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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (7 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—Como ves, Harry —continuó Dumbledore, elevando la voz para superponerse a los gritos del elfo—, Kreacher muestra cierta reticencia a que seas su amo.

—No me importa —repitió Harry mirando con desprecio al elfo doméstico, que no paraba de retorcerse y dar pisotones—. No lo quiero.

—No quiere, no quiere, no quiere…

—¿Prefieres que pase a ser propiedad de Bellatrix Lestrange? ¿Tienes en cuenta que ha estado un año entero en el cuartel general de la Orden del Fénix?

—No quiere, no quiere, no quiere…

Harry miró a Dumbledore. Sabía que no debían permitir que Kreacher se fuera a vivir con Bellatrix Lestrange, pero le repugnaba la idea de ser su propietario, de ser el responsable de la criatura que había traicionado a Sirius.

—Dale una orden —propuso Dumbledore—. Si te pertenece, tendrá que obedecerte. Si no, habrá que pensar en otra manera de mantenerlo alejado de su legítima propietaria.

—¡No quiere, no quiere, no quiere,
NO QUIERE
!

Kreacher gritaba a pleno pulmón y a Harry sólo se le ocurrió decir:

—¡Cállate, Kreacher!

Por un momento pareció que éste iba a asfixiarse. Se agarró el cuello mientras seguía moviendo la boca con furia; los ojos se le salían de las órbitas. Después de tragar varias veces saliva con grandes aspavientos, se tiró boca abajo sobre la alfombra (tía Petunia soltó un gemido) y se puso a golpear el suelo con pies y manos, entregándose a una violenta pero silenciosa pataleta.

—Bueno, eso simplifica las cosas —observó Dumbledore con buen humor—. Por lo visto, Sirius sabía lo que hacía. Eres el legítimo heredero del número 12 de Grimmauld Place y de Kreacher.

—¿Tengo que… quedarme con él? —preguntó Harry, horrorizado, mientras el elfo doméstico se retorcía a sus pies.

—Si no quieres, no —contestó el mago—. Y si me permites una sugerencia, podrías enviarlo a trabajar en las cocinas de Hogwarts. De ese modo, los otros elfos domésticos lo vigilarían.

—Sí —dijo Harry con alivio—, sí, eso haré. Hum… Kreacher, quiero que vayas a Hogwarts y trabajes en las cocinas con los otros elfos domésticos.

Kreacher, que se había quedado tumbado de espaldas con los brazos y las piernas en el aire, miró a Harry con profundo odio y, con otro fuerte «¡crac!», desapareció.

—Muy bien —prosiguió Dumbledore—. También hay que resolver el asunto del
hipogrifo
,
Buckbeak
. Hagrid lo ha cuidado desde que murió Sirius, pero ahora es tuyo, así que si prefieres disponer otra cosa…

—No —respondió Harry—, puede quedarse con Hagrid. Creo que
Buckbeak
lo preferirá.

—Hagrid estará encantado —asintió Dumbledore sonriendo—. Se alegró mucho de volver a verlo. Por cierto, decidimos, por la propia seguridad del
hipogrifo
, cambiarle el nombre y de momento llamarlo
Witherwings
, aunque dudo mucho que el ministerio llegue a sospechar jamás que es el mismo
hipogrifo
que una vez condenaron a muerte. Y ahora, Harry, ¿tienes el baúl preparado?

—Hum…

—¿Dudabas que fuera a venir? —inquirió el mago con sagacidad.

—Subo un momento y… vuelvo enseguida —contestó Harry, y se apresuró a recoger el telescopio y las zapatillas.

Tardó poco más de diez minutos en reunir todo lo que necesitaba; por fin, consiguió rescatar su capa invisible de debajo de la cama, enroscar el tapón del tarro de tinta pluricolor y cerrar la tapa del baúl con el caldero dentro. Luego, tirando del baúl con una mano y sujetando con la otra la jaula de
Hedwig
, bajó la escalera.

Se llevó un chasco al ver que Dumbledore no lo esperaba en el recibidor, lo cual significaba que tenía que volver al salón.

Nadie decía nada. El anciano profesor tarareaba con la boca cerrada; al parecer se sentía a gusto y relajado, pero la atmósfera habría podido cortarse con un cuchillo. Harry no se atrevió a mirar a los Dursley cuando anunció:

—Ya estoy listo, profesor.

—Estupendo —repuso éste—. Sólo una cosa más —añadió, y se volvió hacia los Dursley—. Como sin duda sabrán, Harry alcanzará la mayoría de edad dentro de un año…

—¡No! —saltó tía Petunia, que hablaba por primera vez desde la llegada de Dumbledore.

—¿Cómo dice? —preguntó Dumbledore con educación.

—Se equivoca. Harry tiene un mes menos que Dudley y Dudders no cumple los dieciocho hasta dentro de dos años.

—¡Ah! —dijo Dumbledore con tono afable—. Pero en el mundo mágico alcanzamos la mayoría de edad a los diecisiete.

Tío Vernon murmuró: «¡Qué ridiculez!», pero Dumbledore no le hizo caso.

—Bien, como ya saben, el mago llamado lord Voldemort ha regresado a este país. La comunidad mágica se encuentra en una situación de guerra abierta y Harry, a quien Voldemort ya ha intentado matar en diversas ocasiones, corre mayor peligro ahora que el día en que lo dejé frente a la puerta de esta casa, hace quince años, con una carta que explicaba cómo habían muerto sus padres y expresaba mis deseos de que ustedes lo cuidaran como si fuera un hijo propio. —Hizo una pausa, y aunque su voz seguía suave y sosegada y no daba señales de enfado, Harry percibió que el anciano emanaba una especie de frialdad y se fijó en que los Dursley se juntaban un poco más unos a otros—. Pero no han hecho lo que les pedí. Nunca han tratado a Harry como a un hijo. Con ustedes, él no ha conocido otra cosa que el abandono y, muchas veces, la crueldad. Lo mejor que se puede decir es que al menos se ha librado de los atroces perjuicios que le han ocasionado al desafortunado muchacho que está sentado entre ustedes.

Petunia y Vernon giraron la cabeza de forma instintiva, como si esperaran ver a una persona que no fuera Dudley, apretujado entre ellos.

—¿Que nosotros hemos… tratado mal a Dudders? ¿Qué está…? —empezó tío Vernon, furioso; pero Dumbledore levantó un dedo índice pidiendo silencio, un silencio que se hizo de inmediato, como si hubiera hecho enmudecer a Vernon.

—Gracias a la magia que realicé hace quince años, Harry goza de una poderosa protección mientras esta casa sea su hogar. Por muy desdichado que se haya sentido aquí, por mucho que le hayan demostrado que estaba de más, por muy mal que lo hayan tratado, al menos lo han tenido con ustedes, aunque a regañadientes. Esa magia dejará de funcionar tan pronto Harry cumpla diecisiete años; dicho de otro modo, en cuanto se convierta en un adulto. Así pues, sólo les pido esto: que le permitan regresar una vez más a esta casa antes de su decimoséptimo cumpleaños, con lo que seguirá beneficiándose de protección hasta ese momento.

Ninguno de los Dursley abrió la boca. Dudley tenía el entrecejo ligeramente fruncido, como si intentase recordar cuándo habían maltratado a su primo, tío Vernon parecía atragantado con algo, y tía Petunia presentaba un extraño rubor.

—Bueno, Harry… Es hora de marcharnos —anunció Dumbledore, al tiempo que se levantaba y se arreglaba la larga capa negra—. Hasta la próxima —dijo a los Dursley, que pusieron cara de que, por ellos, ese momento podía retrasarse eternamente; y, tras quitarse el sombrero, salió de la habitación con paso majestuoso.

—Adiós —les dijo Harry a los Dursley de pasada, y siguió a Dumbledore, que se detuvo al lado del baúl, sobre el que estaba la jaula de
Hedwig
.

—Ahora no nos interesa cargar con esto —resolvió, y volvió a sacar su varita—. Lo enviaré a La Madriguera. Pero me gustaría que cogieras tu capa invisible, por si acaso.

El muchacho extrajo la capa con cierta dificultad, procurando que Dumbledore no viera el desorden que había dentro. Cuando se la hubo metido en el bolsillo interior de la cazadora, el mago sacudió la varita y el baúl, la jaula y
Hedwig
se esfumaron. Volvió a agitarla y la puerta de la calle se abrió. La noche era fría y neblinosa.

—Y ahora, Harry, adentrémonos en la oscuridad y vayamos en busca de la aventura, esa caprichosa seductora.

4
Horace Slughorn

Pese a que llevaba varios días ansiando que fuera verdad que Dumbledore iría a recogerlo, Harry se sintió muy incómodo en cuanto comenzaron a andar juntos por Privet Drive. Era la primera vez que mantenía una conversación propiamente dicha con el director de su colegio fuera de Hogwarts, pues por lo general los separaba un escritorio. Además, el recuerdo de su último encuentro cara a cara no dejaba de acudirle a la mente, e incrementaba su sensación de bochorno; en aquella ocasión, él había gritado como un loco, y, por si fuera poco, se había empeñado en romper algunas de las posesiones más preciadas de Dumbledore.

Sin embargo, éste parecía completamente relajado.

—Ten la varita preparada, Harry —le advirtió con tranquilidad.

—Creía que tenía prohibido hacer magia fuera del colegio, señor.

—Si te atacan, te autorizo a usar cualquier contraembrujo o contramaldición que se te ocurra. Sin embargo, no creo que esta noche deba preocuparte esa eventualidad.

—¿Por qué no, señor?

—Porque estás conmigo. Con eso bastará, Harry. —Al llegar al final de Privet Drive se detuvo en seco—. Todavía no has aprobado el examen de Aparición, ¿verdad? —preguntó.

—No. Creía que para presentarse a ese examen había que tener diecisiete años.

—Así es. De modo que tendrás que sujetarte con fuerza a mi brazo. Al izquierdo, si no te importa. Como ya has visto, mi brazo derecho está un poco frágil. —Harry se agarró al antebrazo que le ofrecía—. Muy bien. Allá vamos.

Notó que el brazo del anciano profesor se alejaba de él y se aferró con más fuerza. De pronto todo se volvió negro, y el muchacho empezó a percibir una fuerte presión procedente de todas direcciones; no podía respirar, como si unas bandas de hierro le ciñeran el pecho; sus globos oculares empujaban hacia el interior del cráneo; los tímpanos se le hundían más y más en la cabeza, y entonces…

Aspiró a bocanadas el aire nocturno y abrió los llorosos ojos. Se sentía como si lo hubieran hecho pasar por un tubo de goma muy estrecho. Tardó varios segundos en darse cuenta de que Privet Drive había desaparecido. Dumbledore y él estaban de pie en una plaza de pueblo desierta, en cuyo centro había un viejo monumento a los caídos y unos cuantos bancos. Tras recuperar por completo los sentidos, comprendió que acababa de aparecerse por primera vez en su vida.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Dumbledore mirándolo con interés—. Lleva tiempo acostumbrarse a esta sensación.

—Estoy bien —contestó el chico frotándose las orejas, a las que no parecía haberles agradado dejar Privet Drive—. Pero creo que prefiero las escobas.

Dumbledore sonrió, se ciñó un poco más el cuello de la capa de viaje e indicó:

—Por aquí. —Echó a andar con brío por delante de una posada vacía y de varias casas. Según el reloj de una iglesia cercana, era casi medianoche—. Y dime, Harry, ¿te ha dolido últimamente… la cicatriz?

El chico se llevó una mano a la frente y se frotó la marca con forma de rayo.

—No —contestó—, y no lo entiendo. Creí que me ardería siempre, ya que Voldemort está recobrando su poder.

Vio que el anciano ponía cara de satisfacción.

—Yo, en cambio, creí todo lo contrario. Lord Voldemort ha comprendido por fin lo peligroso que puede resultar que accedas a sus pensamientos y sus sentimientos. Al parecer, ahora está empleando la Oclumancia contra ti.

—Pues por mí, mejor —repuso Harry, que no echaba de menos ni los inquietantes sueños ni los fugaces momentos en que se introducía en la mente de Voldemort.

Doblaron una esquina y pasaron ante una cabina telefónica y una parada de autobús. Harry volvió a mirar de reojo a Dumbledore.

—Profesor…

—Dime, Harry.

—Hum… ¿Dónde estamos?

—Esto, Harry, es el precioso pueblo de Budleigh Babberton.

—¿Y qué hacemos aquí?

—¡Ah, sí, claro! Todavía no te lo he explicado. Verás, ya he perdido la cuenta de las veces que he dicho esto en los últimos años, pero resulta que de nuevo hay un puesto vacante en el profesorado. Hemos venido aquí para convencer a un viejo colega mío, que ya se ha jubilado, para que regrese a Hogwarts.

—¿Y cómo puedo ayudarlo yo a convencerlo?

—¡Oh, ya encontraremos alguna manera! A la izquierda, Harry.

Subieron por una calle estrecha y empinada con hileras de casas a ambos lados, pero no había luz en ninguna ventana. El frío que, desde hacía dos semanas, se había instalado en Privet Drive reinaba también allí. Pensando en los
dementores
, Harry miró hacia atrás y, para tranquilizarse, sujetó con fuerza la varita que llevaba en el bolsillo.

—¿Por qué no nos aparecimos directamente en casa de su viejo colega, profesor?

—Porque eso sería tan descortés como echar abajo la puerta. Es de buena educación ofrecer a los otros magos la oportunidad de negarnos la entrada. De cualquier modo, la mayoría de las viviendas mágicas están protegidas de aparecedores no deseados. En Hogwarts, por ejemplo…

—…no puedes aparecerte ni en los edificios ni en los jardines —completó rápidamente Harry—. Me lo dijo Hermione Granger.

—Y tiene mucha razón. Otra vez a la izquierda.

A sus espaldas, el reloj de la iglesia dio la medianoche. Harry se preguntó por qué Dumbledore no consideraba descortés visitar a su colega tan tarde, pero, en lo que a preguntas se refería, tenía algunas más urgentes que plantearle.

—Señor, en
El Profeta
leí que han despedido a Fudge…

—Correcto —confirmó Dumbledore torciendo por una empinada callejuela—. Lo ha sustituido, como estoy seguro de que también habrás leído, Rufus Scrimgeour, que hasta ahora era el jefe de la Oficina de
Aurores
.

—¿Y qué tal…? ¿Qué tal es?

—Una pregunta interesante. Es competente, desde luego, y tiene una personalidad más fuerte y decidida que Cornelius.

—Ya, pero a lo que me…

—Ya sé a qué te refieres. Rufus es un hombre de acción, y como lleva toda su vida activa combatiendo a los magos tenebrosos, no subestima a lord Voldemort.

Harry aguardó en silencio, pero Dumbledore no hizo ningún comentario acerca de su desacuerdo con Scrimgeour que había mencionado
El Profeta
, y como no tuvo valor para sacar el tema, habló de otra cosa.

—Y también leí lo de Madame Bones, señor.

—Sí —asintió el mago en voz baja—. Una pérdida terrible. Era una gran bruja. Creo que es allí. ¡Ay! —Había señalado con la mano lastimada.

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