se hubiese equivocado de diagnóstico, si es que tal cosa era posible; quizá el paciente se hubiese levantado de la cama y en su estupor, se hubiese agarrado al doctor Silva para no caerse. Tenía que haber una explicación razonable… Sin embargo, la chica tenía sangre en el uniforme, y un ruido ahogado surgía de la habitación de Herr Muller. Regresé al coche a por mi pistola, más para calmar a Grazie y a Rosi que para protegerme.

¿
Llevaba una pistola
?

Vivía en Río. ¿Qué creía que llevaba encima, mi
pinto
? Fue a la habitación de Herr Muller, llamé varias veces, pero no oí nada. Susurré su nombre y el del doctor Silva, pero no respondió nadie. Vi que salía sangre por debajo de la puerta; entré, y comprobé que todo el suelo estaba rojo. Silva yacía en el extremo opuesto, con Muller inclinado sobre él con su espalda gorda, pálida y peluda vuelta hacia mí. No recuerdo cómo le llamé la atención, si lo llamé por su nombre, exclamé una palabrota o hice algo más que quedarme allí plantado. Muller me miró, y vi que unos trozos de carne ensangrentada le caían de la boca abierta. También vi que sus suturas de acero se habían abierto parcialmente, y que un fluido espeso, negro y gelatinoso rezumaba por la incisión. Se puso en pie, tambaleante, y avanzó hacia la puerta arrastrando los pies.

Levanté la pistola y apunté hacia su corazón nuevo. Era una Desert Eagle israelí, grande y aparatosa, por eso la había elegido, pero, gracias a Dios, nunca había tenido que dispararla. No estaba preparado para el retroceso. La bala salió disparada como loca y le voló la cabeza, literalmente. Suerte, eso fue todo, un loco con suerte con una pistola humeante en la mano y un chorro de orina caliente cayéndole por la pierna. Aquella vez fue Graziela la que tuvo que darme varias bofetadas para que recuperase la cordura y llamase a la policía.

¿
Lo arrestaron
?

¿Está loco? Eran mis socios, ¿cómo cree que podía conseguir aquellos órganos caseros? ¿Cómo piensa que fui capaz de librarme del desastre? Son muy buenos con esas cosas: me ayudaron a explicarles a los demás pacientes que un maníaco asesino había irrumpido en la clínica y había matado a Herr Muller y al doctor Silva. También se aseguraron de que el personal no contase nada que contradijera la historia.

¿
Qué pasó con los cadáveres
?

Apuntaron a Silva como víctima de un probable «robo de coche con secuestro». No sé dónde metieron su cadáver, quizá en algún callejón de los guetos de la Ciudad de Dios, un ajuste de cuentas de drogas que salió mal, para darle más credibilidad. Espero que lo quemaran o que lo enterraran… muy profundo.

¿
Cree que…
?

No lo sé. Su cerebro estaba intacto cuando murió. Si no lo metieron en una bolsa para cadáveres…, si el suelo estaba lo suficientemente blando… ¿Cuánto habría tardado en salir?

[Mastica otra hoja y me ofrece una, pero declino la oferta.]

¿
Y el señor Muller
?

Ninguna explicación, ni a su viuda, ni a la embajada austríaca. No era más que otro turista secuestrado que no había tomado precauciones en una ciudad peligrosa. No sé si Frau Muller se llegó a creer la historia, ni si intentó investigar más. Probablemente nunca supo lo afortunada que era.

¿
Por qué afortunada
?

¿Lo dice en serio? ¿Y si no se hubiese reanimado en mi clínica? ¿Y si hubiese logrado llegar a casa?

¿
Es eso posible
?

¡Claro que sí! Piénselo. Como la infección se inició en el corazón, el virus tuvo acceso directo a su sistema circulatorio, así que, probablemente, le llegó al cerebro segundos después del implante. Ahora imagine que se tratase de otro órgano, un hígado o un riñon, o incluso un trozo de piel injertada. Eso llevaría mucho más tiempo, sobre todo si el virus sólo está presente en poca cantidad.

Pero el donante…

No tenía por qué haberse reanimado ya. ¿Y si acabase de ser infectado? Quizá el órgano no estuviese saturado por completo y sólo presentase un rastro infinitesimal. Si pone ese órgano en otro cuerpo, el virus puede tardar días o semanas en llegar hasta el flujo sanguíneo. Para entonces, el paciente podría estar de camino a la recuperación, feliz, saludable y viviendo normalmente.

Pero el que extrajera el órgano…

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