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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (4 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—Bien, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó Snape, y se sentó en una butaca delante de las dos hermanas.

—Estamos… solos, ¿no? —inquirió Narcisa en voz baja.

—Sí, por supuesto. Bueno, Colagusano está aquí, pero las alimañas no cuentan, ¿verdad?

Apuntó con su varita mágica a la pared de libros que tenía detrás: una puerta secreta se abrió con estrépito y reveló una estrecha escalera y a un hombre de pie en ella, inmóvil.

—Como ves, Colagusano, tenemos invitadas —dijo Snape con indolencia.

El individuo bajó los últimos escalones y entró en la habitación, encorvado. Tenía ojos pequeños y vidriosos y nariz puntiaguda; sonreía como un tonto y con la mano izquierda se acariciaba la derecha, que parecía revestida con un reluciente guante de plata.

—¡Narcisa! —exclamó con voz chillona—. ¡Y Bellatrix! ¡Qué agradable…!

—Colagusano nos traerá algo de beber, si os apetece —intervino Snape—. Y luego volverá a su dormitorio.

El otro hizo una mueca de dolor, como si Snape le hubiera lanzado algo.

—¡No soy tu criado! —exclamó, evitando mirarlo a los ojos.

—¿Ah, no? Creía que el Señor Tenebroso te había instalado aquí para que me ayudaras.

—¡Para ayudarte sí, pero no para servirte bebidas ni para… ni para limpiar tu casa!

—Caramba, Colagusano, no sabía que aspiraras a realizar tareas más peligrosas —replicó Snape con sutileza—. Eso tiene fácil arreglo: hablaré con el Señor Tenebroso y…

—¡Yo puedo hablar con él cuando quiera!

—Claro que sí —concedió Snape con sorna—. Pero, mientras tanto, tráenos algo de beber. Un poco de vino de elfo, por ejemplo.

Colagusano vaciló un momento, como si se planteara replicar, pero luego dio media vuelta y se metió por una segunda puerta secreta. Se oyeron golpetazos y tintineos de copas. Pasados unos segundos, regresó con una polvorienta botella y tres copas en una bandeja que dejó en la desvencijada mesa. Luego se escabulló de la sala y cerró de golpe la puerta forrada de libros.

Snape llenó las tres copas de un vino color rojo sangre y le tendió una a cada hermana. Narcisa le dio las gracias con un murmullo, mientras que Bellatrix no dijo nada y siguió fulminándolo con la mirada. Eso no pareció incomodarlo; más bien todo lo contrario: parecía divertirle mucho.

—¡Por el Señor Tenebroso! —dijo Snape alzando su copa, y se la bebió de un sorbo.

Las hermanas lo imitaron. Snape volvió a llenar las copas.

Cuando se hubo bebido la segunda, Narcisa dijo con precipitación:

—Perdona que me presente aquí de esta forma, Severus, pero necesitaba verte. Creo que eres el único que puede ayudarme…

Él levantó una mano para interrumpirla y volvió a apuntar con su varita a la puerta de la escalera secreta. Hubo un fuerte golpe y un chillido, seguidos de los pasos de Colagusano, que corría escaleras arriba.

—Te pido disculpas —dijo Snape—. Últimamente se ha aficionado a escuchar detrás de las puertas. No sé qué pretende con eso, la verdad. ¿Qué decías, Narcisa?

La mujer inspiró hondo, se estremeció y empezó de nuevo.

—Severus, ya sé que no debería haber venido; me han dicho que no le cuente nada a nadie, pero…

—¡Entonces deberías callarte! —le espetó Bellatrix—. ¡Sobre todo delante de ciertas personas!

—¿«De ciertas personas»? —repitió Snape con ironía—. ¿Qué he de entender con esas palabras, Bellatrix?

—¡Que no me fío de ti, Snape, como bien sabes!

Narcisa emitió un sonido parecido a un sollozo y se tapó la cara con las manos. Snape dejó su copa en la mesa y se reclinó de nuevo en el respaldo, con las manos encima de los brazos de la butaca, mientras sonreía ante el ceñudo rostro de Bellatrix.

—Narcisa, creo que deberíamos oír lo que Bellatrix se muere por decir; así nos ahorraremos fastidiosas interrupciones. Continúa, Bellatrix —la animó—. ¿Por qué no te fías de mí?

—¡Por un centenar de motivos! —le espetó ella, al tiempo que rodeaba el sofá y dejaba su copa en la mesa con aire decidido—. ¿Por dónde quieres que empiece? A ver, ¿dónde estabas cuando cayó el Señor Tenebroso? ¿Por qué no lo buscaste cuando desapareció? ¿Qué has hecho todos estos años que has pasado con Dumbledore? ¿Por qué impediste que el Señor Tenebroso se hiciera con la Piedra Filosofal? ¿Por qué no regresaste de inmediato cuando él renació? ¿Dónde estabas hace unas semanas, cuando luchamos para recuperar la profecía para el Señor Tenebroso? ¿Y por qué sigue Harry Potter con vida, Snape, si lo has tenido a tu merced durante cinco años?

Hizo una pausa; su pecho subía y bajaba al compás de su respiración, y tenía las mejillas encendidas. Narcisa permanecía inmóvil detrás de ella, sentada y tapándose la cara con las manos.

Snape sonrió.

—Antes de contestarte (sí, Bellatrix, te voy a contestar), te diré que puedes transmitirles mis palabras a los que susurran a mis espaldas y cuentan historias de mi supuesta traición al Señor Tenebroso. Pero también antes de contestarte, respóndeme tú a una cosa: ¿de verdad crees que el Señor Tenebroso no me ha hecho ya todas esas preguntas? ¿Y de verdad crees que si no le hubiera dado respuestas satisfactorias estaría aquí sentado hablando contigo?

—Ya sé que él te cree, pero…

—¿Crees que se equivoca? ¿O que lo he engañado? ¿Que he engañado al más grande de los magos, el más diestro en Legeremancia que jamás ha habido?

Bellatrix no respondió; por primera vez parecía un poco desconcertada. Snape no insistió en su argumento. Cogió su copa, bebió un sorbo de vino y continuó:

—Me preguntas dónde estaba cuando cayó el Señor Tenebroso. Pues bien, me hallaba donde él me había ordenado estar, en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, porque quería que espiara a Albus Dumbledore. Supongo que sabrás que fue el Señor Tenebroso quien me mandó a trabajar allí.

Bellatrix asintió levemente y luego despegó los labios, pero Snape se le adelantó:

—Me preguntas por qué no lo busqué cuando desapareció. Pues por la misma razón por la que no lo hicieron Avery, Yaxley, los Carrow, Greyback y Lucius —inclinó un poco la cabeza al tiempo que miraba a Narcisa—, y también muchos otros. Creí que él estaba acabado. Y no me enorgullezco de ello; me equivocaba, lo admito. Pero si él no hubiera perdonado a los que entonces perdimos la fe, ahora conservaría muy pocos adeptos.

—¡Me tendría a mí! —exclamó Bellatrix con fervor—. ¡Yo pasé muchos años en Azkaban por él!

—Sí, eso fue admirable, desde luego —admitió Snape con tedio—. Claro que desde la prisión no podías ayudar mucho, pero el gesto fue sin duda muy considerado.

—¿El gesto? —chilló ella, tan furiosa que parecía desquiciada—. ¡Mientras yo soportaba a los
dementores
, tú estabas muy cómodo en Hogwarts haciendo de mascota de Dumbledore!

—No exactamente —la corrigió Snape con impavidez—. Dumbledore no quería darme el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, ya lo sabes. Por lo visto, temía que eso pudiera provocarme una recaída, tentarme a volver a las andadas.

—¿Fue ése tu gran sacrificio por el Señor Tenebroso, no enseñar tu asignatura favorita? —se burló ella—. ¿Por qué te quedaste allí tanto tiempo, Snape? ¿Seguías espiando a Dumbledore para un amo al que creías muerto?

—No, nada de eso. Y el Señor Tenebroso está muy satisfecho de que no abandonara mi empleo porque, cuando regresó, yo poseía dieciséis años de información sobre Dumbledore, un regalo de bienvenida mucho más útil que un sinfín de recuerdos de lo repugnante que es Azkaban…

—Pero te quedaste…

—Sí, Bellatrix, me quedé allí —afirmó Snape, y por primera vez su voz reveló un deje de impaciencia—. Tenía un empleo cómodo y preferible a una temporada en Azkaban. Ya sabes que estaban capturando a los
mortífagos
. La protección de Dumbledore me mantenía fuera de la cárcel y la utilicé porque me convenía. Y repito: al Señor Tenebroso no le parece mal que me quedara en Hogwarts, de modo que no veo por qué tiene que parecértelo a ti.

»Creo que también querías saber —prosiguió, elevando un poco la voz, pues Bellatrix daba señales de querer interrumpirlo— por qué me interpuse entre el Señor Tenebroso y la Piedra Filosofal. La respuesta es muy sencilla: él no sabía si podía confiar en mí. Creía, como tú, que había pasado de leal
mortífago
a títere de Dumbledore. Su estado era lamentable; había quedado muy débil y compartía el cuerpo de un mago mediocre. Y no se atrevía a mostrarse a un antiguo aliado por temor a que éste lo entregara a Dumbledore o al ministerio. Lamento mucho que no confiara en mí. Si lo hubiera hecho, habría regresado al poder tres años antes. El caso es que yo sólo vi al codicioso e indigno Quirrell intentando robar la Piedra, y reconozco que hice todo lo posible por desbaratar sus planes.

Bellatrix torció la boca como si se hubiera tragado una medicina asquerosa.

—Pero no volviste de inmediato cuando él regresó, ni corriste a su lado cuando notaste arder la Marca Tenebrosa.

—Cierto. Volví dos horas más tarde, obedeciendo las órdenes de Dumbledore.

—¿Las órdenes de…? —repitió ella, indignada.

—¡Piensa! ¡Piensa! ¡Con sólo esperar dos horas, sólo dos horas, me aseguraba poder permanecer en Hogwarts en calidad de espía! ¡Por conseguir que Dumbledore creyera que yo regresaba junto al Señor Tenebroso únicamente porque él me lo ordenaba, desde entonces he podido pasar información acerca del director del colegio y la Orden del Fénix! Piénsalo bien, Bellatrix: la Marca Tenebrosa llevaba meses fortaleciéndose, y yo sabía que el Señor Tenebroso estaba a punto de aparecer, lo sabían todos los
mortífagos
. Tuve tiempo de sobra para cavilar qué quería hacer, planear mi siguiente paso y escapar como hizo Karkarov, ¿no te parece?

»Te aseguro que el enojo inicial del Señor Tenebroso por mi tardanza desapareció por completo cuando le expliqué que seguía siéndole fiel aunque Dumbledore creyera que estaba en su bando. Sí, el Señor Tenebroso pensó que yo lo había abandonado para siempre, pero se equivocó.

—Pero ¿de qué le has servido? —repuso Bellatrix con desdén—. ¿Qué información útil nos has proporcionado?

—He hecho llegar mi información directamente al Señor Tenebroso. Si él decide no compartirla contigo…

—¡Él lo comparte todo conmigo! Asegura que soy su más leal y fiel…

—¿Ah, sí? —repuso Snape, modulando la voz para expresar su incredulidad—. ¿Incluso después del fracaso en el ministerio?

—¡Eso no fue culpa mía! —se defendió Bellatrix, roja de ira—. En el pasado, el Señor Tenebroso me confió sus más preciosos… Si Lucius no hubiera…

—¡No te atrevas a echarle la culpa a mi marido! —terció Narcisa con voz queda y maléfica.

—No tiene sentido buscar responsables de lo ocurrido —observó Snape con indiferencia—. A lo hecho, pecho.

—¡Sí, pero tú no hiciste nada! —le espetó Bellatrix—. Tú estabas otra vez ausente mientras nosotros corríamos todo el riesgo, ¿no es así, Snape?

—Tenía órdenes de quedarme en la retaguardia. Tal vez estés en desacuerdo con el Señor Tenebroso, o tal vez pienses que Dumbledore no se habría dado cuenta si yo me hubiera unido a los
mortífagos
para combatir la Orden del Fénix, ¿no? Y perdóname: hablas de riesgos, pero si no me equivoco os enfrentasteis a seis adolescentes…

—A los que poco después se unió la mitad de la Orden, como sabes muy bien —gruñó Bellatrix—. Y, ya que hablamos de la Orden del Fénix, tú sigues sosteniendo que no puedes revelar la ubicación de su cuartel general, ¿verdad?

—Yo no soy el Guardián de los Secretos, no puedo pronunciar el nombre de ese lugar. Creía que sabías cómo funcionaba ese sortilegio. El Señor Tenebroso está satisfecho con la información que le he proporcionado acerca de la Orden. Esos datos, como quizá hayas deducido, condujeron a la reciente captura y asesinato de Emmeline Vance, y también ayudaron a acorralar a Sirius Black, aunque no voy a escatimarte el mérito de haber acabado con él.

Snape inclinó la cabeza y alzó su copa. El gesto de Bellatrix no se suavizó ni un ápice.

—Eludes mi última pregunta, Snape: Harry Potter. Habrás tenido infinidad de ocasiones para matarlo en estos cinco años. ¿Por qué no lo has hecho?

—¿Has hablado de este tema con el Señor Tenebroso?

—Últimamente él… nosotros… ¡Te lo pregunto a ti, Snape!

—Si hubiera matado a Harry Potter, el Señor Tenebroso no habría podido utilizar la sangre del chico para regenerarse y volverse invencible…

—¡Alegas que previste que él utilizaría al muchacho! —se burló ella.

—No lo alego; yo no tenía ni idea acerca de sus planes; ya he reconocido que creí que el Señor Tenebroso había muerto. Sólo pretendo explicar por qué él no lamenta que Potter haya sobrevivido, al menos hasta hace un año…

—Pero ¿por qué le permitiste vivir?

—¿No me has entendido? ¡Lo único que me mantenía fuera de Azkaban era la protección de Dumbledore! ¿No estás de acuerdo en que si yo hubiera asesinado a su alumno favorito, se habría puesto contra mí? Pero ése no era el único motivo. Déjame recordarte que cuando Potter llegó a Hogwarts, todavía circulaban historias sobre él, rumores de que también era un gran mago tenebroso y que por eso había sobrevivido al ataque del Señor Tenebroso. De hecho, muchos antiguos seguidores de éste consideraban que Potter era un estandarte alrededor del cual todos podríamos congregarnos una vez más. Admito que sentía curiosidad y que no era partidario de liquidarlo en cuanto pusiera un pie en el castillo.

«Naturalmente, enseguida comprendí que el muchacho no poseía ningún talento extraordinario. Ha salido airoso de diversos aprietos gracias a la buena suerte y a la colaboración de amigos con más talento que él. Es mediocre en grado sumo, aunque tan repelente y engreído como su padre. He hecho lo indecible para que lo expulsaran de Hogwarts, donde creo que no le corresponde estar, pero de eso a matarlo o permitir que lo mataran delante de mí… Habría sido una estupidez por mi parte correr un riesgo semejante, hallándose Dumbledore tan cerca.

—¿Pretendes que nos creamos que en todo este tiempo Dumbledore nunca ha sospechado de ti? —repuso Bellatrix—. ¿Y que ignora a quién eres leal en realidad y que todavía confía en ti sin reservas?

—He interpretado bien mi papel. Y pasas por alto el punto débil de Dumbledore: siempre cree lo mejor de las personas. Cuando empecé a trabajar para él, recién abandonada mi etapa de
mortífago
, fingí un profundo arrepentimiento y él me acogió con los brazos abiertos; aunque, como digo, siempre me mantuvo alejado de las artes oscuras. Dumbledore ha sido un gran mago. Sí, un gran mago. —Bellatrix emitió un sonido de burla—. Incluso el Señor Tenebroso lo reconoce. Sin embargo, me complace decir que se está haciendo viejo. El duelo con el Señor Tenebroso del mes pasado lo ha debilitado. Hace poco sufrió una grave herida porque sus reflejos son más lentos que antes. Pero en todos estos años nunca ha dejado de confiar en Severus Snape, y en eso reside mi gran valor para el Señor Tenebroso.

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