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Authors: Jesús Mate

Tags: #Terror

Historia de mi inseparable (2 page)

BOOK: Historia de mi inseparable
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—Hola Pollo —le saludó Alba.

Pollo volvió a piar y Alba se tapó instintivamente el oído con el dedo índice. Aprovechando esto, Pollo fue como una flecha hasta el dedo y se lo picoteó.

—¡Malo! —le gritó Alba distanciando el dedo.

Pollo graznó fuertemente, e impulsándose fue hasta el escritorio. Allí empezó a atacar una muñeca pequeña que Alba tenía allí.

—¿Por qué no viene aquí, papi? —preguntó Guille.

—Shh —le mandó callar—, que como le llames viene.

—Pero yo quero que venga.

Así estuvieron unos quince minutos más: Alba jugando con Pollo, y Ricardo convenciendo a su hijo para que se olvidara de estar cerca de Pollo hasta otro día.

Cuando Alba se cansó le tocó el turno a Ricardo de volver a meterlo en la jaula. Aunque otros días, ya harto, lo tenía que agarrar, soportar sus picotazos y meterlo en su jaula, aquel día Pollo se metió fácilmente en la jaula. Probablemente porque tenía hambre, ya que nada más entrar fue al comedero.

Guille observó aquello, lo que no sería bueno en absoluto.

Capítulo 2
1

18 de Abril. 12:23 horas.

Mientras Verónica pagaba a la cajera del supermercado del Centro Comercial Nueva Era, Ricardo se tuvo que acercar con sus hijos a la tienda de mascotas situada justo enfrente de las cajas. Esa tienda estaba puesta con mala idea para que los niños nerviosos se acercaran a ver los cachorritos que estaban en el escaparate. Había por lo menos ocho niños más ensuciando los cristales con sus dedos pringosos de las golosinas que estaban comiendo. A la derecha estaban las jaulas de los pájaros y lagartos, y allí estaban sus hijos. Había muchos periquitos, canarios, varios inseparables, un guacamayo y un par de pájaros exóticos cuyo nombre desconocía.

—Mira, papi, este pollo es más feo que el nuestro —dijo Guille.

—Pues la verdad es que sí.

El inseparable al que se refería Guille tenía los colores mucho más apagados que los de Pollo. Y los demás inseparables tampoco es que fueran mucho más bonitos que el de ellos. Pollo, al lado de esos agapornis, sería el favorito de los visitantes de la tienda.

—¿Dónde está tu hermana?

—Creo que ha entrao en la tienda —respondió.

—No me lo puedo creer —dijo Ricardo secándose la frente con el dorso de la mano—. Anda, Guille, ve con tu madre y dile que ahora salimos los dos de la tienda.

Su hijo salió corriendo hacia la caja, poniéndose al lado de su madre. Ésta estaba discutiendo con la cajera, seguramente por haberle cobrado algo más de la cuenta. Siempre pasaba lo mismo.

Entró en la tienda de mascotas y encontró a Alba en la zona de los pájaros.

—¿Por qué has entrado sin avisar? —preguntó en voz baja y tono enfadado cuando estuvo al lado de su hija.

—Papi, ya soy una niña mayor. No me voy a perder.

Su hija no dejaba de sorprenderle.

—Serás muy mayor, pero como vuelvas a hacerlo te castigaré, y no te traeré más aquí.

Alba le miró detenidamente, como si se diera cuenta que lo que había hecho estaba mal. Le cogió la mano y le dijo:

—Lo siento.

No pudo evitar darle un beso en la cabeza de su hija.

—¿Qué estabas mirando?

—Este juguete —dijo señalando unas figuras de plástico que colgaban de un alambre. Eran de distintos colores: rojo, verde, azul y amarillo; distintas formas: cúbicas o de tubo; y el de color amarillo tenía un espejito—. Seguro que a Pollo le gusta.

—Pero Pollo ya tiene el columpio. Ya se entretiene con eso.

—¿Recuerdas cuando le dijiste a mami que ibas a comprar un televisor más grande, y ella te dijo que ya teníamos uno, pero tú le dijiste que necesitamos ya otro televisor?

A Ricardo le hubiese gustado verse la cara. ¿Cómo podía Alba acordarse de aquello?

—Lo cojo, ¿verdad?

—Sí, hija, sí. Pero esta excusa no te va servir otra vez.

—Bueno. Tengo más reservadas.

2

18 de Abril. 16:05 horas.

Tras arrancarle Pollo un pequeño trozo de carne por ponerle el juguetito que habían comprado, Ricardo fue al baño corriendo a desinfectarse. No era un corte muy profundo, pero la verdad es que estaba sangrando bastante. Dichoso pájaro. Desde allí escuchaba como se reían sus hijos y su mujer. Seguro que Pollo estaría haciendo de las suyas con el chisme aquel. En el fondo no se podía enfadar con el animal (ni con su hija).

A pesar del daño que le había hecho, Ricardo fue corriendo de nuevo al salón para ver a Pollo. Una vez allí tuvo que ponerse de puntillas para poder ver algo por encima de su querida familia.

—¡Mira lo que hace, papi! —le gritaba Alba—. Se ha puesto muy contento.

Pollo no paraba de piar, e iba de un lado a otro de la jaula. Les miraba a ellos, graznaba y volvía con el juguetito. Allí se agarraba como podía de éste y empezaba a rotar. Luego daba un salto y otra vez a mirarlos. Se llevó así un buen rato, y ellos no podían dejar de mirarlo. Se les caía la baba a los cuatro. Ese pájaro tenía un embrujo especial.

De buenas a primeras Pollo se fue al comedero y empezó a comer. Cogía una pipa, graznaba muy fuerte, y otra pipa para el buche.

—Bueno —dijo Verónica—, me voy a preparar la comida.

—¿Qué vamos a comer, mami? —preguntó Alba, mientras se dirigía con su madre a la cocina.

Se quedaron los dos varones mirando a Pollo. El pájaro ya había dejado de comer, y subido en su palo daba volteretas sobre él.

—¿Ya no juega más? —preguntó preocupado Guille.

—Más tarde, supongo.

Guille asintió complacido con la respuesta.

—Este pájaro es como tú. Cuando tienes un juguete nuevo no lo dejas ni un momento, pero al rato ya te has cansado. Pero, ¿a qué no lo tiras ni lo olvidas?

Esta vez Guille negó con la cabeza. Ricardo alborotó el pelo de su hijo.

—Venga, vamos a ayudar a tu madre y a tu hermana con la comida.

—¡Vale!

3

21 de Abril. 17:32 horas.

Se encontraban Guille y Ricardo en el cuarto de baño. Habían decidido sacar a Pollo allí. El cuarto de baño no era muy grande, pero tampoco pequeño. Un plato de ducha, un lavabo y un retrete conformaban todo el mobiliario, junto a un pequeño mueble donde se guardaban los útiles del baño y la limpieza. Por supuesto había un espejo encima del lavabo, y un vaso colgado de la pared que contenía los cepillos de dientes. Todo de colores suaves.

—Llámale —le decía Guille a su padre.

Pollo estaba sobre el mueble dándole golpecitos a un bote de colonia. Los colores llamativos de Pollo contrastaban con los del baño.

—Está bien —aceptó Ricardo—, pero si se viene hacia ti no te vayas a asustar. Ni grites, porque Pollo te puede hacer daño.

Guille aceptó y Ricardo empezó a silbarle a Pollo. Éste dejó de luchar con el bote de cristal y emitió un fuerte graznido como respuesta. Ricardo alargó la mano para que Pollo le viese y el animal se empezó a preparar para dar un salto.

—Ya viene.

Antes de terminar la frase, Pollo ya revoloteaba por el aire. Piaba fuerte de la emoción, y aunque se iba a posar sobre la mano de Ricardo, no lo hizo. Revoloteó un poco más, dejando escapar un par de plumas, hasta posarse sobre la cabeza de Ricardo. Guille apretó con sus manitas el hombro de su padre.

—Tranquilo —le dijo con el cuello rígido para que Pollo no se pusiera más nervioso aún que su hijo.

Pollo tardó poco en empezar a moverse por la cabeza, arañando suavemente la cabellera de Ricardo, y fue a su oreja derecha. Guille rió bajito.

—Se ta cagado.

Cuando Ricardo acercó la mano para que Pollo no hiciera de las suyas, graznó, y le dio un mordisco en la oreja.

—Serás... —dijo enfadado Ricardo.

Pollo volvió a piar, y se pasó a la mano de Ricardo finalmente.

—¿Qué tal? —le preguntó Ricardo a Guille.

—Bien —dijo feliz el pequeño—. ¿Puedo tocarlo?

—Si te atreves.

Guille empezó a acercar un dedo a Pollo, pero el inseparable vio las intenciones de éste y antes de tener el dedo a menos de un palmo, se estiró hacia él con el pico abierto. Guille paró en seco su movimiento.

—Da igual, papi.

Ricardo le sonrió e, incorporándose, fue a meter a Pollo en la jaula.

—Voy a contárselo a mami.

—Está bien.

Guille salió con cuidado del baño, y no pudo ver el trabajo que, en esta ocasión, le costó a Ricardo que Pollo volviese a entrar en su jaula.

4

6 de Mayo. 21:49 horas.

—¡Van a llegar de un momento a otro! —le gritaba Ricardo a Verónica desde el piso inferior.

Esa noche habían invitado a sus vecinos a cenar. Eran muy buenos amigos. Habían conectado desde el primer momento. Julio y Beatriz eran una pareja recién casada, más jóvenes que Ricardo y Verónica, sin hijos y con un gran todoterreno. Eran muy extrovertidos, y no podías parar de reírte con ellos.

—No grites —reprochó Verónica asomando la cabeza—, que vas a despertar a Guille.

Habían decidido celebrar la cena esa noche porque Alba iba a dormir en la casa de su gran amiga Noelia. Aquella iba a ser la primera vez que Alba dormía fuera de casa, por lo que Verónica estaba notablemente nerviosa. Pero no podían desaprovechar la oportunidad de estar solos por una noche. Solos y tranquilos, pues a Guille le dieron de cenar pronto y a las nueve ya estaba metido en la cama.

Eran las diez y cuarto cuando el timbre de la puerta sonó.

—¡Ya bajo! —se escuchó desde lo alto de la escalera.

Ricardo miró hacia arriba y vio a su mujer exageradamente hermosa. Su pelo rubio estaba recogido en un moño muy elaborado, el maquillaje le rejuvenecía varios años, y el traje negro, del mismo color que los zapatos, realzaban su figura como nunca.

—Estás guapísima —le dijo Ricardo al oído.

—Tú también lo estás.

—Pero tú más.

—Lo sé —dijo divertida.

Se dieron un gran beso en los labios, que fue cortado por una nueva llamada al timbre.

—¿Y si les decimos que Guille se ha puesto malo?

—Tú sí que eres malo —reprochó dándole una palmadita cómplice en el antebrazo.

Ambos fueron a abrir la puerta con una gran sonrisa en la cara. Detrás de ella aparecieron sus vecinos. Beatriz iba muy elegante, con un vestido azul marino y un bolso a juego. Por su parte, Julio iba de traje de chaqueta y llevaba consigo una botella de vino francés. La corbata de Julio iba a juego con el vestido de su mujer. Conociendo a Beatriz, habría obligado a su marido que se la pusiese, a pesar de que él se hubiera metido con ella por querer que ambos fuesen a casa de sus vecinos vestidos de esa forma. De todas formas, Verónica había pedido a Ricardo que se pusiese su camisa negra y la corbata blanca de la boda. No era cuestión de competencia entre ellas, ya que se llevaban muy bien. Era, sencillamente, cosas de mujeres. Y los maridos tenían que aceptarlo si no querían acabar en divorcio.

—¡Hola Julio! ¡Hola Beatriz! —saludó Verónica dándole sendos besos a cada uno de sus invitados. Ricardo besó a Beatriz y dio un fuerte apretón de manos a Julio—. Pasad al comedor. Ya está puesta la mesa.

Y los cuatro se dirigieron hacia allí.

5

6 de Mayo. 23:33 horas.

Verónica estaba sirviendo el postre. Había preparado un gran flan de huevo con forma de corazón. El caramelo, de color marrón, chorreaba por los lados haciendo imposible mirar hacia otro lado.

—¡Qué buena pinta tiene, Verónica! —felicitó Julio.

—Pues hay de sobra, así que espero que repitas.

Una vez servidos los cuatro empezaron a comerlo.

—Así que eso —continuó hablando Beatriz—, que a principios de agosto nos vamos a la casa de la playa de Río Grande de mis padres unos cinco días. Que os vengáis, que aquella casa es muy grande.

—No sé, no quisiéramos molestar —le respondió Verónica haciéndose de rogar, cosa que consiguió.

—¡Qué vais a molestar! —exclamó Julio—. ¡Anda, si nos sobra más de media casa! Y nos haréis compañía los cuatro.

—Se lo comentaremos a los niños, y que ellos decidan —opinó Ricardo.

—Entonces seguro que vendréis —dijo Beatriz, provocando la risa de los cuatro comensales.

Siguieron comiendo flan, pues todos repitieron.

—Oye, ¿qué tal con el pajarillo ese que tenéis? —preguntó Beatriz.

—Es un pájaro increíble. De verdad, os recomiendo que consigáis uno —comentó Ricardo.

—¿Qué clase de pájaro era? —preguntó esta vez Julio.

—Un agapornis. O inseparable. Ahora si queréis vamos a verlo.

—No, déjalo. Estará dormido el animalito —dijo Beatriz con la boca llena de flan.

—¿Pollo? ¿Dormido? —Verónica soltó una falsa carcajada—. Yo de verdad creo que ese pájaro no duerme. Cada vez que le echamos una ojeada está a la expectativa, con los ojos abiertos de par en par.

—¡Qué exagerada eres, cariño!

—¿Exagerada? De pequeña tenía un canario, y aquel animal por las noches se acurrucaba, metía una pata entre sus plumas, y no se movía en toda la noche. Pero éste no hace nada de eso. ¡Pero si hasta cuando me despierto en la madrugada para ir al servicio, como sienta el ruido o la luz, pía el condenado! No nos deja ver la tele, y como estemos a su lado y no le hagamos caso, no sabes tú bien la que arma.

—Es un poco pesado a veces —admitió Ricardo—, pero os recomiendo tener uno.

—Pues está muy callado ahora, ¿no? —preguntó Julio.

—Bueno...—empezó Verónica poniéndose la mano derecha sobre la cabeza—, porque le hemos metido en el último cuarto de la casa y le hemos puesto un par de trapos sobre la jaula. Si no, no deja dormir a nadie.

Fue acabar de decir esa frase cuando se escuchó un ruido metálico en el piso de arriba, y a Pollo graznar fuertemente durante unos ocho segundos.

—¿Qué ha sido eso? —se preocupó Beatriz.

Ricardo y Verónica se miraron y, como si ambos hubiesen tenido un resorte, se levantaron a la vez y salieron corriendo escaleras arriba. Subieron los escalones de dos en dos, y por poco se cae Verónica a mitad de ésta. Sabían que algo había pasado, y que no iba a ser agradable.

En el piso superior, todo estaba a oscuras salvo la rendija de debajo de la puerta del cuarto de Guille. Esa rendija iluminaba muy poco el pasillo, pero lo suficiente para poder moverse por allí sin tropezarse con algún tiesto que estuviese por medio. Podían oír a Pollo piar. Se le notaba asustado, pero no tanto como lo estaban ellos en ese momento. Ricardo podía sentir como su corazón latía muy rápido.

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