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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (9 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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Harry notó como si una mano invisible le retorciera las tripas.

—En fin, Sirius era un gran amigo de tu padre, iban juntos al colegio. Toda la familia Black había estado en mi casa, ¡pero Sirius acabó en Gryffindor! Lástima. Era un chico de gran talento. En cambio, sí tuve en Slytherin a su hermano Regulus cuando entró en Hogwarts, pero me habría gustado tenerlos a ambos. —Parecía un entusiasta coleccionista al que habían ganado en una subasta. Se quedó contemplando la pared que tenía delante, al parecer recordando el pasado, mientras se mecía distraídamente para calentar de manera uniforme el trasero—. Tu madre era hija de
muggles
, ya lo sé. Cuando me enteré no podía creerlo. Yo estaba convencido de que era una sangre limpia, porque era una gran bruja.

—Una de mis mejores amigas es hija de
muggles
—intervino Harry—, y es la mejor alumna de mi curso.

—Sí, tiene gracia que eso ocurra a veces, ¿verdad?

—Yo no le veo la gracia —repuso el chico con frialdad.

—¡No vayas a creer que tengo prejuicios! —replicó Slughorn con gesto de sorpresa—. ¡No, no, no! ¿No acabo de decir que tu madre era una de mis alumnas favoritas? Y un año después le di clases a Dirk Cresswell, que ahora es jefe de la Oficina de Coordinación de los Duendes. Pues bien, él también era hijo de
muggles
y un alumno de gran talento. ¡Todavía me proporciona informaciones reservadas de lo que se cuece en Gringotts!

Sonriendo con gesto ufano, se balanceó ligeramente y señaló las relucientes fotografías enmarcadas que reposaban en el aparador; en todas ellas había unos diminutos ocupantes que se movían.

—Todos son ex alumnos míos y todos, grandes fichajes. Reconocerás a Barnabás Cufie, director de
El Profeta
, a quien siempre le interesa escuchar mi opinión sobre las noticias del día; a Ambrosius Flume, de Honeydukes (todos los años me regala una cesta por mi cumpleaños, ¡sólo porque le presenté a Cicerón Harkiss, que le ofreció su primer empleo!); y en la parte de atrás… la verás si estiras un poco el cuello. Esa es Gwenog Jones, la capitana del Holyhead Harpies. La gente siempre se sorprende cuando se entera de que me tuteo con las Harpies, ¡y tengo entradas gratis siempre que quiero! —Esa idea pareció animarlo muchísimo.

—¿Y toda esa gente sabe dónde encontrarlo y adónde enviarle esas cosas? —preguntó Harry, que no entendía por qué los
mortífagos
todavía no habían averiguado el paradero de Slughorn si las cestas de golosinas, las entradas para partidos de
quidditch
y los visitantes deseosos de escuchar sus consejos y opiniones podían localizarlo.

La sonrisa se borró de los labios de Slughorn con la misma rapidez con que la sangre se había borrado de las paredes.

—Por supuesto que no —le respondió con altivez—. Hace un año que no me pongo en contacto con nadie.

A Harry le pareció que a Slughorn lo impresionaban sus propias palabras, ya que por un instante se mostró muy afectado. Luego se encogió de hombros.

—Con todo… Los magos prudentes se mantienen al margen en tiempos como éstos. ¡Dumbledore puede decir lo que quiera, pero aceptar un empleo en Hogwarts ahora equivaldría a declarar públicamente mi lealtad a la Orden del Fénix! Y aunque estoy seguro de que son muy admirables, valientes y todo lo demás, personalmente no me atrae su tasa de mortalidad…

—Para enseñar en Hogwarts no tiene que entrar en la Orden del Fénix —aclaró Harry, y no pudo ocultar un deje de desdén; no le resultaba fácil simpatizar con la mimada existencia de Slughorn si recordaba a Sirius agazapado en una cueva y alimentándose de ratas—. La mayoría de los profesores no pertenece a la Orden, y nunca ha muerto ninguno. Bueno, sin contar a Quirrell; pero él tuvo lo que se merecía por trabajar para Voldemort. —Estaba seguro de que Slughorn era uno de esos magos que no soportaba oír el nombre de Voldemort pronunciado en voz alta, y no se equivocaba: Slughorn se estremeció y soltó un chillido de protesta que Harry ignoró—. Yo diría que los miembros del profesorado están más seguros que nadie mientras Dumbledore sea el director del colegio; se supone que él es el único mago al que Voldemort ha temido jamás, ¿no?

Slughorn se quedó con la mirada perdida reflexionando sobre lo que Harry acababa de decir.

—Sí, claro, El-que-no-debe-ser-nombrado nunca ha buscado pelea con Dumbledore —admitió—, y seguramente no me cuenta entre sus amigos, ya que no me he unido a los
mortífagos
. Supongo que podría argumentarse algo así. En cuyo caso, es posible que yo estuviera más seguro cerca de Albus. No negaré que me afectó la muerte de Amelia Bones. Si ella, con todos los contactos que tenía en el ministerio y con toda la protección de que gozaba…

Dumbledore entró en la habitación y Slughorn se sobresaltó, como si hubiera olvidado que el director de Hogwarts se encontraba en la casa.

—¡Ah, Albus! —dijo—. Has tardado mucho. ¿Andas mal del estómago?

—No; estaba leyendo unas revistas de
muggles
. Me encantan los patrones de prendas de punto. Bueno, Harry, ya hemos abusado bastante de la hospitalidad de Horace; creo que debemos marcharnos.

A Harry no le costó nada obedecer y se puso en pie enseguida. Slughorn pareció desconcertado.

—¿Os marcháis?

—En efecto, nos marchamos. Sé ver cuándo una causa está perdida.

—¿Perdi…? —Slughorn se puso muy nervioso. Hacía girar sus gruesos pulgares y no paraba de moverse mientras Dumbledore se abrochaba la capa de viaje y Harry se subía la cremallera de la cazadora.

—Bueno, lamento mucho que rechaces el empleo, Horace —dijo Dumbledore alzando la mano lastimada en señal de despedida—. En Hogwarts todos se habrían alegrado de volver a verte. Si así lo deseas, puedes visitarnos cuando quieras, pese a nuestras endurecidas medidas de seguridad.

—Sí… bueno… muy amable. Como ya digo…

—Adiós, Horace.

—Adiós —dijo Harry.

Estaban en la puerta de la calle cuando oyeron un grito a sus espaldas.

—¡Está bien, está bien, lo haré!

Dumbledore se dio la vuelta y vio a Slughorn, jadeante, plantado en el umbral del salón.

—¿Aceptas el empleo?

—Sí, sí —dijo Slughorn con impaciencia—. Debo de estar loco, pero sí.

—¡Maravilloso! —exclamó Dumbledore, radiante de alegría—. Así pues, Horace, nos veremos allí el uno de septiembre.

—Sí, allí nos veremos —gruñó Slughorn.

Dumbledore y Harry ya recorrían el sendero del jardín cuando Slughorn exclamó:

—¡Tendrás que aumentarme el sueldo, Albus!

Éste rió entre dientes. La verja del jardín se cerró detrás de ellos, que descendieron por la colina en la oscuridad y en medio de una neblina que formaba remolinos.

—Te felicito, Harry —dijo Dumbledore.

—Pero si no he hecho nada —repuso, sorprendido.

—Ya lo creo que sí. Le has mostrado con exactitud cuánto saldría ganando si regresa a Hogwarts. ¿Te ha caído bien?

—Pues…

Harry no estaba seguro de si Slughorn le caía bien o mal. Había estado simpático a su manera, pero por otra parte parecía vanidoso y, aunque lo había negado, al parecer no entendía cómo una hija de
muggles
podía ser una buena bruja.

—A Horace le gusta rodearse de comodidades —explicó Dumbledore, liberando a Harry de tener que expresar en voz alta lo que pensaba—. También le gusta estar acompañado de personas famosas, de éxito y con poder, y le entusiasma creer que influye en ellas. El nunca ha querido ocupar el trono; prefiere el asiento de atrás, donde tiene más espacio para estirar las piernas, por así decirlo. Cuando enseñaba en Hogwarts, escogía a sus alumnos favoritos, a veces por la ambición o la inteligencia que demostraban, otras por su encanto o su talento, y tenía una habilidad especial para elegir a aquellos que acabarían destacando en diversos campos. Horace formó una especie de club integrado por sus alumnos predilectos, del cual él era el centro; presentaba unos miembros a otros, forjaba útiles contactos entre ellos y siempre obtenía algún beneficio a cambio, ya fuera una caja de su piña confitada favorita o la ocasión de recomendar a un nuevo empleado de la Oficina de Coordinación de los Duendes.

Harry se imaginó una enorme y gorda araña que tejía una red y movía un hilo aquí y otro allá para atraer grandes y jugosas moscas.

—Te cuento todo esto —continuó Dumbledore— no para ponerte en contra de Horace, o mejor dicho, del profesor Slughorn, pues así debemos llamarlo ahora, sino para que estés alerta. No cabe duda de que intentará captarte, Harry. Tú serías la joya de su colección: el niño que sobrevivió… O, como te llaman últimamente, el Elegido.

Ante esas palabras, Harry sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con la neblina que los rodeaba, y recordó una frase escuchada unas semanas atrás, una frase que tenía un atroz y particular significado para él: «Ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida…»

Dumbledore se detuvo al llegar a la iglesia por la que habían pasado en el camino de ida.

—Ya hemos caminado bastante, Harry. Sujétate a mi brazo.

El muchacho, que esta vez estaba prevenido, se preparó para desaparecerse, pero, no obstante, la experiencia le resultó desagradable. Cuando cesó la presión y pudo volver a respirar, se hallaba de pie en un camino rural, al lado de Dumbledore, cerca de la torcida silueta del edificio que más le gustaba en el mundo después de Hogwarts: La Madriguera. Pese a la sensación de espanto que acababa de experimentar, se animó al ver la casa. Ron estaba allí y también la señora Weasley, que cocinaba mejor que nadie.

—Si no te importa, Harry —dijo Dumbledore al traspasar la verja—, antes de que nos despidamos me gustaría hablar contigo en privado. ¿Qué te parece allí? —Señaló un destartalado cobertizo de piedra donde los Weasley guardaban sus escobas.

Un tanto perplejo, Harry lo siguió, pasó por la chirriante puerta y entró en un recinto tan pequeño como un armario. Dumbledore iluminó la punta de su varita, que empezó a alumbrar como una antorcha, y miró al muchacho con una sonrisa en los labios.

—Espero que me perdones por mencionarlo, Harry, pero estoy muy satisfecho y muy orgulloso de lo bien que sobrellevas todo lo que sucedió en el ministerio. Permíteme decirte que Sirius también se habría enorgullecido de ti. —El chico tragó saliva, como si se hubiera quedado sin habla. No se sentía capaz de hablar de Sirius. Bastante le había dolido oír a tío Vernon decir «¿Ha muerto su padrino?», y aún había sido peor que Slughorn lo mencionara con toda tranquilidad—. Es una pena —prosiguió Dumbledore— que él y tú no pudierais pasar más tiempo juntos. Fue un final cruel para lo que debería haber sido una larga y feliz relación.

Harry asintió con la mirada fija en la araña que trepaba por el sombrero de Dumbledore. Se daba cuenta de que éste lo comprendía y quizá intuía que, hasta el día en que recibió su carta, había pasado todo el tiempo en casa de los Dursley tumbado en la cama, negándose a comer y mirando fijamente por una empañada ventana que enmarcaba un gélido vacío que él asociaba con los
dementores
.

—Lo que más me cuesta —dijo por fin con un hilo de voz— es aceptar que nunca volverá a escribirme.

Le escocieron los ojos y parpadeó. Se sentía estúpido por admitirlo, pero el haber tenido a alguien fuera de Hogwarts a quien le importaba lo que le pasaba (alguien que era casi como un padre) había sido una de las mejores cosas que le habían sucedido. Pero las lechuzas del correo nunca volverían a llevarle ese consuelo…

—Sirius significaba mucho para ti; representaba algo que no habías conocido antes —continuó Dumbledore con delicadeza—. Como es lógico, una pérdida así supone un golpe tremendo…

—Pero mientras estaba en casa de los Dursley —lo interrumpió Harry con voz más firme—, me daba cuenta de que no podía aislarme del mundo, ni… derrumbarme. A Sirius no le habría gustado, ¿verdad? Además, la vida es demasiado corta. Fíjese en Madame Bones y Emmeline Vance… Yo podría ser el siguiente, ¿no? Pero si lo soy —añadió con ímpetu, mirando fijamente los azules ojos de Dumbledore, que destellaban bajo la luz de la varita—, me aseguraré de llevarme conmigo a tantos
mortífagos
como pueda, y si es posible, también a Voldemort.

—¡Unas palabras dignas del hijo de sus padres y del verdadero ahijado de Sirius! —declaró Dumbledore, y le dio una palmadita en la espalda—. Me quito el sombrero ante ti, o lo haría si no temiera llenarte de arañas. Y ahora, Harry, hablando de otra cosa relacionada con el tema que acabamos de abordar… Tengo entendido que estas dos semanas pasadas has recibido
El Profeta
, ¿no?

—Sí —afirmó, y se le aceleró un poco el corazón.

—Entonces habrás visto que han corrido ríos de tinta con relación a tu aventura en la Sala de las Profecías.

—Sí —volvió a asentir—. Y ahora todo el mundo sabe que yo soy el que…

—No, no lo saben. Sólo hay dos personas en el mundo que conocen el contenido íntegro de la profecía que os concierne a ti y a lord Voldemort, y ambas están en esta apestosa escobera llena de arañas. Sin embargo, es cierto que muchos han deducido, y correctamente, que Voldemort envió a sus
mortífagos
a robar una profecía, y que ésta hablaba de ti. Pues bien, creo que no me equivoco si digo que no le has contado a nadie que conoces dicho contenido.

—No.

—Una sabia decisión, hablando en términos generales. Aunque creo que deberías relajar tu celo en favor de tus amigos, el señor Ronald Weasley y la señorita Hermione Granger. Sí —continuó al ver la perplejidad de Harry—, creo que ellos tendrían que saberlo. No los tratarías como se merecen si no les confías algo tan importante.

—Es que no quería…

—¿Que se preocuparan o se asustaran? —Dumbledore lo observó por encima de sus gafas de media luna—. ¿O quizá no te apetecía confesar que tú también estás preocupado y asustado? Necesitas a tus amigos, Harry. Como muy bien has dicho, Sirius no habría querido que te aislaras del mundo. —El muchacho se quedó callado, pero no parecía que Dumbledore esperara una respuesta, porque añadió—: Y una cuestión más, aunque también relacionada con lo que acabamos de comentar: he decidido que este año voy a darte clases particulares.

—¿Clases particulares? ¿Usted? —preguntó Harry, a quien la sorpresa hizo recuperar el habla.

—Sí. Me parece que ya va siendo hora de que participe de forma más activa en tu educación.

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